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domingo, 28 de agosto de 2011

Golpes del Destino

Director: Clint Eastwood
Año: 2004 País: EE.UU. Género: Deporte/Drama Puntaje: 10/10
Interpretes: Clint Eastwood, Hilary Swank, Morgan Freeman, Anthony Mackie, Jay Baruchel, Mike Colter, Lucia Rijker, Brian O'Byrne, Margo Martindale y Riki Lindhome



Frankie Dunn (Clint Eastwood), después de haber entrenado y representado a los mejores boxeadores, regenta un gimnasio con la ayuda de Eddie (Morgan Freeman), un ex-boxeador que además es su único amigo. Frankie es un hombre solitario y adusto que se refugia desde hace años en la religión buscando una redención que no llega. Un día, entra en su gimnasio Maggie Fitzgerald (Hilary Swank), una voluntariosa chica que quiere boxear y que está dispuesta a luchar denodadamente para conseguirlo. Pero lo que más desea y necesita es que alguien crea en ella. Frankie la rechaza alegando que es demasiado mayor y que además, él no entrena a chicas. Pero Maggie no se rinde y entrena cada día en el gimnasio, con el único apoyo de Eddie. Finalmente, convencido de la inquebrantable determinación de Maggie, Frankie decide entrenarla. Hay obras cuya profundidad y calado emocional se extiende más allá de las coordenadas donde se generan y desarrollan, las cuales pueden estar fijando un espacio reducido, paralelo, carente de vericuetos, limitando las opciones para lo imprevisible. Las imágenes de “Golpes del Destino” se instalan en lo cotidiano, en un contexto, el boxeo, que actuando desde el principio como un mero y consciente pretexto. Este largometraje del gran Clint elide con pasión y autenticidad sus fronteras elaborando un denso melodrama en el cual se transmiten una variedad inaudita de sentimientos y reflexiones, siguiendo el itinerario de tres personajes que traspasan la pantalla para aparecerse ante el espectador como personas tangibles, reales, truncando posibles expectativas para abrazar la tragedia de lo inesperado, revelando así la "precariedad de la vida" (en palabras del propio Eastwood) y en última instancia el insondable misterio de la misma existencia.



Uno de los méritos de “Golpes del Destino” es su estructura basada en una suerte de crónica epistolar. Ello permite de manera coherente una narración en "off" narrativo que ilustra sin abusar los "off" visuales. Su discurso incluye una serie de aforismos que se integran de forma natural y coherente con el hilo de las imágenes. El primero de estos aforismos, "para ganar en el boxeo, hay que moverse hacia atrás", podría aplicarse a la trayectoria del propio Clint Eastwood. Cuando salí de ver por primera vez esta cinta no sabía qué pensar. Estaba de nuevo en la calle, sólo, de camino a mi casa, con el corazón compungido y a la vez emocionado por el tremendo acto de amor, o mejor, de complicidad, de amistad, de lealtad del que había sido testigo. Fue entonces cuando me puse a recordar el resto de la película y fue así como me di cuenta de algo tan sencillo como elementar para hacer una buena película, la asombrosa fluidez del relato. Sin altibajos, sin zigzagueos, sin trampas, Eastwood no ofreció con “Golpes de Destino” un relato desnudo, una de esas historias que como solía ocurrir en el cine clásico de Hollywood, el narrador era una figura al servicio de la historia y no al revés. Una historia como esta, de ilusiones y frustraciones, había sido filmada por Clint Eastwood alejado de los estereotipos de ese subgénero que podríamos denominar “cine de esfuerzos”, y sin ni siquiera tener que meter la cámara dentro de la mismísima pelea de un cuadrilátero como hiciera Martin Scorsese en “Toro Salvaje” (1980). Esto es importante, porque mientras el sufrimiento que experimentaba Jake La Motta (Robert De Niro) en el ring tenía mucho que ver con su sentimiento de pecado, culpa y expiación, los combates de “Golpes del Destino” no son más que agradecidas transiciones hacia otro momento dramáticamente más intenso que en este sentido desembocarán en la decisiva escena en la que Maggie es dramáticamente noqueada.



Con el tiempo creo haber aprendido que salvo Alfred Hitchcock, Orson Welles y dos o tres directores más, las obras maestras suelen hablar en voz baja. He llegado a la conclusión de que una de las virtudes de una gran película es, o debería ser, su humildad. Llegar a una sala de cine ante la atenta mirada de un público que ha pagado por ver lo que has hecho con la seguridad suprema de que has parido algo importante me parece un acto de desmedido egocentrismo. Se da con demasiada frecuencia el caso de directores con un potencial verdaderamente asombroso que de vez en cuando se suelen perder en sus propias ansias de sellar la historia del cine con su nombre. Sin embargo, de esto poco o nada hay en el cine de Clint Eastwood. Y no es de extrañar. Ese caudal de emociones y conmociones, de tormentos y venturas, que recorren las distintas situaciones que transitan el relato (los cuales se diría surgen con pasmosa espontaneidad) fluye a través de una puesta en escena que despoja a la narración de todo valor superfluo u ornamental y que, quizás por ello, logra multiplicar la complejidad de todo lo que acontece ante los ojos del espectador. “Golpes del Destino”, con su aspecto sombrío y desesperanzado, constituye paradójicamente un verdadero deleite intelectual y espiritual en el actual panorama del cinematógrafo y le devuelve su condición de espejo de todos los aspectos que componen la existencia humana en nuestros días: las referencias a la poesía irlandesa, a las raíces, nunca caen en lo puramente nostálgico o anecdótico, sino que buscan poner de relieve lo que, espectralmente, aún pervive dentro de la sociedad norteamericana. Cuando la mayor parte de los filmes buscan emocionar al espectador mediante artificios, bien sean recreaciones digitales, o bien sea la búsqueda de la emoción a través de la identificación mimética con sentimientos que se exhiben sin ningún pudor o reparo.



