miércoles, 29 de diciembre de 2010

El Gran Truco

Director: Christopher Nolan
Año: 2006 País: EE.UU. Género: Fantasía Puntaje: 08/10
Interpretes: Hugh Jackman, Christian Bale, Michael Caine, Scarlett Johansson, David Bowie, Piper Perabo, Andy Serkis, Rebecca Hall y Ricky Jay

En el agitado Londres de finales del siglo XIX, en una época en la que los magos son los ídolos más reconocidos, dos jóvenes ilusionistas se proponen labrar su propio camino a la fama. El ostentoso y sofisticado Robert Angier (Hugh Jackman) es un consumado artista, mientras que el rudo purista Alfred Borden (Christian Bale) es un genio creativo que carece de la desenvoltura necesaria para mostrar al público sus mágicas ideas. Al principio son dos compañeros y amigos que se admiran mutuamente. Sin embargo, cuando el mejor truco de ambos se echa a perder, se convierten en enemigos irreconciliables, e intentan por todos los medios superar al otro y acabar con él. Truco a truco, espectáculo a espectáculo, se va fraguando una feroz competición que ya no conocerá límites. En muchos aspectos, hablar de cine y hablar de magia es referirse a la misma cosa. De hecho, podría decirse que la eficaz construcción de cualquier filme de ficción depende en gran medida de su capacidad para mostrar una parte por el todo. Cuando una imagen o una situación determinadas tienen por sí mismas un impacto o una intriga tal que parecieran registros tomados de la propia realidad. Cuando un espectador vive la escena como se le presenta, logrando “olvidarse” de los infinitos mecanismos que esconde su producción. En definitiva, cuando un filme transforma en verosímil, en creíbles, los sucesos que relata, la magia ha tenido lugar, el truco ha sido realizado.

Christopher Nolan tiene claro que su objetivo es concebir una obra atractiva desde lo visual y no una sobrecargada de mensajes y enseñanzas. Como consecuencia de esta perspectiva, se obtiene un resultado sumamente provocador y activo. Las imágenes, los sucesos y los protagonistas están siempre ahí, cerca, vivos, desplazándose, provocándose, y la cámara de Nolan, inquieta y curiosa, no se detiene nunca, salpica intensidad. Avanza, husmea, explora. Interpela al espectador, no lo termina de dejar acomodarse, no le permite convertirse en un ser pasivo, no le deja ser un mero testigo de los acontecimientos. La atmósfera de la película hipnotiza. Las imágenes irradian intriga y por momentos cierto vértigo. Los personajes dejan relucir sus miserias más escondidas. Los trucos de magia fascinan. El director de "Memento" articula cada pieza de su largometraje de manera tal que el estímulo físico y visual que propone sea un argumento de seducción más para el cuerpo que para la mente. “El Gran Truco” es de esos filmes que postulan la idea de que primero hay que capturar a los sentidos porque para reflexionar siempre hay tiempo después del final. el guión contempla un clima que invita siempre a querer quedarse, a querer saber más. Ya sea por la curiosidad que genera el próximo golpe que un mago asestará a otro. O por la expectativa que despierta el descubrimiento de algún nuevo truco. O por los siempre envolventes engaños mágicos que los personajes principales realizan sobre el escenario. Como también por las motivaciones personales que los llevan a ser como son.

La historia es narrada por Harry Cutter (Michael Caine), que adopta de manera alternativa el punto de vista de los dos prestidigitadores merced a sus diarios, y que es el único conocedor de la verdad de unas vidas que esconden más de lo que muestran, que se mueven permanente e inevitablemente en el terreno del secreto y la actuación, hasta el punto de que ni los más próximos saben lo que se oculta tras una mirada profunda o una estrategia obsesiva. Un guión que en su aparatosidad y artificio encuentra su virtud para mantener la atención y el ritmo narrativo, pero también su rémora por necesitar de giros en ocasiones algo inverosímiles y forzados: rizos y más rizos (algunos de los boicots que mutuamente se propinan bajo disfraz podrían haberse omitido, y así la cinta habría reducido su metraje) que desembocan en un final rocambolesco que cierra la complicada estructura circular del filme. Otros aspectos que construyen el universo de la cinta también son importantes a la hora de diseñar un aparato de verdad que no presenta fisuras a lo largo de la historia. Esos puntos, fundamentales para la continuidad narrativa del filme, van desde la correcta ambientación, hasta la excelente composición de los personajes. Para este último asunto es notable el aporte de los tres actores protagonistas Hugh Jackman, Christian Bale y, sobre todo, Michael Caine, quienes calzan a la perfección con sus respectivos roles. La presencia de Scarlett Johanson se queda en algo testimonial y sin fuerza dramática, no llegando a meterse en una historia que no parece la suya y a la que únicamente aporta un efecto insustancial.

