martes, 13 de marzo de 2012

Bananas

Director: Woody Allen
Año: 1971 País: EE.UU. Género: Comedia Puntaje: 08/10
Interpretes: Woody Allen, Louise Lasser, Carlos Montalbán, Natividad Abascal, Miguel Ángel Suárez, Jacobo Morales, David Ortiz, Danny DeVito y Sylvester Stallone



Fielding Mellish (Woody Allen) es un torpe y tímido vendedor de productos, que abandonado por su novia, la sensual y atractiva Nancy (Louise Lasser), decide irse de vacaciones en la pequeña República de San Marcos, pero lo único que consigue es verse envuelto en un sinfín de líos burocráticos en un país dominado por la guerrilla. Todo se complica aún más cuando, después de la conquista del poder por los guerrilleros, su líder se vuelve completamente loco. Tienen, pues, que tomar una decisión drástica: sustituir a su líder por Mellish con la esperanza de que él salve al país. Pero Mellish es secuestrado por el FBI y es juzgado y acusado de subversión; Cuando empezó en el cine, Allen no era más que un cómico que trasladaba una sucesión de “gags” y secuencias humorísticas a la pantalla chica. De este modo, mientras Coppola reinaba con la saga de los Corleone, Scorsese ya había dirigido “Calles Peligrosas” (1973) y “Alicia Ya No Vive Aquí” (1975), en Europa, Truffaut continuaba incansable del mismo modo que Fellini o Kurosawa, quienes nos dejaban puntualmente asombrados con sus películas, el que luego sería uno de los más grandes cineastas, se limitaba a hacer el payaso sin más intención que hacer reír. Años más tarde, con la llegada de “Dos Extraños Amantes” (1977) vendría esa explosión de talento en la que dejó de lado la comedia más burda para intentar crear un estilo propio de comedia sofisticada melodramática unida a sus particulares demonios neuróticos que se han convertido en su inconfundible sello particular. Su cinta “Bananas” yuxtapone un conjunto de viñetas de tono alocado y delirante. La textura dramática es endeble, pero el ritmo y la gracia de las situaciones es notable, la puesta en escena está poco elaborada, pero refleja ideas interesantes y un nivel esperanzador de intuición, además rinde homenaje a grandes de la comedia como: Chaplin, Keaton, los Hermanos Marx, Bob Hope y Peter Sellers.



“Bananas” fue su segunda película tras las cámaras tras “Robó, Huyó y lo Pescaron” (1969) si no contamos su episodio japonés doblado. La película fluye en el mismo canal que su película anterior, se trata de una comedia loca donde Allen intenta conseguir un estilo lo más parecido a las “screwballs comedies” con un argumento imposible y unos diálogos que son los que hacen avanzar la acción, rápidos, directos y cuanto más punzantes mejor. En esta ocasión, Allen lleva un poco más allá su particular visión de las relaciones humanas y éstas en el fondo se asemejan en mayor o menor medida a una dictadura. Esta sátira política le sirve a Allen para dar rienda suelta a la comedia loca donde el ritmo parece ser lo más importante y que predomina por encima de todo. Con un humor mucho más cercano al de los Hermanos Marx de “Sopa de Ganso” (1936) donde Allen se esfuerza mediante el poder de la palabra en descargar toda su ironía y sorna en la figura de la dictadura militar y en el dictador, en este caso basado sin ningún tapujo en la figura del líder cubano Fidel Castro. El filme desarrolla una comedia de humor repleta de chistes y ocurrencias hilarantes que se basa en la recreación de la gestualidad del cine mudo, la exageración, la desmesura, el absurdo, la excentricidad, la locura, la sorpresa y la sátira. Con ironía y mordacidad denuncia la burocracia, el despotismo, los manejos de la policía, la religión, los servicios secretos norteamericanos, etc. Su ironía toca muchos temas y no deja títere con cabeza, denuncia a los arribistas, los progresistas, los revolucionarios, los golpistas, los medios de comunicación, el sistema judicial americano, la violencia, la hipocresía y muchas cosas más. Dedica unos momentos de subida causticidad al FBI y de manera muy especial, a su primer director, J. Edgar Hoover. El resultado es una obra hecha para entretener y distraer, con unos pasajes mejores que otros.



