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domingo, 3 de julio de 2011

El Elemento del Crimen

Director: Lars Von Trier
Año: 1984 País: Dinamarca Género: Thriller Puntaje: 07/10
Interpretes: Michael Elphick, Esmond Knight, MeMe Lai, Jerold Wells, Ahmed El Shenawi, Astrid Henning-Jensen y Janos Hersko



El detective Harry Fisher (Michael Elphick), quien ha estado viviendo exiliado en El Cairo, decide tomar una sesión de hipnosis para aclarar los extraños sucesos derivados de su último caso. Así comenzará a rememorar una Europa pesadillesca, llena de oscuridad y decadencia, en la que sigue el rastro de un asesino serial conocido como "el asesino de la lotería", quien suele estrangular y mutilar a chicas vendedoras de billetes de lotería. Su método de búsqueda estará basado en un libro titulado “El Elemento del Crimen”, escrito por Osborne (Esmond Knight), su antiguo mentor y quien desgraciadamente parece haber enloquecido. Hubo un tiempo en que el director danés no sabía lo que era el dogma, ni conocía la experiencia de torturar psicológicamente a las actrices durante los rodajes, ni rodaba tres minutos al año de una película que se estrenará probablemente cuando usted haya muerto, un tiempo en el que, definitivamente, tenía el ego bastante menos subido que en la actualidad. Ese tiempo pasó, pero quedaron sus primeras obras como testimonio. No quiero decir con esto que menosprecie sus últimas películas, que por lo general me gustan y a menudo demasiado. Esta sería la segunda, si tenemos en cuenta su mediometraje “Imagen de Alivio” (1982), de poco menos de una hora de duración, le sirvió como el trabajo final para sus estudios en la Escuela Danesa de Cine. Ese primer proyecto, realizado con una exquisita factura técnica, resultando una obra tan ininteligible como visualmente fascinante ya mostraba el talento del danés y en parte marcaba el camino a seguir en su primer largo.



Lars Von Trier, quiere representar en lo que se estaba convirtiendo Europa para él, un lugar en el que no se puede vivir, y que Fisher no reconoce cuando vuelve y se da cuenta de que este no era el lugar que el había dejado. El hipnotismo en el que se desarrolla la película será sin duda un tema al que el director volverá, además se demuestra la influencia de la cultura alemana. Sin duda, “El Elemento del Crimen” es una película inspirada, inspirada en otras películas que el mismo Von Trier reconoció en su día: “El Tercer Hombre” (1949), “La Jungla de Asfalto” (1950) o “Sed de Mal” (1958), son claras influencias, pero no quiso con esto dar referencias a ellas en la película, sino que se sirvió de ellas para realizar la suya. Lars tenía una idea de cómo iba a ser su película y no pensaba cambiarla por nada, no quería que su arte fuera corrompido por nada ni nadie y por eso no cambió nada a la hora de pedir subvenciones a la Danske Filmskole, la cual se le concedió y con la que pagó gran parte de lo que le había costado la película, cuatro millones y medio, lo que para una película de este tipo no era mucho dinero, pero la perfecta organización y planificación que se hizo, y la contratación de actores de televisión británicos, por el motivo del idioma (inglés) y la incomodidad que le ofrecían los actores daneses a Von Trier ya que no entendían bien los papeles y en este caso había que ir al grano. El rodaje duró siete semanas, en las que se aprovecharon escenarios como, fabricas abandonadas, cuevas, alcantarillas, edificios en construcción y antiguas fortalezas.



