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jueves, 8 de diciembre de 2011

Boogie Nights

Director: Paul Thomas Anderson
Año: 1997 País: EE.UU. Género: Drama Puntaje: 9.5/10
Interpretes: Mark Wahlberg, Julianne Moore, Burt Reynolds, Don Cheadle, John C. Reilly, William H. Macy, Heather Graham, Luis Guzmán, Nicole Ari Parker, Philip Seymour Hoffman, Nina Hartley, Melora Walters, Philip Baker Hall y Alfred Molina



A finales de los 70, Jack Horner (Burt Reynolds), un director de cine porno que considera su trabajo una forma de arte descubre a Eddie Adams (Mark Wahlberg), un joven ingenuo que desea triunfar y que tiene las características físicas muy adecuadas para ese tipo de cine. Eddie cambia su nombre por el de “Dirk Diggler” y se sumerge por completo a su nuevo estilo de vida y a las relaciones que la industria le impone, así de pronto se convierte en una gran estrella del porno. En una secuencia de esta película, nos introducimos en la carcasa de una cámara de cine, y nos paseamos con calma por cada uno de sus resortes, mecanismos y fases, terminando en un plano que recoge lo que se va imprimiendo en el celuloide. Se trata, por supuesto, del rodaje de un filme porno con el ambiente inconfundible de los años setenta, pero también de una declaración de amor al cine de cualquier clase (siempre que esté hecho en celuloide), y a los profesionales que trabajan en él. Ha dicho Paul Thomas Anderson que es capaz de distinguir el estilo del cine porno en cuanto a décadas e incluso directores importantes. Pero no sólo es especialista en cine porno, es uno de los directores norteamericanos más importantes vivos, y lo lleva demostrando desde la realización de esta película a los 27 años. La obra de Paul Thomas Anderson es probablemente una de las más completas del cine contemporáneo. Desde el punto de vista técnico, el cineasta con fama de megalómano es capaz de reinventar todos los recursos narrativos, escénicos y musicales del séptimo arte. Desde el artístico, sus historias son básicamente decálogos del dolor humanos, con todas sus caras y aristas. Anderson con esta cinta realiza un recorrido vital hasta los infiernos del alma a lo largo de dos horas, que pasan como un suspiro gracias a una fascinante banda sonora y al amor y al espeto que tiene por sus personajes, que consiguen que los amemos y respetemos tanto como él.



Sin duda esta cinta una exuberante obra maestra, tan apasionada y libérrima como arriesgada y hasta lúgubre, “Boogie Nights” es un largo e irregular, aunque apasionante recorrido por las dos décadas más convulsas de la industria del cine pornográfico estadounidense, tomando como protagonista a una suerte de gemelo del célebre e infortunado John Holmes (cuyo miembro sexual era más conocido que su rostro), dentro de un relato coral presidido por un eufórico espíritu adolescente, por una gran compasión hacia las criaturas que lo pueblan y por una sutil ironía que termina de redondear la propuesta. Tras la muy poco conocida “Hard Eight”, estrenada en 1996, Anderson daba un golpe sobre la mesa en forma de grandísimo cine, con el que avisaba del inmenso talento que daría lugar a sus magistrales obras posteriores como: “Magnolia” (1999), “Embriagado de Amor” (2002) y sobre todo “Petróleo Sangriento” (2008). Estrenada hace catorce años atrás, tiempo en el que ya el director se ha labrado una merecida fama, ahora resulta difícil darse cuenta de los redaños de Paul Thomas Anderson decidiéndose por este personalísimo proyecto, pero igual de sencillo que entonces es percibir su amor por una industria que ya no existe, convertida primero en un fábrica de vídeos cutres, y luego en un portal de internet con innumerables clips de secuencias sueltas. Para Anderson, es indiferente el tema o el contenido. Lo más importante era el cuidado y la profesionalidad de los directores, cámaras, sonidistas y montadores del cine porno, que creían que lo que hacían era importante y de altura estética, y que vivían por y para su trabajo, convencidos de que era lo único que sabían hacer bien. En esa industria se mezclaba lo ingenuo y lo entrañable con la mezquindad y las envidias propias de todo negocio, y Anderson lo narra todo sin juzgar, y divirtiéndose como un niño.



Como en la futura “Magnolia” (que le daría el Oso de Oro en el Festival de Berlín), esta es una historia de muchos personajes, cada cual más patético y dolido por una vida llena de frustraciones, soledades y miserias. El motor de la película, sin embargo, es Eddie Adams o más conocido como “Dirk Diggler”, interpretado por un estupendo Mark Wahlberg, que vivirá una fulgurante carrera en la industria pornográfica, para luego echarlo todo a perder, y recuperarse en el último momento, es un tipo en el que lo infantil y lo vanidoso se mezclan sin poder distinguirlos, y al que, como todos los demás, terminamos cogiendo un incomprensible cariño. Alrededor suyo brillan con fuerza Julianne Moore (la actriz favorita de P.T. Anderson, según sus propias palabras), Burt Reynolds, Don Cheadle, Heather Graham y otros que son parte del grupo de actores habitual de Anderson como Philip Seymour Hoffman, John C. Reilly o William H. Macy. A sus escasos veintisiete años, Anderson demostraba ser un director de actores de primerísima línea, y un director que conoce a fondo toda la técnica del cine. Su escaso interés, malas notas y posterior abandono de la escuela de cine de Los Angeles, parecen haber sido consecuencia no de su incapacidad, sino de su verdadero genio precoz y su carácter autodidacta. Hay secuencias resueltas con una maestría poco común incluso en cineastas con más títulos a sus espaldas, como el fastuoso plano que abre el filme, de tres minutos de duración y que es un homenaje a un plano secuencia de “Buenos Muchachos” (1990). De hecho, se percibe una enorme influencia de Scorsese en este trabajo de Anderson, influencia que en lugar de comprometer su personalidad, la enriquece. Si Scorsese es la perversión del clasicismo, Anderson es la perversión de esa perversión. Su descaro, su alegría de filmar, le llevan a hacer lo que le viene en gana con la cámara, pero sin perder jamás de vista a su galería de perdedores, que mientras se benefician del dinero y el jolgorio de la industria del porno, padecen también el rechazo de la sociedad bienpensante e hipócrita, y son marginados por los mismos que ven sus películas.


La película tiene "dos partes". La primera es colorida, sencilla, musical, repleta de sueños, de éxito, de posesiones físicas, de sexo, de premios, de admiración y de reconocimiento. La segunda es turbia, oscura, sombría y melancólica, es n viaje del éxito a la irremediable caída a la autodestrucción. El paso del tiempo arrolla a los personajes, los encierra en sus miserias, en sus obsesiones, en su soledad, en sus mentiras, en sus odios, en sus secretos, en su tristeza y en su patetismo. Los méritos de esta película son muchos, demasiados, pero sin duda el mayor acierto es conseguir representar a esta industria sin la necesidad de recurrir a lo vulgar o a escenas grotescas. El espectador puede hacerse, gracias a esta cinta, una idea de cómo muchos jóvenes llegan a trabajar en este tipo de cine, respirando un ambiente lujoso y lujurioso, pues sus personajes están llenos de perspectivas respetables, objetivos de futuro y actitudes que hasta rozan con lo inocente. No es pequeño el número de personajes del porno que ha encontrado en ese negocio un refugio de una pobre vida, afectada por los problemas familiares o pasados oscuros. En repetidas ocasiones Anderson nos muestra rodajes de películas, incluyendo visiones desde diferentes puntos de vista: director, actores y observador. Y es aquí donde reside uno de los puntos fuertes del metraje, gracias a lo cual el espectador se introduce en “Boogie Nights” con mucha facilidad. En determinados momentos, la cámara va de estancia en estancia (a veces a modo de travelling) como un mero observador curioso y es aquí donde la película conecta directamente con el espectador. Como decía antes, Anderson homenajea esta época de la industria pornográfica y no sólo eso, sino que da su visión sobre ella. Respeta fervientemente el trabajo de estas producciones (a pesar de lo cutre que pueden resultar) y a través de Jack Horner habla de lo que para él debiera ser una obra de estas características: bella, en la que el espectador continúe su visionado después de masturbarse, donde los actores tengan buenas interpretaciones y una buena historia que contar.