Como dije anteriormente la cinta ridiculiza fundamentalmente a la dictadura y todo lo que eso conlleva unido a la gente que vive de ella extrapolándola a un fenómeno mediático como el magnífico inicio donde el presidente de San Marcos es asesinado delante de toda la multitud que lo espera y los periodistas se acercan a entrevistarlo en el suelo malherido ante la aclamación popular. Allen da la vuelta a la tortilla y cínicamente hace que el público se lo pase bien y se ría con una dictadura, ridiculizándola hasta el paroxismo. En ese sentido sus intenciones se cumplen, aunque por otra parte hay que reconocer que en esos momentos, su creador no es más que un cómico que empieza en esto del cine con lo que su guión del mismo modo que en su ópera prima, es más una sucesión de situaciones cómicas a veces demasiado separadas que no alcanzan un buen clímax dramático debido a que tampoco le importa demasiado ya que se preocupa más en mantener un ritmo como he señalado anteriormente, que se acerque a las “screwballs comedies” y que sin embargo no alcanza. Algunos dicen que efectivamente Allen caricaturizaba su propia persona, creando uno de los monstruos fílmicos más interesantes del séptimo arte, en “Bananas” nos encontramos ya con el monstruo creador e inconteniblemente genio prolífico que se convertiría Allen. Los diálogos creados por el mismo son cortantes, secos, definitivamente sardónicos, mordaces e incisivamente irónicos, además esta cinta rompió esquemas en su tiempo, donde la estética era otra, la de policías corruptos, atracos, mafias y violencia claroscura y gradualmente acercándose al posterior ritmo narrativo del videoclip. Como será habitual en los trabajos posteriores, demuestra su cinefilia mediante referencias dedicadas a grandes películas como “El Acorazado Potemkin” (1925), “Tiempos Modernos” (1936) o “Fresas Salvajes” (1957).


Esta delirante comedia de Woody Allen sirve como punto de partida a toda una larga carrera de guiones cómicos y llenos de ironía contra la sociedad. Aquí, Allen sirve como primer plato la retransmisión en directo del asesinato del presidente de un Estado centroamericano llamado San Marcos y la instauración de una dictadura militar así como un posterior golpe rebelde que tampoco acabará con objetivos claros. Frases como "el tradicional asalto a la embajada de Estados Unidos, un acontecimiento casi tan antiguo como la ciudad misma" sirven para dar comienzo a esta sátira paramilitar en la que podremos observar las más absurdas y surrealistas situaciones de la filmografía del director del que nos ocupamos en este ciclo. Es igual de cierto que la dirección se muestra muy plana y vacía, casi televisiva sin ningún elemento destacable a este nivel que la ensalce entre las demás películas realizadas en esta primera época de Allen. En este sentido, se cubre utilizando los típicos recursos de la época como los enormes zooms y teleobjetivos donde los elementos cinematográficos están supeditados a otras causas no encontrando ningún símbolo del que luego dirigiera piezas realmente claves dentro de la cinematografía actual. Aunque aquí si vuelve a sacar su carácter de casanova a flote pero, como dice acertadísimamente en su crítica el gran John Cassavetes, el Allen de sus inicios es un Allen diferente, distinto, un Allen que busca el experimento y manipula formas narrativas dispares así como intenta abordar temas de lo más variopintos y jugar con todas las facetas que sea posible de su cinta. Así lo demostraba ya en “Robó, Huyó y lo Pescaron”, donde la narración se veía sujeta a ese curioso experimento de jugar con el falso documental y la ficción, y así lo volvía a demostrar aquí, donde sujeto a una narración con saltos y más bien poco lineal, nos cuenta la historia de Fielding Mellish, un tipo que dará mil y una vueltas debido a su despreocupada personalidad.