En esta película podemos ver ya cual era la principal preocupación de Von Trier, la forma. Toda una obsesión que le ha perseguido y todavía acarrea en la actualidad. Como si de una actividad científica se tratara, el danés no deja de experimentar con las técnicas narrativas que le concede el medio cinematográfico. Y es en este sentido, donde el director critica y rechaza el modo de contar historias que ya desde sus orígenes Hollywood desarrolló como fórmula efectiva de éxito y bajo el cual el resto de las industrias cinematográficas nacionales quedaron sometidas. Pero volviendo al filme, me veo con la necesidad de dedicarle un jugoso comentario a las técnicas de encuadre, superposición de planos, aplicación de efectos de sala, insertos, elección de la paleta de colores y algún que otro elemento más. Al contrario que ocurriría en sus películas “Dogma 95”, como “Los Idiotas” (1998), la puesta en escena está minuciosamente cuidada. La elección y composición de planos llega a rozar la belleza de las pinturas más complejas de los más grandes pintores de la historia, en particular de aquellos de índole expresionista. El juego de luces y sombras crea una verdadera agonía y asfixia que junto a la elección del color sepia para la mayor parte de la película consigue transmitir la sensación de detrimento y decadencia que quería mostrar el director danés acerca de la situación que entonces se vivía en Europa, reflejada, eso sí, desde un punto de vista dramático.



Algunos de los planos más llamativos y originales son aquellos en los que aprovecha el reflejo del agua en el suelo para mostrarnos una conversación, en este caso, entre el protagonista y su ex-profesor de la escuela de policía. El director recurre también a numerosos planos cenitales, que hacen cargar sobre los hombros de los personajes un mayor peso dramático en el desarrollo de la historia. Pero si hay que destacar un único recurso técnico sobre los demás, ese tiene su gran exponente en la escena en la que el ex-policía y profesor de Fincher le cuenta la muerte del asesino de la lotería. En ella se llegan a superponer cuatro imágenes dinámicas diferentes: el limpiaparabrisas, el coche incendiado, el narrador apoyado en la escalera y el travelling de retroceso en la habitación donde lo cuenta. Una auténtica recreación de una historia a través de un solo plano, sin necesidad de movimientos de cámaras, de cambios temporales, ni espaciales, pues sobre todas esas imágenes se impone la del anciano contando la historia. Toda una obra de arte fruto del ingenio de este extravagante cineasta. Otro elemento a destacar es la inserción de efectos de sala, de sonidos que dramatizan más si cabe las escenas que se desarrollan en el filme, como cuando unas jóvenes vendedoras golpean el cristal queriendo salir y escapar. No podemos tampoco olvidarnos de los cortes entre planos, basados en elecciones sesudas y originales. Me refiero a la cantidad de elementos que se aprovechan para pasar de un plano a otro: el coche de juguete pasa a ser el coche del policía, el fuego de la foto pasa a ser el de la cacerola, etc.



Pero no todo en esta película es extraordinario y brillante. El guión parece perderse en algunos diálogos incoherentes, que no parecen aportar nada al argumento, al igual que la omnipresencia de las ambigüedades formales, temporales y causales. Tampoco aportan solidez a la coherencia de la película las numerosas metáforas y simbolismos, que más que acercarnos a la comprensión sencilla de la trama, nos llevan a lo poético y ambiguo. Quizá y es muy probable, que ésta fuera la pretensión del director, no mostrar todo evidente y artificial como Hollywood. Pero se ha inclinado al otro extremo que representa el arte conductista. En cuanto a la estructura narrativa, Von Trier se apoya en la excusa de que el protagonista le cuenta su problema a un psicoanalista (reflejo del espectador) y bajo esa justificación introduce un relato enmarcado en una atmósfera de incoherencia (en algunos casos) amparándose en que se trata de una historia recordada, por lo tanto susceptible de tener momentos incomprensibles. Lo social no queda fuera de la película aunque algunos piensen lo contrario. La pobreza material y moral en la que viven todos los personajes queda manifiesta en repetidas ocasiones. Además, en la obra se nos muestra un tipo de prostitución a la orden del día, la explotación de la inmigración como objeto sexual para todos aquellos que se encuentran en una situación económica más favorable. Fisher llegará hasta Kim, una prostituta oriental que se ha hecho relativamente rica, en su proceso de identificación con el asesino. Este encuentro mostrará en qué situación se encuentran algunas prostitutas.