Pero es en la segunda parte del metraje donde Anderson descarga casi todo el peso dramático que lleva dentro, consiguiendo algunas escenas e interpretaciones dignas de ser recordadas en mucho tiempo. Además Anderson ve a sus personajes como una familia muy unida, con sus problemas pero con mucho sentimiento y amor de por medio. Resulta curioso ver que realmente el cine y el cine pornográfico son bastante parecidos, al menos en aquella época. En “Boogie Nights” hay continuas referencias a estas similitudes entre la industria porno y Hollywood, ya no sólo con los protagonistas en sí, sino que hasta aparecen los porno-óscars, los estudios de montaje, incluso el empaquetado de películas para su posterior distribución. Se nota que Anderson ha tenido mucho trabajo de mediateca. Aunque pueda parecer excesiva, posee un ritmo dinámico, junto con los movimientos de cámara mencionados anteriormente y una clara idea sobre la estructura del guión, hacen que la película sea muy llevadera y entretenida. A pesar del excesivo uso de la influencia del cine De Palma o Scorsese, el estilo de P.T. Anderson es bastante original y representa la esperanza de una buena parte de la industria hollywoodiense. La recreación histórica de Bob Ziembicki es sensacional. Su trabajo para llevarnos a finales de los años setenta, y mostrarnos los cambios paulatinos de los ochenta, merece todos los elogios. Le ayuda muchísimo la elección de los temas musicales, el vestuario, la peluquería y el maquillaje. Todo está cuidado hasta el mínimo detalle. A su vez, el gran operador Robert Elswit, se alía en total complicidad con director y diseñador de producción, hasta el punto de que es imposible imaginar que esta película fue filmada en 1997. ¡Realmente parece que está filmada veinte años antes, y durante los cinco o seis años que dura el relato! Sin el menor complejo, Anderson se apodera de cualquier formato que otorgue veracidad en el aspecto visual, ensucia la paleta de colores, reconstruye escenarios de títulos porno de la época, el atrezzo, las texturas...mientras mueve veloz la cámara, corta planos con la precisión de un cirujano, emplea el scope y la steady con desparpajo.



Contemplando toda la filmografía de Anderson podría chocar el tono tal vez optimista de “Boogie Nights”, pero lo cierto es que pocos directores y guionistas diseccionan con tanta habilidad y humanidad las miserias humanas. Otro punto que sorprende es Mark Whalberg, un actor de lo más limitado bajo mi punto de vista, aquí realiza la que sin lugar a dudas es su mejor interpretación, rozando la gloria y lo patético. Y sin menospreciar a todo su magnífico e interminable reparto hay que hacer una mención especial las participaciones de Burt Reynolds y Julianne Moore. El primero resucitó unos segundos con este filme gracias a una poderosa interpretación como el padre, cabeza y corazón de todos los seres perdidos que pululan por “Boogie Nights” y Julianne Moore simplemente es imposible de alabarla, porque no existen adjetivos que describan su trabajo como Amber Weaves, de una sutileza aplastante, de una presencia enigmática, de una belleza extraña, de un dolor plausible, de una perfección ilimitada. Pero además “Boogie Nights” puede verse como una parábola del cine convencional, con la feroz llegada del vídeo doméstico como destructor de un arte artesanal que hasta entonces poseía cierta dignidad, al igual con la instauración del televisor en los años sesenta para el Hollywood de los años sesenta. Cuenta la misma decadencia, mucho más acusada como es lógico en el cine triple X, que ahora no es más que una parodia deleznable. Antes, por lo menos, se podían hacer filmes con una bella fotografía y con cierto gusto. El porno es la excusa para que Anderson declare, con toda la pasión que le es propia, su devoción por el soporte fílmico, que para él es el verdadero cine, en lugar del vídeo o incluso de la imagen digital. En su narración de la trayectoria de Diggler y del universo cerrado que era la industria, Anderson se consolida como una promesa cumplida, un director a la altura de Coppola, Scorsese o De Palma…surgido dos décadas más tarde nada menos. En definitiva “Boogie Nights” es sórdida, cruda, excesiva, bella, triste y violenta, una obra maestra imperdible para los cinéfilos.



“Cine con mayúsculas”

domingo, 13 de noviembre de 2011

Zack y Miri Hacen una Porno

Director: Kevin Smith
Año: 2008 País: EE.UU. Género: Comedia Puntaje: 7.5/10
Interpretes: Seth Rogen, Elizabeth Banks, Jason Mewes, Gerry Bednob, Traci Lords, Katie Morgan, Craig Robinson, Tom Savini, Jeff Anderson, Brandon Routh y Justin Long



Zack (Seth Rogen) y Miri (Elizabeth Banks) son dos amigos que se conocieron en el instituto y a los que les cuesta afrontar la edad adulta, pues a sus veintitantos años, se ven inmersos en deudas, para hacer dinero rápido deciden montar una empresa para grabar porno amateur con sus amigos, mientras rueden las películas, descubrirán que sentían algo más el uno hacia el otro que la platónica amistad que les había unido hasta ahora. Muchos catalogaron a esta cinta como “la resurrección de Kevin Smith”, a mi parecer esto no es así, solo se trata de una buena cinta de Smith, “Zack y Miri Hacen una Porno” es una película sorpresivamente previsible. Denota la vuelta de un director que en sus tiempos sabía jugar con los tópicos de una generación urbana dedicada al fanzine y al merchandising, y que se perdió irremisiblemente en productos sonrojantes como "Padre Soltero" (2004). Pero aun así con “Zack y Miri Hacen una Porno” Smith vuelve a rescatar ese espíritu de un estereotipo social relativamente reciente en nuestras sociedades, pero afincado de manera definitiva: el de aquel para el que la vida consiste en un espectáculo y se convierte en un chiste casero, que además es todo aquello de lo que aún no se ha hecho una película. Kevin Smith es un tipo listo, consciente del agotamiento de su fórmula personal, ha echado mano de la inagotable máquina de oro que es Judd Apatow para dar un necesario soplo de aire fresco a su cine, sin renegar por ello de sus obsesiones y discursos (a su vez muy parecidos a los de Apatow). Así esta cinta de Smith podría colar perfectamente como secuela de "Ligeramente Embarazada" (2007) no sólo por su reparto, si no por una similitud a veces excesiva en su argumento (o por lo menos, moraleja), humor, cameos, tratamiento según temáticas e incluso diálogos.


El principio de la cinta es duro pues recuerda, o al menos intenta remedar, el estilo Apatow. No hay diálogo que no gire en torno a los genitales, aficiones y ocupaciones sexuales, llegando a resultar cansino, como resulta en general cualquier diálogo repetitivo, sólo es aliviado por la extraordinaria química que desprenden Elizabeth Banks y Seth Rogen. Porque sí, queridos lectores: “Zack y Miri Hacen una Porno” es la prueba patente y descarnada de que un hombre no tiene que ser guapo para resultar atractivo. Que Rogen ejerza de galán de comedia y encima salga triunfante del aprieto es algo que debería hacer reflexionar a los metrosexuales de toda la vida. La gracia de su personaje, basada en el humor y la seguridad en sí mismo, le convierten en un activo romántico de primer orden aún e incluso cuando pronuncia frases como "se me han quemado los pelos de los huevos". Elizabeth Banks se ve disminuida en ocasiones por el tono que desarrolla Smith, obligándole a pronunciar unas frases que si bien ya quedan mal en el agreste físico de Rogen, a duras penas cuesta creerse que dos seres humanos puedan mantener ese tipo de conversación continuamente. Gracias a los benditos puntos de giro, pronto se entra en materia y cuando los protagonistas deciden realizar un porno amateur para saldar sus deudas, es en ese momento que Smith manda a tomar viento a la moda, utiliza la foto de Apatow y empieza a hacer lo que mejor se le da: recrear el estilo "geek". Aunque tal vez todo este discurso caiga en saco roto, y sea injusto decir que Smith bebe del productor de "Super Cool" (2007), cuando en verdad sea éste quien quizá le deba absolutamente todo a su actor fetiche, Seth Rogen. Y ya se sabe que si A es igual a B y B igual a C...vamos, que si una cosa queda clara de todo este batiburrillo es que hay un nombre que brilla con luz propia (como siempre) y ese no es otro que el del rollizo actor.