En la jerga de la profesión (no deja de ser curioso llamar así a lo que hacen los magos), existen dos tipos de magia: la “de cerca” y la “de gran aparato”. La primera comprendería los trucos de salón; es decir, los que se realizan a corta distancia y con objetos bastante comunes (cartas, pelotas, aros, palomas, etc.); y los espectaculares, tipo David Copperfield, con gran parafernalia, para teatros y televisión, en la que se puede llegar a hacer “desaparecer” un avión. En cierta forma, esta clasificación podría aplicarse también al cine: existirían los directores “de cerca” (los Woody Allen, Rohmer, Dogma 95…) y los “de gran aparato” (Spielberg, Cameron, Emmerich…). Pero en pocos casos como en “El Gran Truco” nos encontraríamos ante una película que asume de manera tan autoconsciente su propia condición de truco, en una extraña mixtura de los dos tipos. De ahí lo fascinante de una propuesta que lleva hasta el último extremo su propia condición, que se antoja como uno de los mecanismos que el ingeniero interpretado por Michal Caine fabrica en la pantalla: una suma de engranajes delicados que en el momento preciso consiguen el efecto buscado, a través de una puesta en escena que crea la predisposición del espectador y, cómo no, los numerosos señuelos que distraen su atención en el momento justo. “El Gran Truco” es una cinta que no vende sólo fuego de artificio sino que habla del hombre y de su poder autodestructivo, cuando es arrojado al abismo por la ambición, la venganza, el orgullo o la falta de transparencia y verdad en la convivencia.

La intercalación de episodios sentimentales o emocionales en la cinta, en realidad, carecen de verdadera importancia: porque, más allá de los momentos en los que alguno de los personajes declara querer a alguien, prácticamente no vemos una sola escena en la que esos sentimientos se plasmen de manera real y convincente. Y esto, que en manos de otros directores y guionistas (prodigioso tándem el de los hermanos Nolan) sería un fallo, en este caso se convierte en un instrumento necesario para levantar lo que, en última instancia, constituye la película: una de las más pesimistas y oscuras propuestas vistas últimamente en una pantalla, la constatación de que, tras los juegos de espejos y el escapismo (al que también el cine pertenece), no existe nada; o aún peor, que ningún arte es inocente, y que bajo el brillo de la ilusión, de cualquier ilusión, late lo más bajo de la condición humana. Sólo la Inglaterra victoriana podía albergar una historia como ésta, en la que se atisba la irrupción de una ciencia que aún es confundida con la magia pero que, a diferencia de ésta, tiene un componente inquietante: la ciencia no “parece” que haga algo; la ciencia “lo hace” de verdad. Para que un truco funcione no puede ser demasiado perfecto, dice en un momento un empresario: no puede haber la duda de que hay truco porque, si no, lo maravilloso se volvería amenazante: los magos fascinan; Tesla (David Bowie), por el contrario, da miedo, mucho miedo.

Otro punto positivo de "El Gran Truco" es el modo en como nos introduce detrás del escenario para conocer los secretos de los ilusionistas. No cabe duda que, a pesar de la tecnología moderna, no han cambiado mucho los métodos y herramientas de los magos contemporáneos, quizás mucho más espectaculares, pero igualmente sujetos a las tradicionales mecánicas de engaño y distracción. De hecho, como mencioné previamente, es hasta que la película nos presenta cosas realmente "milagrosas" cuando empieza a perder cohesión y credibilidad, amparándose en elementos tal vez sobrenaturales para respaldar su narrativa. Me disculparán por tanta ambigüedad, pero, como cualquier acto de magia, se disfrutará más "El Gran Truco" ignorando sus secretos. Sin embargo, lo que no es secreto es la pericia del director y su diestro manejo de un talentoso elenco que, combinado con una realista y visualmente espectacular visión de la magia en el siglo diecinueve, nos transporta a una época quizás más simple en su percepción del mundo, pero tan compleja como hoy en las emociones y conflictos que despiertan la ambición y la naturaleza humana. Puedo recomendar con confianza esta película pues, si bien no es totalmente satisfactoria, tiene muchos elementos a su favor que disfrutarán los aficionados a la magia, al misterio y al buen cine en general.