Se trata de una película desconcertante, brillante y siniestra. Yo diría que las tres primeras películas de Lars Von Trier fueron una especie de entrenamiento para lo que sería luego su estilo particular de hacer cine, además fue su gran comienzo en el mundo cinematográfico, es una película que impacta por sus escenarios, sus diálogos y su imagen. Sus escenarios aparecen como una Europa podrida por el hombre, diálogos basados en la destrucción del alma del hombre y la imagen de la cinta es espectacular. Pero lo más impactante es el final, unos finales en los que te dejará un tiempo pensando el por qué. La película fue presentada en Cannes donde recibió un premio por su contribución técnica, un premio que cualquier director con su primera película hubiese celebrado, pero que un director como Lars Von Trier no acogió con agrado, el pretendía la Palma de Oro y sin esconder su contrariedad, declaró que la película había sufrido una conspiración, ganándose odios que duran hasta el tiempo actual, pero esta conspiración, no a ciencia cierta, parecen que fueron reales y que el danés nunca perdonará. Tras ganar varios premios nacionales en Dinamarca y no ser muy bien acogida en Francia, Von Trier necesitaba otro proyecto, algo que no tenía muy claro, aunque lo único que sabía era que “El Elemento del Crimen” era la primera de una trilogía sobre Europa. Por todo ello, hay que quitarse el sombrero y reconocer el gran valor formal de la obra y su aportación a la manera de concebir el cine, a pesar de la incongruencia de los elementos temporales, espaciales y causales del filme.



“El colosal debut de uno de los directores más polémicos del cine actual”

domingo, 12 de junio de 2011

El Club de la Pelea

Director: David Fincher
Año: 1999 País: EE.UU. Género: Thriller/Drama Puntaje: 10/10
Interpretes: Brad Pitt, Edward Norton, Helena Bonham Carter, Meat Loaf, Jared Leto, Van Quattro, Markus Redmond, Michael Girardin, Rachel Singer y Eion Bailey



Edward Norton interpreta a hombre al que llamaremos “Jack” en esta crítica, ya que en la cinta no se menciona el nombre, es un personaje insomne, hastiado de su gris y rutinaria vida. En un viaje en avión conoce a Tyler Durden (Brad Pitt), un carismático vendedor de jabón que sostiene una filosofía muy particular: el perfeccionismo es cosa de gentes débiles; en cambio, la autodestrucción es lo único que hace que realmente la vida merezca la pena. Jack y Tyler deciden formar un club secreto de lucha que tendrá un éxito arrollador. De cuando en cuando surge, de manera imparable y bastante absurda, el tema de la violencia y la ideología en el cine. Existen ciertas películas que sirven de diana irresistible a todos aquellos que enarbolan, sin que nadie se lo haya otorgado. Creo firmemente que el cine (como todas las demás artes, claro está), no puede ser moral ni inmoral. Simplemente está mal hecho o bien hecho (y todo lo que esto comporta, que es muy amplio). Eso es todo. No por ello un director puede hacer todas las barrabasadas que se le ocurran. Pienso en el caso de narrar la vida de personas que han existido, o temas más complejos como un análisis cultural. Pero en “El Club de la Pelea” no hay personajes basados en personas reales, ni situaciones basadas en hechos reales. Por lo que es posible sospechar que el hecho de que tantos (no todos) se la tomaran como un feroz ataque de mal gusto, es porque se sentían identificados con lo que veían en pantalla. Y no les gustaba.



