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miércoles, 16 de noviembre de 2011

¡Agáchate Tonto!

Director: Sergio Leone
Año: 1971 País: Italia/EE.UU. Género: Western Puntaje: 08/10
Interpretes: Rod Steiger, James Coburn, Romolo Valli, Maria Monti, Rik Battaglia, Franco Graziosi, Antoine Saint-John y David Warbeck



Juan Miranda (Rod Steiger), un vulgar ladrón mexicano, y John Mallory (James Coburn), irlandés veterano del IRA y experto en explosivos, se conocen en México, y planean trabajar juntos robando bancos, o al menos eso es lo que cree Miranda. Un día dinamitan lo que Miranda creía que era un banco local, y que resulta ser una prisión para revolucionarios, Mallory ya lo sabía, pues es uno de los activistas en pro de la Revolución Mexicana. La explosión libera a un sinnúmero de rebeldes que estaban presos y ambos se convierten en héroes de dicha revolución, poco tiempo después, las tropas del gobierno, comandadas por el Coronel Gutiérrez (Antoine Saint-John), comienzan a seguirles los pasos. Sergio Leone llegó desde Italia para cambiar el western y de paso los códigos clásicos del cine hollywoodiense en general con la desmitificación por la bandera. Es el fin de los cowboys de rectitud moral, modales impecables y apariencia inmaculada para dejar paso a antihéroes sucios, malhablados y descreídos que dan bandazos dentro de un mundo confuso y violento, con recursos formales y anticipados, que muchas veces bordean el exceso y que dejaran notable huella en la cinematografía posterior. Y todo ello acompañado en la parte musical por el complemento perfecto de ese cine innovador: las partituras de Ennio Morricone, que también puede que muchas veces reñidas con el buen gusto, pero nadie puede negar que son novedosas e inimitables. Sergio Leone fue todo un visionario del séptimo arte. Amado y odiado a partes iguales, su estilo de hacer cine no dejó a nadie indiferente. Para los clasicistas se trataba de un bastardo de las catacumbas de la Serie B, mientras que para la nueva generación era un genio de los pies a la cabeza que había llegado más alto que John Ford. Podemos compararlo como el Quentin Tarantino del cine sesentero, para entender su importancia y su imagen en la historia del cine moderno.



Cada vez que se da una lista de las obras maestras de Sergio Leone, se suele dejar fuera a “¡Agáchate Tonto!”, y aún no encuentro el por qué. Se reconocen siempre los méritos de “La Trilogía del Dólar", cuando “¡Agáchate Tonto!” es también parte de una segunda trilogía que esta conformada por “Érase Una Vez en el Oeste” (1968) y “Érase Una Vez en América” (1984), digo esto más que nada porque es una película ambigua, extraña y ni siquiera se puede calificar como una película de género, porque tiene lugar durante la Revolución Mexicana. También probablemente su infravaloración se deba a la existencia de varias versiones de la película, con diferentes títulos, y cada una con omisiones que impiden entender la historia. Sin duda el gran tema del filme es la revolución y esto se puede ver en la mejor escena de la película, tanto técnicamente como en el modo fiero en que Leone retrata a las altas esferas del poder. El director nos muestra a la clase alta como una caterva de sepulcros blanqueados, que esconden el miedo al populacho, la hipocresía religiosa y moral. La dama de alta sociedad critica aquello que en el fondo parece desear, y su marido pierde su altanería a la vista del primer cañón. Justo antes de que Leone nos presente al irlandés John, el director nos ha colocado directamente ante la lucha de clases, el germen de la revolución. El rebaño está dirigido por unas esferas corruptas y anquilosadas y adaptadas a un sistema injusto y atroz. En el fondo los ricos saben esta gran verdad. Por eso temen al pueblo, a la revolución, a Emiliano Zapata y a Pancho Villa. Por eso se aferran al poder, y responden al levantamiento con brutalidad. En definitiva, el ocaso de la dictadura mexicana que muestra Leone tiene reminiscencias del ocaso de Benito Mussolini. Del mismo modo, la relación entre Juan y el dinamitero John es totalmente quijotesca. Tras un pequeño intercambio de balas y dinamita, los dos parten hacia Mesa Verde, el sueño dorado de Juan, Mesa Verde es el lugar donde hay un banco repleto de oro, un banco donde el padre de Juan fue apresado en un intento frustrado de atraco. Por eso Juan ve en John el vehículo perfecto para lograr su objetivo.



“¡Agáchate Tonto!” se inicia muy al estilo Leone, con un primer plano de una meada sobre una colonia de hormigas. ¿Una metáfora de la opresión de los poderosos, o simplemente la forma ideal de presentar al sucio e inmoral Juan Miranda? La lucha de clases pronto quedará todavía más patente cuando Miranda se suba como pasajero a una diligencia de lujo. Descalzo, sucio y maloliente, Miranda contrasta claramente con el resto de pasajeros, un puñado representativo de las altas esferas: empresarios, políticos, la Iglesia. Los pasajeros debaten sobre la condición de los pobres y los desheredados. De planos medios pasamos a primeros planos de los rostros. La gente bien debate, opina, despreciando a las clases bajas. Un silencioso Juan se convierte en convidado de piedra a un diálogo de ricachones. Juan se convierte pronto en el bufón, en la prueba científica de los argumentos. No sabemos todavía si es un simple o se esconde tras la piel de cordero. Los planos cada vez son más cortos. La cámara se centra en las miradas, las bocas. Unas bocas que vomitan palabras vacías, reflexiones heredadas como si fueran latifundios, mientras engullen comida sin parar. Un empresario norteamericano clama contra los negros. Otro ricachón se burla de Juan. Su mujer se escandaliza pensando en cómo las familias pobres fornican en las noches con otros familiares y ovejas, en unas oscuras orgías incestuosas. El cura trata de mostrarse comprensivo, más por su condición que por su verdadera naturaleza. Tras sus palabras se esconde la vieja hipocresía eclesiástica. Si los personajes de Leone eran ambiguos, aquí tenemos a dos tipos quienes resulta algo difícil calificar de héroes. Miranda es un cobarde que sólo piensa en su propio provecho, que ignora que en su país está en medio de una revolución, mientras que Mallory es un fugitivo que ha acabado en una revolución distinta a la suya. Ninguno de los dos me resultó particularmente simpático, pero a medida que la película nos deja conocer a los personajes más, conseguí entenderles, sin que realmente se rediman.



Leone propuso tener a Jason Robards y Eli Wallach como protagonistas, pero la United Artists quería nombres grandes. Se habló también de incluir a Malcom McDowell y Clint Eastwood en el proyecto. El director se reunió también con Sam Peckinpah para qué dirigiera el filme, pero el norteamericano se echó atrás, finalmente el propio Leone se sentó tras las cámaras, lo cual no era de extrañar, pues al fin y al cabo había estado implicado en el desarrollo del guión y del proyecto desde el principio. Para interpretar al ladrón mexicano Juan Miranda (papel que Leone había querido para Wallach) el estudio propuso a Rod Steiger, a quien Leone le dio el visto bueno. Difícilmente podía pasar por mexicano, pero desde luego era un buen actor. Para interpretar al ex-miembro del IRA John Mallory, Leone contactó una vez más a James Coburn, con quien había querido trabajar desde los días de “Por Un Puñado de Dólares” (1964). Coburn tuvo sus dudas, pero tras pedir consejo a Henry Fonda, acabó aceptando. Pero hay que acotar que la película nos cuenta la historia paralela a lo que describe Miranda: los intelectuales (como Mallory o el doctor Viega) aunque ciertamente la organizan y facilitan, la revolución en realidad no es una lucha de ideales, sino una serie de luchas individuales, con motivaciones personales. Miranda es un héroe por accidente, sus "hazañas" son actos egoístas que da la casualidad que benefician a la revolución de Emiliano Zapata. La revolución también es una serie de desigualdades: en los enfrentamientos no vemos ninguna batalla, sino un bando masacrando al otro, que apenas tiene oportunidad para la defensa. La andadura de nuestros personajes tiene lugar en medio de la convulsión de la revolución, una revolución que importa poco a Miranda, y que conmueve (aunque no lo parezca) a un John que ya vivió la suya en Irlanda. Pero al igual que el escudero Sancho, Juan se verá influenciado y subyugado por el ideario de John y por las circunstancias. Y donde digo circunstancias quiero decir represión brutal del Estado. Una represión que viene, de nuevo, de lo contemporáneo, de la propia vida de Leone; no es difícil, al ver ciertas escenas, cambiar México por el gueto de Varsovia en el 44. La tropa de élite prusiana en el filme no es casual.