"Fascinante juego de rivalidades"

domingo, 26 de diciembre de 2010

Ojos Bien Cerrados

Director: Stanley Kubrick
Año: 1999 País: Inglaterra/EE.UU. Género: Drama/Intriga Puntaje: 8.5/10
Interpretes: Tom Cruise, Nicole Kidman, Sydney Pollack, Marie Richardson, Leelee Sobieski, Rade Serbedzija, Todd Field, Vinessa Shaw, Alan Cumming, Sky Dumont, Fay Masterson, Thomas Gibson y Madison Eginton

William “Bill” Harford (Tom Cruise) es un médico respetable de Nueva York cuya vida parece ir sobre ruedas. Tiene una mujer preciosa con la que lleva nueve años casado, una hija y un trabajo que le gusta. Pero una noche, al día siguiente de asistir a una fiesta, su esposa Alice (Nicole Kidman) le cuenta unas fantasías eróticas y que estuvo a punto de abandonarlo por hombre que ni siquiera conocía bien. Abrumado por esta confesión, Bill sale a la calle a visitar a un paciente. De vuelta a casa paseando, entra en un local donde un antiguo compañero le cuenta una misteriosa historia. A partir de entonces, un mundo de sexo y fantasías se abre ante él, uniéndose a una congregación secreta dedicada al hedonismo y al placer sin límites. Stanley Kubrick, figura polémica, director innovador, ha basado en gran parte su soberbio estilo cinematográfico en la exploración sin tapujos de la naturaleza humana en las situaciones más al límite, allí donde realmente se muestra la verdadera cara de una persona y la influencia que sobre ella ejerce un entorno. Y, desde luego, los lugares en los que el malogrado director ha situado sus películas forman un catálogo de lo más heterogéneo: el espacio en "2001: Odisea en el Espacio", la guerra en "Nacido para Matar" o "Senderos de Gloria" y la lúgubre mansión de "El Resplandor". Pero en otras no necesitaba irse más lejos de la sociedad actual, como en "Lolita" o en "La Naranja Mecánica", y de nuevo se centró en este cúmulo de hipocresía, doble moral y decrepitud, para ofrecernos la que iba a ser su última obra, el broche, para unos de oro, para otros (los menos) desmerecedor, para una carrera sin par en la Historia del Cine.

Con apenas una docena de títulos, Kubrick consolidó un estatus de genio cinematográfico, de extravagante creador, de autor obsesivo y único.”Ojos Bien Cerrados" es su legado involuntario, la película que finalizó apenas días antes de su repentina muerte, su último regalo controvertido a la historia del cine. Los kilométricos ríos de tinta vertidos por el filme desde que se conoció la noticia de su rodaje hacen difícil un análisis justo y ajeno a circunstancias externas. Casi se antoja utópico encontrar a un espectador que se acerque a la sala oscura en estado virginal, sin ideas preconcebidas, sin prejuicios originados por la sobredosis de información mediática, tan cargada de rumores, de mentiras morbosas, o por la tramposa campaña de publicidad puesta en marcha por la Warner, dicen que siguiendo directrices del propio Kubrick. Este factor se suma a la complejidad misma de la cinta protagonizada por el entonces matrimonio Cruise-Kidman, que le dio un poco más de cobertura a su largo metraje y a su aridez narrativa, nada nuevo en la filmografía de Kubrick. Por todo ello es un material susceptible de reacciones extremas, de bostezos, desconciertos e irritaciones varias o, por el contrario, de fascinaciones inmediatas y miradas de rendida admiración, o incluso, y en esta tercera reacción está una de las grandezas de "Ojos Bien Cerrados", de bostezos entre momentos de arrebatada fascinación que se adentra en un círculo oscuro y vicioso de una sociedad tan resplandeciente de suntuosidad, como pobre en dignidad. Allí el director ha encontrado el escenario perfecto para sacar a relucir toda la miseria que esconden algunas personas supuestamente íntegras, en lo que se puede definir como un plato combinado de sexo, celos, obsesión y egoísmo soterrado.