Además “Bananas” se puede interpretar como una crítica a los regímenes dictatoriales, a su forma de vida y a su manera de imponer al pueblo cosas realmente inservibles. De paso, aprovecha para dar su visión personal sobre esos pseudo-héroes formados en milicias y guerrillas paramilitares que se encargan de derrocar gobiernos para imponerse ellos en el poder y dejar el país en una situación indefinida. Sorprendentemente, el parecido entre el dictador de San Marcos con los generales Videla o Batista es evidente. Además, el guerrillero recuerda a dos protagonistas de la historia paramilitar: Ernesto Guevara y Fidel Castro. Sin duda, “Bananas” esconde mucha crítica política detrás de toda la sucesión de momentos absurdos e irracionales que copan los 80 minutos del metraje. La retina del espectador se queda con momentos como la adquisición por parte de nuestro protagonista de diversas revistas, entre ellas alguna porno, en una de las escenas más divertidas de la película. Momentos geniales que nos avisan en esta, su tercera película, de lo que va a suceder en las siguientes comedias de Allen. El espectador irá a ver cintas con guiones magistrales con grandes dosis de crítica social, acidez y sarcasmo. Algunos críticos lamentan el cambio de registro producido por su director con el paso de los años, y si bien es cierto que sus mejores comedias datan de los primeros años, yo particularmente me quedo con todas y cada una de sus etapas: con esas primeras en las que de una forma desternillante satirizaba todo lo que le venía en gana, con las posteriores en las que no alejándose de un ligero toque de comedia indagaba sobre la complejidad de las relaciones humanas, hasta una tercera, en la que ya sin disimulo ni subterfugios mostraba las aristas más oscuras de la sórdida naturaleza del alma humana. Ojo a la cinta porque también fue el debut oficial en el cine de Sylvester Stallone como el desalmado del metro (en realidad Stallone ya había debutado el año anterior en una película para adultos).



Como ya viene siendo habitual en los filmes de Woody Allen, aunque aquí en menor grado, su humor se reduce a una comicidad muy peculiar y a unos diálogos que, si bien aquí aun no habían alcanzado todo su auge creativo, servían muy bien al realizador para ir desgranando la historia de "Bananas" que, además de trasladarnos a la vida de Mellish, satirizó sobre las "Repúblicas bananeras", añadiendo elementos paródicos en muchos puntos del filme y dejándose llevar en todo momento por su imaginación, desembocando así en un final de lo más sorpresivo e hilarante, que haría de este filme de Allen, una auténtica delicia para todos aquellos fans del director y, en especial, para esos curiosos que se acerquen a la filmografía de uno de esos grandes cineastas que se han ido formando año tras año. A pesar de ello y sabiendo que clase de película es y la seriedad que engloba dentro de su cinematografía, siendo su tercera película, ya empezamos a observar apuntes que luego despuntarán y se convertirán en las marcas de la casa del cineasta de Brooklyn como por ejemplo en la caracterización de personajes, Mellish es un neurótico fracasado con las mujeres, y Nancy es una mujer hecha y derecha, intelectual, luchadora, estimulante y mentalmente superior al hombre con lo que ya empiezan a surgir los conflictos típicos de anulación y comunicación-anticomunicación entre parejas que explotará en su vertiente más seria, pero que en este caso es un puro trasunto cómico. Además de verla como una comedia sin pretensiones conociendo la posterior obra de Woody Allen, el visionado de “Bananas” es muy curioso y recomendable hoy en día en estos tiempos que corren ya que no deja de ser paradójico que una comedia de hace casi treinta años sea tan actual y su mensaje siga tan vigente como entonces, incluso hoy un poco más.



“Ochenta minutos de locura”

martes, 6 de marzo de 2012

Frankenweenie

Director: Tim Burton
Año: 1984 País: EE.UU. Género: Drama/Cortometraje Puntaje: 8.5/10
Interpretes: Barret Oliver, Shelley Duvall, Daniel Stern, Joseph Maher, Roz Braverman, Paul Bartel, Sofia Coppola y Jason Hervey



