miércoles, 15 de septiembre de 2010

Barry Lyndon

Director: Stanley Kubrick
Año: 1975 País: Inglaterra Género: Drama/Histórico Puntaje: 09/10
Interpretes: Ryan O'Neal, Marisa Berenson, Patrick Magee, Hardy Kruger, Steven Berkoff, Gay Hamilton, Mary Kean, Diana Loerner, Murray Melvin y Frank Middlemass

Siglo XVIII. Redmon Barry (Ryan O’Neal) es un irlandés enamorado de su prima Nora (Gay Hamilton), la cual, le abandona por el poderoso capitán Quinn (Leonard Rossiter) a raíz de los celos del primero. Barry se bate con Quinn y éste queda muerto, por lo cual, tiene que huir dejando a su madre y sus raíces. En su camino de huída, Redmon Barry pasará por formar parte del ejército inglés, por enamorarse con una holandesa, por formar parte de ejército prusiano y por ser ayudante de un buen austríaco y tramposo jugador de cartas. Todo esto antes de casarse con la condesa de Lyndon (Marisa Berenson), cuyo hijo llega a odiar profundamente a Barry (que pasará a llamarse Barry Lyndon), lo cual creará, junto con su codicia, inimaginables y serios problemas en la vida de Barry y de su familia. Después de su eterno proyecto inconcluso (la vida de Napoleón), Kubrick se decide por una película del mismo estilo y época. Ese fue el germen e inspirado en obras pictóricas del mismo período devino en la gran Barry Lyndon. Realizada en Inglaterra, Irlanda y Alemania, fue el mayor fracaso económico de cualquiera de sus películas, debido a las críticas negativas que suscitó en su momento. Incomprendida en su momento como casi todas las del realizador, que luego de diez años, se convierten automáticamente en clásicos.

Basado en una novela de William Thackeray, Kubrick trasladó en su guión una de sus más aceradas miradas desesperanzadas sobre el ser humano, de entre las que caracterizaron el conjunto de su obra. La película se divide en dos partes. La primera de ellas presenta la escalada de su ascenso social, caracterizado por la capacidad de ironía y al mismo tiempo una belleza visual más acentuada en su predominio de exteriores. Por su parte, y tras un breve interludio, se desarrollará la segunda parte, que parte desde el ascenso social alcanzado por Barry Lyndon (ya ha modificado su nombre original de Redmond Barry al casarse con la acaudalada Lady Lyndon). En esta segunda mitad se nos mostrarán igualmente los primeros indicios de decadencia en su fortuna no solo material, sino incluso social. Barry se ha convertido en un arribista sin escrúpulos; engaña a su mujer sin el menor recato, está totalmente enfrentado a su hijastro, y malgasta constantemente los fondos de la fortuna familiar. Una situación que será precisamente ese hijastro el que empiece a combatirla, desafiando a duelo a Lyndon. Pero antes incluso de todo ello, se producirá en el seno de la familia una novedad lo suficientemente importante como para permitir una esperanza en nuestro protagonista; el nacimiento de su hijo, a quien Barry demostrará verdadera adoración, y cuya muerte en un accidente de caballo, sumirá a este en una total desesperación.

Será en esos momentos cuando Lord Bullington (su hijastro), retorne a la mansión de los Lyndon, y desafiará a Barry a duelo, que se desarrollará en una secuencia que puede calificarse sin temor a equivocarnos, entre las más memorables de su cine. Dentro de la asombrosa belleza formal que presenta “Barry Lyndon”, creo que solo se le pueden objetar elementos que en algunos momentos chirrían dentro de un conjunto tan medido y pensado. Me estoy refiriendo a la debilidad de algunos de los zooms que en ocasiones hacen acto de presencia, o la planificación nerviosa y equivocada que se plasma cuando a Lady Lyndon le sobreviene un ataque mental. Algo de ello sucede también en la secuencia en la que Lord Bullington se pelea con Barry Lyndon, planificada de forma totalmente vulgar. Pero, en definitiva, una de las grandes virtudes de este magnífico film estriba en haber logrado plasmar un retrato que parte de la inocencia y la búsqueda del amor, y en cuyo rechazo comprende que tiene que integrarse como sea en las clases sociales superiores. Una lucha de clases que, entre los que se encuentran en los peldaños superiores, no hacen más que cerrar las puertas a aquellos que desean introducirse en ellas. En este caso, Redmond Barry, que es noble en su personalidad y atractivo. Serían precisamente esas cualidades las que le lleven a alcanzar sus objetivos, siempre como si fuera un “prestado” en el conjunto de unas clases aristocráticas totalmente reacias a integrar en su seno jóvenes advenedizos de clases humildes.

