miércoles, 31 de agosto de 2011

Jay y Bob el Silencioso Contraatacan

Director: Kevin Smith
Año: 2001 País: EE.UU. Género: Comedia Puntaje: 7.5/10
Interpretes: Jason Mewes, Kevin Smith, Ben Affleck, Shannon Elizabeth, Will Ferrell, Jason Lee, Chris Rock, Jeff Anderson, Matt Damon, Eliza Dushku, Ali Larter, Jennifer Schwalbach, Seann William Scott, Carrie Fisher, Gus Van Sant, Wes Craven y Mark Hamill



Jay (Jason Mewes) y Bob el Silencioso (Kevin Smith) descubren que su viejo amigo Banky Edwards (Jason Lee) los ha traicionado, ha ido a Hollywood a producir una película basada en un cómic sobre sus alter egos “Bluntman y Chronic” y protagonizada por dos populares actores. Atónitos ante la noticia y, desesperados, al comprobar que en Internet les llueven las críticas por haber vendido su historia, deciden salvar su reputación y van a Hollywood para sabotear el proyecto. Con sólo cuatro filmes en su carrera cinematográfica (hasta entonces), Kevin Smith ya había dejado patente que su talento como realizador estaba adscrito a una enorme capacidad para la autocrítica y el análisis del mundo en el que la insurrección, la originalidad, el atrevimiento y la grosería han sido elementos claves para el éxito del que es, sin lugar a dudas, fue uno de los directores más capacitados del cine moderno. Smith, siguiendo una coherente línea argumental y humorística basada en el “gag” de supeditación televisiva nostálgica y tendencia al cómic generacional, propuso con “Jay y Bob el Silencioso Contraatacan” una hermética intencionalidad sardónica y cruel hacia sus propios principios formales en la que, de forma corrosiva, pone su innegable talento para la comedia gamberra al servicio de la diatriba más desalmada que se ha hecho del Hollywood actual hasta la fecha. La Miramax y todos los cameos que aparecen en la cinta exponen una ejemplificación brutal de la autoironía más plausible del cine moderno, dejando ver, mediante una retahíla de monumentales parodias visuales, un sentido del humor pocas veces visto en una pantalla.



Los oscuros recodos del “star-system”, los rencores personales del director (sobre todo con Tim Burton), la era de incomunicación internauta y una ácida sátira de la falsedad que envuelve el universo del celuloide son el objetivo de esta nueva creación del genio de Nueva Jersey. Para ello Smith ha contado, como finalización de una etapa creativa, con los dos personajes más fascinantes de su filmografía: Jay y Bob el Silencioso. Auténticos mitos que, a pesar de su estulticia y descompostura, representan la síntesis del universo de un director que ha convertido a estos dos roles en auténticos héroes ontológicos. El director de “Clerks” (1994) ejerce de propagador y dinamitador de clichés contemporáneos, enfatizando el colorido, los decorados y el ritmo argumental, para manifestar una comedida intención de disturbar la realidad e invertirla hacia objetivos en los que el universo del cómic bizarro se imponen a cualquier lógica artística. El filme adopta la forma de un proyectil de sencillez cómica impecable, de una historieta para espíritus jóvenes y sediciosos, pero a su vez, subvirtiendo la propia comedia de “gags” y al concepto de diversión impuesto en su filme “Dogma” (1999), pero con el reemplazo de la concepción teórica de aquélla por la estricta diversión, condimentada con un sensacional humor. Esta nueva perversión vuelve a brindar un ácido retrato genealógico que exhibe las pequeñas miserias de unos personajes desorientados, que buscan respuestas a preguntas que les exceden, a retos que, en esta ocasión, se desarrollan en la línea del cómic más “underground”. Al igual que en sus anteriores películas, todas las situaciones se encaminan hacia la escatología y la mordacidad, sirviéndose de este particular reclamo para restar peso a temas de enorme solidez y de extrema sensatez.



Ahora bien, se supone que al público es necesario darle también una oportunidad de integración o algún otro motivo de interés, porque en definitiva es quien va a ver la película. En este sentido, reconozco que para los que son ajenos a la trayectoria del director norteamericano, este filme puede ofrecer más bien poco, o poco más que un rato de distracción a cargo de unos guiños, parodias y homenajes mayormente autorreferenciales cuyo sentido no acabarán de entender. En cambio, para los seguidores de Smith (entre cuyas filas me incluyo), “Jay y Bob El Silencioso Contraatacan” es un regalo con el que van a disfrutar muchísimo. Algo así como la edición especial de un cómic o cualquier otra pieza de coleccionista, que nos llega, precisamente, de la mano de uno de los mitómanos del “freak”, las películas de Serie B y el cine basura más convencidos sobre la faz de la tierra. Cabe destacar que el director estadounidense tiene, por suerte, un público fiel que le sigue desde su ya mítica opera prima, y que le perdona cualquier desliz o mediocridad confiando en que la próxima tal vez sea la muestra definitiva de que la flauta no sonó en aquella ocasión por casualidad. Cabe decir que lo que Smith ha perdido en espontaneidad y frescura desde aquel legendario largometraje independiente, a medida que las cifras de sus presupuestos han ido en aumento, parece que tampoco se ha visto compensado por una mayor capacidad creativa. Porque una vez superada su trilogía de New Jersey con bastante buena nota media, y después de la estimable “Dogma”, nos llega un trabajo que, como comentaba, para cualquier desconocedor de la idiosincrasia de Smith tiene escaso atractivo. Pero, ¿y qué? Si al fin y al cabo está hecha para nosotros y somos los únicos que pagaremos con gusto para ver esta cinta.


“Jay y Bob El Silencioso Contraatacan” es una historia distraída, gamberra, disparatada, políticamente incorrecta, que consigue arrancarte un buen puñado de carcajadas nada forzadas. Puro cine de entretenimiento, y a la vez de culto, para pasar un buen rato, y como dije, los fans de Smith la acogemos gratamente, aunque no sea tan brillante como algunos de sus trabajos anteriores. Llena de escenas memorables, rotundas, fantásticas, y de una crítica al mundo de Hollywood, Smith entrega a su público una especie de regalo de despedida, pues con esta cinta supuestamente termina el ciclo del universo de Nueva Jersey que inició con "Clerks". Y como fin de esa etapa triunfa estruendosamente, ya que además de incluir a virtualmente todos los personajes de sus cintas anteriores, Smith consigue lo que su segunda película, "Banda en Fuga" (1996), nunca logró ser, una comedia inteligente pero siguiendo los preceptos "inmaduros" del cine juvenil, logrando la balanceada coexistencia de sátira social con chistes escatológicos de la peor clase. Y por "peor", desde luego quiero decir "mejor". Jay y Bob el Silencioso conectaron con público de todo el mundo con su divertidísima y actual parodia del estilo de vida de la “Generación X”, y la pareja continúo dejando una indeleble y divertida marca en las películas de Kevin Smith. Su peculiar humor despreocupado convirtió a Smith en uno de los directores independientes de la “Generación X” más defendido y apoyado. Jay y Bob el Silencioso también se convirtieron en protagonistas de su propia serie de cómics, así como de figuras, logos de camisetas e incluso han sido tema del concurso de vestuario de la convención del cómic. Se convirtieron en héroes a pesar de todo.


Como siempre, Smith deja un poco que desear con su dirección, pero la inclusión de Jamie Anderson y Billy Clevenger como cinematógrafos ha hecho maravillas para superar el torpe y estático estilo de Smith, muy criticado incluso por él mismo. Las actuaciones varían en calidad, aunque Jason Mewes como el parlanchín y malhablado Jay es una revelación, sus rapidísimos diálogos tienen tal chispa y están tan perfectamente adecuados a su personalidad que se convierte en una presencia hipnótica. Si a eso agregamos su evidente carencia de vergüenza, tenemos uno de los protagonistas más interesantes en la filmografía de Smith. Shannon Elizabeth no tiene mucho que hacer además de verse hermosa, pero junto con Eliza Dushku como su amiga y rival logra buena química en escena. De hecho, quien peor actúa es innegablemente es el mismo Kevin Smith en el papel de Bob el Silencioso. Sus gesticulaciones a cámara recuerdan las de un niño en el vídeo de su cumpleaños. Afortunadamente el pilar que sostiene estas películas no son las actuaciones ni la dirección ni la fotografía...son los diálogos. Smith es un titán en este campo y aunque en esta película carecen de la ferocidad e incisión de, digamos, los diálogos de "Mi Pareja Equivocada" (1997), pero resultan mejores, por mucho, que los de cualquier comedia juvenil hecha en los últimos años. Smith decidió realizar una película al estilo de las antiguas súper comedias, del tipo que contaban con un enorme reparto y un flujo ininterrumpido de momentos divertidos. Él mismo explica, "En este filme, Jay y Bob se convierten en las estrellas de la película, pero hay un reparto tan extenso y divertido, que también puedes disfrutar con los otros personajes. Es lo mejor de los dos mundos."



