Año: 2004 País: EE.UU./Francia Género: Romántico Puntaje: 10/10
Interpretes: Ethan Hawke, Julie Delpy, Vernon Dobtcheff, Louise Lernoine Torres, Rodolphe Pauly, Albert Delpy y Marie Pillet
Ahora me toca terminar lo hecho por mi compañero Adrián, quien comento “Antes del Amanecer”, yo analizare su secuela “Antes del Atardecer”. Jesse (Ethan Hawke) y Celine (Julie Delpy) una vez se conocieron en un tren y pasaron juntos una noche inolvidable paseando por Viena. Prometieron encontrarse de nuevo seis meses después. Han pasado nueve años desde entonces, y Jesse y Celine se vuelven a reunir, esta vez en París. Jesse está de gira promocionando su novela cuando la ve entre la gente en una librería de París. Ella lleva un tiempo viviendo en la capital francesa. Él vive en Nueva York. Jesse inmediatamente decide dejar todo para pasar el tiempo con Celine, de nuevo, esta vez paseando a orillas del Sena. Ambos pasan la tarde en los cafés, en los parques, recordando aquella tarde en la capital austriaca y lo vivido por ambos hasta entonces. Pocas palabras necesitan para comprobar que sigue habiendo lo mismo que entonces.
El amor dichoso no tiene historia. Sólo pueden existir novelas del amor mortal, es decir, del amor amenazado y condenado por la vida misma. Lo que exalta el lirismo occidental no es el placer de los sentidos, ni la paz fecunda de una pareja. No es el amor logrado. Es la pasión del amor. Y pasión significa sufrimiento. He ahí el hecho fundamental de “Antes del Atardecer”. Como ya es sabido “Antes del amanecer”, filme estrenado en 1995 y del que éste es secuela, contemplaba un fuerte desvío. Se trataba de la representación de un amor que prometía, que se proyectaba al futuro, que prometía una concreción a pesar de su regodeo en el presente. Concreción dudosa, tal vez, cargada de obstáculos territoriales y temporales. Es decir, en esta historia de amor había una idea de tiempo, que sucede, que acumula, pero por sobre todas las cosas un amor que nace en el tiempo y que con su bocanada de esperanza parece ubicarse muy lejos de una defunción. El título en este sentido es muy elocuente: todo sucede antes de que todo realmente suceda. ¡He aquí dos seres que pretenden vivir el amor como si no fuera una catástrofe que merece ser vivida!
Ahora bien, la elipsis de nueve años (dentro de la historia pero también entre una producción y otra) trae un fantasma, puesto que ya sabemos que no se ha cumplido el pacto del reencuentro a los seis meses del romance original. Este fantasma es el del amor desgraciado cuya figura sería el gran mito de Tristán e Isolda. Pero no se trata de una reescritura, ni siquiera hay una alusión a esta historia desdichada. Diríamos que se trata más bien de una muy lejana profanación del mito, un referente remoto, casi un coqueteo sobre su simbología o sintomatología en vez de sobre sus contenidos manifiestos. El síntoma de este mito era, el de exaltar un amor cortesano fundado en una fidelidad contraria al matrimonio legal, es decir, contraria a las costumbres feudales. Y fundamentalmente lo que exhibía (a través de algunos velos por supuesto; de otro modo no se trataría de un mito) era, por un lado, la incompatibilidad radical entre el amor y el matrimonio y, por otro, la postergación del amor, es decir, su imposibilidad de "hacerse realidad". Por eso señalamos que más que rememorar la infortunada historia de Tristán e Isolda, “Antes del Atardecer” retoma estos dos añejos elementos de la misma, adhiriendo por lo tanto a cierta inextirpable al parecer herencia.
Sin embargo, no es tan sencillo. Como veremos, el filme por momentos se rebela a esta herencia y por momentos queda atrapado en ella. En primer lugar, la cinta niega instaurarse como una falta, puesto que la trama (y el drama) no se apoya en un adulterio consumado, aunque deje asomar esa posibilidad. Se trata de un amor extra-cotidiano: en esta historia no interesa la rutina de los personajes, sus actividades diarias, sus aburrimientos, no es un encuentro signado por la experiencia del "todos los días". Es un amor de frontera, sin territorio, un amor-pasión signado por el desencuentro, aunque por otro lado sin fatalidad (no hay muerte implicada a pesar de que la muerte de la abuela pueda ser leída como obstáculo del amor) y sin consumación final, lo cual deja afuera la culpa o la elección como posibles operadores de la acción. Solo encontramos un fluir temporal que añora un tiempo no vivido, un blanco que los personajes sólo pueden sintomatizar en los diálogos. La palabra no sólo evoca lo no vivido o no informa solamente sobre lo efectivamente vivido por cada uno, sino que cubre una ausencia. De ahí la verborragia que no admite elipsis temporales ni cortes en los planos, es decir, la fragmentación del espacio.