Evidentemente, los actores suponen un gran acierto para el correcto funcionamiento de “Zack y Miri Hacen una Porno”, pero sería injusto olvidarnos de la labor de Kevin Smith, guionista imparable cuando está en forma, como demuestran no sólo sus películas. Caracterizado por coquetear siempre con el mal gusto y evitándolo a última hora (aunque también cayendo en él, en algunas ocasiones), sus mejores películas se caracterizan por diálogos tan picantes como naturales o incluso “freaks”, en los que el cineasta aprovecha para dar rienda suelta a sus inquietudes sobre las relaciones, los jóvenes, las drogas, la cultura underground y el sexo. Recordemos el memorable discurso de Superman y Lois Lane y su imposibilidad de mantener relaciones íntimas. Haciendo gala de una madurez inaudita en él pero propia de su edad, en “Zack y Miri Hacen una Porno” Smith ha logrado un equilibrio muy cercano a la perfección entre la ordinariez y el buen gusto, entre el humor y el corazón, la gamberrada y la madurez. Porque otra de las grandes virtudes de su propuesta radica en que si bien se trate abiertamente de sexo, haya escenas de alto contenido erótico con desnudos integrales tanto femeninos como masculinos (esto último, otra apatowada más) y momentos de caca-pedo, nunca da la sensación de estar viendo un sucedáneo de "Road Trip" (2000) y otra gamberrada más a lo "Jay y Bob el Silencioso Contraatacan" (2001), sino más bien de una comedia romántica pensada y sentida como, qué curioso, "Ligeramente Embarazada". Claro que también está ahí, al acecho, la consabida dosis de comedia romántica al uso de nuestros días, disfrazando sus intenciones más almibaradas bajo la adecuada capa de acidez y burrada de trazo grueso…pero que no por eso deja de estar ahí (una patente, por cierto, que ha conseguido monopolizar Judd Apatow, hasta el punto de que uno le busca en los créditos sorprendido de que no ande por ahí.



No cabe duda que uno de los grandes atractivos de cine porno es su aspecto paródico del cine convencional. De hecho es posible que ese sea su único atractivo (aparte de lo evidente). La parafernalia que toda la troupe, integrada entre otros por la mismísima Traci Lords, monta para rodar "La Guarra de las Galaxias", con todas las líneas disparatadas haciendo juegos de palabras como "Ano Solo" hacen que la película despegue completamente. Es en ese momento cuando el humor deja de estar basado en sonrojar a las abuelitas de la audiencia con registros de tipo gamberros y se comienza a explorar situaciones cómicas de verdad. Comedia que no hace más que crecer hasta la conclusión del filme. Ahora bien, dejando a un lado las situaciones divertidas derivadas del rodaje del vídeo, como dijimos anteriormente el eje central de la trama es una comedia romántica como la copa de un pino. Y quizá esa es la parte más floja del guión ya que cuando la trama pasa su acto central, la historia va teledirigida y muchas veces parece de libro de recetas. Si algo tenia “Mi Pareja Equivocada” (1997) es que pese a ser una historia similar, la estructura no se dejaba encorsetar por la obligación de acabar con todo el mundo feliz y en su sitio, si no que dejaba el final abierto a varias interpretaciones. “Zack y Miri Hacen una Porno” es más bien convencional en ese sentido lo que en mi opinión le resta frescura al conjunto. Pero quizá lo más evidente es la evolución de Smith como director. Aquí se ha preocupado de mimar momentos concretos de la narración, y sorprende con movimientos de cámara muy expresivos que facilitan la comprensión de los sentimientos de los personajes. Que Kevin Smith no es Scorsese dirigiendo, es más que sabido. Que jamás nos deleitará con diálogos tarantinescos o con profundas metáforas a lo “Matrix” es también más que sabido. Que Kevin Smith es un maestro en hacer interesante lo cotidiano y divertido lo anodino es un hecho. No es una película pensada para cinéfilos, ni para sabiondos, ni para gente culta, es humor asurdo, te puede gustar o no.



Si hay un caso en el que un debut fulgurante termina pesando como un encasillamiento, ése debe de ser el de Kevin Smith. Su ópera prima, “Clerks” (1994), se convirtió en todo un símbolo de los noventa, y el santo y seña de una generación curtida a los sones del grunge y de los inicios de la desilusión por la incapacidad de acceder a una seguridad que parecía prolongar la adolescencia. Y claro, esa enorme sombra se ha cernido sobre prácticamente todo lo que ha hecho después. Y lo peor es que las comparaciones, en general, nunca han sido demasiado favorables a sus nuevas propuestas. Aún así, hay que reconocer que, cuando vuelve a lo que mejor sabe hacer, Kevin Smith gana. Y en “Zack y Miri Hacen una Porno” hay suficiente dosis de ese Smith como para que la película transcurra con una saludable mala leche y diálogos que podrían ser los firmados por un Woody Allen formado en la cultura de los cómics, la serie B y los largos atardeceres de centro comercial. El momento cúspide de la película es, sin lugar a dudas, la secuencia en la que Zack y Miri, hacen el amor, por primera vez, delante de las cámaras. Les digo de verdad que pocas veces se ve una situación tan bien llevada. Como es preparada la coyuntura creando las expectativas, cómo está rodada y montada, como incluso es aliviada con toques de humor porque de no ser así posiblemente algún que otro espectador estallara con tanta tensión romántica/sexual no resuelta que se resuelve...vaya, que sólo por esa escena y por ver lo que virtuosismo detrás de una cámara, merece la pena ver esta cinta. Aquí Smith parece estar mucho más cómodo, y pisar un terreno lo suficientemente conocido como para no tropezar… o para que lo más comercial, convencional y previsible no termine hundiendo el conjunto. Desde luego, no estamos ante un título inolvidable, pero sí uno que nos arrancará alguna que otra sonrisa. Además, veremos los perfiles de un mundo que marcó nuestra memoria cinéfila. Y ya saben: la nostalgia también juega su papel en esto de sentarse en una butaca y disfrutar de una película.



Y así, sin ser una gran película, “Zack y Miri Hacen una Porno” sí que termina funcionando como un buen entretenimiento, en gran parte por lo ajustado de las interpretaciones, empezando por un Seth Rogen que cada vez consolida más su estatus cómico, y una Elizabeth Banks que no le va a la zaga. Su química acaba haciendo que la historia (por otro lado de manual, por más que las referencias al sexo oral y anal se entrecrucen una y otra vez en los largos diálogos marca de la casa) se sostenga. Y es lo que explica que el rodaje de su escena de sexo, uno de los pilares de la cinta y que incluye uno de sus mejores gags verbales, acabe por reforzar el filme. No faltan las referencias cinéfilas y mitómanas de Smith (a “Star Wars”, al aluvión de lo que todavía hay gente que sigue denominando “subcultura”), con momentos tan jocosos como convertir a Brandon Routh (el protagonista de la fallida “Superman returns: El regreso”) en… ¡un actor porno gay! Y cómo no, el universo de los que ya son treintañeros y aún no han comenzado lo que se supone que es la vida, atrapados en empleos precarios y un consumismo infantil que nunca les deja levantar cabeza. Acompañando a la pareja protagonista, una pléyade de secundarios (fantástico Justin Long, como siempre) cuyos personajes les recordarán los mejores momentos de Kevin Smith. Y que quede claro, un desnudo frontal de Jason Mewes, también conocido como "Jay". Curioso que toda esta banda trabaje prácticamente en exclusividad con Smith. Una película divertida, que mejora claramente cuando se libra de la última tendencia repelente, cosa que pasa pronto, afortunadamente, es una comedia romántica en el sentido más ortodoxo de la expresión y que para ello se vale de un medio tan heterodoxo como "el cine porno". Una buena experiencia para aquellos que no tengan reticencias ante ciertas temáticas/posturas. Recomendada para gente que cree que el atractivo sexual se lleva por dentro.



"Divertida, romántica pero cruda a la vez”

martes, 25 de octubre de 2011

El Aviador

Director: Martin Scorsese
Año: 2004 País: EE.UU. Género: Biopic/Drama Puntaje: 08/10
Interpretes: Leonardo DiCaprio, Cate Blanchett, Kate Beckinsale, Alec Baldwin, Alan Alda, Willem Dafoe, Jude Law, John C. Reilly, Gwen Stefani, Ian Holm, Brent Spiner, Rufus Wainwright, Amy Sloan y Danny Huston



Howard Hughes (Leonardo DiCaprio), es un hombre que con el poco dinero que heredó de su padre se trasladó a Hollywood, donde amasó una gran fortuna. Fue uno de los productores más destacados del cine americano durante las décadas de los treinta y los cuarenta y llegó a ser dueño de la RKO Radio Pictures. Pero Hughes, además de productor, fue un gran industrial y comerciante que desempeñó un importante papel por sus innovaciones en el mundo de la aviación. Orson Welles dejó bien claro en 1941 que todo tiene un precio y que el poder acaba pasando factura. Charles Foster Kane (William Randolph Hearst, para ser más precisos) finiquitaba sus días recluido en la mansión Xanadú, clamando por los años perdidos, por un tiempo en que jugaba en la nieve totalmente despreocupado y en el que "Rosebud" únicamente era una palabra escrita en un trineo. El Howard Hughes de Martin Scorsese y el guionista John Logan, por su parte, abre los ojos al mundo desde sus propias obsesiones, con el deletreo incesante, compulsivo de un vocablo que marcará el devenir de su historia: "cuarentena". Al igual que en “El Ciudadano Kane” (1941), la palabra se convierte en un referente íntimo que define, a la par que transforma, una personalidad bañada en el materialismo, mucho más compleja de lo que su visión externa puede aparentar. Este empleo del término como motor fundamental tanto en la estructura narrativa como en la descripción psicológica de un personaje mantiene una doble vertiente por parte de Scorsese: por un lado, la reafirmación de la extrema cinefilia del cineasta ya que, amén de la evidencia directa a la obra maestra de Welles, el hecho de que “El Aviador” se desarrolle en la época dorada del clasicismo hollywoodiense es suficiente motivo para que Scorsese construya su particular homenaje al período. Por otro lado, la delimitación íntima de un personaje, cuyas obsesiones personales quedan perfectamente descritas con una palabra, tal y como los más insondables deseos de Kane quedaban expresados con otra.