Kevin Smith ha hecho de “Jay y Bob el Silencioso Contraatacan” una película a su justa medida donde por fin los protagonistas son esta peculiar pareja de marginados de barrio que matan el tiempo a las afueras de una pequeña tienda de autoservicio. Acato es normal que la cinta vista desde fuera aparenta un auténtico desperdicio, pero es una reivindicación del humor estúpido del propio Smith junto a toda la filmografía que le rodea. Adema es un pequeño homenaje a todo lo que rodea al mundillo del cine y lo más importante, una auténtica joya para los que le hayamos agarrado la onda a Smith. Todo es una locura en esta cinta desde el título y el logo imitando al de “El Imperio Contraataca”; Scooby-Doo, montando una fiesta dentro de su famosa furgoneta; Wes Craven dirigiendo una nueva secuela de “Scream” (1996) protagonizada por Shannon Doherty en la que “Ghostface” es un orangután; Carrie Fisher (Princesa Leia en “Star Wars”) como una amable monja que recoge a Jay y Bob cuando hacen autostop, con sus disparatadas consecuencias; la aparición estelar de Mark Hamill (Luke Skywalker en “Star Wars”) demostrando su sentido del humor al encarnar al malvado maestro Jedi, villano de la película de “Bluntman y Chronic”; y una divertidísima escena en la que aparecen Ben Affleck y Matt Damon (interpretándose a si mismos) rodando una hipotética secuela de “En Busca del Destino” (1997) mientras vemos como el mismísimo Gus Van Sant pasa de dirigir su película y se dedica a contar dinero. La conciencia analítica que Smith es utilizada magistralmente en esta su última obra de culto, no sólo sacude sin temor los pilares del cine moderno, sino que lleva su causticidad a extremos de paroxismo referencial sin autocensura. “Jay y Bob el Silencioso Contraatacan” es, por tanto, la cima de las aventuras de unos personajes creados para trascender a lo largo de los años.



"Esplendorosa y corrosiva obra de culto"

domingo, 28 de agosto de 2011

Golpes del Destino

Director: Clint Eastwood
Año: 2004 País: EE.UU. Género: Deporte/Drama Puntaje: 10/10
Interpretes: Clint Eastwood, Hilary Swank, Morgan Freeman, Anthony Mackie, Jay Baruchel, Mike Colter, Lucia Rijker, Brian O'Byrne, Margo Martindale y Riki Lindhome



Frankie Dunn (Clint Eastwood), después de haber entrenado y representado a los mejores boxeadores, regenta un gimnasio con la ayuda de Eddie (Morgan Freeman), un ex-boxeador que además es su único amigo. Frankie es un hombre solitario y adusto que se refugia desde hace años en la religión buscando una redención que no llega. Un día, entra en su gimnasio Maggie Fitzgerald (Hilary Swank), una voluntariosa chica que quiere boxear y que está dispuesta a luchar denodadamente para conseguirlo. Pero lo que más desea y necesita es que alguien crea en ella. Frankie la rechaza alegando que es demasiado mayor y que además, él no entrena a chicas. Pero Maggie no se rinde y entrena cada día en el gimnasio, con el único apoyo de Eddie. Finalmente, convencido de la inquebrantable determinación de Maggie, Frankie decide entrenarla. Hay obras cuya profundidad y calado emocional se extiende más allá de las coordenadas donde se generan y desarrollan, las cuales pueden estar fijando un espacio reducido, paralelo, carente de vericuetos, limitando las opciones para lo imprevisible. Las imágenes de “Golpes del Destino” se instalan en lo cotidiano, en un contexto, el boxeo, que actuando desde el principio como un mero y consciente pretexto. Este largometraje del gran Clint elide con pasión y autenticidad sus fronteras elaborando un denso melodrama en el cual se transmiten una variedad inaudita de sentimientos y reflexiones, siguiendo el itinerario de tres personajes que traspasan la pantalla para aparecerse ante el espectador como personas tangibles, reales, truncando posibles expectativas para abrazar la tragedia de lo inesperado, revelando así la "precariedad de la vida" (en palabras del propio Eastwood) y en última instancia el insondable misterio de la misma existencia.



Uno de los méritos de “Golpes del Destino” es su estructura basada en una suerte de crónica epistolar. Ello permite de manera coherente una narración en "off" narrativo que ilustra sin abusar los "off" visuales. Su discurso incluye una serie de aforismos que se integran de forma natural y coherente con el hilo de las imágenes. El primero de estos aforismos, "para ganar en el boxeo, hay que moverse hacia atrás", podría aplicarse a la trayectoria del propio Clint Eastwood. Cuando salí de ver por primera vez esta cinta no sabía qué pensar. Estaba de nuevo en la calle, sólo, de camino a mi casa, con el corazón compungido y a la vez emocionado por el tremendo acto de amor, o mejor, de complicidad, de amistad, de lealtad del que había sido testigo. Fue entonces cuando me puse a recordar el resto de la película y fue así como me di cuenta de algo tan sencillo como elementar para hacer una buena película, la asombrosa fluidez del relato. Sin altibajos, sin zigzagueos, sin trampas, Eastwood no ofreció con “Golpes de Destino” un relato desnudo, una de esas historias que como solía ocurrir en el cine clásico de Hollywood, el narrador era una figura al servicio de la historia y no al revés. Una historia como esta, de ilusiones y frustraciones, había sido filmada por Clint Eastwood alejado de los estereotipos de ese subgénero que podríamos denominar “cine de esfuerzos”, y sin ni siquiera tener que meter la cámara dentro de la mismísima pelea de un cuadrilátero como hiciera Martin Scorsese en “Toro Salvaje” (1980). Esto es importante, porque mientras el sufrimiento que experimentaba Jake La Motta (Robert De Niro) en el ring tenía mucho que ver con su sentimiento de pecado, culpa y expiación, los combates de “Golpes del Destino” no son más que agradecidas transiciones hacia otro momento dramáticamente más intenso que en este sentido desembocarán en la decisiva escena en la que Maggie es dramáticamente noqueada.



Con el tiempo creo haber aprendido que salvo Alfred Hitchcock, Orson Welles y dos o tres directores más, las obras maestras suelen hablar en voz baja. He llegado a la conclusión de que una de las virtudes de una gran película es, o debería ser, su humildad. Llegar a una sala de cine ante la atenta mirada de un público que ha pagado por ver lo que has hecho con la seguridad suprema de que has parido algo importante me parece un acto de desmedido egocentrismo. Se da con demasiada frecuencia el caso de directores con un potencial verdaderamente asombroso que de vez en cuando se suelen perder en sus propias ansias de sellar la historia del cine con su nombre. Sin embargo, de esto poco o nada hay en el cine de Clint Eastwood. Y no es de extrañar. Ese caudal de emociones y conmociones, de tormentos y venturas, que recorren las distintas situaciones que transitan el relato (los cuales se diría surgen con pasmosa espontaneidad) fluye a través de una puesta en escena que despoja a la narración de todo valor superfluo u ornamental y que, quizás por ello, logra multiplicar la complejidad de todo lo que acontece ante los ojos del espectador. “Golpes del Destino”, con su aspecto sombrío y desesperanzado, constituye paradójicamente un verdadero deleite intelectual y espiritual en el actual panorama del cinematógrafo y le devuelve su condición de espejo de todos los aspectos que componen la existencia humana en nuestros días: las referencias a la poesía irlandesa, a las raíces, nunca caen en lo puramente nostálgico o anecdótico, sino que buscan poner de relieve lo que, espectralmente, aún pervive dentro de la sociedad norteamericana. Cuando la mayor parte de los filmes buscan emocionar al espectador mediante artificios, bien sean recreaciones digitales, o bien sea la búsqueda de la emoción a través de la identificación mimética con sentimientos que se exhiben sin ningún pudor o reparo.