Eastwood otorga una gran importancia a las luces y las sombras del relato, acudiendo a una iluminación de contrastes, al uso intensivo de contraluces y de sombras. La planificación de escenas, de tomas y de encuadres en este sentido encuentra una admirable correspondencia con el contexto de los personajes, de la historia. Pensemos en la primera aparición de Maggie en el pabellón donde tiene lugar un combate de uno de los pupilos de Frankie; la muchacha se va haciendo visible desde la penumbra que la envolvía en el vomitorio que da acceso a las gradas, entrando en ese momento en el relato, y dando el primer paso para salir de su oscuridad, de su mediocridad. Eastwood construye buena parte del filme siguiendo este modelo y encontrando siempre el equilibrio perfecto entre lo que se muestra en crudo y lo que realmente se está diciendo. Existen numerosos ejemplos a lo largo de la cinta, si bien tal vez dos de ellos resulten los más significativos y conseguidos: la composición del plano de Frankie rezando arrodillado en su dormitorio antes de acostarse, por su hija a la que nunca ve: una iluminación tenue, a media luz, intensifica la densidad de un momento de una notoria intimidad respetada por la ubicación alejada del plano medio; las luces y sombras que se filtran en ese impresionante plano que encuadra a Eddie y Frankie en el vestuario, instantes antes de que éste se dirija al hospital para cumplir el deseo de Maggie: el entrenador está sentado, perdido entre la sombra sin apenas luz que ilumine su rostro cabizbajo; el veterano boxeador se encuentra de pie acompañando a su amigo en una momento casi insostenible, reflejándose su sombra en las taquillas, incrementando el sentido y significado de su presencia…en el largometraje descubriremos que Frankie, Eddie y Maggie sólo son un grupo de personas que ha sido víctima de algo tan humano como son los sueños truncados. Sólo Maggie, por su juventud, tiene aún una segunda oportunidad para salir adelante y ser algo más que una sospechosa sombra grisácea como los son las vidas de Eddie y Frankie. Y en los sueños, todo lo valen.



El tratamiento en el filme de Eastwood de los espacios se aleja por completo del de películas como “Elephant” (2003), donde la planificación está siempre supeditada a la descripción de las localizaciones. Los espacios en “Golpes del Destino” no copan el lugar central del relato, sino que aparecen dentro de una estructura plenamente narrativa, en el sentido más tradicional del término, amplificando la descripción de los personajes, que cobran gracias a ellos una condición trascendente. Cada una de las estancias se convierte, pues, en un lugar que trasmite una cierta idea moral. Se ha escrito ya mucho sobre el gimnasio que aparece en el filme como un auténtico panteón en el que aún perviven restos humanos. Cada máquina, cada centímetro del lugar, revela las huellas del pasado en un presente marcado por la decrepitud. Pero no es el único espacio importante del filme. La casa en la que vive la familia biológica de Maggie nos revela la presencia de una cierta concepción vulgar e incluso soez de la existencia. Un entorno que aplasta cualquier atisbo de ilusión creativa. En esta línea, la nueva vivienda que Maggie regala a sus parientes es la materialización del intento de ella por reducir a cenizas aquel ambiente hipersaturado y partir de cero en un lugar nuevo. Por otro lado, el apartamento en el que vive Maggie mientras dura su entrenamiento, igualmente desvencijado, no trasmite vibraciones negativas, sino la fibrosa voluntad de una persona capaz de renunciar a todo lujo o comodidad en función de un objetivo vital. Un interior con los mínimos elementos para sobrevivir y llevar una existencia dedicada al boxeo, que es la excusa para mostrarnos la lucha vital de unos personajes para hacerse un lugar en el mundo. Quizás un pequeño lugar; pero, en definitiva, su lugar. En este sentido cabe valorar que mientras “Río Místico” (2003) describía la caída de unos personajes, su pérdida de dignidad, “Golpes del Destino”, por su parte, define a unos personajes que tienen una deuda consigo mismos y consiguen pagarla con su propia dignidad.