Kubrick no quiere que lo interesante sea el arribista de espíritu limitado sino el universo que cruzará en su indecorosa ascensión y lastimosa caída: los países europeos, sus correspondientes sociedades, sus cortes y guerras, sus códigos y tabúes, sus palacios, posadas, vestimentas y carruajes, todo lo que como una amplia totalidad el cineasta recrea con delicadeza y refinamiento de insólita profundidad. Como en los interiores iluminados sólo por velas, por ejemplo, Kubrick está ganando nuevos territorios para el cine, y ahí es donde quiere mantener la atención emocionada del espectador, no sólo en la trayectoria lineal de Barry: en la unidad cinematográfica con que se integran música, fotografía y narración, tan completamente como en pocas obras, o acaso ninguna. Parece difícil perfeccionar la forma en que toma Kubrick la pintura como una herramienta, y le insufla vida, dotando de espacio y movimiento a las personas, arquitectura, mobiliario y ropajes de ese cosmos…Por eso la elección de O’Neil es acertada (vale para no-héroe), y la de Marisa Berenson también, como condesa mancillada por el advenedizo. Pocos directores pueden presumir de tener una filmografía tan aplaudida por cinéfilos como Stanley Kubrick. Este genio, vanguardista en demasiadas cosas, me ha regalado muchas horas de felicidad. Maniático y perfeccionista, es una combinación que bien puede definirle y que seguro otorgaba más de un dolor de cabeza a todo aquel con quien colaboraba. Pero gracias a esta minuciosidad con que trabajaba, hemos podido admirar películas como esta.

El realizador cuida con atención el estilo visual y sonoro del filme, en busca de la perfección de las formas. Crea imágenes inspiradas en telas de la época, de Watteau, Gainsborough, Hogarth, Reynolds, Charlin, Stubbs y otros. Trabaja con rigor el vestuario y la reconstrucción de batallas. Se sirve de escenarios reales que corresponden a los lugares y al tiempo de la acción. Selecciona composiciones de música barroca, clásica y tradicional irlandesa, para la creación de una banda sonora sugerente y de gran belleza. Ordena la orquestación de las mismas para obtener efectos de grandeza y solemnidad. En aras del realismo hace uso de iluminaciones nocturnas con luz de velas, como las de la época. El experimento es innovador: se emplea por primera vez en cine. La narración está salpicada de lances de humor agridulce. Se sirve de un narrador, que introduce y explica la acción. La música, adaptada y dirigida por Leonard Rosenman, ofrece composiciones de Bach, Vivaldi, Schubert, Paisiello ("El barbero de Sevilla") y Mozart. El tema de amor está tomado de una melodía tradicional irlandesa y el tema central, de una sarabanda de Haendel, que evoca la fatalidad y el destino. La fotografía, de John Alcott ("La Naranja Mecánica"), se sirve de la cámara subjetiva, "zooms" de alejamiento que amplían el campo de visión, encuadres de detalle y un cromatismo vibrante. Se apoya en una buena coreografía y en la singularidad de las localizaciones.

“Barry Lyndon” fue un fracaso de público y crítica, porque no se parecía a otras películas históricas. En lugar de frases grandiosas se encontraba en ella recogimiento, intimismo; ni siquiera las escenas de guerra dan "espectáculo". La crítica habló de "Tres horas de cuadros", de que en vez de recrear el pasado "lo embalsamaba"... La gran paradoja de este tratamiento estático, pausado, como debía ser la vida de entonces, es que consigue presentarnos un siglo XVIII vivo, próximo, algo que nunca ha vuelto a ocurrir en películas ambientadas en esa época, y donde encontramos que la gente de entonces era como nosotros, su sociedad era muy similar a la nuestra pese a no haber ocurrido aún la Revolución Francesa. Una sociedad racional, perfectamente ordenada, donde los personajes, atrapados por las convenciones, se mueven como ordenadas piezas del ajedrez. La cinta fue nominada a 7 Oscar, de las cuales gano 4 (Dirección Artística, Fotografía, Vestuario y Banda Sonora). A pesar del fracaso Kubrick consiguió lo que se propuso: Que a los 45 años de edad se convirtiera en un genio del séptimo arte.

"Admirable y emotiva, hermosa y triste"

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