miércoles, 15 de junio de 2011

Casino

Director: Martin Scorsese
Año: 1995 País: EE.UU. Género: Gangster/Drama Puntaje: 10/10
Interpretes: Robert De Niro, Sharon Stone, Joe Pesci, James Woods, Don Rickles, Alan King, Kevin Pollak, L.Q. Jones, Dick Smothers, Frank Vincent, John Bloom y Clem Caserta



Las Vegas, 1973. Sam “Ace” Rothstein (Robert De Niro) es el mejor corredor de apuestas y trabaja para la mafia haciéndoles ganar mucho dinero así que éstos deciden ofrecerle la dirección de su nuevo casino, El Tangiers. De esta manera Sam se convierte en un peligroso “César” de Las Vegas donde solo impera la ley de la selva. En dicho casino conocerá a Ginger (Sharon Stone), una hermosa cazafortunas de la que se enamora perdidamente, pero todo cambiara con la llegada de su viejo amigo Nicky Santoro (Joe Pesci), un gangster peligroso, enviado por sus jefes para ayudarle. “Casino” es un prodigioso collage histórico y social, un reflejo de la América de ayer y de hoy, que se erige en verdadera narrativa de vanguardia, y que dos años después de la maravilla de “La Edad de la Inocencia” (1993) confirma el momento de excelente forma e inspiración de un Scorsese en su plenitud absoluta, sin ningún miedo a romper el continuo narrativo y la ortodoxia dramática, más interesado en la creación impresionista de unas vidas tan tormentosas como su propia filmografía. Y si “Buenos Muchachos” (1990) era el ascenso y caída de unos gangsters de barrio que terminaban acogiéndose a la protección de testigos, “Casino” es casi una tragedia shakesperiana, además bien podría ser un filme compendio de toda la obra de Scorsese. “Casino” es por si un filme redondo y completo, también se le podría catalogar de un filme histórico, pues relata al igual que hacía Coppola en la tercera parte de su “Padrino”, el ocaso del crimen organizado de familias tradicionales, sustituido por el crimen organizado de las grandes corporaciones multinacionales. Es pues ante todo, una elegía, un canto a un tiempo pasado, en un momento del filme, Sam, comenta: «Nunca se les volvió a dar a tipos como nosotros, el control de algo tan valioso».



Nicholas Pileggi, que ya había inspirado con su libro “Wiseguys” la obra maestra “Buenos Muchachos”, ahora se había interesado por la mafia de Las Vegas. Investigando un poco, se había encontrado con una historia apasionante que tenía la intención de convertir en una gran novela que documentaría casi dos décadas de la vida de estas personas. Pero cuando Scorsese le trasladó su interés por llevar esa historia a la pantalla, los dos empezaron con la redacción del guión, al mismo tiempo que Pileggi seguía escribiendo su novela, en un trabajo frenético, es por ello que la película, parece una mera variación de “Buenos Muchachos”, idea que viene reforzada por una puesta de escena y un casting casi coincidentes. Y si bien “Casino” no tiene la energía, ni la frescura de la cinta de 1990, alberga mucha más serenidad y reposo y mucha más capacidad de profundizar en algunos temas y recoger otros nuevos. Es una crónica de la mafia, que empieza en las mismas “Calles Peligrosas” (1973) donde han arrancado tantas buenas películas de este director, pero de pronto da un giro, y nos traslada al maravilloso mundo de los sueños que pueden hacerse realidad, a la ciudad de las luces y del color, a esa Las Vegas, convertida en un antro de perversión, donde sin embargo todos los miembros de tan insólita comunidad, buscan con denodado interés la respetabilidad. En la primera hora del filme, Scorsese aprovecha esas luces para realizar un soberbio documental que nos muestra los entresijos y funcionamiento completo de esa barraca de feria, perfectamente engrasada para robar legalmente dinero. Un filme dentro del mismo, donde al espectador con un montaje vibrante y pleno de ritmo se le conduce por detrás del telón, antes de que comience el desarrollo dramático de la historia.



A “Casino” se le puede comparar con la leyenda del Rey Arturo…el amor comprado se traduce en un amor infantil frustrado, el de Ginger-Ginebra (atención al nombre del personaje y su reminiscencia arturica) por su proxeneta de la infancia Lester (excelente Woods como siempre), que la lleva a la infelicidad, al odio para un cegado por los celos Ace Rothstein-Arturo, y por último a la destrucción total al consumar la traición con el otro vértice del triangulo, Nicky Santoro-Lancelot. Al final, los personajes excesivos tendrán un final excesivo y el personaje que hizo de cierta razón su bandera, tendrá un final razonable (muy similar en lo intrascendente y nostálgico, al del personaje de Ray Liotta en “Buenos Muchachos”). La crónica a pequeña escala de esta contaminación del paraíso, es apasionante, se puede decir que es macrofenómeno bien narrado. Scorsesse va de lo general a lo particular, como sólo los grandes saben hacer, cuenta la pequeña y la gran historia como una y la decadencia de sus personajes, al mismo tiempo que filma la demolición de los grandes casinos, sustituidos por pirámides que deben su construcción a los bonos basura. Del negocio del hampa, con clase y distinción, al robo globalizado de las grandes compañías despersonalizadas («hoy en día llega un sujeto con cuatro millones de dólares, y le recibe un niñato universitario que le pide el número de la seguridad social»). Scorsesse, viejo admirador del hampa y su poder de seducción visual (lo cual plasma con rica precisión en el vestuario de Robert de Niro en el filme), sustituye ese esplendor de oro y lujo, por un ejército de jubilados en chandall que invaden una nueva “Disneylandia”, en viajes organizados, dispuestos a dejarse los ahorros en una máquina igualmente engrasada para robar, pero sin esa clase ni distinción ya perdidas.