Eastwood consigue en el tramo final de la película: sacudir nuestras conciencias de tal forma que uno se ve lanzado por el precipicio moral que plantea la película. En un acto de honestidad insobornable, Eastwood orquesta todos los elementos antes mencionados para desembocar en una serie de escenas que justifican por sí solas cualquier trayectoria fílmica y me atrevería a decir que humana. Porque hace falta haber vivido muchas cosas y haber alcanzado un grado de madurez personal que no está al alcance ni mucho menos de todo el mundo, para poder afrontar tanto los temas de los que habla Eastwood como la forma en lo que lo hace, con una puesta en escena despojada de todo artificio, que rehúye cualquier tipo de componenda emocional y no cede ni un solo milímetro de terreno al sentimentalismo o a las justificaciones superfluas y lo que es aún más importante, que nos obliga a mirar de frente, con un nudo en la garganta pero sin poder apartar la vista de la pantalla, un acto que nace tanto del amor como del dolor, de la humanidad más solidaria como de la desesperación más allá de toda medida imaginable, que desemboca en un final incierto, abierto, pero magnífico. Más, podemos preguntarnos, ¿es una historia de amor o de cariño? ¿Hay algo más que una atracción meramente "espiritual" entre ambos? La respuesta, como no puede ser de otro modo tratándose de un filme tan complejo, resulta ambigua, y el asunto nunca termina de aclararse totalmente, si bien esta cuestión parece tener una importancia relativa. Lo que sí está claro es que ambos se necesitan y encuentran el uno en el otro la solución a sus acuciantes carencias afectivas. Alguien a quien querer, en la acepción más amplia de la palabra. Querer y ser querido: no es tan fácil de conseguir en el mundo de hoy, parece recordarnos Eastwood. Habrá que volver sobre “Golpes del Destino” detenidamente una y otra vez, pues se trata de un filme absolutamente magistral, repleto de capas superpuestas, de misterios intrincados, de sueños incompletos, de vidas auténticas, una obra que además supone un extraordinario reflejo, a través de su fascinante puesta en escena, del cine norteamericano del pasado, del presente y tal vez del futuro.



"Extraordinaria y sombría"

miércoles, 27 de abril de 2011

El Luchador

Director: Darren Aronofsky
Año: 2008 País: EE.UU. Género: Drama/Deporte Puntaje: 9.5/10
Interpretes: Mickey Rourke, Marisa Tomei, Evan Rachel Wood, Judah Friedlander y Ajay Naidu



Randy “El Carnero” Robinson (Mickey Rourke) es un luchador profesional de wrestling retirado. Tras haber sido una estrella en la década de los ochenta, trata de continuar su carrera en el circuito independiente, combatiendo en cuadriláteros de tercera categoría. Su vida entrara en conflicto cuando se da cuenta de que los brutales golpes que ha recibido a lo largo de su carrera le empiezan a pasar factura (un mal cardiaco), es en esa situación que Randy decide poner un poco de orden en su vida; intenta acercarse a la hija que abandonó, Stephanie (Evan Rachel Wood), a la vez que trata de superar su soledad con el amor hacia Cassidy (Marisa Tomei), una streaper también marcada por la vida. Todos nos preguntamos qué ocurre cuando se apagan las luces del escenario, cuando los fans dejan de aclamar a sus ídolos, cuando todo el mundo vuelve a sus casas y la magia del espectáculo enmudece. Entonces volvemos a la realidad, abandonamos la catarsis que nos evade de nuestras vidas cotidianas y las estrellas se despojan de sus disfraces y ornamentos, convirtiéndose en personas de carne y hueso, con sus alegrías y sus penas, como cualquiera de nosotros. Y muchos son los astros apagados, sepultados bajo el peso de la edad o las consecuencias físicas y psicológicas de décadas de entrega a una jauría humana que siempre pide más. En medio de una zafra hollywoodense en la que sobran ínfulas e interesantes propuestas, “El Luchador” convence porque no intenta pasar por lo que no es. Aronofsky se ajusta a la sencillez de la historia y deja a un lado los artificios visuales y los montajes vertiginosos característicos de casi todos sus filmes para adoptar un lenguaje directo, a veces casi documental, que realza la verdad humana de sus personajes y fortalece la autenticidad de los ambientes que pinta.



“El Luchador” está mostrada por Darren Aronofsky de una forma muy sencilla, algo que llama la atención teniendo en cuenta la filmografía anterior del cineasta, en la que sus filmes necesitaban de una mayor implicación por parte del espectador que se entregaba, o no, a un lenguaje cinematográfico de cierta densidad. En “El Luchador” cambia totalmente las tornas sobre todo en lo que respecta al acercamiento a sus personajes. Aronofsky pega su cámara (siempre tambaleante, como el personaje central) al cogote de Rourke, y le sigue allá a donde va, realizando planos secuencia tan llamativos como insignificantes. De esta forma, somos testigos directos de la vida de Randy, ya sean sus combates con poco público, su trabajo en una carnicería, sus escarceos para ver a su bailarina favorita, los intentos de acercamiento a su hija, etc. El director de “Réquiem por un Sueño” (2000) se sirve de la fotografía de grano grueso y la cámara en mano para recoger de manera realista la frialdad, sordidez y desorientación del luchador que se encuentra en el crepúsculo de sus carrera y que empieza a darse cuenta de que esta solo en el mundo. Su trabajo podría representar el mundo de la apariencia y la falsedad, donde todo está en venta, pero también donde se esconde lo personal porque los golpes de la vida duelen más que los recibidos en el cuadrilátero, porque es muy difícil cambiar el rumbo cuando no existe alguien que lo espere. Es una vida atrapada en la soledad y el fracaso familiar, aunque en su interior queda dignidad y una chispa de humanidad, necesidad de amar y tener a alguien a quien contarle las cosas…Es, sin embargo, una chispa amenazada por la sordidez y los excesos, rodeada del griterío ensordecedor y las luces de neón que impiden oír y ver lo que pasa en su interior. Por eso, la oscuridad (el plano en negro es bien ilustrativo y adecuado colofón) siempre está al final de ese túnel poco iluminado por el que el luchador accede al ring (excelente paralelismo en la secuencia de los pasillos del supermercado, con un buen trabajo de sonido).