Eastwood otorga una gran importancia a las luces y las sombras del relato, acudiendo a una iluminación de contrastes, al uso intensivo de contraluces y de sombras. La planificación de escenas, de tomas y de encuadres en este sentido encuentra una admirable correspondencia con el contexto de los personajes, de la historia. Pensemos en la primera aparición de Maggie en el pabellón donde tiene lugar un combate de uno de los pupilos de Frankie; la muchacha se va haciendo visible desde la penumbra que la envolvía en el vomitorio que da acceso a las gradas, entrando en ese momento en el relato, y dando el primer paso para salir de su oscuridad, de su mediocridad. Eastwood construye buena parte del filme siguiendo este modelo y encontrando siempre el equilibrio perfecto entre lo que se muestra en crudo y lo que realmente se está diciendo. Existen numerosos ejemplos a lo largo de la cinta, si bien tal vez dos de ellos resulten los más significativos y conseguidos: la composición del plano de Frankie rezando arrodillado en su dormitorio antes de acostarse, por su hija a la que nunca ve: una iluminación tenue, a media luz, intensifica la densidad de un momento de una notoria intimidad respetada por la ubicación alejada del plano medio; las luces y sombras que se filtran en ese impresionante plano que encuadra a Eddie y Frankie en el vestuario, instantes antes de que éste se dirija al hospital para cumplir el deseo de Maggie: el entrenador está sentado, perdido entre la sombra sin apenas luz que ilumine su rostro cabizbajo; el veterano boxeador se encuentra de pie acompañando a su amigo en una momento casi insostenible, reflejándose su sombra en las taquillas, incrementando el sentido y significado de su presencia…en el largometraje descubriremos que Frankie, Eddie y Maggie sólo son un grupo de personas que ha sido víctima de algo tan humano como son los sueños truncados. Sólo Maggie, por su juventud, tiene aún una segunda oportunidad para salir adelante y ser algo más que una sospechosa sombra grisácea como los son las vidas de Eddie y Frankie. Y en los sueños, todo lo valen.



El tratamiento en el filme de Eastwood de los espacios se aleja por completo del de películas como “Elephant” (2003), donde la planificación está siempre supeditada a la descripción de las localizaciones. Los espacios en “Golpes del Destino” no copan el lugar central del relato, sino que aparecen dentro de una estructura plenamente narrativa, en el sentido más tradicional del término, amplificando la descripción de los personajes, que cobran gracias a ellos una condición trascendente. Cada una de las estancias se convierte, pues, en un lugar que trasmite una cierta idea moral. Se ha escrito ya mucho sobre el gimnasio que aparece en el filme como un auténtico panteón en el que aún perviven restos humanos. Cada máquina, cada centímetro del lugar, revela las huellas del pasado en un presente marcado por la decrepitud. Pero no es el único espacio importante del filme. La casa en la que vive la familia biológica de Maggie nos revela la presencia de una cierta concepción vulgar e incluso soez de la existencia. Un entorno que aplasta cualquier atisbo de ilusión creativa. En esta línea, la nueva vivienda que Maggie regala a sus parientes es la materialización del intento de ella por reducir a cenizas aquel ambiente hipersaturado y partir de cero en un lugar nuevo. Por otro lado, el apartamento en el que vive Maggie mientras dura su entrenamiento, igualmente desvencijado, no trasmite vibraciones negativas, sino la fibrosa voluntad de una persona capaz de renunciar a todo lujo o comodidad en función de un objetivo vital. Un interior con los mínimos elementos para sobrevivir y llevar una existencia dedicada al boxeo, que es la excusa para mostrarnos la lucha vital de unos personajes para hacerse un lugar en el mundo. Quizás un pequeño lugar; pero, en definitiva, su lugar. En este sentido cabe valorar que mientras “Río Místico” (2003) describía la caída de unos personajes, su pérdida de dignidad, “Golpes del Destino”, por su parte, define a unos personajes que tienen una deuda consigo mismos y consiguen pagarla con su propia dignidad.



Eastwood consigue en el tramo final de la película: sacudir nuestras conciencias de tal forma que uno se ve lanzado por el precipicio moral que plantea la película. En un acto de honestidad insobornable, Eastwood orquesta todos los elementos antes mencionados para desembocar en una serie de escenas que justifican por sí solas cualquier trayectoria fílmica y me atrevería a decir que humana. Porque hace falta haber vivido muchas cosas y haber alcanzado un grado de madurez personal que no está al alcance ni mucho menos de todo el mundo, para poder afrontar tanto los temas de los que habla Eastwood como la forma en lo que lo hace, con una puesta en escena despojada de todo artificio, que rehúye cualquier tipo de componenda emocional y no cede ni un solo milímetro de terreno al sentimentalismo o a las justificaciones superfluas y lo que es aún más importante, que nos obliga a mirar de frente, con un nudo en la garganta pero sin poder apartar la vista de la pantalla, un acto que nace tanto del amor como del dolor, de la humanidad más solidaria como de la desesperación más allá de toda medida imaginable, que desemboca en un final incierto, abierto, pero magnífico. Más, podemos preguntarnos, ¿es una historia de amor o de cariño? ¿Hay algo más que una atracción meramente "espiritual" entre ambos? La respuesta, como no puede ser de otro modo tratándose de un filme tan complejo, resulta ambigua, y el asunto nunca termina de aclararse totalmente, si bien esta cuestión parece tener una importancia relativa. Lo que sí está claro es que ambos se necesitan y encuentran el uno en el otro la solución a sus acuciantes carencias afectivas. Alguien a quien querer, en la acepción más amplia de la palabra. Querer y ser querido: no es tan fácil de conseguir en el mundo de hoy, parece recordarnos Eastwood. Habrá que volver sobre “Golpes del Destino” detenidamente una y otra vez, pues se trata de un filme absolutamente magistral, repleto de capas superpuestas, de misterios intrincados, de sueños incompletos, de vidas auténticas, una obra que además supone un extraordinario reflejo, a través de su fascinante puesta en escena, del cine norteamericano del pasado, del presente y tal vez del futuro.



"Extraordinaria y sombría"

miércoles, 24 de agosto de 2011

Moon

Director: Duncan Jones
Año: 2009 País: EE.UU. Género: Ciencia Ficción/Drama Puntaje: 09/10
Interpretes: Sam Rockwell, Kaya Scodelario, Matt Berry, Malcolm Stewart y Kevin Spacey (voz)



Sam Bell (Sam Rockwell) está a punto de terminar su contrato de tres años en la Base Minera Sarang, que opera en la cara oculta de la Luna. Tres largos años con la única compañía de GERTY, una entidad robótica con inteligencia artificial programada para ayudarle y protegerle. Sam lleva adelante con normalidad su rutina diaria, que consiste en monitorear las 3 excavadoras, diseñadas para extraer de las rocas lunares el valioso isótopo Helio-3, indispensable para alimentar los reactores de fusión terrestres. La separación ha sido larga, la soledad abrumadora y la angustia de abrazar a su familia es frecuente en él. Sin embargo en un accidente en pleno trabajo descubre un terrible secreto. Como la letra de una canción “Aquí estoy flotando, alrededor de mi cápsula, lejos, por encima de la luna. El planeta Tierra está triste y no hay nada que pueda hacer”, que son las últimas y enigmáticas palabras que el Mayor Tom transmite al Control terrestre antes de desvanecerse en al inmensidad del espacio, donde la atmósfera todo es misteriosa, incomprensible, sobrecogedora o a frase promocional de una película que ahora cumple más de treinta años, “Alien” (1979) y que tantas noches de insomnio nos provocó fue “En el espacio nadie puede oír tus gritos”. Tal vez, porque allí no existe nada y tan sólo es el lugar que forma una suerte de representación de la soledad. La cara oculta de la luna todavía nos provoca escalofríos ¿Qué oculta entre las sombras nuestro asteroide? El astronauta Sam Bell, quizá logre acercarse a la resolución del enigma. Tal vez, al final, la única respuesta sea perderse como el Mayor Tom entre las estrellas mientras desde la Tierra nos preguntan si hay algo mal y si el sistema está fallando.



El alucinado Mayor Tom era el protagonista de una de las primeras, y más hermosas, canciones de David Bowie y sus imágenes parecían surgir como prolongación de la hipnótica “2001: Odisea en el Espacio” (1968). El astronauta Sam Bell, surge de la imaginación de Duncan Jones, también conocido como Zowie Bowie y no por casualidad hijo del marciano David Bowie. “Moon” opera prima de su director por momentos tiene cierta calidez y sobre todo una melancolía presente durante todo el metraje muy humana que poco tiene que ver con la hermosa pero excesivamente tecnológica propuesta del megalómano autor de “La Naranja Mecánica” (1971). Sin embargo el filme de Duncan Jones si tiene varias similitudes con la cinta “Solaris” (1972) de Andrei Tarkovsky, que no van mucho más allá de la idea de la identidad. El cineasta construye a partir de la aparición del clon del protagonista una interesante reflexión sobre la identidad humana muy sugestiva pero que lamentablemente en demasiadas ocasiones se acaba quedando en la superficie. El camino que se opta para la resolución del conflicto es más dramático que intelectual, por eso los paralelismos con la obra de Tarkovsky son en definitiva tan discutibles como los que pueda haber con la de Kubrick. Si debemos buscar la esencia y las raíces de “Moon” en otra película, acertaríamos de pleno si recordáramos la interesante “Silent Running” (1972) de Douglas Trumbull, pero si ampliamos nuestras miras nos daremos cuenta que este filme se construye en base a la esencia de los años setenta. En un plano digamos superficial, porque rechaza de pleno la tecnología digital que tan frías está convirtiendo a demasiadas películas en los últimos años, a favor de las maquetas y trucajes que se utilizaban en aquellos años.


