miércoles, 27 de abril de 2011

El Luchador

Director: Darren Aronofsky
Año: 2008 País: EE.UU. Género: Drama/Deporte Puntaje: 9.5/10
Interpretes: Mickey Rourke, Marisa Tomei, Evan Rachel Wood, Judah Friedlander y Ajay Naidu



Randy “El Carnero” Robinson (Mickey Rourke) es un luchador profesional de wrestling retirado. Tras haber sido una estrella en la década de los ochenta, trata de continuar su carrera en el circuito independiente, combatiendo en cuadriláteros de tercera categoría. Su vida entrara en conflicto cuando se da cuenta de que los brutales golpes que ha recibido a lo largo de su carrera le empiezan a pasar factura (un mal cardiaco), es en esa situación que Randy decide poner un poco de orden en su vida; intenta acercarse a la hija que abandonó, Stephanie (Evan Rachel Wood), a la vez que trata de superar su soledad con el amor hacia Cassidy (Marisa Tomei), una streaper también marcada por la vida. Todos nos preguntamos qué ocurre cuando se apagan las luces del escenario, cuando los fans dejan de aclamar a sus ídolos, cuando todo el mundo vuelve a sus casas y la magia del espectáculo enmudece. Entonces volvemos a la realidad, abandonamos la catarsis que nos evade de nuestras vidas cotidianas y las estrellas se despojan de sus disfraces y ornamentos, convirtiéndose en personas de carne y hueso, con sus alegrías y sus penas, como cualquiera de nosotros. Y muchos son los astros apagados, sepultados bajo el peso de la edad o las consecuencias físicas y psicológicas de décadas de entrega a una jauría humana que siempre pide más. En medio de una zafra hollywoodense en la que sobran ínfulas e interesantes propuestas, “El Luchador” convence porque no intenta pasar por lo que no es. Aronofsky se ajusta a la sencillez de la historia y deja a un lado los artificios visuales y los montajes vertiginosos característicos de casi todos sus filmes para adoptar un lenguaje directo, a veces casi documental, que realza la verdad humana de sus personajes y fortalece la autenticidad de los ambientes que pinta.



“El Luchador” está mostrada por Darren Aronofsky de una forma muy sencilla, algo que llama la atención teniendo en cuenta la filmografía anterior del cineasta, en la que sus filmes necesitaban de una mayor implicación por parte del espectador que se entregaba, o no, a un lenguaje cinematográfico de cierta densidad. En “El Luchador” cambia totalmente las tornas sobre todo en lo que respecta al acercamiento a sus personajes. Aronofsky pega su cámara (siempre tambaleante, como el personaje central) al cogote de Rourke, y le sigue allá a donde va, realizando planos secuencia tan llamativos como insignificantes. De esta forma, somos testigos directos de la vida de Randy, ya sean sus combates con poco público, su trabajo en una carnicería, sus escarceos para ver a su bailarina favorita, los intentos de acercamiento a su hija, etc. El director de “Réquiem por un Sueño” (2000) se sirve de la fotografía de grano grueso y la cámara en mano para recoger de manera realista la frialdad, sordidez y desorientación del luchador que se encuentra en el crepúsculo de sus carrera y que empieza a darse cuenta de que esta solo en el mundo. Su trabajo podría representar el mundo de la apariencia y la falsedad, donde todo está en venta, pero también donde se esconde lo personal porque los golpes de la vida duelen más que los recibidos en el cuadrilátero, porque es muy difícil cambiar el rumbo cuando no existe alguien que lo espere. Es una vida atrapada en la soledad y el fracaso familiar, aunque en su interior queda dignidad y una chispa de humanidad, necesidad de amar y tener a alguien a quien contarle las cosas…Es, sin embargo, una chispa amenazada por la sordidez y los excesos, rodeada del griterío ensordecedor y las luces de neón que impiden oír y ver lo que pasa en su interior. Por eso, la oscuridad (el plano en negro es bien ilustrativo y adecuado colofón) siempre está al final de ese túnel poco iluminado por el que el luchador accede al ring (excelente paralelismo en la secuencia de los pasillos del supermercado, con un buen trabajo de sonido).


Pero “El Luchador” no sería tan buena como es si no fuera también por la labor de sus intérpretes, sobre todo Mickey Rourke. Aronofsky siempre tuvo claro que Rourke era el actor idóneo para el papel, y tuvo que imponer su criterio al de los productores, que querían a Nicolas Cage para interpretar la película (Dios mío, de sólo imaginarlo me entran sudores fríos). El que fuera uno de los mejores actores de los 80 está simplemente perfecto en su rol, logrando conectar con el espectador llegando al corazón de éste con facilidad inusitada. La sinceridad de su interpretación conecta directamente con los paralelismos más que evidentes con la vida personal del actor. Tanto en la realidad como en la ficción, Rourke fue una estrella de los 80 que cae en el olvido destrozando por el camino su propia vida. A su lado, una imponente (en todos los aspectos) Marisa Tomei, dando vida a una madura bailarina de striptease, amiga de Randy, una superviviente que ve cerca su ocaso personal por culpa de su edad. La actriz demuestra haber aprendido con el tiempo, y su entregada interpretativa está muy lejos de los tiempos de “Mi Primo Vinny” (1992). La tercera en discordia, dando vida a la hija de Randy es Evan Rachel Wood, que también está a la altura de sus compañeros, ofreciendo un personaje delicado en su sencillez, transmitiendo la misma dolorosa verdad que fluye de su decepción personal con respecto a su padre. Creo que “El Luchador” es ante todo una fábula sobre la vida, sobre lo divino y lo humano que está presente en todos nosotros. Esta desgarradora historia, alejada de impartir un juicio moralista, nos sumerge en la melancolía que produce un ser que se siente abandonado e impotente y que a pesar de las oportunidades que se le cruzan en el camino, es sencillamente “incapaz” de percibir las señales de su destino y por instinto e inocencia comprensible actúa, hiriendo, amando y abandonando.