“El Club de la Pelea” es un proyecto completamente inusual proveniente de los rutinarios estudios de Hollywood. Está basada en la novela de 1996 de Chuck Palahniuk, la que en su momento generó cierto interés en los estudios. Los productores pensaron en Peter Jackson, Brian Synger e incluso Danny Boyle para adaptarla, pero por desinterés o por complicadas agendas de trabajo ninguno de ellos pudo acercarse al proyecto. La cuarta opción fue David Fincher, quien ya era un nombre destacado después del suceso de “Los Siete Pecados Capitales” (1995). Pero aún con Fincher y con el elenco de estrellas: Norton, Pitt y Bonham Carter, “El Club de la Pelea” sería un proyecto resistido por las grandes productoras. A regañadientes la FOX aceptó, aún cuando el estudio y Fincher tenían las heridas abiertas sobre la caótica producción de “Alien 3” (1992). Tras varias reuniones de reconciliación las cosas se enfriaron... por lo menos hasta que empezaron a llegar los primeros cortes del rodaje. Una interminable sucesión de disputas de uno y otro bando se sucedieron, fundamentalmente por el salvajismo, en lo físico y en lo intelectual que estaba mostrando el filme. Por suerte David Fincher logró salirse con la suya y “El Club de la Pelea” se estrenaría en cines con cambios mínimos. No obtuvo una gran respuesta del público y en general la crítica no supo muy bien cómo catalogarla. Pero desde entonces se ha convertido en un sólido suceso de culto. Lo que más llama la atención sobre “El Club de la Pelea” es el hecho de que un estudio hollywoodense haya aceptado respaldar un proyecto claramente anarquista e inestabilizador.



Desde el inicio es impactante, con unos títulos de crédito que avisan de que a esta película hemos venido a ponernos las pilas. Unos psicotrónicos créditos (claramente CGI) que viajan por el cerebro del protagonista de las próximas dos horas y diecinueve minutos. Un cerebro trastornado para un protagonista sin nombre, que en realidad también es el cerebro de su desdoblada personalidad, el inconmensurable nihilista Tyler Durden. Ambos, después de conocerse (porque siempre llega el momento de conocerte a ti mismo) serán la razón del club de la pelea, que deviene fuga y desahogo del ahogo de la rutina y de un mundo desquiciado, y proyección de los fantasmas del ego, al mismo tiempo. En el fondo la historia no deja de ser la épica del nacimiento de un grupo terrorista, bañada con citas nihilistas. Es una trama sorprendente por el hecho de que uno no tiene ni idea de cómo va a seguir evolucionando la historia; y está integrada por una serie de personajes totalmente carismáticos que no dejan de ser profetas de la destrucción, existe una fascinación del mal entre el público y los villanos, especialmente cuando éstos últimos generan una teoría completamente coherente (en sus propios términos) de por qué hacen lo que hacen. Si bien “El Club de la Pelea” no tiene villanos formales, uno podría despojar de sus personalidades a los caracteres, dejando sólo sus acciones y se daría cuenta que son actos de villanía. Cuando uno elabora una explicación comprensible sobre qué los impulsa actuar así, no se ven tan oscuros. Hoy, este largometraje (o puñetazo en el estómago, o locura desvergonzada, o lo que diablos sea), podría ser uno de los más famosos, para bien o para mal, de los años 90. De hecho, cierra su década de manera harto representativa.



Asumiendo todas las libertades (expresivas, formales y textuales) alcanzadas o conquistadas en ese decenio barroco del cine norteamericano, que representa, en mucha mayor medida que los 80, un puente hacia el futuro del cine de ese país, por muchos altibajos que sufriera. Fincher, convencido de ser capaz de firmar cine de autor radical, asume sin ningún complejo las demenciales líneas de una de las novelas más sorprendentes de su tiempo, y va todo lo lejos que puede. Lo interesante de esta desquiciada película es que en ningún momento deja de lado la crítica social. Es decir, mientras el estilo visual de Fincher (que aquí alcanza su cima, ayudado esta vez por el operador Jeff Cronenweth, quien estiliza aún más el gusto de Fincher por el claroscuro urbano y el empleo de planos digitales…impagable lo del pingüino…) encuentra por fin un tema que no lo haga retórico, el ataque directo, sin subterfugios, a las normas sociales, es de una nitidez apasionante. No sólo respecto al capitalismo, que recibe un buen repaso en cuanto a sus normas de consumo, y en cuanto a nosotros, peleles, que jugamos a ese juego que nos hace esclavos, sino también en cuanto a las relaciones sexuales, la vida laboral, las enfermedades, los grupos de terapia, el autoconocimiento. “El Club de la Pelea” no deja títere con cabeza. Tyler Durden representa, por supuesto, los deseos reprimidos, el interior desacomplejado, del narrador. Harto de su vida nómada, sin motivo, sin meta, de su mente surge un alter-ego libérrimo y ególatra, desenfrenado, valiente, atractivo, rompedor. Tyler empuja a su dueño más allá de sus límites, de modo que cuando el narrador regresa a una cierta normalidad, es consciente de todo lo que ha hecho él mismo (no Tyler) y ni siquiera puede creerlo. El narrador no es más que un tipo normal, que sufre las consecuencias de sus necesidades más oscuras: dar rienda suelta a su otro yo. Es entonces cuando se enfrentará a sí mismo para enmendar su error. Aún nos quedará, menos mal, el disfrute de un apocalipsis financiero.