Pero “Moon” sobre todo recupera, y además muy acertadamente, la aspereza, desencanto y sobre todo humanidad de trabajos que en su día firmaron cineastas como Robert Altman, Peter Bogdanovich o Jerry Schatzberg. De todas formas, todo esto no dejaría de ser secundario si Duncan Jones a la hora de construir su película no fuera coherente con la intención. Su puesta en escena se mueve entre la sobriedad y la corrección, y pese a que nunca llegue tan lejos como el material parece permitirle, la narración consigue en todo momento atrapar al espectador y transmitirle a la perfección la angustia del protagonista. Al igual que otras populares películas recientes, como “El Náufrago” (2000) o “Soy Leyenda” (2007), “Moon” se basa prácticamente en la labor de un único actor: Sam Rockwell, que debe soportar el peso de la película, atraer al público y mantenerlo interesado, entretenido, durante una hora y media. Sam Rockwell, compone magistralmente dos personajes totalmente opuestos, pese a tratarse del mismo y lleva brillantemente toda la película. Sigue siendo lamentable estar hablando de un intérprete (de los más solventes del actual cine Estadounidense) que no consigue salvo notables excepciones encontrar papeles a su altura y que de nuevo nos debería llevar a preocuparnos por la salud de la cada vez más hipotética “fábrica de los sueños”. Como dije, la película se centra en la vida de un hombre en la Luna. La primera escena es muy interesante, bastante reveladora de su existencia y su trabajo allí. Vemos al hombre en una de esas cintas mecánicas para correr. ¿Qué otra imagen nos viene a la cabeza? Yo pensé automáticamente en una rata de laboratorio, que se mete en una de esas ruedas para hacer ejercicio, frenéticamente, pareciendo desde fuera que intenta escapar de la jaula, sin posibilidad alguna, repitiendo siempre el mismo recorrido, siempre entre rejas. Sam Bell está viviendo algo parecido, sólo que aún no lo sabe.



No recomiendo seguir leyendo este texto si no se ha visto la película. Es algo que no suelo hacer, revelar aspectos importantes de la trama en mis críticas, pero en este caso me parece necesario romper la norma. En realidad, no creo que puedan considerarse “spoilers“, puesto que el propio Duncan Jones no quiso sorprender a nadie con el giro más relevante de la trama. He leído por ahí que, con “Moon”, da una nueva perspectiva al tema de la clonación. En realidad esto no es cierto, aunque como el propio director llegó a decir, la película está abierta a todo tipo de interpretaciones; una fórmula muy facilona y al mismo tiempo muy inteligente, porque así no sólo no te ves forzado a explicar tus intenciones, sino que permites que cualquier espectador se quede satisfecho con su propia visión de la historia. En cualquier caso, Sam Bell es un clon. Y esto plantea interesantes reflexiones. Pero lo más importante, y lo esencial de la película, es que Sam debe enfrentarse a dos dilemas: por un lado, todo lo que creía, todo lo que le habían dicho, es una gran mentira; y por otro lado, es un ser artificial que va a ser eliminado, una vez que acabe su misión. Por eso, más que una película sobre la clonación, “Moon” es una película sobre un ser humano que se plantea el sentido de su existencia, el sentido de la vida, la diferencia de lo orgánico y lo artificial. Hay claros homenajes cinéfilos como vimos anteriormente, pero en este sentido hay que acordarse de “Blade Runner” (1982), esa mágica obra de Ridley Scott. Sam Bell (o cualquiera de los Sam Bell a los que da vida un impresionante Sam Rockwell) tiene tres años de vida y en caso de sufrir un accidente o estar en peligro. En realidad, la idea de la clonación permite a Jones experimentar con otra posibilidad, que era la que más le fascinaba, y era que un hombre “viejo” pudiera interactuar con una versión “joven” de sí mismo. Además la banda sonora de un impresionante Clint Mansell le da una atmosfera fría, pero original.



De este modo, en “Moon” tenemos a un Sam Bell desgastado y cansado, pero experimentado, que conoce a un Sam Bell fresco y enérgico, pero torpe. Y entre los dos intentan saber qué demonios pasa en la Luna, por qué están allí y cuál debe ser el camino que deben recorrer juntos, pero al mismo tiempo, y esto es sumamente interesante, son dos personas diferentes, dos egos distintos con sus propias ideas y sentimientos, y les cuesta llevarse bien al principio, enfrentándose sin remedio, porque su forma de ser es así, tienen ese carácter difícil; en el fondo, están mejor solos que en compañía. Si un Sam Bell ya tiene problemas para relacionarse, dos puede resultar un completo desastre. ¿Qué pasaría si tuvieras que interactuar contigo mismo, podrías soportarte? He mencionado ya a “2001: Odisea en el Espacio”, la referencia a la mítica película de Stanley Kubrick es obligada, no sólo por momentos que parecen calcados (el viaje estelar, con el rostro de Rockwell iluminado por múltiples colores) sino por la presencia de un robot, una inteligencia artificial, que es, durante mucho tiempo, la única compañía del protagonista. Al igual que HAL, GERTY tiene información confidencial que no puede revelar y una voz extraña, amigable, que hace sospechar de sus verdaderas intenciones, al relacionarse con Sam Bell. Kevin Spacey da voz a este robot y lo hace estupendamente, porque da ese toque inquietante que necesita el personaje. No estamos acostumbrados a un cine lento, que dé la oportunidad de pensar. Y lo interesante de “Moon” es que si no lo haces estarás muy perdido, y no podrás comprender casi nada. Es una cuestión de perspicacia y mucha atención a los detalles para captar la profundidad del discurso. Y es que, es muy fácil buscar carencias en el exterior, en lugar de reconocer que hemos fallado como espectadores, que no hemos estado a la altura de una cinta que indaga en la naturaleza humana y sus conflictos. Una mirada superficial nos podría llevar a buscar defectos donde no los hay. Y, por supuesto, aunque todo es mejorable, no hay fallos de guión, puedo amigablemente rebatir cualquier cuestión al respecto.



Estamos ante unas de las mejores operas primas de los últimos tiempos (premios BAFTA y Sitges). Duncan Jones ha creado una película singular de ciencia ficción que como vimos recoge la sabia de maestros como Andrei Tarkovski, Stanley Kubrick o Ridley Scott, lo mejor es que no cae en la imitación (un mal creciente en el cine actual), porque los temas que plantea son novedosos, como el enfoque crítico sobre la moralidad de algunas prácticas científicas-empresariales, sobre si realmente vivimos libremente o estamos sometidos a los designios de un plan perpetrado. La mejor manera de resumir esta obra es afirmando que está muy bien equilibrada. Es una narración lo suficientemente entretenida para poder atrapar a un amplio sector del público, sin caer en lugares comunes y tonterías diversas, pero por otra parte es una interesante reflexión sobre la propia condición humana, pese a que como decía más arriba, se muestre en exceso superficial en ocasiones en este aspecto. Pero así “Moon” consigue superar esa condición de híbrido y sin ser especialmente valiosa resulta mucho más estimulante que otros trabajos de ciencia ficción, teóricamente más arriesgados, que se crean actualmente Creo no equivocarme al afirmar que esta película es un emotivo bastión de resistencia frente a un cine cada vez más técnico y menos humano. A principios de los años setenta, trabajos como “Silent Running” podían ser saludados como interesantes filmes de género. A día de hoy, “Moon” siendo objetivamente mejor, se convierte, en un panorama cada vez más desolador, en la más notable pieza de ciencia ficción que ha surgido del cine industrial en los últimos años. Así pues, siete hurras para “Moon” y un solidario abrazo de complicidad para todos aquellos cinéfilos que, como yo, adoramos el sci-fi retro de los setenta y ochenta, y que seguimos alucinando mucho más pensando que somos un microscópico ser en el universo que no contemplando parafernalia informática, estamos ansiosos por ver viscosos alienígenas o inverosímiles batallas intergalácticas.