“El Aviador” repasa, así, la faceta pública, profesional y personal de Hughes, sus triunfos y fracasos, deteniéndose con especial atención en su carrera como director, tras dilapidar tiempo y dinero con la cinta “Hell’s Angels” (1930), lanzó a la fama a Jane Russell en “El Forajido” (1943), enfrentándose a la censura produjo “Scarface” (1932) de Howard Hawks, en sus logros en el terreno de la aeronáutica, como piloto e ingeniero diseño revolucionarios prototipos, batió récords de velocidad, y se hizo cargo de la TWA, siempre estuvo marcado por las rivalidades con la competencia a causa del monopolio de la Pan Am en las aerolíneas comerciales y las oscuras trabas gubernamentales, y en sus relaciones amorosas con las mujeres, subrayando los affaires que mantuvo con Katharine Hepburn, quien le dejó por Spencer Tracy, pero por quien guardaba un gran respeto dada la complicidad que los había unido, y con una Ava Gardner comprensiva pero con reparos. Siempre sin dejar de lado la perspectiva de una enfermedad que mermaba la vida de este controvertido genio loco, apasionado y vulnerable, rodeado de gente y sumido en su trabajo, pero en el fondo solo, imponiéndose constantes retos para no perder el rumbo. En definitiva, es una de esas historias que nos recuerdan al común de los mortales, haciendo las veces de trillado consuelo para la mayoría, que los ricos también lloran y que el dinero no compra la felicidad. “El Aviador”, por tanto, debe entenderse, sobre todo, como el esbozo de una personalidad que, progresivamente, se va cerrando en sí misma. Más que un fresco sobre una etapa histórica, o un retrato quizá demasiado compasivo de las clases más poderosas, el filme de Scorsese queda conscientemente centrado en los paraderos internos de Hughes. Y es aquí donde radica su mayor acierto, así como su mayor hándicap. Mediante el soberbio trabajo de interpretación de Leonardo DiCaprio, la película disecciona de forma tan meticulosa como consecuente los progresivos problemas mentales del magnate, con un acierto digno del mejor Scorsese. Haciendo del montaje una herramienta fundamental en la dosificación de los diversos estados (una edición más serena en las manías higiénicas iníciales y un ritmo acelerado en la explosión de locura que centra el filme), al autor de “Casino” (1995) lo único que parece interesarle es la descripción de un carácter inestable, el descenso a unos infiernos que nada tienen que ver con los de sus anteriores personajes, el declive mental de Hughes es una respuesta altiva contra el mundo que le rodea, un grito de rebeldía contra una comunidad de la que, más por interés que por gusto, tiene que formar parte. Ante ello, resulta imprescindible la secuencia de la comida con la familia de Katharine Hepburn, en la que Hughes tiene perfecta adecuación social, pero no puede evitar la sensación de hallarse extremadamente incómodo. La perfecta metonimia que los Hepburn representan en esta escena, define la idiosincrasia de unos estratos sociales, que despiertan el inconsciente rechazo de Hughes.


Además es una virtuosa reconstrucción de un hombre y su época, la cinta va trazando ese poema de ampulosidad operística de esplendor aventurero a través de la mirada de un personaje caótico y revolucionario, próvido amante con agitada vida sentimental. Pero, ante todo, deteniéndose en sus litigios personales contra un periodo de absolutismo político, social y en el mundo del cine. Tres apartados que sirven a Scorsese para exponer su dominio de la narrativa en secuencias que tienen como protagonistas a un Louis B. Mayer que menosprecia a un ambicioso Hughes, cuando éste pide dos cámaras más para incorporarlas a las 24 que ya tiene para "Hell’s Angels", el enfrentamiento en los despachos de la MPAA contra Joseph Breen, que dirigió el sistema de censura de Hollywood y en su final, el brillante planteamiento del juicio en el que Owen Brewster pretende hundir al magnate en beneficio de Juan Trippe, dueño de la todopoderosa Pan Am. Todo ello evidencia una personalidad inabarcable, movida de forma desbordante por la pasión de la ambición y el talento. Pero en la vida sentimental de Hughes, el cineasta y su guionista han preferido concentrar este aspecto en la relación más importante de su vida; la que estuvo a punto de acabar en boda con Katharine Hepburn, ilustrado en uno de los momentos más románticos del cine de Scorsese, mientras Hughes observa pilotar a Hepburn y consciente de su escrupulosidad, mira la botella de leche de la que acaba de beber la actriz para, sin miedo, sorber con la seguridad de haber encontrado un alma gemela, una inconformista como él que comprende sus paranoicas manías, aunque, como reconoce el personaje de Hepburn poco después, “Howard Hughes es demasiado Howard Hughes”. Scorsese encuentra en esta generosa producción, que oscila entre el aliento épico, el drama intimista, el melodrama romántico, la comedia socarrona y la reconstrucción más glamourosa del Hollywood dorado, una oportunidad inmejorable para dar rienda suelta a todo su talento técnico tras las cámaras, combinando planos abiertos, cerrados, picados, contrapicados, travellings y juegos de encuadre con absoluta intencionalidad. No sólo domina el pulso de la narración, apoyándose en el dinámico y efectivo montaje de su habitual colaboradora Thelma Schoonmaker, las casi tres horas de duración resultan del todo amenas y substanciosas, sino que compone, con magistral pericia, algunas secuencias memorables, ya sea cuando se propone trasladar la demencia de Hughes en imágenes, su hundimiento en reclusión o su percepción paranoica de la realidad, ya sea cuando escenifica las acrobacias de las naves en el aire, incluido ese aparatoso accidente que casi le cuesta la vida.


Asimismo, la labor de otros colegas recurrentes, como Dante Ferretti al frente del diseño de producción, Robert Richardson en el apartado fotográfico, realzando los colores digitalmente para obtener el cromatismo del Technicolor propio de aquella época, y el despliegue del vestuario creado por Sandy Powell, logran una puesta en escena lujosa, elegante, acorde con la exquisitez de los ambientes y los tiempos en que se movía Hughes. En lo que se refiere a la banda sonora, las composiciones originales de Howard Shore comparten espacio musical con canciones propias de la primera mitad del siglo XX. "El Aviador" es el vehículo idóneo para que Martin Scorsese haya podido componer eso que tanto tiempo llevaba buscando: una entusiasta oda de amor al cine clásico, al viejo Hollywood, con una cuidada reconstrucción estética y argumental. Rebelde y kamikaze no sólo en el aire, sino también en el cine, en la vida y en el amor, la figura de Hughes es englobada en esta película en un próspero lapso de tiempo para el millonario, ubicándose tan sólo en sus dos décadas más gloriosas, ya que si bien podría haber recogido numerosos capítulos de su abrumadora biografía, Scorsese ha preferido destinar el metraje a sus logros, parte de su enajenación creciente y al taxativo viaje al tormento de un personaje problemático, de esos que tanto fascinan al director. No estamos, por tanto, ante un biopic, ni mucho menos ante una hagiografía, ni siquiera se ocupa "El Aviador" en desglosar los episodios más importantes de su vida como poderoso magnate, amante o aviador, sino que Scorsese y John Logan sitúan este periodo fraccionándolo a lo largo de un viaje interno, de la lucha de un hombre contra sus infiernos. Un viaje a la cima del mundo que tiene como regreso un amargo tránsito a una habitación solitaria y mugrienta. Como su propia vida, inmersa en un concepto enfermizo, a modo de virus que coartaba su colérica propensión al aislamiento, Hughes se enfrentó a todo aquello que pudiese romper sus ambiciones y deseos, con un apego a la trasgresión de los cánones de su época, de un modo obsesivo, como todo en Hughes. En ese sentido, el filme muestra un personaje atormentado e inadaptado por su forma de ser, aislado debido a una sociedad que no le comprende, por lo que Hughes no está muy lejos de los representados en Travis Blickle, Henry Hill, Jake La Motta o Jesucristo, pues todos ellos unen sus caminos en un sendero de perdición, entre la paranoia y la desalentada lucidez de una confusión gradual.