Probablemente esta película, que podría haber acabado en un fracaso absoluto en manos de otro director, se salva porque detrás de la cámara se encuentra un genio como Sergio Leone que consigue, en medio del batiburrillo en el que a menudo amenaza con convertirse "¡Agáchate Tonto!" da bastantes muestras de su talento y de su don único para hacer cine. De este modo, el director consigue al menos ofrecer al espectador cuatro o cinco momentos a la altura del resto de su filmografía. Sólo por esos momentos merece la pena ver la película. Los flashbacks en los que John, se dedica a rememorar su pasado en Irlanda me recuerdan, en su aire nostálgico y melancólico, a la posterior "Érase Una Vez en América". La cinta posee la clásica estética feista del realizador romano, donde el humor siempre está presente, donde la fuerza de las imágenes deja escenas muy buenas, con un fluido ritmo que hace que no llegues a aburrirte en su extenso metraje, donde la misoginia es notoria, ejemplo la sucia violación, consentida del principio, y donde la música es un guionista capaz de rellenar silencios de modo portentoso, el genial Ennio Morricone deja un trabajo colosal, es de las que se te quedará para siempre, es un majestuoso catalizador de emociones, capaz de dibujar el clima tragicómico del relato, hermosísima, Leone tenía en Morricone el mejor de sus colaboradores. Lo más fascinante de "¡Agáchate Tonto!" es su interpretación de lo que es una revolución, así lo denota un dialogo de la cinta: “La revolución, la revolución. Yo sé muy bien cómo empieza. Llega un tío que sabe leer libros, y va donde están los que no saben leer libros, que son los pobres, y les dice ¡Ha llegado el momento de cambiar todo, aquí va haber un cambio! Y los pobres van y hacen el cambio. Luego, los más vivos, los que leen libros se sientan alrededor de una mesa, y hablan y comen, hablan, hablan y comen, y mientras ¿qué fue de los pobres diablos? Todos muertos”.



De todos los filmes que rodara Leone desde su primer western “¡Agáchate Tonto!” es seguramente el más olvidado de todos. Cuando hablamos de Sergio Leone siempre acudimos a sus primeros trabajos, a “Érase Una Vez en América” o nos acercamos hasta “Érase Una Vez en el Oeste”. Quizás sea porque la película no era tan grandilocuente como sus filmes anteriores, o porque no era el western que el público pueda esperar, o tal vez porque falló en los Estados Unidos. Pero "¡Agáchate Tonto!" tiene, al fin y al cabo, el pulso de Leone: sus escenas de fuerte contenido visual y su humor escatológico, sus personajes de doble lectura y doble moral, flashbacks recurrentes (inspirados en esta ocasión en la obra de John Ford), la violencia y el sexo sucio y rápido, su pesimismo misántropo y los originales planos con curiosos movimientos de los actores y divertidas sorpresas (véase, la escena del vagón de tren). Todo lo que hizo grande a Leone y nos entusiasma a sus fans está ahí, pero quizás de modo más disperso, o tal vez de modo más indirecto. "¡Agáchate Tonto!" no es una obra menor, pero sí una obra diferente, cuya historia de hombres poco heroicos (no sólo en el sentido normal del término, sino también en el sentido del antihéroe del cine leoniano) tal vez no sea un directo en la cara como sus tres primeros westerns, o un potente y bello crochet en la mandíbula, o un ciclópeo mafioso. De hecho, al final la historia acaba siendo una especie de fábula sobre la cara y la cruz de la revolución y de los ideales. Además, un montaje no muy afortunado fomenta esta sensación de encontrarnos ante una historia desbalanceada. En este último western, Leone da rienda suelta a todos los vicios y virtudes que le caracterizan, empezando con un inicio un tanto dubitativo y pasado de tuerca que se sostiene por el gran duelo interpretativo de los protagonistas: un torrencial Rod Steiger y el siempre efectivo James Coburn, pero la función mejora y se compensa progresivamente a lo largo del metraje, más centrada en el conflicto bélico en el que los protagonistas se ven inmersos convirtiéndola en una gran cinta; con todo lo que eso supone hay que verla. Si eres fan de Sergio Leone y no la has visto, ¿a qué esperas?



“Opulento y ambicioso western del maestro”

jueves, 6 de octubre de 2011

Érase Una Vez en el Oeste

Director: Sergio Leone
Año: 1968 País: Italia Género: Western/Drama Puntaje: 9.5/10
Interpretes: Charles Bronson, Henry Fonda, Claudia Cardinale, Jason Robards, Gabriele Ferzetti, Frank Wolff, Woody Strode, Jack Elam, Lionel Stander, Paolo Stoppa y Keenan Wynn



Armónica (Charles Bronson) es un forajido callado y misterioso (a lo largo de buena parte de la película toca la armónica en vez de hablar) y que busca desesperadamente a Frank (Henry Fonda), un despiadado pistolero que está bajo las órdenes del millonario Morton (Gabriele Ferzetti). Por otra parte, Cheyenne (Jason Robards) es un conocido de Armónica que acaba de fugarse de prisión y que ayudará a este en su búsqueda de Frank, ya que ha sido acusado de la matanza de la familia McBain. En medio de todo esto y procedente de un burdel de Nueva Orleans, se encuentra Jill McBain (Claudia Cardinale), recientemente viuda y con un suculento terreno en su poder, heredado de su marido muerto y por el cual ha de pasar el ferrocarril. Esto hará que todos luchen por conseguir un mismo objetivo. Aunque parezca mentira y más propio del imaginario cinematográfico que suele acompañar a las grandes obras, sí es cierto que la gran mayoría de las grandes joyas del séptimo arte suelen surgir por un cúmulo de circunstancias concretas enmarcándolas en un espacio y tiempo determinado que una vez acabada, pasa a formar parte del infinito, de la memoria popular, del Olimpo cinematográfico e incluso de los estudios que algunos medios de cine hacen sobre lo mejor de las décadas. En el caso de la película de Sergio Leone, hablamos de “Érase Una Vez en el Oeste”, constituyó un cúmulo de deliciosas casualidades y hechos forjados por el destino que desembocaron en una de las películas más míticas dentro de la memoria del espectador. El western parecería incompleto sin “Érase Una Vez en el Oeste”, épica, lírica, violenta, bella como pocas, reúne a lo grande todos los elementos del cine de Sergio Leone (miradas eternas, tiempos muertos, elipsis que fluyen armoniosamente, violencia, y sobre todo el paso del tiempo y la muerte), que visten su peculiar universo. La película fue un éxito en Europa, no así en los Estados Unidos, donde se estrenó recortada. En cualquier caso su influencia en el cine posterior fue de tal calibre que justifica prácticamente la existencia de varios cineastas cuyos nombres me niego a citar. Uno de los más grandes westerns jamás rodado, sensación que queda tras su visionado, es una de esas películas que quieren volver a verse justo después de verlas. ¿Qué tipo de películas dejan ese poso? Las obras maestras.



Construida como contrapunto y finalización a la famosa “Trilogía del Dólar” que se rodó durante la década de los 60, y que le lanzó a la fama además de inaugurar y crear lo que se conoce como el "Spaghetti Western", Sergio Leone decidió iniciar su nueva trayectoria artística hacia lo que sería la construcción y concepción de un mundo y un país que le fascinaba. De este modo, América se convertiría en el centro gravitatorio de su giro artístico estableciendo una nueva trilogía que se inicia con la presente película, continúa con la aceptable “Agáchate Tonto” (1971) y culmina con la impresionante “Érase Una Vez en América” (1984). Amante absoluto del cine americano en general, y del western y del maestro John Ford en concreto, Leone explota en el largometraje la riqueza y complejidad que alcanzó en “El Bueno, El Malo y El Feo” (1966), estableciendo un cambio radical con las películas anteriores. Si bien la “Trilogía del Dólar” se caracterizaba por su tono árido y seco, duro, directo y sin concesiones, la presente película es un canto alegórico al western, un poema de amor cinematográfico a todas las grandes obras que nos han acompañado desde el inicio del cinematógrafo. El cineasta construye una enorme declaración de pasión y devoción enmarcándola en una gran obra épica que bascula hacia la lírica demostrando una vez más que el western es algo mucho más profundo que los consabidos tópicos entre vaqueros e indios. “Érase Una Vez en el Oeste” resume a lo grande todo lo que Sergio Leone sentía por el western de un modo distinto, además fue un hombre de cine como pocos (recordemos que ya desde niño siempre vivió en ambiente cinematográfico debido a la labor de su padre, director de cine), a muchos les sorprendió el enorme conocimiento que un italiano tenía de un género propiamente estadounidense. A través de ese conocimiento, Leone hace una declaración de amor absoluta hacia un tipo de cine del que estaba enamorado y lo más importante es que consigue hacernos partícipes de esa emoción. “Érase Una Vez en el Oeste” es un filme visceral en todo su esplendor, y el gran acierto es Leone al respecto fue sortear lo fácilmente emotivo y adentrarse en un profundo y arrebatador lirismo.



No resultaría desacertado afirmar sin rubor que éste es el cenit autoral de su director, la cumbre de su carrera, aunando todos los elementos que elevan la cinta hacia el panteón que se merece. En primer lugar porque nunca en una película de su director, los personajes habían estado tan desarrollados y tan consonantes con el espacio en el que interactúan. Siendo su guión una curiosa mezcla de cine social policíaco, thriller, venganza y western (no en vano viene firmado por Sergio Donati, Dario Argento, Bernardo Bertolucci y el propio Leone), la película alcanza las dosis más complejas que su autor demostró en toda su filmografía. Por otra parte, el dominio de lenguaje cinematográfico y la excelente conjunción en la utilización de los elementos cinematográficos al unísono conforman un armónico círculo donde cada pieza encaja suavemente, sin chirriar. Con claros ecos de Sam Peckinpah, Leone dice adiós a la época dorada del western, dando no sólo paso a una nueva etapa crepuscular, y que el director de “La Pandilla Salvaje” (1969) se encargó de asentar, sino también a un lugar intermedio, suspendido en el tiempo y que le pertenece por derecho propio, gracias a su tono de fábula. Sirva como ejemplo la impresionante secuencia que da comienzo con la llegada de Jill a la estación, su posterior paso a la ciudad que crece, y antes de llagar a su destino, atraviesa Monument Valley, escenario de varios de los westerns más conocidos de John Ford. La puesta en escena de Leone es de tal precisión que logra un instante de emoción única, que hurga en el pasado, sobre todo cinéfilo. El cine da la inmortalidad a unas obras y sume a otras en el olvido. En un tiempo en el que pocos confiaban en que el western podía recuperar los gloriosos galones que John Ford o Howard Hawks habían ganado para este, un italiano demostró que no sólo era posible recuperar la fascinación por aquella mitología cinematográfica e histórica del viejo Oeste, sino incluso superarla con creces y por ello volcó su pasión por el escenario fundacional de América, allá donde la vida bien podía valer un puñado de dólares y los límites de la ley luchaban por imponerse a los de la supervivencia, hizo del “Spaghetti Western” la mejor revisión posible.