Víctor Frankenstein (Barret Oliver) es un niño que realiza cortos donde su amado perro Sparky es el protagonista, hasta que este es arrollado por un camión. Víctor aprende en la escuela sobre el impulso eléctrico de los músculos y se le ocurre usar esa técnica para revivir a su mascota. Por ello, crea un complejo artefacto cuya culminación es una gran explosión de luz que devuelve a la vida a Sparky. Si bien Víctor y su familia aceptan al revivido animal, sus vecinos están aterrados; “Frankenweenie” es una recreación en clave paródica de “El Doctor Frankenstein”, rodado en 1931 por James Whale, la obra de Burton esta protagonizada por un niño imaginativo, que representa la infancia, uno de los temas clave de Burton, rodado en blanco y negro, el director utiliza los elementos más inesperados y extravagantes para crear atmósferas, pasando de la ironía a la belleza trágica, de esta manera hace un recorrido por un divertido cementerio de animales que nos lleva a un dramático plano en contrapicado en el que vemos reflejado un entierro en una colina, plano que recuerda poderosamente al utilizado por Whale en la memorable escena inicial en el cementerio de su “Frankenstein”. Dejando aparte el metraje de las películas, podemos decir que estamos ante una de las obras maestras de Burton, y tanto “Vincent” (su anterior cortometraje) como “Frankenweenie” se muestran como un cálido homenaje, no exento de sana ironía, a los arquetipos fílmicos que han calado en la memoria de generaciones de espectadores, a través de unas imágenes en las cuales queda patente el talante visual que ha otorgado a Burton un puesto de honor entre los nuevos creadores de fantasías cinematográficas, con un estilo marcado por un goticismo clásico unido a una envidiable imaginería macabra y un sentido del ritmo vertiginoso, en una conjunción de inolvidable capacidad evocadora.



“Frankenweenie” quizá sea una de las obras de Tim Burton que mejor compriman todas las obsesiones del realizador, un mediometraje de 25 minutos de duración estrenado un año antes que su terrible primer largometraje, de la que hablaremos más adelante, "La Gran Aventura de Pee-Wee" (1985), pero que a pesar de todo Burton se mostraba tremendamente sólido ya desde su primer fotograma, esta obra de Burton es excepcionalmente curiosa, por la mezcla de puros destellos del cine mágico de su director con los elementos más típicos de una comedia “Disney”, no faltan los jardines pulcros, ni los padres ideales, ni los vecinos impertinentes, quizá suene raro decirlo, pero con una puesta en escena impecable, Burton consigue que el aspecto visual de la obra supere a la de la obra original de Whale al menos en lo referente a la reanimación del monstruo, usando una técnica exacta pero sustituyendo los elementos por algo que podría estar al alcance de un niño de poco más de diez años, acertadamente interpretado por el novel Barret Oliver. Del mismo modo, el juego de luces y sombras que el blanco y negro permite está maravillosamente aprovechado, destacando en este aspecto la espléndida escena del incendio del molino, los actores realizan un trabajo espléndido, en especial Shelley Duvall, luciendo aquí un look muy distinto a los que nos tiene acostumbrados en los filmes de Robert Altman, el cuál es más extravagante, y el desarrollo dramático no presenta el menor altibajo, elementos todos ellos que hacen de este más bien mediometraje una pequeña delicia, una joya llena de momentos antológicos, como la aparición de la novia de Frankenstein en adecuada versión canina, una verdadera maravilla.



Junto con” Vincent”, este corto aparece en el DVD de “El Extraño Mundo de Jack” (1993). Esta deliciosa versión de Frankenstein, visto desde la perspectiva de un niño, con un encanto y dulce sentido del humor, sería muy difícil encontrar hoy en día, si bien la trama es un poco oscura, se las arregla para atraer al niño que todos llevamos dentro. La mayoría de personas, grandes o chicos puede disfrutar de ella. Además esta rodada con una técnica bastante depurada, que Burton no recuperaría hasta “El Joven Manos de Tijera” (1990) o algún segmento aislado de “Beetlejuice” (1988), Burton nos lleva de un lado a otro, presentándolos unos personajes fantásticos que con apenas unas palabras quedan definidos, vecinos llevados a un extremo paródico pero al mismo tiempo reflejados con un inquietante realismo. No faltan detalles visuales como el cuadro de la casa del joven, el propio diseño del animal, la "conversión" de la historia original a un entorno juvenil sin abandonar ningún aspecto de la cinta de Whale (no falta ni un castillo, ni un laboratorio, ni un molino), introduciéndose además los valores familiares para formar un global sólido y completo, tan bien diseñado como narrado, a pesar de que se nota que en algún momento el tiempo se le echa encima a Burton y decide recortar alguna que otra escena. El hecho de que Burton fue despedido de Disney por realizar este tipo de trabajos es bastante triste. Esto muestra más allá de cualquier duda que Burton podía haber manejado las películas de este grande estudio de un a manera grandiosa e imaginativa. El guión está bien escrito y se mueve a lo largo del metraje de una manera brillante. La escena de la muerte de Sparky es dolorosa de ver, pero además es muy fácil ver a dónde va, cómo va a terminar. Sin embargo, Burton siempre nos mantiene atrapado en su mundo, ósea su estilo visual.