Pero “El Luchador” no sería tan buena como es si no fuera también por la labor de sus intérpretes, sobre todo Mickey Rourke. Aronofsky siempre tuvo claro que Rourke era el actor idóneo para el papel, y tuvo que imponer su criterio al de los productores, que querían a Nicolas Cage para interpretar la película (Dios mío, de sólo imaginarlo me entran sudores fríos). El que fuera uno de los mejores actores de los 80 está simplemente perfecto en su rol, logrando conectar con el espectador llegando al corazón de éste con facilidad inusitada. La sinceridad de su interpretación conecta directamente con los paralelismos más que evidentes con la vida personal del actor. Tanto en la realidad como en la ficción, Rourke fue una estrella de los 80 que cae en el olvido destrozando por el camino su propia vida. A su lado, una imponente (en todos los aspectos) Marisa Tomei, dando vida a una madura bailarina de striptease, amiga de Randy, una superviviente que ve cerca su ocaso personal por culpa de su edad. La actriz demuestra haber aprendido con el tiempo, y su entregada interpretativa está muy lejos de los tiempos de “Mi Primo Vinny” (1992). La tercera en discordia, dando vida a la hija de Randy es Evan Rachel Wood, que también está a la altura de sus compañeros, ofreciendo un personaje delicado en su sencillez, transmitiendo la misma dolorosa verdad que fluye de su decepción personal con respecto a su padre. Creo que “El Luchador” es ante todo una fábula sobre la vida, sobre lo divino y lo humano que está presente en todos nosotros. Esta desgarradora historia, alejada de impartir un juicio moralista, nos sumerge en la melancolía que produce un ser que se siente abandonado e impotente y que a pesar de las oportunidades que se le cruzan en el camino, es sencillamente “incapaz” de percibir las señales de su destino y por instinto e inocencia comprensible actúa, hiriendo, amando y abandonando.



“El Luchador” es el reflejo exacto de la dualidad de un hombre que es todo un héroe para su fanaticada y todo un anti-héroe en su vida personal, alguien que enfrenta la lucha física con tesón y valentía, pero resulta un cobarde de corazón, por eso no podría ser otro su destino final. Y aunque este personaje no goza en la película con la suerte que uno quisiera, pues a pesar de su acumulada lista de errores; uno cree y siente empatía por este hombre, la satisfacción trasciende la barrera de la ficción al saber que quien lo encarna, si se le presenta y aprovecha con las más poderosas fuerzas, aquella oportunidad soñada. Los sórdidos pasajes de la vida de Randy son retratados con una imagen cruda y alejada de estilismos. El verismo imprimido a las situaciones que le hunden lentamente, contrasta poderosamente con los deliberadamente grotescos espectáculos a los que asistimos en la lona, donde la farsa llega a incluir como instrumentos un luchador con grapadora o un aficionado que presta orgulloso su pierna ortopédica en pro del show. Con esta dicotomía, “El Luchador” es capaz de producir sentimientos encontrados y conjugar así la enorme complejidad de su protagonista, vieja deidad, intentando aferrarse desesperado a cualquier asidero profesional o emocional que le brinden. Así, el hundimiento y el paso del tiempo nos son explicitados en un videojuego pasado de moda que le tiene por estrella (y que revela la pérdida de la inocencia de su compañero de juegos), en una lista de teléfonos de su hija tachados y en su propio cuerpo, definido en sus propias palabras como un montón de carne podrida. Al más puro estilo Bukowski, “El Luchador” sencillamente es una película desgarradora, compleja, frágil, adorable y profundamente reflexiva. Es de hacer de una película que presenta la miseria humana, que no dejan de cobrar un verdadero sentido en la historia de este perturbado luchador.