Posiblemente si Howard Hughes hubiera muerto en uno de sus aparatosos accidentes de avión, habría sido recordado como un mito, como aquellos que viven intensamente y dejan un bonito cadáver. Al no ser así, Scorsese disecciona un recorrido que transcurre del mito a la caricatura, del héroe mediático a un personaje grotesco víctima de sí mismo, recluido en un apartamento, torturado por sus propios delirios de grandeza. Una estructura que no abandona Scorsese con esa insurrección de Hughes en el juicio final, mostrando su mayor brillantez y saliendo airoso de sus acusaciones cuando parecía que su locura y manías habían acabado por devorarle. Y lo hace centrado en una historia de dobles sentidos y perspectivas, bajo las que subyace la enérgica imaginería de uno de los grandes clásicos. Para Leonardo DiCaprio el reto de interpretar a Hughes le podría, a priori, haber quedado muy grande, debido, en gran parte, a la invitación al histrionismo que conlleva dar vida a un personaje en constante declive, pero el resultado es un espléndido trabajo de contención encomiable, tanto en la interpretación de los arrogantes éxitos de Hughes, como en su degeneración psíquica, su sordera y los problemas de identidad. DiCaprio deja emerger el lento intimismo de un hombre enfermo, atrapado por sus fobias, sus malsanas obsesiones y ese miedo que le conduce de forma inevitable a locura y la soledad. Del resto del reparto sobresale la exactitud y el riesgo con la que la gran y luminosa Cate Blanchett aborda un papel tan difícil como es el de dar vida en una interpretación conmovedora, con los amaneramientos y sofisticación de la gran impulsiva e indócil Katharine Hepburn. John C. Reilly, el sobresaliente Alan Alda y un cada vez mejor Alec Baldwin componen minuciosamente los apoyos de DiCaprio. No se puede decir lo mismo de la pobre Kate Beckinsale, que sale un tanto desafortunada en su recreación de Ava Gardner. Mejor suerte corren Gwen Stefani, Jude Law y Kelli Garner al realizar prácticamente un cameo. Scorsese, al que se ha intentado equiparar en minuciosidad y arrojo al mismísimo Howard Hughes, observa a lo largo del filme a su personaje con la perspicacia, la compasión y, hasta cierto punto, la admiración necesaria para concebir una película que, más allá de su grado de "encargo", es una cinta donde cada rasgo, cada plano y la disposición narrativa con la que lo aborda se identifica.



Finalmente, “El Aviador” se perfila como una obra sobresaliente por su envergadura, los recursos y la extensión de su metraje que ayudan a una buena coordinación, casi se diría que inmaculada, además con una prestancia y una realización meritorias. Sin embargo, se echa de menos a aquel Scorsese que, en el pasado, asumía riesgos y reinventaba los géneros, y al que tal vez el fracaso en los Oscar que se llevó con “Pandillas de Nueva York” (2002), le hayan hecho caer, en esta ocasión en una ortodoxia y una complacencia, “El Aviador” es una película académica, en el sentido más encorsetado de la palabra; poco representativa de su ingenio, creo que es demasiado clásica para un personaje que rompía moldes, eso es lo único que se le puede reprochar a este notable filme y con ello vuelvo al principio, con otro retrato de un magnate ambicioso y despiadado como el que Orson Welles forjó en "Ciudadano Kane", es allí donde Welles demolió a conciencia todas las reglas escritas y no escritas sobre cómo debía realizarse una película, y nos ofreció una obra revolucionaria que cambió la concepción del cine, Scorsese ha decidido aprovechar "El Aviador" para dar toda una lección de clasicismo, en una película a ratos perversa pero que habrá provocado no pocas sonrisas de felicidad en sus productores, seguros de poder vender bien este estupendo producto. Curiosa paradoja ésa de retratar a un hombre que se complacía en romper las reglas y rechazar el "no puede hacerse" con una obra tan sumamente académica. No es, por tanto, una película narrativamente innovadora como pueden serlo otras obras de Scorsese, pero no se puede negar que da gusto ver a este grandísimo director poniendo toda su habilidad al servicio de una historia contada con todo el glamour y la grandeza que tanto escasean en el Hollywood actual. Sus concesiones a la comercialidad harán de esta radiografía sesgada un entretenido producto para la mayoría, pero dejará con hambre a aquellos que conocen el potencial creativo de Scorsese, y por tanto, saben que pueden exigirle más compromiso artístico. Empero, la película no queda exenta de algún que otro problema, a priori intrascendente, aunque acaban por evitar que “El Aviador” alcance el nivel que sus múltiples aciertos apuntan. Una de las mayores virtudes de Scorsese consiste en describir a un personaje en todos sus flancos en apenas una secuencia; la omisión de ciertos detalles de la biografía de Hughes, tales como su furibundo anticomunismo o su turbadora relación con Jean Peters también hubieran complementado y otorgado una mayor variedad de matices a la película, pero han quedado lamentablemente obviados por Scorsese y Logan. Aun así, “El Aviador” no vive de personajes secundarios ni de elementos no planteados. La película es un deslumbrante ejercicio de estilo que revela a un Scorsese mucho más contenido que de costumbre, un verdadero regalo de alguien sabedor del significado de la palabra "cine".



"Asombrosa película, hecha como se hacían antes las películas"

miércoles, 31 de agosto de 2011

Jay y Bob el Silencioso Contraatacan

Director: Kevin Smith
Año: 2001 País: EE.UU. Género: Comedia Puntaje: 7.5/10
Interpretes: Jason Mewes, Kevin Smith, Ben Affleck, Shannon Elizabeth, Will Ferrell, Jason Lee, Chris Rock, Jeff Anderson, Matt Damon, Eliza Dushku, Ali Larter, Jennifer Schwalbach, Seann William Scott, Carrie Fisher, Gus Van Sant, Wes Craven y Mark Hamill



Jay (Jason Mewes) y Bob el Silencioso (Kevin Smith) descubren que su viejo amigo Banky Edwards (Jason Lee) los ha traicionado, ha ido a Hollywood a producir una película basada en un cómic sobre sus alter egos “Bluntman y Chronic” y protagonizada por dos populares actores. Atónitos ante la noticia y, desesperados, al comprobar que en Internet les llueven las críticas por haber vendido su historia, deciden salvar su reputación y van a Hollywood para sabotear el proyecto. Con sólo cuatro filmes en su carrera cinematográfica (hasta entonces), Kevin Smith ya había dejado patente que su talento como realizador estaba adscrito a una enorme capacidad para la autocrítica y el análisis del mundo en el que la insurrección, la originalidad, el atrevimiento y la grosería han sido elementos claves para el éxito del que es, sin lugar a dudas, fue uno de los directores más capacitados del cine moderno. Smith, siguiendo una coherente línea argumental y humorística basada en el “gag” de supeditación televisiva nostálgica y tendencia al cómic generacional, propuso con “Jay y Bob el Silencioso Contraatacan” una hermética intencionalidad sardónica y cruel hacia sus propios principios formales en la que, de forma corrosiva, pone su innegable talento para la comedia gamberra al servicio de la diatriba más desalmada que se ha hecho del Hollywood actual hasta la fecha. La Miramax y todos los cameos que aparecen en la cinta exponen una ejemplificación brutal de la autoironía más plausible del cine moderno, dejando ver, mediante una retahíla de monumentales parodias visuales, un sentido del humor pocas veces visto en una pantalla.



Los oscuros recodos del “star-system”, los rencores personales del director (sobre todo con Tim Burton), la era de incomunicación internauta y una ácida sátira de la falsedad que envuelve el universo del celuloide son el objetivo de esta nueva creación del genio de Nueva Jersey. Para ello Smith ha contado, como finalización de una etapa creativa, con los dos personajes más fascinantes de su filmografía: Jay y Bob el Silencioso. Auténticos mitos que, a pesar de su estulticia y descompostura, representan la síntesis del universo de un director que ha convertido a estos dos roles en auténticos héroes ontológicos. El director de “Clerks” (1994) ejerce de propagador y dinamitador de clichés contemporáneos, enfatizando el colorido, los decorados y el ritmo argumental, para manifestar una comedida intención de disturbar la realidad e invertirla hacia objetivos en los que el universo del cómic bizarro se imponen a cualquier lógica artística. El filme adopta la forma de un proyectil de sencillez cómica impecable, de una historieta para espíritus jóvenes y sediciosos, pero a su vez, subvirtiendo la propia comedia de “gags” y al concepto de diversión impuesto en su filme “Dogma” (1999), pero con el reemplazo de la concepción teórica de aquélla por la estricta diversión, condimentada con un sensacional humor. Esta nueva perversión vuelve a brindar un ácido retrato genealógico que exhibe las pequeñas miserias de unos personajes desorientados, que buscan respuestas a preguntas que les exceden, a retos que, en esta ocasión, se desarrollan en la línea del cómic más “underground”. Al igual que en sus anteriores películas, todas las situaciones se encaminan hacia la escatología y la mordacidad, sirviéndose de este particular reclamo para restar peso a temas de enorme solidez y de extrema sensatez.