Como dije anteriormente la actuación del plantel de actores es sólida, los personajes son creíbles, aunque un poco grotescos (un rasgo que Burton lleva a la mayoría de sus proyectos, ya sea que el tema se acerque a la vida o a la muerte). El humor es proporcionalmente cruel, pero casi todo el mundo puede reírse de él. Me ha encantado lo simple que es la historia, pero manejada magistralmente, una señal de las grandes cosas que le iba a venir para Tim Burton. Yo recomendaría a fans de él y de cualquiera que quiera ver la, que primero lean la gran novela, para que así puedan ver la hazaña que hizo este cineasta. También debo felicitar Burton para la elección de hacer esta película en blanco y negro. Durante los primeros minutos, no estaba segura si iba a funcionar, pero después de la mayor parte de la película, me di cuenta que era perfecto. Esta cinta va a caer bien a todos, independientemente de lo que piensa Disney (supongo que porque tenían miedo que los niños comience a cavar las tumbas de sus mascotas muertas). Pero lo más meritorio de “Frankenweenie” es cómo es capaz de mezclar una estética oscura, deudora del expresionismo alemán, generando un fantástico juego de luces y sombras, con una trama bastante macabra en el fondo pero no tanto en la forma, que funciona a modo de crítica (como lo hace la historia original de Mary Shelley) y además resulta creíble como muestra la travesura infantil sin ningún tipo de mala intención. No sé cómo será el largometraje de animación que se estrenara en algunos meses (francamente, como mucho necesitaría diez minutos más para perfilar algún detalle), pero desde luego este trabajo primerizo de Burton ya condensa lo mejor del realizador. Una obra superior a otras mucho más prestigiosas como "Marcianos al Ataque" (1996) o “El Jinete sin Cabeza" (1999), bueno les dejo con el cortometraje completo, disfrútenlo.



“Acertada y original versión”

jueves, 1 de marzo de 2012

Tucker, Un Hombre y Su Sueño

Director: Francis Ford Coppola
Año: 1988 País: EE.UU. Género: Biopic/Drama Puntaje: 7.5/10
Interpretes: Jeff Bridges, Joan Allen, Christian Slater, Martin Landau, Frederic Forrest y Lloyd Bridges



En 1948, un joven ingeniero estadounidense, Preston Tucker (Jeff Bridges) concibe un automóvil de tecnología revolucionaria y bajo costo, al que bautiza con su apellido. Las tres grandes empresas fabricantes de automóviles General Motors, Chrysler y Ford se unen para oponerse legalmente al proyecto de Tucker, pero él está decidido a no dejarse atropellar por ellas y lucha por construir cincuenta ejemplares de su modelo, para poder presentarlos ante el tribunal; ¿Cuál es el sueño del hombre? ¿Acaso conseguir un puesto importante, dominar el mundo, tener una familia, alcanzar la paz desde una posición de justicia? Cada ser humano tendrá su sueño particular. Su andadura por el mundo se adecuará a unas determinadas ansias, aunque, en muchos casos, el despertar sea duro. Muy pocas cosas de las pretendidas se habrán obtenido. Al menos, eso sí, quedará la ilusión, el ansia de llegar a un determinado puerto. Se ha caminado en busca de una meta. Se obtendrá lo propuesto o no, pero al menos se habrá intentado. Si es así, a menos algo se habrá hecho. El cine de Coppola explicita un deambular tan errático como desilusionado. Su obra es un reflejo del hombre insatisfecho, de un injusto sino crudamente trazado. ¿Se es libre para moverse o se está encadenado por unos condicionantes? En cada una de las películas que ha realizado se encuentran retazos vivos, muchos hechos jirones, de sus ansias, de sus triunfos y de sus fracasos. En “Tucker, Un Hombre y Su Sueño” el director recrea su vida propia: el ser que llegó al cine (a ser director) de rebote, que quizás hubiera sido (mejor) un inventor o un técnico, pero que marcado por el destino devino en alguien encadenado al arte de las imágenes.