El objetivo pegado al hombro de “El Carnero” y su colosal despunte dentro de una puesta en escena que elogia la cutrez de un físico y una vida demacrados, no dejan lugar a duda de las intenciones de Aronofsky, quien muestra al hombre sin los subrayados de, por ejemplo, un Clint Eastwood, y destacando en escenas mudas de reveladora soledad, como la sesión de firmas para los fans o la rutina de un trabajo tras el mostrador de la carnicería. Compasiva pero realista, “El Luchador” se guarda de canonizar demonios y de redundar el relato con inútiles lágrimas, y se cierra, sutil y potente, como un moratón de recuerdo marcado sin mala leche. Indagador en las miserias humanas, aventajado inspector del alma en decadencia, implacable psicólogo de sus personajes…Película tras película, Darren Aronofsky se ratifica como uno de los más idóneos cineastas para adentrarse en el dolor y la soledad del ser humano, sobradamente capacitado para otorgar una desnudez dramática que duele e incomoda, que tiene repercusiones devastadoras y, en última instancia, hace de cada una de sus obras una imprescindible e imprevisible pequeña maravilla. Pocos cineastas logran dicha talla dramática, y menos los que la alcanzan sin volver por las mismas constantes o géneros. Y Aronofsky, queda muy lejos del encasillamiento, de una repetición de temas de la que huye como de la peste. Cabe destacar que la cinta gano el Festival de Venecia el 2008 y tuvo dos nominaciones al Oscar 2008, a Mejor Actriz Secundaria y a Mejor Actor, que a mi humilde opinión le fue injustamente arrebatado a Mickey Rourke.


La banda sonora también es una maravilla, repleta de temas de los ochenta como no podía ser de otra manera, simbolizando el éxito y esplendor pasados ya que, por momentos, es la propia música la que sirve a Randy como válvula de escape de ese presente desolador en el que vive. Y el tema principal, “The Wrestler” de Bruce Springsteen, es hermosísimo y da punto final a tan magistral película, además da consonancia al resto de la cinta. Muchos la acusaron que la trama era muy previsible, pero la previsibilidad en este caso, es una ventaja que atenaza aún más las sensaciones del público, incapaz de evitar que el conocimiento y la seguridad de una inminente tragedia abandone su mente en ningún momento, manteniendo una tensión tan eficaz como impactante a lo largo de una trama, no es en absoluto pesada ni excesiva, pese al terrible día a día en el que vive el protagonista, presente en todas y cada una de las secuencias (casi cada plano) de este filme que triunfa sin fisuras arriesgando en su temática, la figura del perdedor es tan recurrente como tópico en el séptimo arte, pero Rourke y Tomei logran que bajo la incesante lluvia de tópicos sus personajes ofrezcan un inolvidable recital, cargado de matices, sobre la inquebrantable dignidad de los perdedores. Una vez más la mano sabia de Aronofsky reconstruye el rito de la pérdida hasta convertir la mugre en oro y Rourke no hace sino engrandecer su cuerpo torturado hasta transformarlo en pura ensoñación. Pocas veces la ficción y lo que no lo es se dan la mano de una manera tan extrema, agónica y visceral. Y, aún estremecidos, no podemos sino rendirnos y alabar tan demoledora propuesta.



"Una película espléndida, un penetrante retrato al fracaso”

miércoles, 27 de octubre de 2010

Toro Salvaje

Director: Martin Scorsese
Año: 1980 País: EE.UU. Género: Biopic/Drama Puntaje: 10/10
Interpretes: Robert De Niro, Joe Pesci, Cathy Moriarty, Frank Vincent, Nicholas Colasanto, Theresa Saldana, Mario Gallo y John Turturro

Tras un período oscuro en la vida de Martin Scorsese, dominado por la enfermedad y el vicio (crisis por agotamiento mental y físico, agraviada por el asma que padecía y por algún que otro exceso con las drogas), Scorsese emprendió el que sería el proyecto que lo catapultaría definitivamente como uno de los mejores directores americanos de los últimos tiempos. Animado fervientemente por un Robert de Niro que veía en “Toro Salvaje” una oportunidad de oro para explotar al máximo sus cualidades interpretativas. La trama le la cinta se centra en Jake La Motta (Robert De Niro) un joven boxeador que entrena duramente, ayudado por su hermano y manager Joey (Un maravilloso Joe Pesci), para convertirse en el número uno de los pesos medios. Pero sus complejos psicológicos y sexuales le llevan a manifestar su agresividad tanto dentro como fuera del ring. En medio de esta tormenta interior se encuentra su hermano, convertido en víctima de la enfermiza paranoia y los celos de Jake. Pronto consigue ver hecho realidad tan ansiado sueño, pero el triunfo y el éxito convierten su vida en una pesadilla. Por un lado, su matrimonio cada vez marcha peor debido a sus salidas nocturnas con otras mujeres; por otro, la mafia le presiona para que amañe algunos combates. La cinta contó con un guión férreo que finalmente elaboró nada menos que Paul Schrader, Scorsese vio en esta realización la oportunidad de volver a demostrar su valía, pese a haber caído en un pozo profundo del que otros seguramente nunca hubieran salido.