El otro tema pasa por estos individuos que han despertado con la lucha, que en vez de mantenerse en sus vidas, han decidido ir más allá y salir a combatir a los causantes de sus desgracias. Allí la película toma un rumbo claramente anarquista, lo cual la convierte en una experiencia única. Imaginar hoy en día a un filme donde el héroe es un terrorista que bombardea centros comerciales y corporaciones de tarjetas de créditos resultaría imposible “El Club de la Pelea” no podría haber sido producida en el mundo posterior al 11 de Setiembre. Es un filme completamente autodestructivo, que ataca a las marcas y corporaciones que usualmente respalda a la industria del cine. Quizás el punto aquí pase por esa misión de revancha hacia aquellos a los que se les imputa haber matado los ideales americanos. No existen ideologías; existe el mercado; pero el mercado ha tergiversado las cosas que en vez de transformarse en accesorios, se han convertido en objetivos de nuestra propia vida; y toda su esencia ha sido alterada. La escena clave es el ataque de Jack y Tyler a los autos estacionados; y con el que particularmente se ensañan es con un “Volkswagen New Beetle” un auto que había nacido con propósitos prácticos para la clase media (y que incluso fue uno de los símbolos del “flower power” de los hippies en los 60), y que se ha sofisticado para transformarse en un producto para los pudientes. Pero al momento de atacar marcas y productos, el filme corre el riesgo de lanzarse de manera suicida para cumplir sus propósitos. En vistas de su plataforma pro-terrorista, “El Club de la Pelea” podría haberse transformado en un producto execrable si no fuera por la inteligencia de la construcción de sus teorías y por el sentido de humor negro que empapa el guión. Fincher y los libretistas transitan por una cuerda delgadísima tendida sobre un enorme precipicio, a la cual logran sortear con éxito.



Resulta inevitable la comparación con otra película que analiza las causas y consecuencias de la violencia, y que también gozó de polémica, hablamos de “La Naranja Mecánica” (1971). Pero si bien Kubrick acogía la novela de Anthony Burguess con su habitual displicencia por el texto original, para desplegar sus obsesiones técnicas, con el objeto de proponer un gélido espectáculo enamorado de sí mismo y que en ningún momento ofrece un punto de vista, Fincher es todo lo contrario con la novela de Chuck Palahniuk. “El Club de la Pelea” nunca se toma en serio a sí misma del modo en que lo hacía aquélla insustancial película; y la brutal, infernal, violencia de ésta es una experiencia catártica. Los actos anarquistas planeados duelen tanto como el rostro destrozado de Jared Leto, o la secuencia de sexo (nunca hubo otra igual en cine) entre Tyler y Marla (desconcertante Helena Bonham Carter). Si en “Los Siete Pecados Capitales” no había compasión con el estado anímico del espectador, aquí no la hay con su mirada, pues el horror no tiene fin. Y es un horror psicológico, anímico. Y los oasis de humor negro son peores, porque se ríe uno de sí mismo. La única esperanza es derruirlo todo, quemarlo todo, es una tontería pensar que Fincher esperaba un éxito económico con esta película. El éxito era asestar un puñetazo seco al vientre de Hollywood. La avalancha de reacciones de todo tipo a raíz de esta película es qué duda cabe, un aliciente más. Lo duro hubiera sido un consenso. Entonces sí que estaríamos perdidos. “El Club de la Pelea” es un filme brillante en su oscuridad. Es una teoría fascinante acerca del funcionamiento del mundo en que vivimos. Quizás su tesis sea salvaje; pero está tan genialmente ejecutada que resulta imposible no aplaudirla.