Ahora bien, se supone que al público es necesario darle también una oportunidad de integración o algún otro motivo de interés, porque en definitiva es quien va a ver la película. En este sentido, reconozco que para los que son ajenos a la trayectoria del director norteamericano, este filme puede ofrecer más bien poco, o poco más que un rato de distracción a cargo de unos guiños, parodias y homenajes mayormente autorreferenciales cuyo sentido no acabarán de entender. En cambio, para los seguidores de Smith (entre cuyas filas me incluyo), “Jay y Bob El Silencioso Contraatacan” es un regalo con el que van a disfrutar muchísimo. Algo así como la edición especial de un cómic o cualquier otra pieza de coleccionista, que nos llega, precisamente, de la mano de uno de los mitómanos del “freak”, las películas de Serie B y el cine basura más convencidos sobre la faz de la tierra. Cabe destacar que el director estadounidense tiene, por suerte, un público fiel que le sigue desde su ya mítica opera prima, y que le perdona cualquier desliz o mediocridad confiando en que la próxima tal vez sea la muestra definitiva de que la flauta no sonó en aquella ocasión por casualidad. Cabe decir que lo que Smith ha perdido en espontaneidad y frescura desde aquel legendario largometraje independiente, a medida que las cifras de sus presupuestos han ido en aumento, parece que tampoco se ha visto compensado por una mayor capacidad creativa. Porque una vez superada su trilogía de New Jersey con bastante buena nota media, y después de la estimable “Dogma”, nos llega un trabajo que, como comentaba, para cualquier desconocedor de la idiosincrasia de Smith tiene escaso atractivo. Pero, ¿y qué? Si al fin y al cabo está hecha para nosotros y somos los únicos que pagaremos con gusto para ver esta cinta.


“Jay y Bob El Silencioso Contraatacan” es una historia distraída, gamberra, disparatada, políticamente incorrecta, que consigue arrancarte un buen puñado de carcajadas nada forzadas. Puro cine de entretenimiento, y a la vez de culto, para pasar un buen rato, y como dije, los fans de Smith la acogemos gratamente, aunque no sea tan brillante como algunos de sus trabajos anteriores. Llena de escenas memorables, rotundas, fantásticas, y de una crítica al mundo de Hollywood, Smith entrega a su público una especie de regalo de despedida, pues con esta cinta supuestamente termina el ciclo del universo de Nueva Jersey que inició con "Clerks". Y como fin de esa etapa triunfa estruendosamente, ya que además de incluir a virtualmente todos los personajes de sus cintas anteriores, Smith consigue lo que su segunda película, "Banda en Fuga" (1996), nunca logró ser, una comedia inteligente pero siguiendo los preceptos "inmaduros" del cine juvenil, logrando la balanceada coexistencia de sátira social con chistes escatológicos de la peor clase. Y por "peor", desde luego quiero decir "mejor". Jay y Bob el Silencioso conectaron con público de todo el mundo con su divertidísima y actual parodia del estilo de vida de la “Generación X”, y la pareja continúo dejando una indeleble y divertida marca en las películas de Kevin Smith. Su peculiar humor despreocupado convirtió a Smith en uno de los directores independientes de la “Generación X” más defendido y apoyado. Jay y Bob el Silencioso también se convirtieron en protagonistas de su propia serie de cómics, así como de figuras, logos de camisetas e incluso han sido tema del concurso de vestuario de la convención del cómic. Se convirtieron en héroes a pesar de todo.


Como siempre, Smith deja un poco que desear con su dirección, pero la inclusión de Jamie Anderson y Billy Clevenger como cinematógrafos ha hecho maravillas para superar el torpe y estático estilo de Smith, muy criticado incluso por él mismo. Las actuaciones varían en calidad, aunque Jason Mewes como el parlanchín y malhablado Jay es una revelación, sus rapidísimos diálogos tienen tal chispa y están tan perfectamente adecuados a su personalidad que se convierte en una presencia hipnótica. Si a eso agregamos su evidente carencia de vergüenza, tenemos uno de los protagonistas más interesantes en la filmografía de Smith. Shannon Elizabeth no tiene mucho que hacer además de verse hermosa, pero junto con Eliza Dushku como su amiga y rival logra buena química en escena. De hecho, quien peor actúa es innegablemente es el mismo Kevin Smith en el papel de Bob el Silencioso. Sus gesticulaciones a cámara recuerdan las de un niño en el vídeo de su cumpleaños. Afortunadamente el pilar que sostiene estas películas no son las actuaciones ni la dirección ni la fotografía...son los diálogos. Smith es un titán en este campo y aunque en esta película carecen de la ferocidad e incisión de, digamos, los diálogos de "Mi Pareja Equivocada" (1997), pero resultan mejores, por mucho, que los de cualquier comedia juvenil hecha en los últimos años. Smith decidió realizar una película al estilo de las antiguas súper comedias, del tipo que contaban con un enorme reparto y un flujo ininterrumpido de momentos divertidos. Él mismo explica, "En este filme, Jay y Bob se convierten en las estrellas de la película, pero hay un reparto tan extenso y divertido, que también puedes disfrutar con los otros personajes. Es lo mejor de los dos mundos."



Kevin Smith ha hecho de “Jay y Bob el Silencioso Contraatacan” una película a su justa medida donde por fin los protagonistas son esta peculiar pareja de marginados de barrio que matan el tiempo a las afueras de una pequeña tienda de autoservicio. Acato es normal que la cinta vista desde fuera aparenta un auténtico desperdicio, pero es una reivindicación del humor estúpido del propio Smith junto a toda la filmografía que le rodea. Adema es un pequeño homenaje a todo lo que rodea al mundillo del cine y lo más importante, una auténtica joya para los que le hayamos agarrado la onda a Smith. Todo es una locura en esta cinta desde el título y el logo imitando al de “El Imperio Contraataca”; Scooby-Doo, montando una fiesta dentro de su famosa furgoneta; Wes Craven dirigiendo una nueva secuela de “Scream” (1996) protagonizada por Shannon Doherty en la que “Ghostface” es un orangután; Carrie Fisher (Princesa Leia en “Star Wars”) como una amable monja que recoge a Jay y Bob cuando hacen autostop, con sus disparatadas consecuencias; la aparición estelar de Mark Hamill (Luke Skywalker en “Star Wars”) demostrando su sentido del humor al encarnar al malvado maestro Jedi, villano de la película de “Bluntman y Chronic”; y una divertidísima escena en la que aparecen Ben Affleck y Matt Damon (interpretándose a si mismos) rodando una hipotética secuela de “En Busca del Destino” (1997) mientras vemos como el mismísimo Gus Van Sant pasa de dirigir su película y se dedica a contar dinero. La conciencia analítica que Smith es utilizada magistralmente en esta su última obra de culto, no sólo sacude sin temor los pilares del cine moderno, sino que lleva su causticidad a extremos de paroxismo referencial sin autocensura. “Jay y Bob el Silencioso Contraatacan” es, por tanto, la cima de las aventuras de unos personajes creados para trascender a lo largo de los años.



"Esplendorosa y corrosiva obra de culto"

domingo, 7 de agosto de 2011

Epidemic

Director: Lars Von Trier
Año: 1987 País: Dinamarca Género: Thriller Puntaje: 07/10
Interpretes: Lars Von Trier, Niels Vørsel, Udo Kier, Allan De Waal y Ole Ernst



“Epidemic” se centra en el proceso de escritura de guiones. En ella Lars Von Trier y Niels Vørsel hacen de un director y guionista de cine respectivamente, por encargo de un productor ellos elaboran una historia sobre la expansión de una letal epidemia, mientras trabaja no se dan cuenta de que una epidemia real se está propagando a su alrededor, este acontecimiento se intercalan con escenas de la película que escriben, en el que Von Trier juega a ser un médico renegado que trata de descubrir un antídoto para acabar el mal. Lars Von Trier es un genio. O quizás no. Espera un segundo que me lo piense. Uhmmm... no, mejor no, Lars von Trier es un farsante, un encantador de serpientes que pretende vender como arte su ego en algo más que 35mm. Interesante, mejor dicho, apasionante encrucijada, la que plantea este hombre cuya personalidad, a simple golpe de vista, puede crear reticencias (u odios) y que con una mirada un poco más aviesa, puede dejar desnudo a un hombre frágil, casi quebradizo (sino ya quebrado). Al menos hay algo seguro: su cine es apasionante, tanto cuando es (aparentemente) rígido como cuando es (falsamente) anárquico. Sin duda, merece un análisis en profundidad, un mínimo viaje, para así poder descifrar el enigma que se haya tras un cineasta tan dado a la altanería y a los dogmatismos, cuya obra, sin embargo, eso sí he de reconocerlo, me fascina de principio a fin, esta vez hablaremos de uno de sus filmes poco comentado como es “Epidemic”, que además conforma junto a “El Elemento del Crimen” (1984) y “Europa” (1991) su “Trilogía Europea”.