La historia está basada en el libro que sobre la vida del boxeador Jake La Motta que escribieron Joseph Carter y Peter Savage. El guión que finalmente escribiría Schrader (después de haber pasado por las manos y la pluma de Mardik Martin) trataba de huir de la visión suavizada que Carter y Savage habían elaborado sobre una figura que, bien se sabe, no se caracterizaba precisamente por su carácter angelical y ejemplar. En el guión de Schrader, la figura de La Motta aparece como un personaje débil, pese a su fuerza, crueldad y violencia. La Motta es un ser inseguro de sí mismo, y por este motivo es del todo “scorsesiano”. El sentido de culpabilidad, de autocastigo y de penitencia personal impuesta por los errores cometidos, lo resuelve Jake en el ring. Éste es el único lugar donde La Motta puede descargar sus rabias y pagar sus deudas para consigo mismo. Así, los combates se convierten en realidad en enfrentamientos de Jake con su propio yo. La Motta se odia a sí mismo, o al menos se castiga no aceptando una personalidad falta de seguridad y de amor propio. Joey le describe como una persona introvertida y difícil de tratar, que siempre hace lo que quiere y cuando quiere, pero lo cierto es que Jake se hunde en la nada cuando le faltan las personas que ama, o mejor dicho, la única persona a quien él verdaderamente quiere, su hermano. Joey le conoce, ante él no puede ocultar nada, y por eso le necesita, pues con él se siente seguro, y sólo en él confía. Su hermano le protege y aleja del fantasma de su voz interior que constantemente le recrimina sus acciones.

El personaje de Vicky (Cathy Moriarty), la mujer de Jake, actúa como otra de las causas generadoras de su debilidad. Ella, siempre altiva y distante, mucho más fuerte que él, aparece como una especie de femme fatale en la vida de Jake, pues por ella perderá a su hermano, aunque de hecho sea sólo la imaginación de Jake la que, demasiado suspicazmente, crea que ella le engaña. Rodada en un espléndido blanco y negro, pese a las reticencias iniciales del mismo Scorsese, que por aquella época estaba realizando paradójicamente una campaña en favor de la mejor conservación de las películas en color, “Toro Salvaje” puede ser considerada sin dudarlo como una de las pocas obras de la historia del cine que más ha revolucionado la utilización del lenguaje audiovisual. Colaborando de nuevo con su montadora Thelma Shoonmaker, Scorsese demostró con este filme no sólo su perfecto conocimiento y utilización de los recursos visuales y sonoros que el medio ponía a su alcance, sino que además dio una lección inolvidable de innovación formal sin precedentes. Scorsese decidió hacer una película sobre boxeo cuando este tema estaba bastante en boga en el mundo del cine “Rocky II” (1973) y la sensiblera “Campeón” (1979) de Zeffirelli estaban arrasando en taquilla), pero él decidió tratar el tema de una manera que nada tenía que ver con las producciones anteriores. Scorsese decidió introducir la cámara en el mismo centro de la lucha. Lejos de la visión habitual del ring desde fuera de las cuerdas, el director acercó la cámara a los personajes, utilizando a menudo el plano subjetivo y un ritmo aceleradísimo de planos muy cerrados que enfatizaban la violencia de una manera terriblemente cruel.

Los momentos más brutales son montados con un ritmo externo trepidante y con movimientos de cámara bruscos, contrastaban con la ralentización de imágenes, utilizada siempre para mostrar la percepción subjetiva del personaje. Esta ralentización, que aparece en todos los planos en los que Jake observa su entorno de manera reflexiva, como cuando ve por vez primera a Vicky en la piscina, o cuando observa sus movimientos y sus conversaciones con los mafiosos, también es usada para enfatizar el dolor y pérdida de contacto con la realidad exterior que Jake vive en el ring. La última pelea mostrada, en la que Jake se dejará castigar como si de una penitencia se tratase, para purgar la culpa por la pérdida de su hermano, es de una violencia aún más salvaje por el formal de las imágenes. La sangre salpicando al jurado, la repetición estilizado ralentizada de los golpes y los flashes de los fotógrafos inmiscuyéndose en la bochornosa derrota de Jake, conforman una escena que por su estilo visual ha pasado a la historia del cine como una de las más bellas y a la vez más violentas jamás filmadas. “Toro Salvaje” supondría un punto de inflexión en la carrera del director. Sus búsquedas formales anteriores, más de acuerdo con una utilización de los recursos ópticos y de montaje apropiados a su visión de las cosas, se convertirán a partir de este filme en una reinvención formal de estos recursos, recreando a su manera un lenguaje visual envidiado por sucesivos realizadores. Scorsese se entromete en el espacio de los personajes y se acerca a ellos de una manera atrevida y sin contemplaciones, acompañándoles por todos los rincones y siguiendo sus pasos como en el plano secuencia de acompañamiento, rodado con steady-cam, de Jake, antes de que destroce literalmente la cara de un rival que a su mujer le resulta atractivo.