“Ciencia Ficción con cerebro”

domingo, 21 de agosto de 2011

Vidas al Límite

Director: Martin Scorsese
Año: 1999 País: EE.UU. Género: Drama Puntaje: 08/10
Interpretes: Nicolas Cage, Patricia Arquette, John Goodman, Ving Rhames, Tom Sizemore, Marc Anthony y Mary Beth Hurt



Frank Pierce (Nicolas Cage) trabaja como paramédico de ambulancias en Nueva York. Rodeado de heridos y moribundos, Frank se mueve en un mundo urbano nocturno, y está trastornado por los años que ha pasado intentado salvar la vida a los marginados de la sociedad. Los fantasmas de las personas que no ha podido salvar empiezan a atormentarle. No puede dormir por las noches e incluso intenta que le echen del trabajo. Al borde de la crisis vital, Frank conoce a Mary (Patricia Arquette), la hija de un hombre al que ha tenido que asistir, de esta manera ella será su única salvación. Aún no encuentro una razón de peso que justifique el horrendo cambio de título que ha sufrido la película en su traducción latina del original: “Bringing Out The Dead” (Sacando Fuera a los Muertos), mucho más acorde con el tema de la película y con todo los detalles que se nos muestran a través de su proyección. Tras esta aclaración, hay que dejar claro que la película que nos ocupa supuso un punto de inflexión en la carrera de Scorsese. Tras haber realizado su propio viaje espiritual hacia la cultura del budismo en "Kundun" (1997) y su magno documental televisivo “Mi Viaje a Italia” (1999), del mismo año y que en la edición de Cannes de 1999 algunos afortunados tuvieron la oportunidad de ver el estreno de esta cinta, justo antes que Scorsese se embarcarse en el que sería según sus palabras el proyecto de su vida y que tras más de dos años de espera pudimos disfrutar en nuestras pantallas, decidió embarcarse en un proyecto a priori más modesto que le permitiera exorcizar todos sus demonios personales y sus inquietudes como cineasta del mismo modo que lo hace el protagonista de su película.



Para ello, Scorsese, volvió a contar con la colaboración de Paul Schrader para que escribiera el guión. El tándem Scorsese-Schrader ya había creado algunas de las películas que se convertirían además de obras maestras y patrones cinematográficos, en iconos culturales de la sociedad americana en particular como "Taxi Driver" (1976) y “Toro Salvaje” (1980) caracterizándose por la psicología de un personaje que se erige en un ser atormentado que recorre su particular descenso a los infiernos, y que debe aceptar su situación para intentar formar parte de una sociedad en la que no solamente se siente fuera de lugar, sino que realmente lo está llegando incluso a preguntarse su verdadero destino y rebelándose contra éste, como el torturado personaje de Cristo de “La Última Tentación de Cristo” (1988). Iba a ser inevitable, y esto bien lo sabían Scorsese y Schrader, que “Vidas al Límite” que además se basa en la novela “Bringing Out The Dead” de Joe Connelly, fuera comparada con la proverbial “Taxi Driver”. Pero la nueva película, aunque en efecto guarda algunos paralelismos con aquella obra maestra, iba a ser más un complemento que un remake o una nueva versión actualizada. En realidad, iba a convertirse en un apasionante díptico, tan esquizofrénico como luctuoso, acerca de las calles de una ciudad en cuyas esquinas asoma siempre la locura, la desesperación y la muerte. Pero a diferencia de Travis Bickle, que reaccionaba con ira y violencia, Frank Pierce va a oponer a todo eso una gran compasión y dignidad, por mucho que eso suponga un enorme sacrificio emocional de su parte. Aunque esto parezca un trabajo menor en la filmografía de Scorsese, no lo es en absoluto. En realidad pocas veces se ha mostrado tan piadoso y fraternal. La película gira en torno a una gran paradoja, y es que mientras el protagonista vive obsesionado en salvar vidas y es continuamente atormentado por el recuerdo de Rose, una paciente a la que no pudo salvar la vida, y que representa la personificación de todas las víctimas que murieron sin que él pudiera evitarlo; él irá destruyéndose poco a poco perdiendo la esperanza de una posible luz que le ayude a encontrar algo en lo que creer.


Pocas veces la cámara de Scorsese, por no decir nunca, se ha mostrado tan tempestuosa y nerviosa, llegando a fragmentar cada secuencia como un neurótico nocturno, gracias a un percutante y feroz montaje de Thelma Schoonmaker, y a una fotografía espléndida de Robert Richardson, que repite con el director después de “Casino” (1995). Este trío de genios se lanza a una identificación profunda con la miseria anímica y el desgarrador drama interior de su personaje protagonista, un ser patético y al borde del colapso físico y total absoluto, que necesita salvar a un paciente más antes de retirarse de su profesión de paramédico, que debe ser una de las más estresantes del mundo, y más aún en Nueva York. A tal efecto, coloca sobre sus hombros, como buen mártir Scorsesiano, todo el dolor y la desgracia de la ciudad, y puede verse en los ojos sonámbulos de Cage ese peso y ese dolor de manera admirable, sin fisuras y sin concesiones, y así no es de extrañar su estrepitoso fracaso en taquilla. Pero el éxito es llegar a hacer una película como esta, es en este terreno es donde Scorsese se muestra como pez en el agua ya que se siente totalmente libre y cómodo para exponer toda la temática y obsesiones que han acompañado toda su obra desde la década de los 70. Así pues, durante la película, no dejan de asomar los personajes torturados, la simbología religiosa, la imagen de la familia viniendo a ser no ya un “remake” de “Taxi Driver”, sino una variación de la misma cambiando un taxi por una ambulancia y adquiriendo un tono y una filosofía mucho más fatalista, supongo que dada por los años de la experiencia de Scorsese y Schrader que hacen esta película mucho más cruda y más dura que la anteriormente citada. No dejan concesiones a la salvación posible y solamente nos transmite una sensación última de vacío absoluto donde la esperanza se evapora como las vidas que Frank no consigue salvar. Toda esperanza se pierde en cada una de las víctimas que mueren en una ciudad fantasmal, tétrica, casi gótica.



El personaje que interpreta Nicolas Cage es un personaje torturado, obsesionado, un perdedor nato en la mejor tradición de los personajes “Scorsesianos” como el Travis Bickle o el Rupert Pumpkin de “El Rey de la Comedia" (1983) que se halla en un pozo sin fondo degradándose paulatinamente del mismo modo que lo hacen las víctimas a las que intenta salvar. En eso no se diferencia mucho de cualquier alma que al igual que él vaga por la ciudad sin pena ni gloria. No dudará en beber o drogarse para intentar evadirse de la realidad que le oprime y ahoga y de la que al mismo tiempo se siente vinculado y de la que no puede desprenderse al ser él mismo uno más de ellos, a este personaje encarnado por un soberbio Cage le seguiremos en varias jornadas alucinantes acompañado de tres personajes distintos, a cual más surrealista: el Larry de John Goodman, el Marcus de Ving Rhames y el Tom de Tom Sizemore, los cuales contribuirán todavía más, sobre todo los dos últimos, a su paranoia, su desesperanza y el desapego a su propia estabilidad mental. En ese contexto, no sabremos muchas veces si reír o llorar ante el rosario de desgracias, de despojos humanos, drogas, tinieblas urbanas, chorros de sangre, tarados peligrosos y un largo etcétera, que es un frenético crisol sin apenas resquicio para la paz y la sonrisa, y que concluirá con un plano casi espiritual. Es asombroso, al menos para quien esto firma, que a pesar de la colección casi interminable de truculencias y salvajadas (que no se limitan a las calles, o a personajes como el que interpreta un irreconocible Marc Anthony, pues también algunos miembros del hospital están como para encerrarles en un sanatorio mental) que no cesan de desfilar por la pantalla durante todo el metraje, Scorsese jamás pierde la compostura o la elegancia, y que a pesar de que no es una película, en principio, de la envergadura de “Casino” o “La Edad de la Inocencia” (1993), el cineasta se lo toma muy en serio y se deja la piel. No tiene miedo de buscar una libertad narrativa absoluta, en un derroche de energía que se diría, casi, una irreverencia adolescente, visual y sonora. Una vez más le importa bien poco la ortodoxia, y el prestigio, y lo que se podría esperar de él, y se dedica en cuerpo y alma, por mucho que desequilibre su película, a un festín impresionista con el único objetivo de mostrarnos el alma torturada de su carácter principal.