Empezando por los personajes, Leone consigue elevar los tópicos hasta llevarlos a su terreno y moldearlos para obtener unos matices que por ejemplo no consiguió en su “Trilogía del Dólar”. Desde el bandolero Cheyenne (interpretado por un magnífico Jason Robards), un bandido con conciencia que al final toma partido frente al malvado Jack por haber traicionado su concepción del mundo que se acaba y termina, ese tono crepuscular que empezó a surgir en esa década, donde el western pasó a ser una elegía, un epitafio, tal como demostró Ford en su “El Hombre que Mató a Liberty Valance” (1962). Por otra parte tenemos a Frank, interpretado magistralmente por un inquietante Henry Fonda. Frank supone el villano por antonomasia, la falta de escrúpulos pero que esta vez cambia porque se siente a gusto con los nuevos tiempos que corren y ve que el poder en el futuro no estará regido por la pistola sino por las butacas de los despachos. Jill, una descomunal y bellísima Claudia Cardinale representa la prostituta que acude al Oeste en busca de una nueva vida, y la hallará en torno al ferrocarril que se está construyendo. El papel de Jill como eje central y catalizador de toda la acción sobre la que circundan los personajes representa a la perfección la voluntad del cambio y la fuerza interior. Será su particular historia de amor con cada uno de los protagonistas y su correspondiente reciprocidad lo que desatará el avance de la acción. Por último Armónica, un sorprendente Charles Bronson que representa el hombre sin nombre que vive buscando saciar su venganza. Leone lo representa y lo define valientemente haciéndole expresarse a través de su armónica, lo que acentúa su hierático y fantasmal carácter. De hecho, todos los personajes son espectros que pertenecen a un mundo en decadencia. Unos representan al pasado y otros al futuro, ninguno al presente. De hecho, cuando Armónica sacie su venganza matando a Frank, su existencia no tiene sentido alguno por lo que se marcha. Cheyenne por su parte, partirá sin el amor de Jill, y ésta se quedará sola junto al ferrocarril, símbolo de progreso que continúa su construcción, como América, a pesar de las pequeñas historias que en ella perviven.



Miremos a donde miremos en la película existe una referencia de lo más sentida y sincera. La breve aparición de Woody Strode rememora al Ford más otoñal, y el hecho de convertir al buenazo de Henry Fonda en un asesino implacable es uno de los mayores aciertos de casting que mis ojos han visto nunca. Al respecto cabe señalar la anécdota en la que Fonda, no muy convencido de aceptar el papel, se le presentó a Leone con lentillas oscuras y un gran bigote. El director le ordenó deshacerse de ello, pues quería que el público reconociese al gran Henry Fonda en la piel de un asesino. Su aparición en escena representa un shock para todo aficionado. Tras asesinar a tres miembros de una familia, varios pistoleros con amplias gabardinas parecen surgir como por arte de magia. Leone se acerca por detrás de ellos con un sugerente travelling que da la vuelta cuando llega a Fonda y nos descubre su rostro. Acto seguido mata a un niño ante el estupor de la audiencia. Leone no sólo indaga en nuestros recuerdos del western, sino que los sacude violentamente. Leone se preocupa en mostrar esto a través de una voz rota, triste pero épica, como demuestra por ejemplo la llegada de Jill en el excelente movimiento de cámara que la sigue elevándose a través de la estación con la música de Morricone resonando, o la primera aparición de Frank y sus secuaces con los guardavientos (igual que fantasmas), haciendo levantar los pájaros y el viento (esa épica de nuevo), en un escenario con grandes y vacíos paisajes, que simbolizan todo el vacío interior de unos personajes que se saben condenados porque pertenecen a otra época, a otro mundo. Al compás de la excepcional banda sonora de Ennio Morricone (y más profunda de lo que parece puesto que creó un tema para cada personaje que los acompaña, los precede y los define), Leone desafía y salva con nota el difícil examen de sortear el fácil sentimentalismo para ahondar en un perfecto lirismo que, como ocurre en las mejores películas, parecen suspendidas en el tiempo sin importar el país de procedencia o el año de su realización.



Muchos han tomado a “Por Un Puñado de Dólares” (1964), “Por Unos Dólares Más” (1965) y “El Bueno, El Feo y El Malo” como películas irrevocables, estandartes del “Spaghetti Western”. Hay poderosas razones para creerlo. No olvidemos que se trata de la trilogía del hombre sin nombre, un Clint Eastwood que adquirió identidad propia en los anales del celuloide con un personaje anónimo (cabe destacar que Eastwood rechazo el papel de “Armónica”), o la de las épicas construidas en torno a la codicia de los hombres en tierras poco respetuosas con las directrices del orden. Sin embargo, otros preferimos señalar que “Érase Una Vez en el Oeste” como el culmen de un cine que, nunca como aquí, destiló el hedor de tragedia que afectaba a cada esquina de un lejano Oeste en construcción, dominado por el primitivismo del hombre y la venganza, siempre ineludible a este. Sin embargo, fue “Érase Una Vez en el Oeste” el último gran western de Leone y emblema de un autor que se hallaba en su máxima y pletórica expresión como artista. Que en su más de cuarenta años de estreno, sigue revelándose como una obra de un lirismo desbordante, cautivador desde sus panorámicas del Monument Valley a los primeros planos del rostro embelesador de Cardinale. Pese a ser acusada por parte de la crítica de un ritmo lento, algo explícitamente pretendido por el italiano para alcanzar la cadencia y los méritos reportados, el tiempo la ha puesto merecidamente en el sitio que le corresponde: el de una de las obras imprescindibles del western. En resumen plagada de secuencias memorables que pertenecen a los recuerdos más entrañables, como ese inicio mudo, toda una lección de cine, donde a modo de homenaje, Leone recuperó a Woody Stroode, Jack Elam y Al Mulock, dejando clavado al espectador en su butaca, la primera aparición de Jack, asesinando a sangre fría a un niño o el excelente duelo final, tras este “Érase Una Vez en el Oeste”, al western le llegó su hora, pero luego de esta increíble cinta Sergio Leone nos dejaría su testamento cinematográfico, de la que hablaremos en futuro post.



“El lirismo de lo abstracto”

domingo, 4 de septiembre de 2011

El Bueno, el Malo y el Feo

Director: Sergio Leone
Año: 1966 País: Italia Género: Western Puntaje: 10/10
Interpretes: Clint Eastwood, Lee Van Cleef, Eli Wallach, Aldo Giuffré, Mario Brega, Luigi Scarchilli y Rada Rassimov



En plena Guerra Civil norteamericana, un par de estafadores se dedican a timar a las autoridades. Tuco (Eli Wallach) es perseguido por numerosos crímenes, y es atrapado y entregado a la justicia por un caza recompensas conocido como el Rubio (Clint Eastwood), su cómplice de fechorías, quien lo libera de la horca a último momento para huir y repartirse el botín. Pero una serie de mutuas traiciones y desventuras los llevan a cruzarse en el camino con Bill Carson, un soldado confederado malherido. Antes de morir, les dice a ambos dónde se encuentra escondido un botín de 200.000 dólares en monedas de oro. El problema es que uno de ellos conoce el paradero (un cementerio) y el otro sabe en qué tumba se encuentra enterrado el oro. Mientras tanto, un corrupto sargento de la Unión conocido como “Ojos de Ángel” (Lee Van Cleef) se encuentra tras la pista de Carson. Y no pasara mucho tiempo antes de que sus caminos se crucen en el trayecto hacia el botín escondido. Existen en el género grandes artesanos como John Ford, que imaginaron al lejano Oeste como un escenario para desarrollar historias. Y por supuesto, los íconos como John Wayne. Pero el problema fundamental de gran parte de la cinematografía estadounidense clásica sobre el tema reside en una visión muy restringida de los personajes. Los buenos son buenos, los malos son malos. Los villanos son lugartenientes que echan a colonos indefensos, o los indios que actúan como una fuerza malévola y ciega. Los héroes son hombres comunes obligados a actuar por las circunstancias o, en otros casos, gente que desea abandonar un pasado violento y deben regresar cuando el mismo irrumpe en su presente. Recién en los 60 comenzará una suerte de revisionismo, donde los buenos no eran tan buenos, y los malos tenían su lado humano. Fundamentalmente, directores como Sam Peckimpah, especialmente con “La Pandilla Salvaje” (1969), sirven a este proceso. Pero los primeros pasos no vinieron de USA sino del otro lado del Atlántico, de una cinematografía tan vanguardista como la italiana, cuyo insigne representante fue Sergio Leone.