“El Luchador” es el reflejo exacto de la dualidad de un hombre que es todo un héroe para su fanaticada y todo un anti-héroe en su vida personal, alguien que enfrenta la lucha física con tesón y valentía, pero resulta un cobarde de corazón, por eso no podría ser otro su destino final. Y aunque este personaje no goza en la película con la suerte que uno quisiera, pues a pesar de su acumulada lista de errores; uno cree y siente empatía por este hombre, la satisfacción trasciende la barrera de la ficción al saber que quien lo encarna, si se le presenta y aprovecha con las más poderosas fuerzas, aquella oportunidad soñada. Los sórdidos pasajes de la vida de Randy son retratados con una imagen cruda y alejada de estilismos. El verismo imprimido a las situaciones que le hunden lentamente, contrasta poderosamente con los deliberadamente grotescos espectáculos a los que asistimos en la lona, donde la farsa llega a incluir como instrumentos un luchador con grapadora o un aficionado que presta orgulloso su pierna ortopédica en pro del show. Con esta dicotomía, “El Luchador” es capaz de producir sentimientos encontrados y conjugar así la enorme complejidad de su protagonista, vieja deidad, intentando aferrarse desesperado a cualquier asidero profesional o emocional que le brinden. Así, el hundimiento y el paso del tiempo nos son explicitados en un videojuego pasado de moda que le tiene por estrella (y que revela la pérdida de la inocencia de su compañero de juegos), en una lista de teléfonos de su hija tachados y en su propio cuerpo, definido en sus propias palabras como un montón de carne podrida. Al más puro estilo Bukowski, “El Luchador” sencillamente es una película desgarradora, compleja, frágil, adorable y profundamente reflexiva. Es de hacer de una película que presenta la miseria humana, que no dejan de cobrar un verdadero sentido en la historia de este perturbado luchador.



El objetivo pegado al hombro de “El Carnero” y su colosal despunte dentro de una puesta en escena que elogia la cutrez de un físico y una vida demacrados, no dejan lugar a duda de las intenciones de Aronofsky, quien muestra al hombre sin los subrayados de, por ejemplo, un Clint Eastwood, y destacando en escenas mudas de reveladora soledad, como la sesión de firmas para los fans o la rutina de un trabajo tras el mostrador de la carnicería. Compasiva pero realista, “El Luchador” se guarda de canonizar demonios y de redundar el relato con inútiles lágrimas, y se cierra, sutil y potente, como un moratón de recuerdo marcado sin mala leche. Indagador en las miserias humanas, aventajado inspector del alma en decadencia, implacable psicólogo de sus personajes…Película tras película, Darren Aronofsky se ratifica como uno de los más idóneos cineastas para adentrarse en el dolor y la soledad del ser humano, sobradamente capacitado para otorgar una desnudez dramática que duele e incomoda, que tiene repercusiones devastadoras y, en última instancia, hace de cada una de sus obras una imprescindible e imprevisible pequeña maravilla. Pocos cineastas logran dicha talla dramática, y menos los que la alcanzan sin volver por las mismas constantes o géneros. Y Aronofsky, queda muy lejos del encasillamiento, de una repetición de temas de la que huye como de la peste. Cabe destacar que la cinta gano el Festival de Venecia el 2008 y tuvo dos nominaciones al Oscar 2008, a Mejor Actriz Secundaria y a Mejor Actor, que a mi humilde opinión le fue injustamente arrebatado a Mickey Rourke.


La banda sonora también es una maravilla, repleta de temas de los ochenta como no podía ser de otra manera, simbolizando el éxito y esplendor pasados ya que, por momentos, es la propia música la que sirve a Randy como válvula de escape de ese presente desolador en el que vive. Y el tema principal, “The Wrestler” de Bruce Springsteen, es hermosísimo y da punto final a tan magistral película, además da consonancia al resto de la cinta. Muchos la acusaron que la trama era muy previsible, pero la previsibilidad en este caso, es una ventaja que atenaza aún más las sensaciones del público, incapaz de evitar que el conocimiento y la seguridad de una inminente tragedia abandone su mente en ningún momento, manteniendo una tensión tan eficaz como impactante a lo largo de una trama, no es en absoluto pesada ni excesiva, pese al terrible día a día en el que vive el protagonista, presente en todas y cada una de las secuencias (casi cada plano) de este filme que triunfa sin fisuras arriesgando en su temática, la figura del perdedor es tan recurrente como tópico en el séptimo arte, pero Rourke y Tomei logran que bajo la incesante lluvia de tópicos sus personajes ofrezcan un inolvidable recital, cargado de matices, sobre la inquebrantable dignidad de los perdedores. Una vez más la mano sabia de Aronofsky reconstruye el rito de la pérdida hasta convertir la mugre en oro y Rourke no hace sino engrandecer su cuerpo torturado hasta transformarlo en pura ensoñación. Pocas veces la ficción y lo que no lo es se dan la mano de una manera tan extrema, agónica y visceral. Y, aún estremecidos, no podemos sino rendirnos y alabar tan demoledora propuesta.



"Una película espléndida, un penetrante retrato al fracaso”

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