Y Frank Pierce encontrará en la presencia apaciguadora y sedante de Mary Burke (la maravillosa, no siempre reconocida como tal, Patricia Arquette) la única salida, en forma de impredecible redención, a tres jornadas de locura. La actriz es perfecta, con su sonrisa y su dulzura para representar el descanso, sobre todo espiritual, que necesita a gritos el pobre Frank. Por una vez en el cine de Scorsese, la mujer representa menos la causa de los desvelos de sus personajes masculinos y más una razón apaciguadora para seguir viviendo. La sutil luz que Richardson coloca detrás de ella en las escenas en que aparece, más la del plano final, confirma la soterrada divinidad o bondad de este personaje, y queda perfecta para un relato tan abstracto, en el que todos los colores y los diseños de Dante Ferretti están planteados desde un punto de vista psicológico, y nada está dejado al azar. Durante los tres días que dura la historia, acompañamos a Frank por las calles de la ciudad mientras somos testigos de la paulatina degradación y vacío moral que va experimentando Frank mientras se va quemando de manera irremediable siendo además, consciente de ello. Esta degradación se irá haciendo más patente y más aguda de una forma creciente hasta el final de la película. Scorsese y Schrader la muestran cada uno a su estilo. En el guión viene dada por la sucesión de compañeros que patrullan junto a Frank durante las tres noches, mientras que en la puesta en escena, que durante toda la película es casi fantasmagórica para señalar el mundo de zombies donde se encuentra, se va acentuando en su vertiente desfasada, surrealista y psicodélica utilizando planos y movimientos de cámara llevados al límite. Scorsese nos incluye en un viaje alucinante del mismo modo que un drogadicto se coloca con cualquier sustancia alucinógena. En esta parte final es totalmente psicodélica, predominan los planos descompuestos, imágenes aceleradas, movimientos de cámara con el encuadre torcido, con multitud de lucecitas, diafragmas abiertos hasta el más no poder.



A pesar de todo ello, Scorsese no quiere perder la esperanza y busca una posible salvación para las pobres almas de los torturados que deambulan sin sentido. Por eso, en una imagen que rememora a las “pietás” artísticas (En palabras del propio Scorsese) nos despediremos dejando a Frank y Mary abrazados. Quizás acaben juntos, quizás no. No importa. Lo que si importa es que dos almas perdedoras como ellos se han encontrado y quizás, tan solo quizás logren encontrar su camino. Sin pretender ser una película perfecta, (allí radica gran parte de las equivocadas críticas que recibió, por suerte no todas ya que hubo gente que sí la supo valorar) supone un reencuentro curioso entre los dos cineastas que derrumbaron el cine urbano en los 70 y el religioso en los 80, demostrando Scorsese una vez más, que a pesar de ser un punto de inflexión, no deja de ser esta una obra tremendamente personal ya que toca todos los temas e inquietudes que han obsesionado a su director, como he comentado antes. Y es ahí donde radica su encanto. Quizás no esté tan conseguida como “Taxi Driver”, ni sea tan dura como “Toro Salvaje”, pero no por eso deja de ser una joya. Hubiese sido curioso si para rematar la faena, Scorsese hubiera elegido a De Niro para el papel principal cerrando así el círculo con Schrader y dándole una oportunidad para soltar su famoso: “You're talkin to me” frente al retrovisor de la ambulancia. Película incontestablemente de su realizador, construida completamente a espaldas de la taquilla y de lo que se podría esperar de él, y por ello posee mucho más mérito. En su construcción se dan la mano lo trágico con lo cínico, lo fraternal con lo infernal, sin la menor fisura, y en su frenesí y en su salvajismo radican, sin embargo, un profundo interés por el sufrimiento humano, y un gran conocimiento de que el dolor es multiforme y casi infinito. El perfecto aperitivo scorsesiano de lo que vendría después.



“Cinta con mucho frenesí y realidad extrema”

miércoles, 17 de agosto de 2011

Zodíaco

Director: David Fincher
Año: 2007 País: EE.UU. Género: Thriller Puntaje: 09/10
Interpretes: Jake Gyllenhaal, Robert Downey Jr., Mark Ruffalo, Anthony Edwards, Chloë Sevigny, Donal Logue, John Carroll Lynch, Brian Cox, Clea DuVall, Elias Koteas, Dermot Mulroney y Ciara Hughes



A principios de los años 70, un asesino en serie bautizado “Zodíaco” asesinó a hombres y mujeres en el área de San Francisco. Su meticulosidad, astucia y su particular don para despistar a la policía y a la prensa a través de mensajes cifrados se volvió la obsesión de un grupo de investigadores, algunos de los cuales sacrificaron su familia, su carrera y su sanidad mental a la tarea de capturarlo. Quizá David Fincher llevo buscando una película como “Zodíaco” desde que se hizo director. Cinco años después de “La Habitación del Pánico” (2002), no éramos pocos los que nos preguntábamos si este realizador iba a ser capaz de ofrecer una película de gran fuerza narrativa, sin olvidarse de que una historia que no emociona es inútil para el espectador, no le sirve de nada. De la misma forma que ningún juego retorcido puede lograr hacer cambiar a nadie, ninguna historia fría y despegada de la realidad humana puede finalmente afectar al espectador. No resulta nada fácil escribir sobre “Zodíaco”, la sexta película, y quizá la más completa e inteligente, la más sorprendente y libérrima de todas las películas dirigidas hasta hoy por Fincher. Y no es fácil porque esta atípica historia con psicópata e investigadores se aleja consciente y premeditamente de lo que podría esperarse “a priori” de este tipo de películas, para convertirse en la investigación criminal más intrincada e inolvidable en muchos años de cine; que al mismo tiempo es sin duda un magistral estudio de personajes tan vivos como la vida misma y más reales que la realidad. Cine americano en estado de gracia.



Comienza con un genial arranque que descoloca a todo aquél que quizás esperaba algo parecido a la más famosa película de su director, ya que ambas se centran en asesinatos en serie cometidos por un misterioso ejecutor, cuya búsqueda va a ser el eje de la película. Pero las diferencias entre “Los Siete Pecados Capitales” (1995) y “Zodíaco” se hacen evidentes enseguida, y se van ensanchando a medida que avanza esta última, si bien la mano del narrador de las vicisitudes de Mills y Somerset se nota en cada secuencia policial, o en cada encuadre. Con una salvedad: en la primera no se veía cometer ningún asesinato al psicópata, mientras que aquí somos testigos de varios de ellos (o de su intento frustrado). Largas y angustiosas secuencias de muerte y de sangre, que se ven desmentidas por el tercer asesinato, el del taxista, seco y rápido. En pocas palabras, antes de la primera media hora de metraje, somos conscientes de que esto no va a ser una investigación lineal, predecible o típica. Más bien irregular, con grandes y numerosos saltos en el tiempo (más de dos docenas), que abarcan cerca de dos décadas. Es grandísimo mérito de Fincher, por tanto, narrarnos la historia, mil veces estudiada, del que quizás es el asesino en serie más famoso e intrigante de la historia de Estados Unidos, mientras dibuja un retrato extraordinario de una época (o de varias épocas) de su país, al mismo tiempo que retrata el cine de aquellos años y se erige en homenaje y discurso postmoderno del mismo, con una narrativa clásica, pues en ningún momento hay salidas de tono ni búsqueda de espectacularidad, sino que la fusión entre forma y contenido es total. En pocas palabras: la forma es el contenido. Al contrario que en la narrativa postmoderna, donde la forma (la fotografía, por ejemplo) cobra protagonismo por encima de los personajes, separándose del contenido en definitiva.



No sería justo atribuir todo el mérito a Fincher y a su atinada puesta en escena, pues el guión de James Vanderbilt es, sin duda, portentoso. En este libreto se entrecruzan varias docenas de personajes reales que adquieren relevancia por sus diálogos y sus caracterizaciones, se da cuenta de lo complicado que es coordinar varias oficinas de policía, se hace un estudio pormenorizado de los métodos de investigación de aquellos tiempos, y se retrata la forma de trabajo dentro de un periódico, y se le da la oportunidad al director de ir organizando este galimatías temporal y espacial sin que en ningún momento nos perdamos o nos confundamos. De este modo y en un crescendo admirable, los personajes que en un principio son protagonistas, terminan siendo secundarios, y los que son secundarios, terminan siendo protagonistas de la historia. Así sucede de forma cíclica con los policías asignados al caso (excelentes Mark Ruffalo y Anthony Edwards, que aportan un tono irónico y desengañado a la película) y con los periodistas (magníficos Jake Gyllenhaal y Robert Downey Jr., una extraña pareja, que alterna con pasmosa facilidad lo cómico, lo cínico, lo melancólico y lo dramático). Gracias al tratamiento de estos personajes, “Zodíaco” puede viajar con aparente facilidad por el drama, el melodrama, el thriller, lo policiaco o la crónica social. Porque final, y fundamentalmente, esto es un grandioso fresco histórico, un largo (y que aún así se hace corto) relato plagado de detalles inquietantes, ideas contradictorias, y dotado de una creatividad plástica muy por encima de la media. De eso tiene mucha culpa el operador Harris Savides, quien firma un trabajo muy denso inspirado (junto al director) por películas como “Todos los Hombres del Presidente” (1976), “Network” (1976) y la magistral “La Conversación” (1974). Para recrear esos ambientes y darle coherencia visual al conjunto, el operador echó mano de la Thomson Viper Filmstream, una cámara digital que registra directamente la imagen a discos duros sin comprimirla.