La película escrita por Von Trier y Vørsel se divide en cinco días. En el primer día los protagonistas, Lars y Niels pierden la única copia del guión de una película titulada "EL Policía y La Puta" (Una referencia a “El Elemento del Crimen”). Entonces empiezan a escribir un nuevo guión al que titulan "Epidemic", que va sobre el brote de una enfermedad como la peste. El protagonista es un médico, Mesmer, que contra la voluntad de la Facultad de Medicina de una ciudad desconocida, va al campo para ayudar a la gente. Durante los próximos días, los hechos de la escritura se unen a los eventos de la vida real, ya que una enfermedad similar comienza a extenderse. Después de ello Niels va a un hospital donde es sometido a un procedimiento quirúrgico menor, y le dice a Lars que vaya a ver a Palle, un patólogo que está llevando a cabo una autopsia a un hombre que ha muerto recientemente de una enfermedad desconocida. El último día, Lars y Niels tienen una cena con su productor, al que revelan el final de la película, pero al productor no le gusta el resumen de 12 páginas guión, que no tiene violencia, muertes y pocos argumentos secundarios (que son comunes en el cine danés). Después de esa reunión un hipnotizador y una mujer llegan a la casa de Lars, para "ayudar" a escribir el guión, pero la mujer es dominada por la visión de la escritura que se esta convirtiendo real. Este es a gran rasgo la estructura de la película, que sin tener una fenomenal historia, la atmosfera y la potencia visual que la rodea la hace atractiva.



Me confieso como admiradora de Lars Von Trier, sin embargo, tardíamente me acerque a esta película, la cual, sabiendo que era uno de sus primeros trabajos, empecé a ver con mucha atención, pues esperaba encontrar esos típicos tropiezos y malos tragos de los inicios de carrera de quienes se convierten con la experiencia en grandes en su arte. Sin embargo mi proceso y gozo como espectadora ha sido equiparable al arco de desarrollo de la película misma; gigantesca. Algo llamativo, teniendo en cuenta que desde su primer largometraje, “El Elemento del Crimen”, cada proyecto ha significado para Von Trier un nuevo desafío para la su concepción filosófica y estética del cine. Al final el equilibrio es altamente inestable y sin una solución fácil a la vista. Por eso lo mejor es asumir el precepto de que estamos siendo manipulados, y dejarnos llevar por las trampas de Von Trier, que al fin y al cabo, están haciendo el mundo del cine mucho más interesante. Ni siquiera hace falta creerse el manifiesto “Dogma 95”, cuya lectura sensata y reflexionada parece evidenciar que es más que el fruto entre dos amigos con ganas de llamar la atención. Lo que nos quiere decir Von Trier con “Epidemic” es que vivimos en un mundo horrible, donde no hay lugar para la piedad y la compasión, donde el amor ha pasado a ser algo molesto, algo digno de aniquilación. ¿Cómo sino explicar los genocidios, las violaciones infantiles, las torturas y vejaciones, todas esas montañas de dolor? ¿Cómo el creador del siglo XX puede escribir historias sin verse arrollado por la extrema violencia de alrededor? Un continente como Europa, donde se ha cometido una de las más llamativas barbaries de la historia.



Europa era el terreno perfecto para que el cineasta danés recreara toda su fascinación/temor por la capacidad del ser humano de arrasar contra todo principio moral. Europa, para von Trier es un paraje fantasmal, un territorio de demonios escondidos, resentimientos y olor a carne quemada, él buscó su inspiración allí donde los demás únicamente veían motivo para la vergüenza y el escándalo. La innata capacidad del ser humano para destruir y destruirse ha marcado toda la obra del cineasta danés. Con el tiempo Von Trier ha ido estilizando su particular concepción genérica, su visión sobre el mundo ya no está tan contaminada por la acumulación de imágenes y sistemas narrativos. La perversión genérica lo convertía en un cineasta postmoderno en 1984, cuando rodaba “El Elemento del Crimen”, aunque su primer encuentro real con el metacine vendría con “Epidemic”, que muchos se preguntan si es ¿Un drama? ¿Un fake? ¿Un filme de terror? ¿Ciencia-ficción quizás? ¿Comedia negra? Preguntas retóricas que servirían, pero en si fue un elemento que abrió las puertas de su cine hacia un territorio por encima de la narrativa convencional. Y no es porque sea una obra de una plástica matemática o de una contextualización asfixiante en formato de pesadilla; tampoco por el hecho de regurgitar a Tarkovski mezclando imagen de archivo documental y ficción. Von Trier así mismo se puso obstrucciones, quiso recrear una Europa en decadencia, una verdadera cloaca en ocre y barro, que mucho debe de su atmósfera a sus colaboradores por entonces. El contexto es el protagonista, Europa no es un territorio, es un tumor maligno, donde el pasado y el presente se funden en un vagón de tren, bajo una capa de agua infectada o arrasada por una epidemia.



Lars Von Trier opta en “Epidemic” por una estética posmoderna y rupturista, acomodadamente manierista, en la que también influye un intento de presentarse como el último de los “niños terribles” de la vieja Europa; algo que, desgraciadamente, sigue intentando en cada uno de sus filmes. Cabe resaltar la excelente fotografía a blanco y negro que tiene la cinta, que la hace más claustrofóbica y terrorífica, además de la presencia intrigante del nombre la cinta en forma de logo, que esta a lo largo del metraje. Cualquiera esperaría que tan brillante obra de metatextualidad fuese un producto maduro, o de ser joven, fuera desafortunado, pero en este caso tenemos una obra impecable, llena de todo el humor negro que es connatural a este creador. Desde el uso de diferentes calidades de imagen que se terminan confundiendo, hasta el proceso creativo que termina sobrepasando las barreras de su género, como sobrepasa la criatura a su creador, al mejor estilo de Milton o Shelley, la película muestra con muy buen gusto cómo transgredir las normas genéricas sin atentar absurdamente contra el espectador. Y ya que nos mencionamos, es de aplauso cómo se anticipa permanentemente a las expectativas del lector, pues zigzaguea de tal manera en la línea de la tradición metatextual que cuando llegas al final, lo que sabes obvio, te logra sorprender. De verdad los invito a ver esta película, con la que descubrirán el germen, brillante desde la siembra, de este gran cineasta.



“Una pesadillesca obra menor de Lars Von Trier”

domingo, 5 de diciembre de 2010

El Rey de la Comedia

Director: Martin Scorsese
Año: 1982 País: EE.UU. Género: Comedia Negra Puntaje: 8.5/10
Interpretes: Jerry Lewis, Robert De Niro, Sandra Bernhard, Diahnne Abbott, Lou Brown, Ed Herlihy y Shelley Hack

Amarga comedia que narra la historia de Rupert Pupkin (Robert De Niro), un fracasado cómico obsesionado con convertirse en el mejor en su campo. Un día Pupkin conoce a su ídolo, el talentoso y respetado comediante Jerry Langford (Jerry Lewis), y le suplica la oportunidad de aparecer en su show, pero éste se la niega. Sin embargo no cesará en su empeño, acechando a Jerry hasta que consiga lo que quiere. Finalmente y con la ayuda de su amiga Masha (Sandra Bernhard) secuestrarán a Langford para poder conseguir su propósito. A pesar de que “Toro Salvaje” (1980) no se llevó el Oscar a la mejor película en 1981, Robert De Niro se alzó con su primer, y hasta ahora único, Oscar al mejor actor principal, y el gran trabajo de montaje de Thelma Schoonmaker se vio recompensado con el segundo Oscar para la película. Era un momento de gran prestigio y renombre internacional para Scorsese, pues se tenía la sensación de que había regresado con otra obra maestra en la que lo había dado todo, como así fue, pero que el público no comprendió mucho. Entraba de manera inmejorable en la nueva década, una década que iba a resultar problemática y ardua para sus compañeros de generación y para él mismo. Mucho se ha dicho del declive del cine en las últimas décadas. Personalmente, creo que los años setenta fueron una década magnífica, en contraste con los pobres años ochenta, que ahora algunos intentan reivindicar. Lo cierto es que los fracasos de Coppola o Cimino dejaron muy poco margen de maniobra para el cine de autor, y los estudios se reconvirtieron en cajas registradoras, muchas veces en manos de corporaciones extranjeras.