“Violento e impactante filme que lo dejara asombrado”

miércoles, 25 de mayo de 2011

El Cisne Negro

Director: Darren Aronofsky
Año: 2010 País: EE.UU. Género: Drama Psicológico Puntaje: 10/10
Interpretes: Natalie Portman, Mila Kunis, Vincent Cassel, Winona Ryder, Barbara Hershey, Christopher Gartin y Sebastian Stan



Nina Sayers (Natalie Portman), es una brillante bailarina que forma parte de una compañía de ballet de Nueva York, vive completamente absorbida por la danza, la presión de su controladora madre (Barbara Hershey), la rivalidad con su compañera Lily (Mila Kunis) y las exigencias del director de la compañía (Vincent Cassel). Esas presiones se irán incrementando a medida que se acerca el día del estreno de “El Lago de los cisnes”, esto provocara en Nina un agotamiento nervioso y una confusión mental que la incapacitan para distinguir entre realidad y ficción. Darren Aronofsky realiza una cinta muy cerrada, opresiva, que se desarrolla en tres o cuatro escenarios y apenas presenta personajes. La trama, al mismo tiempo, es igual de limitada, pues cuenta con un único hilo argumental y es muy sencilla, casi básica. Pero, partiendo de estos escasos elementos, argumentales o físicos, el director lleva la historia mucho más allá, elevándola en niveles de profundidad, es decir, verticalmente en lugar de horizontalmente. Utilizando todos los recursos del terror tradicional, como los sustos de sonido, las apariciones o visiones repentinas, las confusiones… Aronofsky crea numerosas situaciones de miedo que, unidas a la interpretación y marco dramáticos del resto del filme, pueden parecer fuera de tono. La película está en el límite y con un golpecito hacia un lado, podría desequilibrarse y resultar grotesca o ridícula. Sin embargo, la elegancia de la fotografía, ambientación y vestuario de “El Cisne Negro” consigue que todo sea tomado con la seriedad que requiere para que no se salga de esa angustia y esa desesperación que llevan, en ocasiones, al estremecimiento.



Nos encontramos ante un filme de terror psicológico, uno de los géneros que recibo con mayor agrado, pero en el que resulta más difícil hallar productos capaces de retratar con credibilidad la mente enferma, sus causas y consecuencias. El abultado equipo de guionistas ha realizado un excelente trabajo al haber sido capaz, no solo de retratar la locura y contagiar la desesperación, sino también de explotar al máximo las posibilidades, pero sin llegar a pasarse, a pesar de que, como digo, se encontraban cerca de la línea divisoria. Lo curioso es que, si se buscasen referentes para este filme, podrían hallarse en géneros muy dispares de la historia del cine. Podríamos mencionar “Eva al Desnudo” (1950), tanto como se podría suscitar “Carrie” (1976), especialmente por la relación de la protagonista con su madre, una excelente Barbara Hershey, que produce más terror que los espejismos de Nina. Pero las verdaderas referencias se encontrarían en un cine de terror psicológico más europeo, como “Repulsión” (1965) de Roman Polanski y otras cintas de semejante acercamiento a la locura. Si esta educación restrictiva que la ha convertido a la protagonista casi en una frígida inhumana, sin capacidad para vivir, fuese el único sustento argumental de “El Cisne Negro”, nos encontraríamos con una cinta más sobre un tema ya muy visto. No obstante, en este caso es solo un complemento a todo lo demás y, para ser únicamente un aspecto secundario, está estudiado con equivalente acierto. Se lleva más allá esta exploración al hablar de interpretaciones que aquí se aplican a la danza, pero que valdrían igualmente para el cine, el teatro y la televisión. “El Cisne Negro” nos habla de lo que debe sacrificar un intérprete para encarnar un papel. Dejar salir el lado negativo porque el guion lo exige puede ser una forma de abrir una caja de Pandora que era mejor que permaneciese bajo siete llaves.