Quien escribe estas líneas no es una particular fanática del Western. Es posible que sea por una cuestión de saturación del género, a final de cuentas, la producción más barata y masiva que pudo encontrar Hollywood siempre fue el lejano Oeste. Desde los primeros filmes mudos, siempre existieron westerns y ha sido el género de acción por excelencia por muchísimos años. Desde superproducciones a seriales baratos, amén de incursionar en la radio y en la televisión, el western estuvo en todos lados. Como escenario es ideal: un mundo sin reglas, donde el asesinato es cuestión de todos los días y donde todos los involucrados están armados las 24 horas, portando sus revólveres a plena luz del día. Resulta fácil generar un ambiente inestable y explosivo en esas condiciones. El problema del western es qué hacer más allá de las secuencias de acción como balaceras y duelos. Eso es lo que distingue los westerns buenos de los malos. “El Bueno, el Malo y el Feo” es la tercera y última parte de “La Trilogía del Dólar”, tras “Por Un Puñado de Dólares” (1964) y “Por Unos Dólares Más” (1965), pero en valoración generalmente se la coloca la primera. En IMDb está considerada como la sexta mejor película de todos los tiempos, lo que sólo quiere decir que es un título tremendamente popular. Y eso a pesar de su extensa duración (excesiva a todas luces, pero es Leone) y de que el western parece ya algo del pasado, un tesoro enterrado que no interesa a las gentes modernas. Quizá un par de buenos remakes más hagan cambiar de idea a los vagos productores de Hollywood; como el propio Leone demostró, no se requiere una gran inversión para obtener un espectacular resultado. Y es que el dólar es el auténtico protagonista de esta historia, con ciertas reminiscencias al mundo materialista. Un tesoro oculto será el “leit motiv” de los tres protagonistas durante todo el metraje, de forma que podremos ver las virtudes y miserias de cada uno de ellos, con la virtud de que el excelente trama que crea Leone convierte dichas andanzas en un entretenimiento de primera magnitud.



Las dos horas y media de duración hacen de “El Bueno, el Malo y el Feo” una auténtica gozada, de principio a fin, para todo aficionado o no aficionado al western. Eso sí, elige un asiento realmente cómodo y prepara un buen surtido de comida y bebida, porque si no puede pasarte como al Rubio en el desierto. La estructura del guión hace que la película puede verse como un “Greatest Hits” de las mejores situaciones que un western puede ofrecer. Casi parece que estemos ante una serie de breves episodios, que comienzan y terminan, aunque con una misión de fondo que los une y que será la que se resuelva al final del todo, cuando los destinos de los tres protagonistas se crucen y sólo uno pueda llevarse el botín. Como suele ocurrir en este género, la trama es sencilla, sólo es una excusa para desarrollar una serie de conflictos protagonizados por pistoleros en un paisaje desértico, reflejo de esas vidas que pueden acabar en cuestión de un segundo. Pero una pistola y un sombrero no hacen a un pistolero. No al menos a uno que contribuya a crear un buen western. La interpretación, la presencia y el carisma de los actores son tan importantes como la forma en que están escritos y la visión del director, que debe saber aprovechar todos los recursos que el género ofrece, creados, desarrollados y perfeccionados a lo largo de décadas de obras maestras del cine. Sergio Leone entendió las reglas y las hizo suyas, revitalizando el western a partir de un estilo propio, absolutamente reconocible. A su éxito contribuyó, y de qué manera, Ennio Morricone, es imposible separar las imágenes de su música, todo está integrado a la perfección gracias a la destreza de un director como Leone; la secuencia del duelo final debería ser estudiada en todas las escuelas de cine, un prodigio de montaje. No es lo único, desde luego, para muestra el comienzo de la película, donde Leone no tiene que recurrir a los diálogos durante muchos minutos; y queda perfecto.



El bueno, el feo y el malo son Clint Eastwood, Eli Wallach y Lee Van Cleef. Unos carismáticos personajes que se ajustan a los cánones pero que pueden moverse con total libertad, según lo requiera el momento; sólo el malo se mantiene más pegado a su condición, pero el bueno y el feo sólo buscan su propio beneficio, sólo quieren sobrevivir a costa de los demás (parece que no tengan otra salida). Así, aunque “El Bueno, el Malo y el Feo” es globalmente, una triste visión de la vida de unos hombres destinados a morir por un (gran) puñado de dólares o una guerra absurda (la de secesión, en este caso), salpicada por abundantes escenas de acción, Sergio Leone no deja de lado ni la comedia ni el drama de telenovela. La secuencia de Tuco y su hermano son, integradas en el puzzle, de las que engrandecen la película, aunque no deje de ser un parte que, separado del resto, podría pertenecer a cualquier melodrama de sobremesa. De los tres protagonistas, hay que destacar especialmente a “el feo”, interpretado por Wallach, que realiza un trabajo memorable. Él pone todo el humor de la película y aunque su personaje sea despreciable, uno no quiere nunca su desgracia, especialmente al final, en esa escena tan angustiosa que se hace eterna (y está perfecta así, porque es así como Leone nos mantiene con los ojos como platos, pendientes de la pantalla). Eastwood repite el personaje de las dos películas anteriores, un tranquilo, casi inexpresivo, cazarrecompensas de extraordinaria habilidad con el revólver; es el particular héroe de Leone, un héroe que, igual que todos los demás, sólo busca su propio beneficio, y si para ello tiene que dejar un río de sangre, pues así será. Van Cleef vuelve con Leone, pero esta vez para aprovechar su físico, idóneo para encarnar a un villano, el más “malo” de la historia, presentado maravillosamente en los primeros minutos del filme, asesinando a sangre fría y llevándose todo el dinero que le ponen por delante.



La película es también una ácida crítica a la guerra. Tanto unionistas como confederados son presentados como vulgares maltratadores, y cabe destacar el papel de “Ojos de Ángel”, como soldado unionista, cuyo bando son presentados siempre en la historia como los buenos, pero aquí son personajes viles. Una escena particularmente bestial es cuando Tuco y Rubio van por el desierto y ven muchos cadáveres, y dice Rubio: " Cuanto muerto por nada ", dejando claro que para él lo único que importa es el dinero. Otro factor importante en la cinta es el estilo de la narración. Leone transforma al Western en un comic filmado. Hay numerosos primeros planos, los personajes se encuentran en pose casi todo el tiempo, o Leone toma planos generales realmente largos y estilizados, la escena inicial con Van Cleef en silencio, parado en la puerta, es tan gráfica como el Henry Fonda alto y flaco vestido de negro de “Érase Una Vez en el Oeste” (1968). Muchas escenas recuerdan a las viñetas de una historieta, e incluso hay cierta alteración del espacio y tiempo, y se puede percibir en ciertas secuencias del filme: como cuando Tuco y el Rubio vuelan el puente, se agachan para protegerse de la explosión, y en dos minutos las fuerzas militares se aniquilan mutuamente; o cuando Tuco huye de los cañonazos de el Rubio y aparece súbitamente en la escena del cementerio (un lugar que debería haber resultado visible desde lejos, pero que el protagonista descubre imprevistamente "porque cayó en ese fotograma" ). Lo mismo sucede cuando los personajes principales llegan al río, sin darse cuenta del enorme despliegue militar que la Unión ha montado. Pero hay que decir que tanto el Rubio con su punzante mirada y su indiscutible puntería con las armas, como el genial Tuco con su chabacanería y su pobre y triste existencialidad, como el cruel y despiadado “Ojos de Ángel” como el puro reflejo del mal, son ya iconos míticos del western en su más pura esencia. Una esencia que queda perfectamente reflejada en los clásicos inmortales del género que ya nunca se perderán gracias a su indiscutible poder marcado a fuego fotograma a fotograma en la historia del cine.



El director italiano logra en su obra cimas sensoriales y líricas únicas por medio de recursos de base sencilla y desarrollo barroco como: La sublimación de los arquetipos, con simplemente ver el título de esta película creo que resulta evidente, reducción a iconos puros de los que luego se extrae toda su carga mítica; La reducción del género a sus claves primordiales y la explosión brutal de éstas, basta ver los duelos en la cinta o la forma de tratar el tema de la venganza; El uso barroco de la imagen, sus primeros planos van directos al estómago; El uso del fuera de campo como as en la manga, la llegada al frente, la escena de la pala, la horca...son momentos que engrandecen la potencia de la imagen, multiplican la tensa avidez del espectador por mirar y además poseen cierta carga de humor absurdo autorreferencial, donde el propio recurso cinematográfico se plantea con cierta ironía hacia sí mismo; El montaje como medio también expresivo de poder arrollador, una escena como la del duelo final dice más del cine que la filmografía entera de muchos directores; El dominio mediante la dilatación del tiempo, las mejores obras del italiano son bailes parsimoniosos pero absorbentes, donde el tiempo se congela y se impregna de emoción, la progresión formal y dramática del filme es ejemplar, vean cómo la guerra hace acto de presencia poco a poco, cómo la música cobra protagonismo poco a poco, cómo el ritmo crece poco a poco hasta que llegamos a un clímax animal y desatado de puro cine. Rodada en Almería y Burgos, con un presupuesto de poco más de un millón de dólares, “El Bueno, el Malo y el Feo” se ha convertido en uno de los títulos más emblemáticos de la Historia del Cine. Se trata de la película más popular de Sergio Leone, y sin duda es una de las obras maestras del western. Superior, por ambición, a las dos anteriores de "La Trilogía del Dólar; afortunadamente no hay que quedarse con ninguna, sino disfrutar con todas. Con el problema del caballo de Eastwood en la primera, con la música del reloj en la segunda y con “il triello” en la tercera, por mencionar sólo algunos de los momentos más memorables de las tres obras de Leone; que continurían con “Érase Una Vez en el Oeste”.