"Ojos Bien Cerrados" ofrece una visión más sincera que nunca. Algo que incluye también la tortuosidad hasta en lo más simple, porque Kubrick tenía un mundo interior enrevesadísimo que sólo expresaba a través de su cámara. Y a los más fanáticos del maestro aún les queda la duda de si realmente Kubrick había dado el claquetazo definitivo o todavía quedaban en su cabeza ideas por aportar a su polémico testamento cinematográfico. Yo me inclino más bien por este último caso, ya que, probablemente, tan sólo la muerte era capaz de impedir que manara la genialidad de Kubrick. “Ojos Bien Cerrados” es y será un filme desencantado, oscuro, pesimista. Lo que nadie le puede negar es la enorme tensión que edifica sobre aquellas bases a lo largo de sus 156 minutos. En este sentido es uno de los filmes más “hitchcockeanos” de la década. En cuanto thriller, está atravesado por la presunción de que, en cualquier momento, algo terrible le sucederá a Bill Harford, ese hombre, que semeja al arquetipo del que "lo tiene todo para ser feliz", pondrá proa hacia una pesadilla. Un virtual ejército de beldades desvestidas (empezando por la propia Kidman, que abre el filme como Dios la trajo al mundo) acompasa cada tramo del relato. Pero no son las piezas de un erotismo convencional, sino el vehículo de algo muy parecido a la negación del sexo: la imposibilidad de consumar. El filme está prolijamente vertebrado por secuencias largas y asfixiantes. La primera transcurre en la opulenta fiesta dada por Victor Ziegler (Sidney Pollack), un "amigo" de los Harford. "¿Por qué nos sigue invitando todos los años?", se preguntan ellos. La amistad también cae bajo el manto de sospecha que este Kubrick póstumo, en más de un sentido terminal, tiende sobre cada una de las relaciones sociales.

Entonces un galán maduro y atildado, que se dice húngaro, bailará con Alice mientras un par de “lolitas” escolta a su marido. La puesta en escena de esta secuencia es tan intensa y tan vibrante, que Kubrick debería recordarse junto a los más grandes “directores de fiestas” de la historia (pienso en Federico Fellini y Francis Ford Coppola). Kubrick ha dirigido una película malsana, inquietante, envolvente, desasosegante por momentos pero también inclasificable, contradictoria, irregular. Hay errores y baches en "Ojos Bien Cerrados", pero también genialidad de la inolvidable, de la que forja los cimientos de las obras maestras. Hay genialidad en mil detalles, en mil matices, en lo que no se dice y en lo que ocultan las máscaras, las de la orgía y las otras, las cotidianas e imperceptibles. Esta cinta amina en un territorio de irrealidades, de deseos insatisfechos, de fantasmas que se silencian, que atormentan, que desgarran. Una absurda discusión de celos resquebraja un matrimonio a todas luces perfecto. El relato que Alice hace de una fantasía frustrada desencadena en el personaje de Cruise la necesidad de iniciar un viaje hacia los infiernos mismos de la experiencia sexual. "Ojos Bien Cerrados" es el viaje de ida y vuelta de Bill, un viaje en el conocerá parcelas prohibidas para el matrimonio convencional, atado al que dirán. Es así como el médico al que interpreta Cruise roza el límite de lo socialmente imperdonable con una prostituta, con una menor, con una muerta, alcanzando su periplo la cima en la secuencia de la orgía, que Kubrick eleva a la categoría de sublime gracias a un virtuoso trabajo de dirección de fotografía y puesta en escena. La presencia del personaje de Cruise en la orgía desencadena una trama de thriller que no interesa a Kubrick como tal.