El guión es realmente inteligente juega en dos actos, primero nos presenta un arco de blancura en un comportamiento dulce casi dócil del cisne protagónico pasando paulatinamente a convertirse en cisne negro, esta transformación esta magistralmente realizada por Aronofsky, que es uno de los mejores exponentes de la condición humana, es un empírico psiquiatra del alma que funciona en todos sus trabajos en un constante acercamiento a nuestros miedos. Sabiendo que la cinta toma “El Lago de los Cisnes” como referente ¿La obra de Tchaikovsky tendrá la misma historia que plantea Aronofsky?, pues si, en ella encontramos una personalidad pulcra y luminosa en busca del amor; y otra, pasional y desatada que se lo arrebata. Mecánicamente tenemos a una de ellas encarnada en Natalie Portman y a la otra en Mila Kunis, ambas, como todas las bailarinas de la película, en busca de la interpretación perfecta. ¿La perfección es posible? Aronosfky, sin embargo, pone su toque y la película se convierte en una lucha entre las pasiones más bajas del ser humano peleando en contra de la opresión de la razón y lo consiente. El “Ello” enfrentado al “Super Yo” para acomodar todo en los términos del mismo Sigmund Freud. La película asombra, sobre todo, la cámara empeñada en seguir los pasos de ballet de la misma manera que seguía los vuelos y las maromas de la lucha libre en la anterior cinta de Aronofsky “El Luchador” (2008). Sorprende también que de la misma manera que seguíamos a Randy Robinson en los pasillos que lo llevaban al ring, su única pasión, en “El Cisne Negro” estemos también permanentemente atados a la espalda de la bailarina, aunque ahora, sabiendo que oprime su pasión, los pasillos se convierten en un laberinto en el que ella busca el elemento faltante para la perfección. La contradicción del ser humano.



Efectivamente. La cámara se repite casi mecánicamente de una película a la otra, pero desde la utilización de los colores hasta la duración de los planos (que aquí se extienden mucho más), pasamos de la historia de un hombre que sobrevive o mal vive asido a lo único que le ha dado algo de dirección, la lucha libre, al repaso de las pasiones de una bailarina, reprimidas en busca de algo que nunca le ha pertenecido al ser humano, la perfección. Es por ello que, desde el enfrentamiento obvio entre el cisne blanco y el cisne negro, llegue una metáfora igualmente conocida pero mucho más efectiva para el final que busca el señor Aronofsky. Todo el tiempo, a cada momento, el cisne blanco que es Natalie Portman ve con desesperación cómo la sangre, su sangre, quiere abrirse paso en su cuerpo: heridas, raspones, cicatrices y eventualmente cosas más graves, manifiestan poco a poco el deseo reprimido. La sangre es roja, la pasión es sangre, la sangre es sexo que también es rojo y desde el primer contacto que tenemos con ese cisne blanco, sabemos que no todo está bien en esa cabeza cuando de esas palabras se trata. La escenografía y el vestuario, como toda buena propuesta fundada en el expresionismo, refuerzan esta sensación: los pasillos de color neutro en “El Luchador” aquí se vuelven grises, apagados, no tienen luz. Los trajes que allá relucían de colores acá llegan casi al blanco y negro, opacando incluso el brillo añadido de los adornos. La casa del luchador, estrecha y modesta se convierte en un laberinto sin salida con un cancerbero desquiciado al que la hija única en edad de ya no vivir ahí (aparece Freud de nuevo) padece con temor inexplicable. Las ropas se destiñen y se rasgan minuto a minuto.