“El mejor western de todos los tiempos”

jueves, 4 de agosto de 2011

Por Unos Dólares Más

Director: Sergio Leone
Año: 1965 País: Italia Género: Western Puntaje: 9.5/10
Interpretes: Clint Eastwood, Lee Van Cleef, Gian María Volonté, Luigi Pistilli, Mara Krup, Roberto Camardiel y Klaus Kinski



En los tiempos en que valía más un muerto que un vivo, dos cazadores de recompensas: "El Manco" (Clint Eastwood) y el Coronel Mortimer (Lee Van Cleef), rivales entre sí al principio, acaban por unirse para conseguir una misma presa, "El Indio" (Gian Maria Volonté), un peligroso y sanguinario bandido por el que se ofrece la más alta recompensa conocida. Cada uno tiene motivos diferentes para dar caza al bandido: Para "El Manco", es su obsesión por conseguir el dinero que ofrecen; y para el Coronel Mortimer, para vengar la violación de su hermana a manos de este, que la llevó al suicidio. También sus estilos son distintos, aunque infalibles: uno rápido, y el otro frío y técnico. Este “Spaguetti Western” es uno de los mayores éxitos del cine en la década de los 60. Eastwood estaba de nuevo inmerso en el rodaje de la exitosa serie norteamericana “Rawhide”, cuando recibió una llamada de Italia para rodar otra película en Almería al estilo de “Por Un Puñado de Dólares” (1964). Debido al éxito de la misma, para ello Sergio Leone contó con una mayor presupuesto para su nuevo trabajo, y por supuesto el sueldo de Eastwood sería mayor (concretamente 50.000 dólares). Esta nueva obra maestra se titulo “Por Unos Dólares Más”, y en ella está todo esta hecho a lo grande. Más medios, una historia con más matices, más personajes, más actores. Y los resultados fueron superiores (por poco) a la anterior película, de la cual no es una secuela, pero conforma junto con “El Bueno, El Malo y El Feo”, la llamada “Trilogía del Dólar”.



Esta vez Leone no recurrió a ningún filme del pasado como lo hizo para realizar la primera parte de la “Trilogía del Dólar” sino que inventó un argumento junto a Fulvio Morsella que después transformaría en el guión de la película con la ayuda de Luciano Vincenzoni. Leone demostraba así que no necesitaba plagiar a nadie para crear una buena historia. Además con el mismo sombrero, el mismo poncho (comprado al llegar a España), y hasta si no es exagerar, el mismo cigarro (porque el actor nunca llega a fumar, porque odia hacerlo), Eastwood da vida de nuevo a un cazarrecompensas que se gana la vida como tal, cobrando por entregar a la justicia, vivos o muertos, a los delincuentes más buscados. Pero aquí, Eastwood ya no es el protagonista absoluto. La película narra paralelamente (para terminar coincidiendo en la segunda mitad del filme) la historia de otro cazarrecompensas, al que da vida Lee Van Cleef, un actor hasta entonces solo era conocido por ser secundario en “El Hombre que Mató a Liberty Balance” (1962) y muchas series de televisión, entre otros trabajos. A raíz de su participación en esta película, Van Cleef obtuvo fama mundial, que le llevó a interpretar sobre todo un buen puñado de spaghetti westerns, subgénero que estaba en lo más alto. Y es que, al contrario de lo que sucedía en los Estados Unidos, el western estaba muy de moda en Europa, gracias sobre todo a las películas de Leone, que tras los problemas surgidos con los productores italianos de su primer western, llegaron a pasar por los tribunales, así será Alberto Grimaldi, abogado de Leone durante el pleito, el encargado de producir la película.



El mayor presupuesto del que disponía permitió a Leone centrarse más en los pequeños detalles, pues se trataba de un tipo muy meticuloso. La fascinación y rigurosidad histórica por las armas que tenía Leone en esta película es mucho más evidente. Sobre todo se manifiesta en la secuencia en que Mortimer se enfrenta a su primera presa, un tal Guy Galloway, y desabrocha la tela de su silla de montar para mostrar una colección de armas de la época que constituyen sus utensilios de trabajo. “Por Unos Dólares Más” supuso un éxito de taquilla aún mayor que su predecesor e instauró a Leone entre los directores más valorados por las preferencias populares aunque fue atacado brutalmente por gran parte de la crítica, la misma crítica que hoy lo elogia y considera un maestro del séptimo arte. Leone ha sido uno de los directores europeos más injustamente maltratados. Principalmente, sus westerns fueron criticados por carecer de carga política y excederse en su tratamiento de la violencia. Cuando finalmente el tiempo dio la razón al cine puro, como el de Leone, fue en el momento en que se descubrió el bluff que supuso gran parte del cine de autor de los sesenta al pasar unos años y volver a visionar aquellas películas que resultaron en su día tan magníficas a los sesudos críticos. Lo que sí es cierto es que la manera de hacer western del italiano transformó el tratamiento de dicho género incluso en los EE.UU. que habían sido los inventores y pioneros de este tipo de filmes. El llamado “western sucio”, cuyo principal representante fue Sam Peckinpah, comenzaba a asomar tímidamente el estilo italiano en filmes como “Duelo en la Alta Sierra” (1962) y “Mayor Dundee” (1965), este último lamentablemente amputado por parte de la productora, volvía su mirada hacia Almería donde un romano estaba revolucionando el género.



Gracias a una portentosa labor de montaje, que le presenta como un narrador de primera, el director nos presenta a los personajes principales, y sus intenciones. El Manco y Mortimer son los primeros en aparecer en escena, cada uno por su lado, mostrándonos sus distintos métodos para atrapar a delincuentes. Más tarde, un sólo vistazo a un cartel, con las miradas alternadas de ambos, nos muestra por dónde irá la película. Es cuando hace acto de presencia el villano de la función, “El Indio”, interpretado por un excelente Gian Maria Volonté, como ya había hecho en “Por Un Puñado de Dólares”. La historia que protagonizan está llena de detalles que la arropan. Al Manco le mueve única y exclusivamente el dinero que puede ganar, y para ello será todo lo amoral y violento que haga falta. Pero esto no va reñido con el respeto que pueda sentir hacia su compañero de fatigas (¿es “Por Unos Dólares Más” un presagio de las “buddy movies” que tanto proliferaron en la década de los 80?). Al Coronel Mortimer le mueve la venganza (el Indio es culpable de la muerte de su hermana, y no de su hija como quisieron hacernos entender en el lamentable doblaje), y el Indio es un villano peculiar. Su total falta de escrúpulos, su exagerada violencia, y el estar continuamente drogado, chocan con sus remordimientos por esa muerte en cuestión (la mujer, mientras es violada, coge una pistola y en lugar de matar a su asaltante, se suicida). El drama está servido, y la culminación del mismo será en un clímax de los que no se olvidan. Sin duda, uno de los mejores duelos jamás vistos en una pantalla, con dos maestros de ceremonia: un Eastwood quedando en un segundo plano, y la melancólica música de un reloj, que evoca tiempos mejores llenos de pureza e inocencia.



Una vez más, la Banda Sonora de el gran Ennio Morricone, ayuda a la historia, marcando la progresión dramática, vistiendo la personalidad de cada personaje, y creando una banda sonora de las más recordadas por todos (¿quién no ha intentado silbarla más de una vez?). La dirección artística tiende hacia un barroquismo, seco y áspero, en armonía con la historia, plagada de personajes aún más secos, bañados de una violencia casi insoportable ( como dije anteriormente Leone fue muy criticado por ello en su día). El humor en esta película es a cuentagotas, y muy bien insertado. Baste mencionar dos secuencias al respecto: la llegada al pueblo en el que sus habitantes no quieren visitantes, o el mismo final en el que al Manco no le salen las cuentas de lo recaudado por los delincuentes que han atrapado). Clint Eastwood empezaba a fomentar su fama de tipo duro con el personaje del Manco, el cual guarda ciertos paralelismos con su anterior trabajo a las órdenes de Leone, y también con el siguiente. En las tres, no usa ningún nombre propio (aunque en “Por Un Puñado de Dólares” algunos le llamen “Joe”). Sería una de las señas de identidad en sus futuros trabajos como actor: personajes misteriosos, marcados por un pasado apenas conocido, pero que se intuye. Inmerso casi siempre más allá de cualquier ideología, por encima del bien y del mal. Y es que ya por aquel entonces, Eastwood era un sobreviviente en un mundo lleno de corrupción y maldad. La ley, tan sucia como la delincuencia, no llega para hacer justicia.



Es en “Por Unos Dólares Más” donde definitivamente Leone definirá su estilo, aunque indudablemente evolucionará hasta alcanzar su paroxismo en “Érase Una Vez en el Oeste” (1968), y nos mostrará su personal glosario de obsesiones características. Entre ellas: el respeto por la amistad viril; el fetichismo en el vestuario, armas y objetos; el rechazo por el orden establecido; la atracción por la figura del “hombre sin nombre”; la escasez de personajes femeninos; el uso de la mugre como elemento estético; los “leit motivs” musicales; la crítica al catolicismo; la venganza; la desolación de los personajes; la fascinación por los tiempos pasados frente a la inadaptación al futuro... Estos temas se abordarán más ampliamente en otros apartados de este trabajo de investigación. “Por Unos Dólares Más” es una de las obras cumbres del Cine, sin necesidad de recurrir a etiquetas con las que incluirla en tal o cual género. Emocionante, una lección de entretenimiento, y mucho más. Pronto hablaremos del final de esta apasionante trilogía, con el que es, probablemente, el título más admirado de los tres, y también del cine de Leone, un maestro al que hay que reivindicar siempre. Su concepción del cine rompió esquemas, y creó escuela. El propio Eastwood, a ratos se inspira en su mirada cínica e incisiva, directa como pocas, y no hay entrevista en la que se le pregunte por él y no se deshaga en elogios. Nuestro actor favorito le ayudó a construir su mundo con una composición inolvidable.