El tiempo cinematográfico es también bien utilizado por el director. La película narra la historia de La Motta durante más de quince años, y para ello Scorsese decide condensar los hechos dando protagonismo absoluto a los combates, y dejando ver la progresión de su vida personal intercalada entre ellos, como pinceladas de adorno a una vida que encuentra su verdadera explicación existencial en el ring. Como muestra, uno de los mejores ejemplos de montaje elíptico jamás rodado, el que resume la carrera ascendente del boxeador hasta el éxito intercalando imágenes congeladas y ralentizadas de las peleas, rodadas en el mismo blanco y negro estilizado y perfecto de todo el filme, con otras imágenes en color que sintetizan los hechos acaecidos en su vida personal: su matrimonio con Vicky, la boda de su hermano, el nacimiento de los hijos, etc. El tratamiento documental (emulando la textura de las películas familiares amateurs en 8mm) que Scorsese da a estas imágenes en color, junto a la expresividad de la música de Pietro Mascagni, “leit motiv” sonoro que se repetirá en diversos pasajes a lo largo del filme, y los títulos que fechan las peleas, conforma una secuencia perfecta de una carga expresiva y emotiva pocas veces igualada. Pero para explicar mejor el fondo real de esta película, nadie mejor que Scorsese: “Es realmente la historia directa, simple, casi lineal de un tipo que llega a algo, que lo pierde todo y que luego se recupera. Pero se recupera espiritualmente. No lo logra físicamente, materialmente, sino a través de algo que alcanza en su interior. Lo que me fascina a este respecto es ver cómo un boxeador se sitúa, en cierta forma, a un superior nivel espiritual. Él funciona a un nivel primitivo, casi animal. Y es quizá porque se sitúa a este nivel animal que él está más próximo del propio espíritu. Lo que quiere decir que probablemente los animales están más cerca de Dios de lo que lo estamos nosotros”.

Con total seguridad, al menos para quien firma estas líneas, “Toro Salvaje” es el mejor filme de Scorsese desde “Taxi Driver”. Estas dos cumbres de su carrera fueron protagonizadas por un De Niro indescriptible lleno de energía y talento (muy diferente al de ahora mismo) también cabe destacar a Schrader en el guión, pero esta cinta también fue fundamental para su director, porque Scorsese recuperó la fe en sí mismo, y aunque fue una etapa muy dura para él, consiguió salir más fuerte y más sabio. “Toro Salvaje” fue nominada a ocho Oscar, y aunque se alzó, de manera incontestable, con el de mejor actor y mejor montaje, perdió en la categoría principal frente a la muy inferior “Gente Como Uno” de Robert Redford, que también venció nada menos que a “El Hombre Elefante” de David Lynch y “Tess” de Roman Polanski, en un disparate difícil de asimilar. Poco importa, en definitiva, como poco importa su casi nula repercusión en taquilla en la época, porque “Toro salvaje” queda como uno de los más estremecedores relatos que se conocen acerca de la soledad y la autodestrucción. “Toro Salvaje” es una historia triste, terriblemente amarga, sobre la figura de un hombre vencido por su propia inseguridad. Es otro personaje inquietante dentro de la filmografía de Scorsese. Lejos de intentar llevar a la pantalla a héroes estereotipados y convencionales, Scorsese retrata el alma humana tal como es, desnudando su cruel naturaleza y mostrando con ello la faceta más autodestructiva de la psicología humana. Dedicada a Haig Manoogian, su primer profesor en la universidad de Nueva York, a quien Scorsese ha responsabilizado siempre de ser el causante de su amor por el cine, “Toro Salvaje” es para muchos de nosotros una de las mejores muestras de lo que el cine puede llegar a ser si cae en manos adecuadas, y las de Scorsese por supuesto lo son.

“Una desbordante obra maestra”

domingo, 24 de enero de 2010

El Color del Dinero

Director: Martin Scorsese
Año: 1986 País: EE.UU. Género: Drama/Juego Puntaje: 09/10
Interpretes: Paul Newman, Tom Cruise, Mary Elizabeth Mastrantonio, John Turturro, Helen Shaver y Forest Whitaker

Con este post retomo el estudio filmográfico de mi director favorito me refiero al gran Martin Scorsese, ahora hablare de “El Color del Dinero”, que es una meritoria continuación de uno de los mejores filmes de la historia; "El Audaz". La trama se centra en Eddie Felson (Paul Newman), antiguo campeón de billar, que vive ahora retirado de todo ese mundo y se dedica a sus negocios de licores. Un día, en una sala de juego, conoce a Vincent (Tom Cruise), un joven también jugador de billar, que aún no ha encontrado todavía oponente y que siempre va acompañado de su novia (Mary Elizabeth Mastrantonio), encargada de las apuestas que se hacen sobre él. Así el veterano campeón entablara una amistad con la joven promesa del billar. Por esta película el desparecido Paul Newman gano un Oscar.

Hermosa película. Hermosa como historia, como reflexión ética, como lección de continuidad de la obra de un realizador, como modelo de observación de ambientes y personajes, como ejercicio casi compulsivo, cardíaco, de maestría en inteligencia cinematográfica. Si no fuera porque su obra está profundamente asociada al concepto de redención tal como el “Toro Salvaje”, este filme no deja dudas al respecto y el hecho es herencia seguramente de sus días en el seminario jesuita de Nueva York se diría que la prosa fílmica de Scorsese, por la magnitud de sus arrebatos y la voluptuosidad de su imaginación, no reconoce otra moral que el cine, tal como el en caso de Hitchcock. Curiosa similitud: artistas de sensibilidad católica ambos, comparten también una devoción por la forma y una suerte de malignidad análoga en la administración de la puesta en escena. En las películas de uno y otro, el gran cine, traducido a inclementes movimientos de cámara, a difíciles soluciones formales, a osados manejos de la compaginación y la banda de sonido, está invariablemente unido a una red de complicidades y guiños que transiten, en forma paralela, agudos comentarios sobre el oficio.