Esta cámara, además, permite bajos niveles de luz, y fuentes de iluminación más naturales, lo que da a la película esa textura tan realista, que parece fotoquímica en lugar de digital, como realmente es. Además de intentar imitar el aspecto de la época, la planificación (con recurrentes planos estáticos, muchos de ellos de gran angular, mezclados con no pocos elementos infográficos) y el montaje, obra genial de Angus Wall, que después firmaría el de “El Curioso Caso de Benjamin Button” (2008), se alejan de lo que hasta ahora había sido el estilo, haciendo quedar bien el cine de Fincher. Despojado de toda posibilidad de lucimiento formal, Fincher y su montador y fotógrafo se entregan a una narrativa sobria y directa, haciendo uso de herramientas plenamente cinematográficas. En lugar de intentar asombrarnos con su capacidad para la realización audiovisual (en la que ha demostrado ser un consumado virtuoso), se centra sobre todo en sus personajes, que son de carne y hueso, y que por ello nos arrastran al fondo de una trama sin fin. Porque sin fin es esta investigación, que en lugar de ir aclarándose con el paso de los minutos (o los años para los personajes) se va enturbiando cada vez más, hasta convertirse en un fango de pistas, ideas, sospechas, hipótesis y callejones sin salida; la mayoría motivados por las características verdaderamente únicas de un caso más críptico imposible. El asesino del Zodíaco, aún hoy, tantos años después, es lo más parecido a los criptogramas que enviaba a la prensa: aunque averigües su significado superficial nunca nadie llega a averiguar quién o qué es él en su auténtica naturaleza. Fincher juega con ese misterio irresoluble, y lo utiliza casi como una excusa, del mismo modo que ocurriera en “Los Siete Pecados Capitales”, para hablar de sus perdedores, de sus hombres de familia con limitaciones, de los tímidos que al final llegan más lejos que los demás.



Nunca terminamos de saber a ciencia cierta quién demonios fue Zodíaco, pero no importa. Fincher lleva su relato al máximo de abstracción y se detiene justo a tiempo. Ya no nos sirven las viejas historias. Las viejas formas han muerto y los héroes lo máximo que consiguen es mantener viva la llama de la voluntad y la libertad personal. Con eso basta. Pero “Zodíaco” certifica que las antiguas tramas de investigación criminal en el cine policiaco (que ya empezaran a de construirse con “Los Siete Pecados Capitales”, en la que el héroe se convierte en villano, y el villano en mártir, y la narrativa criminal se pervierte acorde con estos tiempos de crisis de identidad), e incluso las formas de expresión clásicas, están agotadas, y no podemos seguir contando las películas como antes. Que hay que empezar a evolucionar. Por estos motivos, la película número seis de Fincher es una ventana abierta al futuro del cine norteamericano. En ella se hallan las trazas que quizá debiera seguir esa cinematografía para no angostarse y morir en las formas clásicas mal asumidas, o en las postmodernistas mal digeridas. Un filme que no por casualidad encontró una respuesta, y una comprensión, mucho más favorable e inteligente en Europa y que no dudamos será considerada, dentro de un par de décadas, como una de las claves en el desarrollo de las formas de expresión cinematográficas de principios de siglo. Al igual que sucediera en su “El Club de la Pelea” (1999), Fincher traza sobre la piel desnuda de Norteamérica las conexiones entre sus puntos débiles, pero la ausencia de un montaje marcado y llamativo hará más imborrable su tinta y también más difícil distinguirla. Que nadie se lleve a engaño esperando una remodelación para adultos pensantes, pues “Zodíaco” no supone un seguimiento de asesinatos pintorescos como hilo conductor.



En dos horas y media ajustadas, el ritmo de la acción de la cinta no concede paradas de descanso, si bien la estructura no plantea el típico desperdigamiento de revelaciones, sustos y sorpresas. No importa tanto quién demonios era el asesino (cuya identidad se insinúa sin ánimo de golpe inesperado) como sentirse cada vez más atrapado en la necesidad de saber, de encontrar un sentido a cada cosa. La desazón del visionado va pareja al estímulo de encontrarse ante un ejemplo de inteligencia constructiva y de tratamiento respetuoso hacia el material y el espectador, sin caer en el sometimiento a uno u otro. La máquina del tiempo se abre en unos años setenta-ochenta que también reviven a través de su música, empezando por la magnífica partitura, desmitificadora y potente, de David Shire, compositor de otro clásico del suspense, la ya mencionada “La Conversación” y pasando por una galería de canciones entre las que destaca el precioso “Hurdy Gurdy Man” de Donovan, compendio del espíritu del filme en sus créditos de inicio y cierre. Tal vez sea demasiado para el sector de público que se pierde con facilidad en las tramas caóticas, pues requiere una vigilancia firme, potenciada por la emoción de sentirse interpelado. La inexplicable atracción que uno siempre siente por las aguas pantanosas que ocultan su fondo en la negrura de la superficie. La tentación de introducir la mano y…cuidado, cuidado: la angustia del espectador que increpa a las potenciales víctimas. Pero ojalá yo sintiera ese dolor cada vez que voy al cine. Un largometraje cuyos múltiples niveles narrativos ofrecen un caleidoscopio sensorial, emocional y estético capaz de trascender con mucho los márgenes genéricos e historiográficos en los que se sitúa, mientras ofrece al director de la casi insuperable “Los Siete Pecados Capitales” la posibilidad de reencontrarse, de alcanzar la plenitud, de coger el pulso de los tiempos con admirable tensión, y de recomenzar un camino que parecía trazado de antemano, pero que tenía que ganarse con logros como este. Por fin Fincher ha encontrado su pieza catedralicia, el soporte perfecto a sus ideas estéticas y formales más complejas y arriesgadas.



"Magistralmente dirigida, un suspense fascinante”

domingo, 14 de agosto de 2011

Ghost in the Shell

Director: Mamoru Oshii
Año: 1995 País: Japón Género: Animación/Ciencia Ficción Puntaje: 08/10
Productora: Bandai Visual Company / Kodansha / Manga Video / Production I.G.



En el futuro no muy lejano los humanos han mejorado sus cuerpos con partes cibernéticas, en algunos casos hasta el 100%, quedando sólo su mente a resguardo. Estos seres humanos mejorados se conectan a redes de información para comunicarse y obtener datos. Pero un peligroso hacker conocido como el “Gran Maestro de las Marionetas” ha comenzado a atacar las mentes de varios humanos mientras se encontraban conectados a la red. La sección 9, una fuerza policial de avanzada, se encuentra tras los pasos del hacker. A cargo de la investigación se encuentra la mayor Kusanagi (cuyo cuerpo es totalmente cibernético) y el oficial Batou. Pero un incidente (un androide extraviado en una autopista) resulta ser una pista para el caso. El androide es llevado a la sección 9, pero este se reactiva y se identifica como el propio “Gran Maestro de las Marionetas”, diciendo que es un software que ha realizado operaciones encubiertas para la sección 6 de El Ministerio del Exterior. El androide pide asilo a la sección 6 pero un atentado aborta el avance de la reunión y el “Gran Maestro de las Marionetas escapa”. Los oficiales lo persiguen sin saber que el verdadero propósito del androide es en realidad encontrar a Kusanagi y fusionarse con su mente humana para lograr una nueva etapa de evolución y dotarse de un cuerpo funcional. Basada en el manga de Masamune Shirow, “Ghost in the Shell”, que traducida al español seria “El Fantasma de la Máquina”, resulta ser una curiosa mezcolanza de filosofía, referentes al cine occidental y ciencia ficción. Menos engorrosa que el manga que la precedió, incluso con una estética diferente, debido a que Masamune Shirow no llegó a participar en su versión cinematográfica, pero también a que las técnicas de animación permitían efectos y escenas impensables en el manga y también a la inversa.