“La nada convertida en western”

miércoles, 29 de junio de 2011

Por Un Puñado de Dólares

Director: Sergio Leone
Año: 1964 País: Italia Género: Western Puntaje: 09/10
Interpretes: Clint Eastwood, Gian Maria Volonté, Marianne Koch, Antonio Prieto, José Calvo, Wolfgang Lukschy, Mara Krup y Luigi Pistilli



Corre el año 1872. Un hombre sin nombre al que se refieren como "Manco" (Clint Eastwood), un ex combatiente de la Guerra Civil Estadounidense, se dirige a San Miguel, un pueblo en la frontera de México y los Estados Unidos, donde reina la confusión y abundan los bandidos y las viudas. En este pueblo, dos familias, los Rojo y los Baxter, se disputan la supremacía del territorio. Los Rojo son poderosos por el tráfico de armas, y los Baxter por tráfico de alcohol. Antes de continuar la serie “Rawhide”, el futuro intérprete de “Harry, El Sucio”, pensó que venirse a España a rodar una película que le podría significar una buena oportunidad para seguir desarrollando sus aptitudes como actor. Cambiar de aires, sobre todo porque ya estaba un poco cansado de la CBS y la mencionada serie, podía venirle bastante bien. Así que, con alguna que otra duda, los consejos de su mujer por aquel entonces y la condición de que podría cambiar los diálogos de su personaje, cruzó el charco dispuesto a probar nuevas experiencias. “Il Magnifico Straniero’” fue el título con el que se rodó la película, cambiándolo por el que todos conocemos justo antes de su estreno. Eastwood no sabía quien era Sergio Leone, quien había hecho algún que otro peplum (género, o subgénero, que empezaba a entrar en decadencia en Italia) y colaborado en algunas superproducciones (fue el director de la segunda unidad de “Quo Vadis” y “Ben-Hur”), y éste apenas conocía nada de Eastwood. Simplemente le había parecido interesante al verlo en algún que otro episodio de “Rawhide”. Pensó que podría envejecer su aspecto, poniéndole barba de días y cierto aspecto desaliñado. No se equivocó.


Eastwood no hablaba italiano y Leone no hablaba inglés, pero al poco tiempo acabaron entendiéndose a la perfección, pues ambos compartían una enorme pasión por el cine. A Sergio Leone se le consideró el padre del “Spagetthi Western”, algo que a él siempre le molestó. Lo cierto es que este filme, en contra de todo pronóstico, fue el que terminó de impulsar dicho subgénero, que hasta entonces contaba con algunas producciones, sobre todo de origen alemán (anotar la graciosa anécdota de que en Italia, los espectadores pensaron que Clint Eastwood era una actor alemán, ya que “Rawhide” aún no había llegado al país de la bota). Leone le dio la vuelta a lo que hasta entonces se conocía como western. El director italiano cambió por completo las reglas de un género genuinamente americano y aunque esto fue visto en un principio como una falta de respeto, no hay más que fijarse un poco para comprobar el profundo amor y cariño que Leone sentía por las películas norteamericanas. El personaje central rompía todos los moldes del típico héroe. Su entrada en escena ya marca por dónde irán los tiros, nunca mejor dicho, en el filme. Su llegada a un pueblo fronterizo, en el que parándose a beber un poco de agua en un pozo, es testigo de cierta injusticia (a nuestros ojos) en la que no interviene. ¿Estamos ante el héroe o por el contrario es uno de los villanos? Leone se reserva esa información para más adelante y nos sorprende mostrándonos a alguien sin ningún tipo de moral o ética al ofrecer sus servicios de pistolero a los dos bandos que se disputan el poder en el pueblo.


“Tu cine me gusta por el modo en que filmas a los caballos, los filmas desde el culo". Esta frase pronunciada por Bertolucci cuando Leone le propuso rodar una película con guión de ambos y le preguntó por qué le gustaba su cine, resume en sí mismo todo lo que fue el cine de Leone. Cuando oigo que Sam Peckinpah fue el renovador del western, particularmente me echo a reír, por que sin duda alguna, el primer rupturista con el western clásico no fue otro que el genio italiano. El Spaguetti Western fue un género mediocre, del que sólo cabría destacar, aparte de Leone, a Sollima y a Corbucci, que en cierto modo no hicieron más que servirse de las bases puestas por Leone, quien, por razones obvias, fue el que alcanzó más notoriedad, y con el paso de los años no cayó en el olvido. Leone apostó muy alto al considerar que el sueño americano del western se podía llevar a Europa sin ningún tipo de problema. “Por Un Puñado de Dólares” va más allá del desafío; una prueba de fuego, la chispa de una cadena de películas que mitificarían a este subgénero. Para muchos, una escuela aparte del cine del oeste. Aunque recogería los frutos la era dorada hollywoodiense, siempre se le ha tenido consideración más allá de intentar reanimarse. Pero no son los grandes estudios los que imperan sino un grupo de productores, casi todos italianos entre alemanes y españoles, que intentan consagrar el género a su manera. Cabe destacar que el western, como mito, había sido abandonado por los propios americanos. El género subsistía, aunque en 1963 representaba un 9% del total de producciones en Hollywood. Cada vez era menos rentable, y los productores de los grandes estudios preferían otro tipo de historias. Los creadores del invento lo habían abandonado a su suerte. El testigo debía ser recogido por otros. Artistas y cineastas de otros países, que habían crecido viendo westerns en el cine, y que habían bebido de las fuentes de John Ford y el resto de grandes directores hollywoodenses.



“Por Un Puñado de Dólares” es un remake en toda regla de “Yojimbo” (1961), el famoso filme de Akira Kurosawa protagonizada por Toshiro Mifune, aunque en un principio Leone intentó disculparse poniendo todo tipo de excusas. Kurosawa montó en cólera y denunció a los productores, logrando ganar el pleito (los derechos de distribución internacionales fueron exclusivamente suyos). Dejando a un lado polémicas de este tipo, se puede apreciar que “Yojimbo” tenía una historia que podía ser trasladada perfectamente al western (no nos olvidemos de que Kurosawa además rendía con ese filme un homenaje al género en cuestión, sobre todo por sus admiradas películas de John Ford, pasión que compartía con Leone), pasado por el filtro que el director italiano estaba a punto de convertir en estilo. La amoralidad del filme japonés también está presente en “Por un Puñado de Dólares”, subrayando esto con un incremento de la violencia hasta límites insospechados para la época (atención a la paliza que recibe el personaje central cuando es pillado in fraganti en una de sus artimañas). Leone, además de una puesta en escena reforzada por unos decorados de una sequedad brutal, en perfecta armonía con el uso del formato “scope”, contó con dos elementos que hoy día son ya inmortales. Por un lado la inolvidable música compuesta por Ennio Morricone, que va más allá de ser un mero acompañamiento musical. Sus melodías, pegadizas hasta decir basta, muestran y sugieren las motivaciones o sentimientos de los actores de una forma que nunca antes se había visto. El compositor italiano, que a día de hoy sólo tiene un Oscar honorífico, se convertiría en el máximo referente de las bandas sonoras en películas de este tipo (a la copia le salieron copias hasta debajo de las piedras), llegando a expandirse en otros géneros, como ya todos sabemos.



El segundo elemento es, cómo no, Clint Eastwood, cuya composición sigue resultando, aún a día de hoy, una de las mejores de su larga carrera como actor. Con una sorprendente ironía, un laconismo utilizado como expresividad, y cierto sentido del humor (la escena en la que pide al sepulturero tres ataúdes, y después de matar a cuatro hombres le dice que se equivocó, que quería decir cuatro, es impagable), el actor compone un personaje inolvidable. Leone siempre dijo que Eastwood tenía tres expresiones: con cigarro, con sombrero, y sin sombrero. Lo que nunca dijo, porque tal vez ya se daba por entendido, es que con esa enorme economía de medios, Eastwood era capaz de transmitir muchísimo, y de ser totalmente creíble. Por otro lado, el actor nacido en San Francisco se encontraba por primera vez dando vida a un tipo de personaje que no le abandonaría nunca y que raya en cierto modo con lo fantástico. Su aire misterioso (aparece en medio de una humareda, impasible, peligroso), su origen desconocido, su parquedad en palabras, nos hacen pensar en alguien no humano, o de carácter fantasmal. Esto queda bien patente en una de las secuencias finales, cuando uno de los villanos dispara seguidas veces a Eastwood, y éste se levanta una y otra vez mientras susurra palabras, que semejan por el tono ser de ultratumba. Leone demuestra inteligencia al poner el punto de vista en el villano, de modo que el espectador no tiene más datos que él, y se sorprende (aterroriza) de lo que sucede. El actor Gian Maria Volonté es el perfecto contrapunto a la sobriedad de Eastwood, son dos fuerzas que chocan librando un espectacular duelo actoral. Además con esta cinta Leone inicio su llamada “Trilogía del Dólar” que completaría con dos magistrales películas más, “Por Unos Dólares Más” (1965) y “El Bueno, El Malo y El Feo” (1966).