Ni en sueños podía Francis Ford Coppola imaginar, cuando en 1972 sacó su talonario para asegurar la difícil distribución de una película por la que nadie daba un duro y que sería un bombazo pocas semanas después, hablamos de esa obra inmortal llamada “El Padrino”, aquel gesto le valdría la oportunidad de hacer una película que, en parte, iba a contar su propia vida, “Tucker, Un Hombre y Su Sueño” también habla de sí mismo más que muchas otras de las suyas. Ahora bien, tampoco fue esa gran película que algunos exégetas de la obra coppoliana aclaman, ni mucho menos. Y es que no estaba Coppola para grandes delirios de autor, era una época dura para él, George Lucas le devolvió el favor de “American Graffiti” (1973), tres lustros más tarde, cuando Coppola no tenía el menor poder a la hora de elegir proyectos, y le puso en bandeja el guión de “Tucker, Un Hombre y Su Sueño”, ejerciendo las funciones además de productor ejecutivo, y asegurándole, a pesar de los graves descalabros económicos de los años anteriores, una cierta libertad en el montaje final. ¿Aprovechó Coppola la oportunidad?...la repuesta es sí, Coppola hizo suya la historia, además fue la primera película del director de “Apocalipsis Ahora” (1979) después de la trágica y traumática muerte de su hijo primogénito, es sin duda una de las cintas más melancólicas de toda su carrera, y sorprende esto, ya que su tono, por contra, es bastante festivo, la historia que cuenta, esta plagado de luchas a menudo infructuosas, de sueños a menudo frustrados por la implacable maquinaria industrial del mundo moderno, Coppola en esta pequeña cinta nos regala una historia de esperanza y de fe.


Cuando hablamos de grandísimos cineastas como Coppola, lo más importante, la razón de ser de una película y lo que conforma su acabado final, es el director, su visión y su estado anímico, y todo lo demás fluctúa dependiendo de eso. Por ello es la razón que “Tucker, Un Hombre y Su Sueño”, al menos para quien firma estas líneas, no podría formar parte del selecto grupo de sus obras maestras como la trilogía de “El Padrino”, “Apocalipsis Ahora”, “La Conversación” (1974) o “La Ley de la Calle” (1983), sino pertenecería al grupo de de sus películas soberbiamente ejecutadas pero que nada aportan a su leyenda, hay tenemos ejemplos como “Golpe al Corazón” (1982), “Jardines de Piedra” (1987), “Jack” (1996) o “El Poder de la Justicia” (1997), es decir, hacen compañía con un gran desastre financiero pero son solventados con todo su poderío visual y narrativo, por ello esta cinta es menor, si tenemos en cuenta que está hecha por quien está hecha, aunque si la hubiera dirigido otro probablemente saludaríamos a ese nuevo gran director. Y la razón de que esta cinta sea tan menor es que es un juguete en manos de un director que esta pensando ser incapaz de hacernos sentir empatía por su cinta, pero sin darse cuenta Coppola se identifica con el personaje principal, esto hace que el filme de ponga atrayente y llena de fuerza y personalidad, pero hablemos antes de la razón primera de hacer esta película. Esta interesante historia real que es “Tucker, Un hombre y Su Sueño”, nos cuenta los azares, desventuras y anhelos de un hombre que debía ser una fuerza de la naturaleza comparable al propio Coppola. Preston Tucker es una leyenda dentro de la larga y tumultuosa historia de las compañías automovilísticas estadounidenses. ¿Por qué Coppola se dispone a dirigir esta película? Es bien fácil adivinar la respuesta, verdad.


Pues Tucker fue un visionario que se enfrentó a las grandes compañías dispuesto a innovar en cuanto a diseños de coches se refiere, no sólo interior, también exteriormente. Sus sorprendentes ideas fueron un fracaso, sobre todo la más importante, el “Tucker Torpedo”, pero con él se adelantó a su tiempo y ayudó en el desarrollo de los automóviles actuales. Los paralelismos con el propio Coppola son evidentes, más aún si tenemos en cuenta que los coches de Tucker eran, además de transformadores del concepto de su tiempo, muy bellos para la época, por mucho que no tuvieran éxito de ventas. Coppola parecía así asumir su posición como artista: la de un creador apasionado, capaz de configurar muchas de las características del cine futuro, y de dar vida a películas muy bellas, pero que quizá se arruinaría en el camino. Ignoraba quizá que sus dos próximas películas (sobre todo la segunda) conocerían un éxito de público que durante tanto tiempo se le había resistido y que por fin recobraría la tranquilidad económica. No hay la más mínima emoción, ni capacidad de sugestión, en un aparato narrativo tan alambicado y preciosista como carente de la más mínima capacidad para conmover. El juego visual de las llamadas telefónicas y la superposición de varios ambientes lumínicos en un mismo plano, para dar la falsa impresión de que la pantalla está dividida, se agota a la tercera vez que hace uso de él. Y aunque la dirección de fotografía de Vittorio Storaro y el diseño de Dean Tavoularis son magníficos, acaban ahogando a los personajes, ofreciendo más densidad que ellos. Con esta cinta estamos entre medio de la frialdad de “Cotton Club” (1984) y la valentía de “Peggy Sue, Su Pasado la Espera” (1986).