Da igual la suerte del pianista de los ojos vendados o que la chica enmascarada haya muerto o no por culpa de William Harford. A Kubrick le interesa mucho más mostrarnos el rostro de Cruise en primer plano, su expresión de pavor y arrepentimiento por haber jugado con lo prohibido. Desempeña así Kubrick su papel de verdugo, llenando la mirada de Cruise de remordimientos sin retorno, de incertidumbres eternas, porque merece pagar por su curiosidad y osadía. Es la secuencia de la orgía epicentro del viaje de Cruise y detonante de su posterior ascenso hacia la redención, culminado con la escena en la juguetería, con el diálogo último entre Bill y Alice. Este diálogo contiene las claves de las intenciones de Kubrick, contradichas a menudo a lo largo del metraje, atisbadas entre líneas. Porque "Ojos Bien Cerrados" es su instrumento, a la sazón póstumo, para condenar el juego con fuego, con lo extramatrimonial. Bill y Alice acuerdan olvidar, o fingir que han olvidado, para recuperar su caparazón infalible: una vida en pareja segura a fuerza de tabúes, capaz de silenciar cualquier fantasma desestabilizador. Unidos, superarán sus obsesiones, ella su infidelidad soñada, él sus peligrosos escarceos. "Ojos Bien Cerrados" se configura, de este modo, como una brutal defensa del concepto convencional de matrimonio y de una vida sexual plena y autosuficiente dentro del mismo. La palabra con la que se despide la película, puesta en boca de Alice, no puede ser más explícita y sirve, en definitiva, de síntesis de lo visto durante las dos horas y media anteriores.

Es el final de un recorrido en el que Kubrick nos ha transportado hacia las entrañas de una pareja en crisis, en lucha con sus miedos y fantasías, dibujados, toma tras toma, repetición tras repetición, en los rostros de Tom Cruise (alma del filme, nuestro guía y nuestros ojos en el viaje gracias a una interpretación valiente y sin fisuras) y Nicole Kidman (inmensa, todo miradas, todo secretos), pareja de estrellas, pero también, y es injusto olvidarlo, de actores soberbios. Decía Andrei Tarkovski en su libro "Esculpir en el tiempo" que la obra de arte lo es más cuánto más ocultas quedan las intenciones del autor. ¿Qué mejor ejemplo para aplicar esta frase que a “Ojos Bien Cerrados? Es una película muy difícil de desentrañar y desgranar. Kubrick relata la historia con increíble objetividad, sin tomar partido por ninguno de los personajes en la historia, no hay posicionamiento ni simpatías. Muchos detractores de Kubrick lo acusan de ser un director de una frialdad intolerable, pero yo creo que no se debería confundir la frialdad con la objetividad, cualidad que me parece loable en cualquier cineasta. Kubrick cerró su vida y su cine dándonos una lección maestra. El camino para acabar con aquello de que la literatura se presta a una profundidad psicológica mayor en sus personajes que el cine. Se presta a una mayor “explicación” de esa profundidad. El cine está mejor dotado para crear un vínculo íntimo con el desorientado espectador, que de tanto pensar y buscar literatura en los fotogramas acabará congratulándose de "comprender" el mensaje oculto, y olvidándose de que esto es cine. Kubrick no esconde un mensaje, lo modela para nuestro ojo y nuestro estómago. El cerebro aquí es secundario. Así termino este Especial del gran Stanley Kubrick.

"Compleja y adulta obra maestra”

miércoles, 22 de diciembre de 2010

Los Inútiles

Director: Federico Fellini
Año: 1953 País: Italia Género: Drama Puntaje: 9.5/10
Interpretes: Franco Fabrizi, Franco Interlenghi, Alberto Sordi, Leopoldo Trieste, Leonora Ruffo y Lida Baarova

Ambientada en Rimini, ciudad natal de Federico Fellini, “Los Inútiles” se centra en las historias y aventuras de un pequeño grupo de amigos (Alberto, Moraldo, Fausto, Leopoldo y Ricardo) que pertenecen al género de los “buenos para nada”, que habitan en un pueblo italiano y que se dedican a hacer lo menos posible a pesar de ya rondar los 30 años de edad. Mientras algunos anhelan escapar de esa vida para buscar una mejor oportunidad en alguna otra ciudad, otros intentan sobrevivir a pesar de sus errores y compromisos adquiridos inintencionadamente, todos sumergidos en una mediocridad que se solapan los unos a los otros. A ver, antes que nada aclaro que es una película con la que uno se encuentra, por lo menos en mi caso, me sentí muy identificado y por eso la recomiendo mucho; no me atrevería a decir que es un filme al que hay que ver obligatoriamente, como suele decirse, pero sí que todo buen amante del cine va a saborear y a degustar como toda gran película. Me fascina el hecho de que Fellini haya filmado la vida de unos cuantos “inútiles” y que le haya agregado esa pizca sutil de ironía que envuelve a todos, todos, y cada uno de los personajes. En especial a Fausto. Sin el tono burlón que recorre a la hora y media que dura esta película, no sería entonces lo que es: una de las primeras grandes obras de este director.