“Ghost in the Shell” es uno de los más importantes películas anime de los últimos años. Es notable la influencia que tendría sobre el género, ya que otros animes seguirían sus lineamientos, e incluso “Matrix” (1999) tomaría decenas de ideas e imágenes prestadas del filme. Con el tiempo ha desarrollado un estatus de culto, en particular por su trama críptica y sus particulares reflexiones acerca del futuro de la tecnología y la fusión de lo cibernético con lo humano. Como es costumbre en el cine de Mamoru Oshii, el villano de la historia es un personaje desconocido del cual nos cuesta sacar una conclusión concreta, pero este es quizá el más carismático de su filmografía. Y sin duda destaca su protagonista, la desvergüenza de cómo se la dibuja y la prueba sólida del talento que tienen los japoneses para crear personajes femeninos. La banda sonora, sobre todo en la canción que introduce los créditos, nos sumerge en la perspectiva del dominio de los japoneses sobre la tecnología y sobre todo la robótica. Shirow y Oshii crean un complejo y claustrofóbico mosaico plagado de cyborgs, con altas dosis de tecnología, ciudades hiperpobladas e hiperdesarrolladas y el siempre presente dilema existencial de qué es exactamente lo que nos define como humanos y nos diferencia de las máquinas más complejas y avanzadas que jamás hayan surgido. Esta emblemática obra es junto a "Akira" (1988) las dos grandes obras maestras del cine de animación japonés de ciencia ficción, al menos en occidente, pues no estaría de más añadir que este filme paso sin pena ni gloria por Japón. La película se hace demasiado corta y de hecho su duración apenas es de poco más de hora y cuarto. Una lástima, porque material había de sobra para haberla estirado un poco más.



Pero si hay que decir que “Ghost in the Shell” es una película particularmente compleja. Sigue sin lugar a dudas los lineamientos del “Cyberpunk”, en donde la carne se fusiona con la tecnología y hay toda una generación de seres humanos mejorados artificialmente. Prácticamente no hay personaje en el filme que no posea algún tipo de implante. El problema no es precisamente la exposición de esto, sino que el enfoque del director Mamoru Oshii es particularmente frustrante sobre las historias adicionales que dan carnadura al relato: hay toda una ensalada de tramas políticas, personajes que van y vienen, y toneladas de conceptos tecnológicos que por momentos aturden. Los minutos iníciales son una catarata de información que inunda al espectador, de la cual sólo extrae que las fuerzas policiales están tras la caza de un hacker que piratea los cerebros mejorados electrónicamente que poseen los humanos. En el medio hay pausas, secuencias de acción muy estilizadas, momentos reflexivos e imágenes de gran belleza. Pero esos intervalos bien podrían haberse acotado para darle más tiempo a las escenas de exposición e intentar que el guión baje algo de nivel a una altura más cercana al espectador promedio. Masamune Shirow es sin duda un apasionado de la filosofía, los diseños mecánicos basados en elementos de la naturaleza, las sofisticadas armas de fuego y ante todo es un gran creador de atmósferas futurísticas, donde la tecnología es el eje central a partir del cual gira el mundo de los humanos. Toda la carga filosófica de su obra quedó inteligentemente condensada en una entretenida película de anime, sin muchas pretensiones técnicas pero que acertó de pleno en su conversión del manga al anime.



Lo que resulta más original de “Ghost in the Shell” es la idea de un software que ha cobrado vida propia. En este caso es el proyecto 2501 (el nombre original de “El Gran Maestro de las Marionetas”), que ha realizado tareas de espionaje para la sección 6, comportándose como un virus, aprendiendo sobre la marcha, autoactualizarse, se pone en rebeldía ante el sistema y ha decidido seguir su propio curso de acción. El software se ha reconocido como una nueva forma de vida y está intentando escapar de sus controladores para obtener su independencia y su derecho a la existencia. Mientras que el filme tiene muy buenas escenas de acción, como la persecución del terrorista en la feria pública o el tiroteo final en el hangar, la intención del director sin dudas es centrarse en el aspecto reflexivo del tema. Largas escenas tienen lugar sólo como para ilustrar lo complejo del mundo futuro que concibe la historia, que por momentos sus climas recuerdan a “Blade Runner” (1982), así como los puntos de vista de los personajes sobre el proceso de integración entre hombre y máquina. El clímax en realidad es el encuentro del androide, ósea el “Gran Maestro de Marionetas” con los directivos de la sección 6, donde éstos le piden que demuestre que es una forma de vida y el programa les devuelve la pregunta exigiendo que ellos hagan lo mismo. Los humanos, termina diciendo, sólo son computadoras con ADN en lugar de bytes. Sin embargo, ambas películas difieren. Volviendo al tema de la influencia de “Blade Runner” a la cinta, el filme de los 80 considera los sentimientos parte esencial de la humanidad. En cambio “Ghost In the Shell” obvia en su historia todo sentimiento de odio o amor y define la humanidad como la capacidad de desarrollar y mantener una conciencia propia. También la estética difiere, siendo la del filme de Oshii mucho más tecnificada y cercana a nuestro tiempo.



“Blade Runner” planteó "¿que es la vida?" de un modo plásticamente genial, pero no respondió a la pregunta. Se limitó a tratar el tema de si un “replicante” es básicamente un ser humano con fecha de caducidad, por el hecho de ser inteligente y poseer emociones (o sea, circuitos de instrucciones instintivas sobre los que se desarrolla la inteligencia) y a pesar de estar construido por otros seres humanos. “Ghost in the Shell” no usa la analogía de la máquina, sino que desdibuja los límites entre vida planificada y vida fruto del azar (la llamada "natural"). La vida es interacción con el medio y acción dirigida a la auto-perpetuación, con un éxito al menos transitorio. Un remolino es una forma que existe en el medio, pero no posee una estructura que aproveche energía para mantener esa forma, estamos hablando de un virus (incluidos ciertos anomalías en el ordenador). Además la película entre mucho; ofrece reflexiones sobre lo desprotegidos, indefensos y fácilmente manipulables que parecemos frente a los progresos tecnológicos; que a su vez se retroalimenta con avidez de información; que así mismo clama por ser libre amenazando con empujarnos a una vorágine de alienación cyber-tecnológica. Entonces ante este panorama ¿Que nos queda? ¿Los recuerdos? ¿Que evitará el colapso? ¿Nuestro espíritu?; y si fuese posible que dicho espíritu habite o se genere en entes cibernéticos, ¿debemos considerarlos vivos? Cuestiones de este talante afloran por doquier en la obra, no así su respuesta. Quedándonos sólo el contemplar el virtuosismo plástico y por medio de la inteligente metáfora de la paradójica figura del Cyborg abordar la cuestión de que realmente nos caracteriza como humanos.



El inconveniente del libreto tiene que ver con que el propósito del proyecto del “Gran Maestro de las Marionetas”, no resulta demasiado claro. Debe evolucionar y por ello quiere fusionarse con una mente humana, además de adquirir un cuerpo. Pero no queda demasiado claro el por qué. Vale decir, el proyecto 2501 sobre el final del filme prácticamente va demostrando que es una especie de Dios, todas las máquinas y todos los implantes que tienen los humanos están bajo su control, con lo cual quedarse restringido a un cuerpo y poseer sentimientos humanos pareciera ser una rebaja de nivel. Hubiera sido preferible que, en vez de propósitos tan bondadosos, el proyecto 2501 se hubiera desatado en toda su furia y terminara controlando a toda la humanidad. El poder lo poseía, la ambición no, pero quizás hubiera sido mejor ya que sería una especie de castigo divino para los humanos que han cruzado las barreras de la creación, perfeccionándose con implantes y superando los límites de lo humano. Aquí el Dios informático decide transformarse en un mortal fusionado con lo cibernético, pero no resulta demasiado claro cuál es su futuro, esto es solo mi opinión personal, pero aun así me parece genial el desenvolvimiento que tiene la cinta. Así como todo el largometraje trata de la idea central del "espíritu" y de la diferencia que este supone entre máquinas y humanos, y de como la línea se ha difuminado lo máximo posible, el final supone la ruptura total de esa línea. El “Gran Maestro de Marionetas” es un ente artificial pero con algo que si no es un espíritu, es absolutamente indistinguible de este. Tanto es así que acaba fusionando su propia individualidad con la de la Major Kusanagi, en un plano de igualdad entre algo similar a un virus informático y un alma humana. Imperdible para todos los aficionados a la Ciencia Ficción.



“Gran cinta que nos revela que de alguna manera los humanos también somos máquinas”