Y encima está el color rojo. El director del ballet pide pasión y el rojo aparece poco a poco hasta que grita por desatarse en una lluvia que bien podríamos llamar sangrienta: empezamos con el lápiz labial, en él el rojo se encierra para soltar las dosis necesarias; pasamos a las venas y las arterias que emiten un pulso que no puede ser apagado y que a fuerza de ser ignorado explota en marcas y estigmas que nos colocan en el territorio del cine de terror. El rojo que Nina oprime y reprime es ese deseo ignorado; no hay improvisación, no hay disfrute, no hay violencia, no hay deseo... pero en el fondo sabemos que no es cierto, que está ahí y que saldrá, cueste lo que cueste. Sabemos que la perfección es completamente ajena al ser humano y sabemos que muchos seres humanos la buscan con desesperación. Sabemos que el ser humano completo debe conocer sus impulsos “negativos” y los “positivos” (eso de los maniqueísmos debería estar ya superado). Entendemos que unos complementan a otros, pero el cambio de tono hacia el final de El cisne negro desconcierta, especialmente cuando durante su desarrollo habíamos jugado con violencia, sexo, esquizofrenia, desorientación, con el color rojo en todas sus gamas. El machaque mental de Aronofsky es agresivo pero sutil más que nunca, en “El Cisne Negro” es el maestro del mobiliario psicológico. Ordena y desordena, ilumina y oscurece, todo para crear algo más que un ambiente, algo más que una sensación. Porque si a ese escenario sube a Natalie Portman, pasará mucho tiempo hasta que después de ver la película dejes de ver su rostro, puro arte interpretativo. Cisne Negro es una historia en la que los opuestos se atraen, la oscuridad echa el pulso a la luz, la lágrima torna a sangre, el romanticismo se descompone y el terror se viste de gala.



Reflexionar sobre este maravilloso arte, que es el ballet, siempre nos imaginamos una escena en la cual se pueden apreciar a puras mujeres, bellas todas, delgadas, que bailan al compás de la música clásica, ejecutando a su vez movimientos absolutamente perfectos y carentes de soltura. Esto definitivamente no sucede en esta película, acá vemos la realidad y el sufrimiento de una bailarina, es por eso que “El Cisne negro” es una cinta de que tiene una protagonista absoluta. Contamos con un único punto de vista, el de Nina o Natalie Portman, quien sostiene el filme, espléndida en todas las facetas de su personaje y sorprendente en su transformación. El esfuerzo de la actriz por encarnar el papel más rico y complicado al que se ha enfrentado se ve más que recompensado. Los premios que ya ha obtenido, sin duda son merecidos. Los demás personajes sirven cada uno un propósito diferente dentro de la involución que va sufriendo la reina cisne. En este sentido, el más interesante lo encarna Mila Kunis, quien sorprende con una brillantísima interpretación, que funciona en ocasiones de contrapunto y en otras de “alter ego” de la principal. Vincent Cassel está perfecto en un enigmático personaje que acarrea la función de catalizador para desencadenar todo el fuego que Nina llevaba dentro: él es la motivación para que ella sufra su metamorfosis. Winona Ryder supone ese futuro al que la protagonista odiaría acercarse… y así el resto de los personajes que, perfectamente, podrían vivir en la mente confusa de Nina. “El Cisne Negro” no es una cinta de terror al uso, ni diría que es de este género, es más un drama con todas de la ley, pero el cual esta envuelto en una fabula fantástica con algún elemento esporádico de terror, que va creciendo a medida que la historia entra en una sordidez y psicosis total. Es sin lugar a dudas la película más conseguida de su director. Tanto en su aspecto visual, de una gran belleza, exquisita y portentosa.



"Trágica pero bella a la vez, obra maestra"