Hablando de los personajes Sam Rothstein esta interpretado por un sobrio y perfecto Robert De Niro, en un rol muy diferente del Jimmy Conway de “Buenos Muchachos”. En cuanto a Joe Pesci, su Nicky Santoro es una suerte de prolongación y de ampliación del Tommy DeVito que le había hecho ganar un Oscar al mejor actor de reparto. Pero aquí goza de un mayor protagonismo, y no se puede hablar de un personaje secundario, sino de un co-protagonista. El sublime trío se cierra con una portentosa Sharon Stone, la actriz no venia de una buena racha, precisamente, tras su fascinante trabajo en “Bajos Instintos” (1992), estaba deseosa de demostrar lo buena actriz que era, más allá de etiquetas de “sex-symbol”. Para contar la compleja y descarnada historia de estos tres personajes, de forma prolija y apasionada, era imposible tomarse menos de las casi tres horas que dura el filme, que además se pasan literalmente volando. El montaje, eso sí, fue arduo, largo y físicamente demoledor para Schoonmaker. Este triangulo que forman los pilares de Camelot estalla con la traición y el adulterio, y es narrado con un exceso que sólo Scorsesse sabe filmar en justa medida sin perder un ápice de dramatismo, y épica. El atraco de gloria de Ace, le hace descuidar también a los enemigos pequeños, o el micrófono oculto en un pequeño supermercado del Medio-Oeste, que da con todo el tinglado al traste. El fin de los imperios se produce por pequeños errores, actos de abuso de autoridad o simples obsesiones-ambiciones; Scorsesse nos dice que esos descuidos sobrevienen en la pérdida de valores, quizás por el intento de comprar un amor imposible. El último tercio comienza con la para mí más hermosa escena de la película, con ese encuentro en el desierto plagado de tumbas, enmarcado en unos desoladores planos generales, donde todo parece va a acabar en drama, donde las posibilidades de sobrevivir a una antigua amistad son ya nulas. Es una declaración de guerra, y el fin del reino de fantasía. Ser expulsados del paraíso ya es sólo cuestión de semanas.


En este sentido, el final de ese supremo poder de la mafia, fue el final de un mundo donde aún se podía distinguir entre el bien y el mal. Y eso era una ventaja de la que antes disfrutábamos y nunca más podremos ya volver a disfrutar. Pero de ese montaje se deduce una de las creaciones audiovisuales más impetuosas e impredecibles, en todos los sentidos, de los últimos quince años. Resulta muy difícil y quizá poco recomendable, escribir una crítica convencional sobre ella, porque cualquier acercamiento analítico corre el peligro de simplificar un esfuerzo narrativo tan radical, tan en constante peligro de derrumbarse por la multiplicidad de niveles narrativos que contiene, pero que por algún mágico milagro (llamemos talento excepcional a ese milagro) no solamente se sostiene, sino que se eleva más y más hasta un clímax final demoledor, definitivo. En realidad “Casino” puede definirse como una sinfonía en la que tres fuerzas opuestas colisionan, creando un coro. Pido perdón si suena exagerado, pero no veo otra forma de describirlo. A la ambición, la vanidad y la codicia de Sam se opone la autodestrucción, la belleza y la melancolía innata de Ginger. Y entre ambos se cruza la bestialidad, la furiosa energía, la ira incontenible de Nicky. Sólo un gigante en la dirección como Scorsese podía manejar este drama sin temblarle la cámara. Por algo Scorsese es uno de los más eminentes directores norteamericanos de las últimas décadas, muy superior incluso a grandes cineastas como Eastwood, Allen, De Palma o Spielberg, porque ninguno de ellos se arriesga tanto y alcanza tantos triunfos estéticos. Su cámara se vuelve más audaz y más compulsiva que nunca. Su percutante montaje trocea y desmenuza cada suceso. Así, sólo se puede constatar la inimaginable vehemencia y valentía por el medio cinematográfico que emanan cada escena de esta cinta.



“Casino” es el retrato de un sub-mundo fascinante, donde la opulencia y el pecado van cogidos de la mano. Es la historia universal sobre la construcción y la posterior caída de un imperio bañado en sangre. Una reflexión sobre la fragilidad del ser humano y lo efímero. Pues en la vida, todo lo que se ha ido amasando a base de trabajo duro, puede perderse sin apenas darnos cuenta… como en cualquier mesa de dados, donde la fortuna es el único juez. Es en definitiva, la eterna tragedia humana. Hemos de buscar hacia otro lado el origen de la atracción por la mafia. Hemos de mirar hacia el adolescente nacido en el barrio de la Pequeña Italia, en Nueva York, que para «triunfar en la vida» tenía dos caminos ante sí: el seminario y la mafia. Scorsese escogió el seminario. Pero ya entonces estaba tentado y fascinado por el otro camino. Al mostrar el éxito y posterior fracaso de un mafioso, ¿se dedica a exorcizar la tentación? Sea como fuere, lo cierto es que la fascinación todavía le dura. El personaje de Ace incluso contiene algunos rasgos del propio Scorsese. El título completo de la película bien podría ser «Retrato del artista como director de casino». Abundan las similitudes entre el trabajo de Scorsese como director de cine y el de Ace en el casino Tangiers: control milimétrico de todos los detalles, dedicación absorbente, ausencia de placer en lo que hacen...Otra obra maestra de un cineasta mayor, singular y trágica versión de los “Buenos Muchachos”, con la que Scorsese reincide en su maestría absoluta, pues los años noventa serán su época dorada.



"Tiene la grandeza del cine negro clásico americano del que Scorsese es el mejor heredero"

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