Como en las otras películas de la “Trilogía del Dólar”, la película no cuenta con un gran guión, los personajes no se desarrollan demasiado y algunas de las situaciones que ocurren están cogidas con algodones. Es la dirección de Leone lo que le otorga a esta película el poderío que tiene, la inteligencia del director consigue que la película se convierta en un grandísimo entretenimiento, Clint Eastwood se volvió a los Estados Unidos convencido de que la película se olvidaría, hasta que el impresionante éxito que tuvo en Europa le sorprendió totalmente por sorpresa (incluso no sabía nada de lo del cambio del título). Leone quedó encantado de poder contar con él, después de la negativa de varios actores como Charles Bronson, quien dijo que el guión le parecía el peor que había leído en su vida o Henry Fonda, que despidió a su agente pues éste ni siquiera le enseñó el guión que Leone le hizo llegar (¿es necesario que diga en qué impresionante película trabajaron los tres unos años después?). El western empezó a despuntar en Europa, al contrario de lo que sucedía en su país de origen. El cine americano ya llevaba un tiempo trayendo algunas de sus producciones al viejo continente, aprovechando las subvenciones que el cine recibía por aquí (lo que son las cosas, eh?). Eastwood volvería a recibir una llamada de Leone para interpretar otra película que haría historia, “Por Unos Dólares Más”, en la que Leone y Eastwood tocarían la perfección, cosa que aquí no sucede por un par de detalles no demasiados molestos, pero de ella hablaremos más adelante en este blog. Sea como fuere esta cinta dio a conocer a Leone y Eastwood a nivel mundial, además ya es todo un clásico y se disfruta de principio a fin.



“El nacimiento de un nuevo género, el Spagetthi Western”

miércoles, 8 de septiembre de 2010

Dead Man

Director: Jim Jarmusch
Año: 1995 País: EE.UU. Género: Western Puntaje: 08/10
Interpretes: Johnny Depp, Gary Farmer, Lance Henriksen, Michael Wincott, Crispin Glover, Robert Mitchum, Steve Buscemi, Alfred Molina, Gabriel Byrne, John Hurt y Billy Bob Thornton

William Blake (Johnny Depp) es un sumiso contador oriundo de Cleveland que se dirige al pueblo de Machine en busca de trabajo, ese lugar está gobernado por el libertinaje de individuos ejecutivos de la fuerza bruta, tierra de nadie donde las balas mandan. Allí tras asesinar al hijo del hombre más poderoso de dicha zona (Robert Mitchum) en una reacción defensiva terminaría siendo perseguido por todo aquel que quisiera cobrar la recompensa por su cabeza. En su huída entablaría una extraña relación amistosa con un indígena llamado Nadie (Gary Farmer), personaje enigmático y espiritual, quien confunde al contador con un poeta ya fallecido, además de sanear el cuerpo y enrumbar el alma del mismo, para darle un nuevo sentido como poeta de la sangre, como asesino. El western se hace presente en el cine de Jarmusch en su sexta entrega, en la cual regresa al B/N para atañerle atmósfera moribunda, lúgubre y fatalista. “Dead Man” muestra malaventura inevitable exenta de vivacidad (cromática) por los elementos elegidos para la narración: hombres desaliñados y hoscos, ambientes áridos, entes misteriosos surreales. Es una película existencialista, prodiga de lirismo y parodia, que no juzga pero sí usufructúa los componentes del western convencional como la ambiguedad de las personalidades de buenos y malos, la confusión de sus objetivos, la errancia de sus cuerpos.

Quizá no haya película del oeste que muestre un entorno tan decadente como se ve en “Dead Man”. Se trata de un oeste más salvaje de lo que se suele afirmar. Es la última frontera entre la civilización y la llamada barbarie. La civilización la representan las culturas amerindias, las cuáles se limitan a una existencia armoniosa con la naturaleza. Lo barbárico está en el hombre blanco, que se dice portar la bandera de la civilización, pero verdaderamente son analfabetos que en vez de aprender a leer prefieren aprender a disparar. Desde su largo viaje en tren así lo va viendo William Blake. “Dead Man” arranca de forma poderosa. La llegada de William Blake (Johnny Deep) a Machine y el consiguiente recorrido por su embarrada calle principal es francamente un prodigio visual. Jarmusch consigue mediante su hábil manejo de cámara que el espectador sienta en sus propias carnes el canguelo experimentado por ese lechuguino de ciudad penetrando en un territorio desconocido, hostil, amenazante. Sensación que se acentúa, a mi juicio, gracias a su elaborada puesta en escena y a la extraordinaria habilidad de crear atmósferas, en cierta medida, kafkianas. Pero si en algo se caracteriza el cine de Jarmusch en general, y esta película en particular, es en el extravagante perfil de sus personajes.

“Dead Man” retrata la transformación del individuo obligado por la situación límite. Somos lo que nuestro entorno nos hace, lo que las circunstancias nos imponen a ejecutar; por eso, podemos pasar de ser un desempleado esperanzado a una leyenda temeraria si las eventualidades así nos lo exigen. Jarmusch con esta producción difiere de sus anteriores trabajos en gran medida; no en su estilo narrativo siempre lineal, sino en el tratamiento fotográfico con planos más abiertos dotados de mayor movilidad, en la utilización más constante de los efectos sonoros-musicales, y principalmente en la esquematización base de la propuesta, como la exploración del western clásico para contextualizar los acontecimientos. El autor sigue recurriendo a la sátira para la desfiguración de convenciones, la exageración de situaciones y la apelación de lo onírico no abstracto, pero en esta ocasión con clave casi irreconocible urde una entrega distinta pero igual de apreciable. En sus filmes anteriores (Bajo el Peso de la Ley y Noche en la Tierra) cuenta con relatos episódicos, repartos numerosos y manejo mesurado del color que ya parecían marcas indisolubles de su obra, lo que provoca una impresión confusa por la tergiversación de las características de su obra, “renovación” que suele disgustar.

Quizás sea uno de los pocos western auténticamente humano y realista. A Jarmusch le gustan los experimentos filosóficos en torno al alma humana y sus misterios. Paradójicamente, la película se inspira en lo que debió haber sido esa época de miseria y barbarie que fue el Oeste americano, pero también es surrealista e irreal en muchos sentidos. Es muy raro que el cine presente al desnudo de situaciones que tienen que ver con las “desviaciones” humanas; por el contrario, el cine las idealiza, las suprime y las esconde. Es de lógica que en un mundo donde solo cohabitan y conviven solo hombres no surja entre ellos la necesidad del sexo; y de manera más concreta, del sexo homosexual. Jarmusch así lo deja ver en una escena de la película, cuando el protagonista es víctima de una banda de asaltantes de camino donde uno de sus miembros está vestido de mujer. Esto choca con la imagen del vaquero rudo y paradigmático que estamos acostumbrados a ver. Por lo demás la película se va haciendo cada vez más experimental pero esto no hace que la película decaiga, más bien lo hace más interesante al transcurrir del tiempo. Nunca he pensado de “Dead Man” fuera una película extravagante ni alternativa dentro del western. La mayor parte de lo que nos cuenta ya parece ser un compendio de películas de los setenta como “El Hombre de una Tierra Salvaje” por citar alguna.

En algunas partes de “Dead Man” pierde fuelle y se tambalea a medida que la persecución de nuestro “wanted” particular avanza. En este tramo el ritmo narrativo apenas mantiene estables las constantes vitales y el tedio empieza a adueñarse paulatinamente de cualquier espectador que no acredite ser un devoto seguidor de Jarmusch y su incomprendida poética. De hecho, yo sólo rescataría en esta fase central la guitarra de Neil Young, los agudos comentarios de Nadie, el indio, y ciertos flashes de humor absurdo (“¿tiene tabaco?”), pero poco más. Así pues, lo dicho: este tramo se hace tan largo, pero afortunadamente, todo llega a su final. Y el final de “Dead Man” es bellísimo, metáfora pura. Quizás porque, aunque el destino de nuestro “Dead Man” estaba más que cantado, la forma escogida por Jarmusch para plasmarlo es de un lirismo sobrecogedor. Jarmusch regresó al B/N para entregar su producción más oscura en lo argumental. Es la única con desenlace trágico de toda su lista de realizaciones, tragedia que motiva a la reflexión sobre en qué nos convertimos cuando la situación nos exhorta a la compulsión hasta cierto grado desmedida. Tenebrosidad y realismo sobre el punto de vista del indie acerca de los improvisadores y desarraigados… los muertos en vida. Una mezcla entre un western espiritual y una road movie tántrica... un fascinante viaje a través de los sentidos y hacia los abismos de una conciencia aletargada y condenada al dulce encanto y a la noche eterna.

Para mí “Dead Man” es una de las mejores películas de Jim Jarmusch. Contó con un reparto de lujo y nueve millones de dólares de presupuesto. La taquilla solo recupero una novena parte del presupuesto, pero así pasa con un trabajo que es tan anti-comercial como la misma personalidad de su realizador. La película se adentra en un raro letargo, ayudado por la música de Neal Young (Banda sonora realmente sobreacogedora) con un blanco y negro propio de una cinta de hace más de medio siglo. “Dead Man” reivindica la imagen del indio y tira por tierra la del hombre blanco. Siendo este un ser sin conciencia ni visión de futuro. La conquista del oeste no fue de la manera grandiosa, de las que se nos quiso vender en otros tiempos a punta de Tecnicolor y Cinemascope. Pero lo mejor de la película no es la construcción de un oeste diatópico, sino en el desarrollo de diálogos e imágenes místicas. Jim Jarmusch, es uno de los mejores directores de nuestro reciente tiempo, esta película hace sentir la música, sobran los diálogos, cada imagen, cada punteo de esa inolvidable melodía hace que me estremezca, es una grandísima obra de culto que cambiará la forma de ver el cine de todo aquel que la vea.