Con la historia de Preston Tucker, que Coppola llevó (real pero mitificada) a la pantalla grande, realizó el spot publicitario más largo de la historia del cine. En el que reflejó su propia vida. Cuando realizó el filme Coppola poseía un coche Tucker (heredado quizás de su familia, ya que su padre había sido uno de los que habían invertido en aquella familiar e innovadora cadena de producción). El filme es un canto al individuo, a la creación personal, a la maestría. Pero el sueño de Tucker se termina cuando sus competidores decidan que ya está bien, que el “juego”, su “juego”, ha ido demasiado lejos. Como la industria de coches, la carrera de Coppola en el cine se viene abajo. Ha nacido de la nada y por tanto debe volver a la nada, cruel despertar, el espejo le devuelve su verdadero rostro: el de un Coronel Kurtz enloquecido reflejando el asombro del capitán Willard. El del Doctor Jeckyll volviendo a ser Mr. Hyde. Su gran renombre se ha venido abajo, y en el aire queda una pregunta sobre lo que realmente ha creado: ¿se ha tratado de un imperio novedoso o de una fábrica de monstruos?...cualquiera que sea la respuesta, Coppola hizo de esta cinta un autoretrato bellamente plasmado…Jeff Bridges está bien como Preston Tucker, ofrece uno de sus habituales registros que hacen de la sencillez una virtud, es un trabajo como mucha profundidad, como muchas aristas que resaltar, es un héroe trágico que se sale con la suya a pesar del éxito, que continúa adelante y al que nos sentimos especialmente unidos, y del que nos importa si triunfa o no, quizá como al propio Coppola, que da la sensación de filmar con su habitual brillantez, pero si en “Cotton Club” o “Jardines de Piedra” lo hacía con el corazón, aquí está con el alma presente, como el gran cineasta que es.



La película pasó sin pena ni gloria por la taquilla de todo el mundo. A Coppola ya le daba igual. Había probado que podía seguir adelante aún con fracasos, trabajando como un mercenario más. Los ochenta habían terminado y sus cuentas seguían en números rojos. En pleno “impasse” creativo le llegó la oferta de un mediometraje en compañía de dos amigos (Woody Allen y Martin Scorsese), que se acabó titulando “Historias de Nueva York” (1989), y del que su “Vida sin Zoe” es claramente el más inferior, el menos interesante (el que más, sin duda, el impetuoso “Lecciones de Vida”, una pequeña obra maestra de Scorsese). Nadie mejor que el gran Francis Ford Coppola, para retratar aquellos bucólicos y a la vez pendencieros años; genial recreación histórica (como siempre), gran diseño y dirección de personajes; en una historia un tanto peligrosa como producto cinematográfico, que quizá en manos más inexpertas o pedantes pudo haber sido un desastre, Coppola lo logra y nos entrega una película entrañable, certera y tierna; recomendable para aquellos soñadores ( que nunca faltan), para aquellos románticos modernos (he conocido unos cuantos y para mí resultó bastante nostálgica), recomendada para quien sea, aunque no sepa mucho de autos, por lo menos aquí conocerá algo más que una historia de inventores, eso sí, si es un fanático de las ruedas esta cinta es imperdible. Terminado ese proyecto insustancial, Coppola accedió a culminar la historia de los Corleone con una tercera y definitiva entrega. Si contando su propia lucha contra los estudios no había podido redimirse como artista, intentaría regresar a sus orígenes (creativa y familiarmente hablando) y quizá librarse de sus fantasmas con una catarsis definitiva.



“Bello e infravalorado autoretrato”