Antes de meterse en sus personalísimos relatos oníricos, que despertaban tanta admiración como odio hacía él, Federico Fellini empezó su carrera con películas con tono amargo de melodrama a la italiana, mitad estilo neorrealista y mitad también "toque Fellini", pues el maestro italiano siempre tuvo ese "toque" personal e intransferible, como demostró en su primera película en solitario y anterior a la que comento aquí, me refiero a "El Jeque Blanco" (1952), con inteligentes toques de humor absurdo. Aquí también mete esos toques, aunque menos, al adoptar un tono más melodramático y amargo, en una dura y a la vez tierna visión de un grupo de amigos residentes en un pueblo cualquiera de la Italia de posguerra, que prefieren pasar el tiempo haciendo el gamberro que en vez de hacer algo más útil. Uno de ellos deja embarazada a la hermana de otro, y aunque intenta huir, es obligado a casarse por su iracundo padre. Aunque luego nace el hijo y parece volverse más sensato, no es así: en su trabajo en una tienda de antigüedades, acaba liándose con la esposa del dueño, es despedido, y la esposa del chico, harta, se marcha... Es uno de los varios argumentos de la película, lúcida muestra de la Italia de la época: un hijo con una madre posesiva, un escritor frustrado que quiere conocer a un famoso actor para mostrarle sus obras teatrales, y otros.

Fellini retrata la Italia de la posguerra, un país en plena recuperación, pero con miseria y necesidad, el director nos pasea entre unos jóvenes que nunca han conocido el hambre o el sufrimiento. Mirémonos al espejo, pues casi todos nosotros somos como ellos. Su vida consiste en salir de fiesta por la noche, al bar o el billar, intentar ligar con alguna de las chicas del lugar, llegar tarde por la noche, dormir hasta el mediodía, y repetir la misma rutina día tras día. Los personajes comparten el aburrimiento, sinónimo de desánimo, la ociosidad que provoca la falta de expectativas. La misma actitud de falta de respeto por los demás, que no es otra cosa que falta de respeto por ellos mismos. Inconscientes de su propia impotencia y falta de genio para ello, se engañan a sí mismos asegurando que cualquier día tomarán una determinación y se irán a buscarse la vida, ignorantes de su inutilidad. Ese carácter de la alta burguesía mediterránea que contrasta con el espíritu emprendedor nórdico, y por eso el turismo es tanta bendición. La película fue homenajeada en "Cinema Paradiso" (1988), ya que es una de las que se proyectan en aquel cine siciliano de los años 1950. El reparto de "Los Inútiles" tiene a Leopoldo Trieste (Quien casualmente también trabajó en "Cinema Paradiso" como el irritable Padre Adelfio).

Fellini rueda sin estridencias; de esto ya se encargan algunos de los actores, que en la línea habitual de la comedia clásica italiana, son bastante histriónicos, aunque aquí no se trate de una comedia precisamente. En cualquier caso, no va mal con los papeles que interpretan. Aun no era el tiempo de los excesos formales del director de “Amacord” (1973). La música corre a cargo del siempre competente Nino Rota, que junto con una fotografía muy lograda (la película se nota que está rodada con muchos medios para lo que se estilaba en la época, prueba de la confianza que ofrecía el guión y el casi novel director) la dotan de un aspecto visual muy conseguido, sin nada que envidiar a las producciones americanas del momento (salvo quizá el color). En plena época neorrealista en el cine italiano, Fellini, co-inventor del movimiento, se decantó por una cinta bastante alejada de las que se realizaron bajo esta premisa, aunque no por ello deja de tener algunas influencias de dicho movimiento, como ese niño que se levanta para ir a trabajar a la hora a la que vuelven de sus fiestas los inútiles. El guionista de “Roma, Ciudad Abierta” (1945) y “Paisà” (1946) cambia de ambiente aunque no de registro, manteniendo ese estudio casi entomológico de sus personajes, a los cuales se puede aplicar que miseria no es sólo sinónimo de pobreza.