Es interesante, en este sentido, el largo plano secuencia en el interior del auto en el cual los personajes se sinceran respecto de lo que cada uno cree sentir por el otro, así como las largas tomas que acompañan el deambular de los personajes por la ciudad de París. De esta manera, la filmación en tiempo real colabora en favor de un alejamiento no sólo de convenciones narrativas pensemos cuán extraño resulta en la tradición cinematográfica intoxicar una historia de amor con vestigios documentales sino también de cierta idea de felicidad que se pone en juego en este filme. Idea que condice con una situación social generalizada que vulgarmente se califica como crisis social del matrimonio en tanto institución. Por tanto, podemos arriesgar que a pesar de lo maravilloso de este filme, pensado individualmente, resulta más interesante ver de qué manera se teje un puente entre ambos filmes, y más interesante aun sería ver de qué manera estos dos filmes arrojan cierta idea sobre el mundo. Es decir, cómo se resuelve el amor, no el de Jesse y Celine en particular (no solamente), sino el concepto de amor que arroja Richard Linklater sobre la pantalla. Más que el amor, podríamos decir qué concepto de felicidad se juega en esta historia, en esta narración, y qué concepto de felicidad se juega en nuestra Historia occidental.
Es claro que esta secuela responde a una idea moderna de felicidad y, sin temer cometer una herejía, se puede arriesgar también que “Antes del Atardecer” es un síntoma de la ruina de un modelo, el de familia, o el del matrimonio como institución. Por ello el filme es inconcluso, más que abierto. La felicidad es algo en vías de ser aprehendido, no imposible de capturar; pero su dominio es siempre algo fugaz. De ahí que la cámara no se atreva a intentar registrarla. ¿Qué podría esperarse de la nostalgia una vez consumada? Y es aquí donde el filme queda atrapado en la lógica del amor cortesano. A pesar de todo, lo que ambos personajes aman no es tanto al otro en si, sino al otro en tanto es aquel del cual estoy separado, por fuerzas inmanejables. Lo que posibilita una gran pasión es, después de todo, lo que la obstaculiza. Aún en el siglo XXI. En "Antes del atardecer" se cuenta una historia de amor retomada en el tiempo, y lo hace muy bien, usa una narración clara y concisa, contándonos la historia dando importancia a la historia en sí, poniendo el protagonismo en quien debe estar, en los actores principales (creíbles en su papel, demacrados en la vida real nos muestran con crudeza la ficción). Pero el rasgo que más significo es la capacidad que tiene esta película de arrastrarnos en la historia de amor, en hacérnosla creer, en hacernos partícipes de la misma.
"Un reencuentro apasionante”
La mejor secuela romántica de la historia del cine. Para los que dicen que las segundas partes nunca son buenas, este film supera y por mucho su primera realización.
ResponderEliminarUn argumento brillante, inteligente con diálogos exquisitos y una tensión entre los protagonistas que llevan a uno a identificarse con los personajes.
El soundtrack es bellísimo, con temas cautivantes que seguramente estarán en la colección de música de todos los que vieron la película. Hay gente que la valoró con notas menores a 9, creo que son los que nunca se enamoraron de verdad, o son los que creen erróneamente haberlo estado, no se preocupen cuando sientan la experiencia del verdadero amor, estarán de acuerdo conmigo.
Cuando anunciaron que se haría Antes del atardecer me temía lo peor. Después de encantarme la primera parte veía dificil alargar más las magía que parece crearse en la primera y para no decepcionarme dejé pasar la peli...y vaya una equivocación. Antes del atardecer es un perfecto ejemplo de que para hacer una película brillante no hacen falta sables de luz, barcos hundiéndose ni la reconstrucción del coliseo romano. Conversaciones inteligentes y excelentes actuaciones bastan para implicarse en una pelicula con una sensibilidad especial.
ResponderEliminarGracias señor Linklater.