La relación entre maestro y discípulo o entre "padre" e "hijo" vuelve a plantearse en este largometraje de Scorsese, pero esta vez el relato no se ajusta al punto de vista de quien amenaza la autoridad patriarcal sino de quien se propone retenerla. El protagonista es Eddie Felson, un personaje de abolengos cinematográficos que en 1961 encarnó el mismo Paul Newman en “El Audaz”, la memorable realización de Robert Rossen. Han pasado 25 años desde entonces, hay una indudable tensión en el hecho de recluir a Newman en un personaje hierático y distante si se tiene en cuenta el perfil sincopado e intenso de su mito de actor. Es posible que también haya una cuota de ensañamiento sobre la figura de Tom Cruise, destituido aquí de su pedestal de actor de moda y encerrado en un notable personaje en el cual la torpeza y la fantochería venial coexisten con ese tipo de inocencia que no proviene de la virtud sino más bien de la barbarie. Su Vincent es quizás el gran hallazgo de la película y en él habitan las tradicionales debilidades de Scorsese por los personajes ambivalentes y complejos.

Además de eso es un interesante ejercicio de estilo cinematográfico, en el cual Martin Scorsese demuestra su capacidad detrás de las cámaras logrando un producto bastante absorbente en intensidad filmado en espacios reducidos. Y es meritorio el lograr una oferta tan cautivante y dinámica gracias al férreo pulso narrativo, a la vibrante puesta en escena, a la solvencia interpretativa del dúo protagónico Newman - Cruise, a la lucidez en los diálogos y en las situaciones descriptas, y a los sugestivos y atractivos travelings sobre las mesas de billar. Una cinta sobre tres personajes que llevan por estandarte la idea de que el dinero es dos veces más dulce si se gana apostando que trabajando. Así se desarrolla una cinta sobre el juego de billar, donde un hombre audaz y experimentado (Paul Newman) conforma una oportunista sociedad con un muchacho muy talentoso para ganar dinero mediante hábiles estrategias que implican engaños y picardías. Pero no sólo se trata de avivadas y picardías, también hay una cinta donde se establece una cruda competencia intergeneracional donde el maestro mide constantemente sus fuerzas con su pupilo, donde de fondo hay una competitividad para demostrar quién es el mejor, y en ello está en juego el orgullo y no la ambición económica. Si habría que mencionar un punto flojo yo citaría a la femme fatale que aparece en medio de las dos grandes estrellas, a Mary Elizabeth Mastrantonio le falta chispa y carisma para estar a la altura del duelo de actores que hay en pantalla.

A pesar de eso, nos encontramos con un filme sobre la iniciación o el aprendizaje, si lo planteamos en términos seculares de un joven por su antecesor ya decadente, con lo que retornaríamos a un esquema tradicional dentro de la historia de los relatos, ese aprendizaje, por otra parte, impartido desde la experiencia, orientado así hacia la realidad, aunque eso signifique corromper la inocencia juvenil, sofocar el ardor del triunfo, el exhibicionismo de la propia capacidad, acabar con todo idealismo. Otro de los aspectos más interesantes de “El Color del Dinero” nos viene indicado por propio título de la película, que no resulta nada metafórico. En pocas películas anteriores el dinero ha tenido semejante conexión que en ésta: no sólo tiene color en la película, sino que casi diría que tiene peso u olor. Sin duda el dinero, los verdosos dólares que pasan de mano en mano, son la materialización del éxito o el fracaso; por eso a lo largo de un enfrentamiento, de la serie de partidas que lo constituye, el dinero va y viene de unos a otros. Esos gestos de sacarse el fajo de dólares, de depositarlos sobre el tapete verde de la mesa de billar, se constituyen en auténtico ritual. La puesta en escena de Scorsese es, una vez más, de una extraordinaria variedad en la selección de los ejes, las figuras antinómicas se hacen insistentes: sea un movimiento que parte del choque inicial de las bolas para ampliar hacia toda la mesa (es el sonido quien manda sobre la imagen), sea el movimiento inverso, menos violento, que va desde las manos de los jugadores hacia el centro o los rincones de la mesa (es la imagen quien manda sobre el sonido).

Espléndida reflexión sobre los sueños y la vida, disfrazada de enfrentamiento generacional. Paul Newman borda su interpretación de Eddie Felson, dotándole de una profundidad incluso mayor que en "El Audaz", Tom Cruise se mueve como pez en el agua en uno de los mejores papeles de su carrera. El conjunto lo completan secundarios de la talla de John Turturro o un inmenso Forest Whitaker, con su personaje que no es sino un oscuro reflejo del joven Felson, en una de las mejores escenas de toda la película, que con su "Are you a hustler?" saliendo de los labios de Newman (en versión original, por supuesto) nos remonta de una forma extraña a la genialidad en blanco y negro filmada por Rossen. Para rematar, una espléndida banda sonora, con temas de Eric Clapton "It`s in the way that you use it" o el maravilloso "Werewolves of London", del mítico Warren Zevon, que pone música a una de las escenas más recordadas de todo el filme. Aunque no es la obra maestra de Scorsese, es una verdadera pincelada de buen cine y eso se agradece.

“Sólo puede decirse una cosa: impresionante"