Los jóvenes que aparecen en la película no están tratados con desprecio por Fellini, más bien con cierto cariño, quizás sean los espectadores quienes más les critican. Yo no les veo como un cáncer de la sociedad ni nada parecido, en muchas cosas me veo afín a ellos, y no pienso que sean infelices, al contrario, pienso que algunos de ellos intentan ser más felices que la gente que vive en su pueblo, y por eso intentan huir a Roma para poder disfrutar. Está claro que huyen de sus responsabilidades, pero ¿porqué no hacerlo?, no critico ni alabo esa actitud, sólo que me parece una actitud lógica el querer vivir como cuando se es un niño o un adolescente, haciendo en todo momento lo que quieren. Tampoco veo más digna la actitud de muchas personas que no se preguntan que piensan de la vida, simplemente llegan a cierta edad en la que sin preguntárselo actúan como autómatas y afirman que el trabajo es algo que dignifica a las personas, y no es algo con lo que esté del todo de acuerdo, pienso que depende de muchos factores, desde el trabajo, la persona, etc. Esa postura quizás sea más cómoda, y desde ella se pueda criticar con facilidad a personajes como los de esta película, porque en cierta manera pueden sentir envidia de personas que no eligieron el mismo camino de ellos, sin su misma visión del mundo, equivocada o no, pero seguramente en muchos casos menos impuesta y no pensada como la de ellos.

Está claro que algunos de los amigos se llevan algún golpe, pero no necesariamente por la vida que llevan, quitando el caso de Fausto; en el caso de los demás pienso que es algo natural, a cualquier persona le ocurren estas cosas, cualquiera se desilusiona, se lleva golpes en la vida. "Los Inútiles" es un filme que por su temática y época hay que enmarcarlo dentro del neorrealismo italiano de posguerra. Aún así se desmarca del sentido más profundamente humano e incluso trágico de otras películas coetáneas ("Ladrón de Bicicletas”, " Umberto D ", por citar dos ejemplos). En esta diferenciación entra en juego el guión y la dirección de Fellini que hacen que la película transcurra por derroteros tragicómicos y un tanto irónicos. De entre todos los actores sobresale la grata presencia de Alberto Sordi que dota de mayor sarcasmo y gracia al filme. Teniendo en cuenta que el cine más personal y profuso de Fellini se caracteriza por el uso de tramas oníricas y turbadoras, esta película se desmarca en buena parte de dichas características. Estamos, pues, ante una película realista o más bien costumbrista, atendiendo al tiempo en que fue realizada y a tono con el estilo imperante italiano de aquella época. Pero narrado en forma de recuerdos autobiográficos que la convierten en la obra más sobria y más poética del autor, trascendiendo con mucho el simple retrato descriptivo. Además, en la realización, especialmente en las varias secuencias corales, se esboza ya la maestría del Fellini posterior. Una descomunal película de un director que quizás llegó a la maestría demasiado pronto.

"La primera gran obra de Fellini"

domingo, 19 de diciembre de 2010

Flores Rotas

Director: Jim Jarmusch
Año: 2005 País: EE.UU. Género: Comedia Dramática Puntaje: 08/10
Interpretes: Bill Murray, Jeffrey Wright, Frances Conroy, Julie Delpy, Jessica Lange, Sharon Stone, Tilda Swinton, Chloë Sevigny y Alexis Dziena

“Flores Rotas” es la primera película que vi de este autor independiente. Siempre tuve la impresión que para esa ocasión que la visualice no pude sacarle el mayor provecho ni entender la intencionalidad total del universo que suele plantear. Empecé por el final, inicié el libro por el epílogo, lo cual no es lo recomendable. Don Johnston (inexpresivamente expresivo y memorable Bill Murray) es un galán del ayer, melancólico y apático, que vive su opulenta fortuna trascurriendo los días en la mera inactividad productiva. Sherry (Julie Delpy), su compromiso de turno, lo abandona por indecisión al no saber qué quiere con su vida, ya que con Don no auguraba un feliz futuro. Una vez solo y abandonado, Don recibe una anónima carta rosa, en la cual le informan la existencia de un hijo suyo de 19 años que aparentemente ha ido a su búsqueda. Esto no inmuta sobremanera al protagonista, quien pretende omitir el contenido del anuncio y seguir con su desganada rutina sin exabruptos. Winston (Jeffrey Wright), su único amigo, convence al ex-donjuán para que preste mayor atención a esa posibilidad y así cambie su vida, elaborando un sesudo y, hasta, disparatado plan para que el posible padre visite a las posibles madres del posible hijo en cuestión, y así conseguir pistas como fotografías, máquinas de escribir rosa o declaraciones que indiquen quién es la remitente de la anónima carta. El primer destino del tour es un pequeño y apartado vecindario en el cual se encuentra la casa de Laura (Sharon Stone), quien es una viuda madre que junto a su libertina hija viven de forma independiente y al parecer feliz.

