Tras debutar con un thriller nervioso y violento “Perfect Blue”, Satoshi Kon dijo que necesitaba un respiro, una historia menos asfixiante, y el resultado fue su película más romántica “Millennium Actress”, después de esta llegaría “Tokyo Godfathers”, la cinta más atípica de su corta filmografía. La cinta narra la historia de Gin, Hana y Miyuki, los tres miembros de una peculiar “familia”. Gin (un personaje muy similar al Genya de “Millenniumn Actress”), es un borracho de unos cincuenta años que asegura haber perdido todo por una mala apuesta; Hana es un homosexual travestido, de la misma edad, huérfano y sin hogar; por su parte, Miyuki es una chica joven que escapó de casa y no desea saber nada de sus padres. La víspera de Navidad, mientras buscan algo útil entre un montón de basura, encuentran a una niña recién nacida. Gin y Miyuki mantienen que deberían llevarla a la policía, tanto por la gravedad del asunto como porque es posible que los padres se arrepientan y quieran recuperarla, pero Hana no está de acuerdo; su opinión es que se trata de un regalo de Dios, así que deben quedársela. Sin perder un segundo, bautiza a la recién nacida como Kiyoko (“niña pura”).
Como explica en una escena, arrodillada en la nieve de la ciudad que los ha abandonado, Hana creció sin padres y no quiere que a Kiyoko le ocurra lo mismo, quiere darle todo el amor que se merece, protegerla y que se sienta querida. Pero finalmente sus otros acompañantes consiguen convencerla con un plan alternativo: buscar a la madre de la niña, conocer sus circunstancias y quizá devolvérsela. Para empezar, tienen una llave que se encontraba en el mismo cesto del bebé (en “Millennium Actress” también se usaba una llave para iniciar el relato de descubrimientos de la protagonista), con la que abren una taquilla. Allí encuentran, entre otras cosas, una foto de los padres de Kiyoko y unas tarjetas de un club nocturno. Comienza así la odisea de estos tres particulares héroes, que deben resolver el misterio de la familia de la niña, mientras soportan y tratan de superar sus propios dramas personales.Aunque en “Tokyo Godfathers” no hay esa intrincada confusión entre verdad y ficción que caracterizan los otros trabajos de Satoshi Kon, sí que hay un conflicto entre dos realidades, un deseo por parte de los protagonistas de aferrarse a una agradable existencia que los aleja de otra que quieren olvidar. Que el camino elegido sea la calle, sin tener nada, vivir entre los escombros de la sociedad, da una idea de lo mal que se sienten, de la culpa que llevan dentro.
El descubrimiento del bebé (que a diferencia de ellos sí ha sido realmente abandonado, o eso parece en un principio), les obliga a realizar un viaje que les llevará a repasar sus propias historias, sus propias vergüenzas y verdades, a enfrentarse a ese doloroso pasado del que han intentado escapar. Pero al que deberán volver, pues su mayor deseo es recuperar el amor que abandonaron, y del que no se sienten (aún) dignos. La resolución de los diferentes enigmas (como en el resto de la obra de Kon) hace avanzar a “Tokyo Godfathers”, un relato de decepciones, de tristeza, de alegría, de amor, de esperanza, un cuento navideño clásico con todos sus ingredientes; la redención, los buenos sentimientos, el paisaje nevado, el canto a la familia y la amistad verdadera, y una ración de magia, habitual en este tipo de historias y perfectamente integrada por los guionistas, con un gran sentido del humor. Se muestran muy inspirados incluyendo bromas y situaciones hilarantes a lo largo de todo el filme, sin duda el más divertido de los que dirigió Kon, siendo también uno de los más bellos (el trabajo de los animadores es extraordinario).
Suele ser muy difícil tratar ciertos temas en el cine con el propósito de que el producto llame a la gente, se venda con facilidad. Y más si el tema en cuestión es el de la exclusión social. Satoshi Kon lo consigue con bastantes "ganchos" por así decirlo. Para empezar nos encontramos con una película de animación, concretamente anime, que ya de por sí suele atraer a un amplio sector de espectadores. Pero además nos encontramos con una técnica de animación muy cuidada, con buena definición de movimientos y con una fotografía muy acertada para cada momento, bien sea para impresionar, bien sea para meterte de lleno en la escena que se esté contemplando en un determinado momento. Por otro lado, se nos presenta una historia en la que la vida de cada personaje protagonista es un verdadero drama. Sin embargo, la historia se trata con ternura y unos toques de humor apropiados, pero que no deja de ser un buen bálsamo sobre todo para quien no supiera qué película iba a ver o creyera que se encontraría con cualquier otra cosa. Lo que es la historia en sí trata el tema con relativa superficialidad (es decir, no ahonda en causas ni contextualiza tanto como yo le pediría), pero resultando ser una buena aproximación y una muy buena ventana hacia las relaciones más nobles (y algunas no tanto) entre las personas, y más concretamente entre los excluidos por la sociedad de la minoría.
Cada uno de los personajes está fabulosamente perfilado, una de las muchas señas de identidad del director nipón, siendo fácil simpatizar con cada uno de ellos, pero la galería de secundarios es bastante buena, si bien casi todo se centra en estos tres personajes y su bebé. Durante los 90 minutos que dura la película, descubrimos el pasado de cada uno de ellos, volvemos a vivir sus dramas, nos emocionamos cuando ellos también lo hacen; Kon convierte esta historia en algo cercano, dramático pero sin caer en el sentimentalismo, y para ello le aporta un toque cómico, de humor casi negro, realmente sobresaliente. La música de Keiichi Suzuki y los Moonriders acompaña estupendamente el desarrollo de la acción, que a veces se dispara de forma vertiginosa, como en el maravilloso tramo final, demostrando una vez más que el cineasta japonés era un genio manejando el ritmo de sus narraciones. No es una película perfecta, pero emociona, hace reír y te reconcilia con la raza humana, y eso no es nada común. Es cierto que esta película no trata de paralelismos entre dos mundos, consciente y subconsciente, sino que es un cuento de Navidad de trama sencilla. Pero por otro lado, la forma de retratar las miserias humanas, de adentrarse en la psicología de los personajes e incluso de caracterizarlos por medio del dibujo me ha recordado en todo momento a sus otras obras.
Dicho esto, y hablando ya de "Tokyo Godfathers" en concreto, lo primero que hay que destacar es que no es una película para niños, ya que contiene escenas duras y trágicas, cualquiera que conozca mínimamente a Satoshi Kon debe de haberse dado cuenta de que su cine suele ser surrealista a más no poder. Yo, habiendo visto ya toda su filmografía, he visto en esta película un cambio muy notable. ¿A mal? En absoluto, ni a mal ni a bien. Es un cambio, ya que se trata de un cuento de navidad, un poco adulto, entretenidísimo y entrañable. Se trata de una historia llena de sentimiento, ilusión y esperanza. Esta cinta es Otra joyita más de uno de los mayores talentos de la animación japonesa. Hablamos de una fábula adulta sobre la necesidad de amar y la importancia de la familia. La trama atenta contra cualquier atisbo de verosimilitud aludiendo a un juego de encuentros y desencuentros tan improbables como determinantes para conseguir un posterior, desenlace, eso sí, en una escena que rebosa magia en cada plano, “Tokyo Godfathers” se confirma como una bonita foto familiar lumpen y extravagante, muy capaz de unir el universo de la infancia con el de la indigencia y los "desperdicios" sociales sin caer (casi) nunca en sentimentalismos baratos. Imperdible.
"Enternecedora de principio a fin"
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