Los proyectos se infantilizaron y el cine artesanal se volvió más mecánico y pobre de ideas que nunca. Con esta coyuntura tuvieron que lidiar, con mayor o menor acierto, los “Wonder Boys de los 70s” (Generación conformada por cineastas de la talla de Coppola, Spielberg, Scorsese, De Palma, Cimino...). El ambiente distaba mucho de la época de la prodigiosa “Calles Peligrosas” (1973) o de la violenta pero majestuosa “Taxi Driver” (1976), en el sentido en que cualquier película que no llegase a alcanzar los cien millones de dólares en taquilla empezaba a ser considerada por las grandes productoras como un fracaso sin paliativos. Por todo ello, y aún contando nuevamente con una estrella internacional como Robert De Niro en el papel principal, llevar a cabo un proyecto tan decididamente anticomercial y temáticamente complejo como “El Rey de la Comedia’ tiene un enorme mérito, más aún cuando Scorsese no había conocido ningún grandioso éxito popular. Aun hoy día se trata de uno de sus trabajos menos conocidos y menos considerados por la cinefilia y la crítica, lo que siempre me ha parecido una terrible injusticia, porque creo sinceramente que “El Rey de la Comedia” es un logro magnífico, que probablemente se encuentre entre sus filmes más arriesgados e interesantes. Una negrísima comedia, cáustica, impredecible y sin contemplaciones. Un notable filme de obligado visionado para todos los amantes del cine más radical, y por descontado para los millones de scorsesianos que existimos en el mundo.

Lo cierto es que el guión de Paul D. Zimmerman había caído en manos de Scorsese bastantes años antes, y lo rechazó. Después, el ínclito Michael Cimino tuvo intención de dirigirlo, pero finalmente se desentendió también del proyecto. Completado “Toro Salvaje”, De Niro volvió a insistirle con el guión, y aunque Scorsese se estaba pensando dedicarse durante un tiempo a una serie de documentales sobre la vida de los santos, trasladándose para ello a Italia, se lo pensó mejor y aceptó el guión. De hecho, acababa de salir de una grave neumonía que le había postrado varias semanas en cama, pero apenas tuvo tiempo para restablecerse comenzó a trabajar, porque el rodaje comenzó cuatro semanas antes de lo previsto, ya que se anunciaba una huelga de realizadores en Hollywood y temían que eso lo paralizara todo. Después de varias opciones, llegaron a la conclusión de que el actor y showman ideal para interpretar a Jerry Langford era Jerry Lewis, quien había vuelto a la actuación después de doce años, además contaba con cincuenta y cinco años, además tenia que encarnar lo opuesto a lo que él mismo representaba. Esta cinta es un reverso oscuro y satírico. Y es posible, porque pocas veces nos han contado una historia de imbéciles, y de bochornosas frustraciones, tan moralmente resbaladizas y visualmente ingeniosas como esta. Un prodigioso Robert De Niro, en una de sus más brillantes y olvidadas interpretaciones, da vida a Rupert Pupkin, en su carácter obsesivo y en sus egoístas impulsos radica gran parte del ideario que ha convertido a los personajes scorsesianos en algo tan identificable. Pupkin es un ser patético cuya miserable vida le lleva a imaginar un mundo que no es real, y en virtud del cual hará lo impensable para que sus sueños se conviertan en realidad.

En la búsqueda de la confirmación de una verdad alternativa por parte de Pupkin, Scorsese indaga además en algunos de los fantasmas de la América actual y en muchos de los defectos de la cultura de masas, sobre todo la televisiva. Y lo hace con singular lucidez. En la actualidad tenemos ejemplos de sobra: personajes grotescos que se hacen famosos de la noche a la mañana y cuya mayor virtud consiste en ser despreciables, vulgares, sin el menor talento artístico y ávidos de esa tenebrosa felicidad que debe otorgar la idolatría basada en la ignorancia, en el aburrimiento, en la estulticia. En el momento de su estreno, no fueron pocas las voces críticas, sobre todo en Norteamérica, que expresaron su desagrado o su incomprensión del espejo que proponía “El Rey de la Comedia”. Ahora dudo mucho que esos críticos no sean capaces de constatar la feroz y despiadada metáfora de un mundo en el que triunfan los idiotas, en el que las tragedias íntimas son tomadas a broma, en el que hacer público las miserias cotidianas es motivo de celebración. Scorsese no muestra compasión, ni por unos showman capaces de vender su alma al diablo, ni por un público ávido de sensaciones fuertes, ni por una sociedad que primero te alaba para luego masacrarte. “El Rey de la Comedia” es una cinta cómica y a la vez muy inquietante. Ver a De Niro improvisando una entrevista imaginaria con Liza Minelli divierte pero estremece. También la escena en que delira imaginando su boda en directo por TV mientras el cura le pide perdón en nombre de todo el mundo por no haber reconocido su talento. Sí, definitivamente éste está incluso más perturbado que el Travis Bickle de “Taxi Driver”.

Suele considerarse la puesta en escena de este trabajo como una de las más ortodoxas y convencionales de su director, en aras de una mayor penetración psicológica de los diversos idiotas rematados que construyen la historia. Pero no puedo estar de acuerdo con esta idea. Aunque en apariencia la planificación, el marcaje de los actores y el uso de la cámara pueden ser calificados de clásicos, se esconde en cada plano, en cada gesto de los personajes, en cada línea de diálogo, muchas y muy potentes cargas de profundidad que erosionan el tejido supuestamente clásico de la narración. No lo vemos, pero sentimos que esta historia no podía haberse contado antes así. Hasta un convencional plano contraplano está dotado de algún detalle extraño, tenso o decididamente gamberro. Es impresionante la cantidad de ideas ingeniosas que podemos rastrear con un poco de atención. Es cierto que la cámara es más invisible que en otros títulos de su autor, pero secuencias como las de las fantasías de un irónico Pupkin están resueltas con una ambigüedad en el montaje y en la mera representación visual, que no dejan lugar a dudas de la sutileza y la brillantez de la propuesta. Merece la pena ver como Rupert Pumpkin, con sus desmesurados métodos consigue alcanzar la fama en el mundo de la comedia. Pero, ¿el fin justifica los medios? Hace 25 años el tipo que mató a John Lennon pensó que sí merecía la pena matar a su ídolo para conseguir la notoriedad que buscaba. Rupert Pumpkin consiguió la fama como cómico, el asesino de Lennon tuvo hasta película “Chapter 27” (2007). Está claro, si crees que el fin justifica los medios eres un desequilibrado más, o en la mayoría de los casos simplemente un hipócrita.

El guión transgresor logra que juzguemos equivocadamente al personaje, que finalmente nos pongamos de lado de los mecanismos de defensa de una productora a la que le llueven propuestas de aspirantes a cómicos y le veamos como un loco que está a punto de hacer el ridículo, acabar en la cárcel o algo peor. En las secuencias finales se desvela el talento de Rupert Pupkin, con lo cual nuestro asombro es mayúsculo. De este modo se logra que formemos parte del sistema que es criticado y tomemos conciencia de como nosotros, los espectadores, también ponemos barreras. El fin justifica los medios, aunque el medio sea cometer delitos (secuestro, chantaje, amenazas, coacciones). Todo vale para alcanzar el minuto de gloria. Mensaje muy de actualidad ya que todos los días vemos a la gente hacer barbaridades para ir de programa en programa y tener su minuto de gloria. La fama es efímera, muy pasajera. La gente se mueve por modas que pueden durar días, semanas o meses. Lewis es el "no va más" de la comedia hasta que la gente empieza a adorar a un lunático, que por supuesto, se convierte en el Rey de la comedia cuando sale de la cárcel. Otra crítica es a la sociedad americana en su conjunto, que en vez de horrorizarse con un loco que comete varios delitos para salir por la tele, lo veneran y aclaman como si fuera un héroe. Una verdadera rareza en la filmografía scorsesiana, que quizá merecería una correcta y apropiada revisión por parte de los cinéfilos. Estoy seguro de que la merece. No suele recordarse a este papel como uno de los mejores de De Niro, pero sin duda lo es. Junto a Jerry Lewis, que está sensacional y muy sobrio, crea un dúo que seduce y atrapa al espectador, a poco que este comprenda que no se encuentra en los terrenos de una comedia al uso. Negrísima y muy psicológica.

“Comedia negrísima con el sello de Scorsese”