“Un western diferente, poderosamente hipnotizante"

domingo, 5 de septiembre de 2010

Los Imperdonables

Director: Clint Eastwood
Año: 1992 País: EE.UU. Género: Western/Drama Puntaje: 10/10
Interpretes: Clint Eastwood, Gene Hackman, Morgan Freeman, Richard Harris, Jaimz Woolvett, Saul Rubinek, Frances Fisher, Anthony James y Anna Thomson

Gran western crepuscular del genial Clint Eastwood que relata la historia de William Munny, un pistolero retirado, viudo y padre de familia, que pasa por dificultades. Hace años que abandonó la violencia, pero ahora su única salida para sacar adelante a su familia es hacer un último trabajo como caza recompensas, acompañado por un viejo socio (Morgan Freeman) y un joven e inexperto novato (Jaimz Woolvett). Su misión sera matar a dos hombres que cortaron la cara a una prostituta. Sin duda estamos ante uno de los grandes clásicos del cine moderno, que con toda seguridad se recordarán dentro de muchas décadas. Una de las grandes películas que el magnífico Clint Eastwood ha dirigido y protagonizado. Una magnífica película que nos habla de la redención, de la violencia y de la humanidad de las personas. Ganadora de cuatro Oscars, incluyendo Mejor Película, Mejor Director y Mejor Actor secundario. Una película que hace que el género del Western llegue a su punto álgido, en una película en la que no hay buenos ni malos, sólo malos menos malos y malos malísimos, los asesinos son los malos pero los que supuestamente ejercen la justicia también lo son, e incluso más. Quién mejor para hablar de estos temas, además de una manera tan perfecta, como Clint Eastwood. Además dedicándoselo a su mentor Sergio Leone, en esos preciosos títulos de crédito. Si está infinitamente bien dirigida ni hablemos de las interpretaciones, soberbias, absolutamente impresionantes.

Un cielo anaranjado, recortado por la silueta de un rancho y un árbol. Hacia la derecha, una tumba y un hombre rezando. Es el ocaso del día. Es el ocaso de una vida. Pero también es otro ocaso. Clint Eastwood conoció la fama de la mano de Sergio Leone, ese italiano que intentó renovar un género que ya estaba perdiendo brillo, imprimiéndole una mirada mediterránea, más intensa y apasionada que la frialdad que congela las grises pupilas norteamericanas. El western también ha conocido diferentes rutas. Porter le dio vía libre para expresarse en la pantalla, permitiéndole convertirse en una esperanza épica, en manos de Ford o de Sturges. De ese envoltorio simplista, en el que los cowboys eran los "buenos" y los indios los "malos", lo sacudió Leone para descubrir seres conflictuados y revisar los claros valores de bondad y maldad. Así, Clint Eastwood podía aparecer como un ser desarraigado, cazador de recompensas y ser, a la vez, el héroe de la historia. Este paso permitió a los norteamericanos realizar su propia revisión histórica y plantear la sanguinaria colonización llevada a cabo de la mano de los hasta entonces héroes del avance hacia el oeste , el general Custer, entre otros, desde otro punto de vista, quizás inclinando la balanza inversamente, donde los indios son los "buenos" y los jinetes de la Caballería los "malos".

Pero volvamos a Eastwood. Se dice que “Los Imperdonables” es el último western de un actor que ha interpretado treinta y seis películas y ha dirigido dieciséis. Que es su visión madura de una gesta comenzada a ser filmada con el siglo. Noventa años después del primer western, Eastwood nos entrega su última visión de un mundo y un acontecer que ha vivido a través de variados guiones y distintas posiciones respecto a una historia que no deja de ser injusta. Hoy en día ya nadie hace westerns, o por lo menos, ya nadie hace westerns interesantes. “Los Imperdonables” quedó tan bien hecha y fue tal su éxito, que el propio Eastwood afirmó que si algún día fuera hacer un último western, este le parecería una buena elección. Y es que en la actualidad, y voy a ser breve, que no me quiero perder por las ramas, tras el punto final al género que significó el descalabro de la mal entendida “La Puerta del Cielo” de Michael Cimino, ya nadie ha sabido dotar de suficiente entereza al western para que este reavivara de un modo firme y serio evidentemente Clint Eastwood es el único que ha sabido llevar una continuidad del género, pese al poco número de westerns. Técnicamente es muy sobria y muy bien hecha; La fotografía es perfecta y además muy preciosista, hay un gran cuidado por los detalles en cuanto a los paisajes, habiendo algunos realmente preciosos, que podemos incluso contrarrestar con la crudeza de su historia, son los únicos momentos de paz que los personajes tienen, cuando cabalgan, cuando duermen, y en todos ellos aparecen bonitos paisajes y puestas de Sol. Por lo demás es bastante oscura, como es lógico dada la historia que se nos cuenta, además tenemos también el contraste de los campos en los que viven Will y sus hijos.

Siendo Eastwood un hijo pródigo de dos realizadores cómo Sergio Leone y Donald Siegel, a uno no le deja de sorprender. “Los Imperdonables”, mantienen un lujoso equilibrio entre narración y entramado dramático, lo suficientemente dinámico cómo para mantener siempre en vilo al espectador, haciendo que sirva de partícipe del filme y nunca cómo juez del mismo. Los protagonistas de sus westerns son hombres abocados a la violencia, fantasmas resurgidos de la tierra para vengarse de los que le humillaron, forajidos con un áurea mística nacida del dolor y el horror por contemplar a tu familia violada y asesinada, ángeles de un cielo sin leyes que socorren a los necesitados, en definitiva, muertos vivientes de rostro enjuto, que arrastran tras de sí un carromato de cadáveres fruto de sus múltiples encuentros con pobres desdichados que se creyeron más rápidos y más listos. La música, no es de Clint Eastwood esta vez, salvo un tema, que aunque no aparezca como suyo sí lo es, como en todas sus películas, la música es clave para acompañar a las imágenes, aunque no destaque demasiado, ya que es más bien intimista, empleando los menos recursos posibles y aún así consiguiendo unos resultados buenísimos para la cinta.

Una de las sensaciones que más calan al espectador que visualiza “Los Imperdonables” es el de la total falta de épica de la historia narrada. Si Sam Peckimpah había mostrado el crepúsculo del western en un grupo de hombres perdidos y aislados cuyo único motor de supervivencia es la violencia que arrastraban consigo y John Ford había jugado la última y más duras de las bazas al desmitificar la leyenda del etéreo cowboy, Eastwood, no exento de tristeza, rueda su último western desde el estigma más hondo. Su Will Munny es un asesino de mujeres y niños, un borracho que pegaba y maldecía a los animales, cuya última aventura, por si no fuera bastante, acaba por destrozarlo definitivamente, siendo el motor de la misma, unos cortes realizados por un par de jóvenes a una prostituta que se había reído al ver el minúsculo pene de uno de ellos. El despropósito de muertes y flagelaciones que conlleva dicha acción, está encadenada a los estúpidos actos de los protagonistas: un sheriff que se niega a castigar a los culpables, las prostitutas que creen que se debe pagar con la muerte tal ofensa, un joven bravucón que sólo piensa en la recompensa, y un par, casi de ancianos expistoleros, incapaces de subirse al caballo o de disparar ya a otra persona, aceptando un trabajo carente de toda épica, un vil asesinato a dos jóvenes, que al margen del acto brutal que abre el filme, se presentan cómo gente de a pie, trabajadora e, incluso, arrepentida.

Quizás el único personaje positivo de “Los Imperdonables” sea el Ned Logan interpretado por Morgan Freeman, un hombre que se lanza a la aventura cómo algo excitante, una manera de recordar viejos tiempos, por oscuros que sean estos. Las exageraciones de Will Munny explicándole lo que le habían hecho los jóvenes con la prostituta, reflejan la sed de Munny por lanzarse a una caza cómo un buscador de recompensa más, sin importarle la veracidad de los hechos. Logan se deja tentar y para cuando desea retirarse, ya es demasiado tarde. Por su parte, Munny, por duro que le parezca, en el momento en que pide ayuda a su amigo, está labrándose una resurrección de su antiguo yo, convertido en la actualidad en un viejo que no puede ni separar unos cerdos enfermos. En el momento en que le comunican el asesinato de Logan, Munny, abstemio hasta la fecha, coge una botella de whisky y empieza a beber, ya ha llegado al éxtasis de la resurrección: No va a quedar alma en pena viva en Big Whisky. Eastwood traza su filme con una planificación majestuosa, juega con la leyenda y la realidad bajo los personajes cínicos y mentirosos de Bob El Inglés y Little Bill, retrata la muerte del significado del cowboy al abocarlo a una aventura tan estúpida cómo suicida, y todo, con un devenir de planos sin movimiento y un uso del montaje deslumbrante. Eastwood no es que ruede como Ford, es que en “Los Imperdonables”, prácticamente se convierte en John Ford.

“Nostálgica y majestuosa; una obra maestra”