Don no recibe respuestas en esta visita, lo cual le parece lo más normal, ya que cada cierto rato recapacita sobre la descabellada estrategia de viaje que está ejecutando. En una comunidad residencial acomodada vive la otrora hippie y ahora conservadora Dora (Frances Conroy) con su marido Ron. La cena entre la pareja y Don es la escena más lograda de la película, una sepulcral e incómoda reunión de ambiente cargado por la rememoración forzada de un pasado no muy grato para ambos. Una experiencia dadora de nada en cuanto a la pesquisa del viajero existencial. En el tercer destino busca a Carmen (Jessica Lange), quien es una comunicadora de animales. Ella entiende el lenguaje animal y lo traduce a sus clientes quienes asisten a su consultorio con sus mascotas para que estas manifiesten sus inquietudes. Don nunca estuvo más distante de su objetivo como en ese caso, pues Carmen es lesbiana y solamente tiene una hija de 16. No encuentra nada revelador, sólo un tímido rechazo por parte de la doctora que prefiere proseguir con sus atenciones que con la plática. El ánimo de Don no ha variado en todo el viaje, cabe la duda si ha guardado esperanzas para ese periplo infructuoso desde un principio. Penny (Tilda Swinton) es la última de la lista, ella junto a dos rebeldes motociclistas viven al medio de un bosque, pantano o algo similar. Don encuentra allí una máquina de escribir rosa, más un férreo rechazo por parte de Penny, quien lo echa del lugar alterada tras la pregunta acerca de la existencia de un hijo suyo. Él sería coaccionado a acabar con la visita, asimismo con el cuestionario, al ser golpeado por uno de los rufianes.

Michelle Pepe es la única amante de esa temporada en la vida de Don que ya no está con vida. Su visita al cementerio es un capítulo generalizador en la historia, pues como todo muerto ella es incapaz de comunicar “algo”; ese “algo” que Don buscó en todo su viaje y que no encontró. Es así, entonces que la escena del cementerio es similar a las anteriores, ya que la nulidad en resultados es equiparable a las demás. El viaje no resuelve nada, asimismo no se descubre nada en él, pero Don no tiene la misma animosidad de su partida. Sale despreocupado y casi impulsado por el estado zombie en busca de vida que lo caracteriza; en cambio, regresa sugestionado por la posibilidad de que cada joven con las características descritas en la carta sea su posible hijo. Está optimista por el encuentro con ese ente complemento para su vida. El viaje lo realizó con la intención de encontrar eso que le hace falta, esta vez representado con la posibilidad de ser padre. Johnston en su rostro no lo expresa así, lo cual da la impresión de desesperanza a la vuelta de su tour, pero sus actos demuestran una contrariedad apenas distinguible, lo que provoca una encantadora ambigüedad en el personaje. El contraste entre los dos amigos, Don y Winston, propone la analogía pretender del ser. Don es tan abúlico con su pesquisa como Winston vivaz en su plenitud; se plantea polos opuestos para dar notoriedad a lo propuesto. La alegre música etiope es la ambientadora de las acciones en los momentos de tránsito del protagonista, se apela a esto como indicador de invariabilidad en la emoción de Don mientras se traslada de un lugar a otro.

Asimismo, la música en cuestión, como lenguaje de las emociones, difiere de la emotividad del protagonista, lo que le atañe un humor voluntario a los acontecimientos por el contraste entre lo real (el estado de ánimo del personaje de Murray) y lo pretendido (la estéril intención de alegrar su travesía mediante la música). “Flores Rotas” es irónica, y sustancialmente graciosa, por lo que representa Don como personaje: un cuasi alma en pena buscando una última oportunidad de volverse tangible. Bill Murray con esta interpretación llega al tope de sus posibilidades por la perfección encajada entre lo real y lo ficticio. Murray es visto sin esfuerzo como Don Johnston, un tipo desobligado y melancólico, que hace esfuerzos propuestos por terceros para ubicar el sabor en su insulsez. Esta película es la entrega más accesible de este autor por varios motivos: su reparto lo componen famosas estrellas de Hollywood, fue publicitada falsamente como la comedia del año, además fue ganador del Gran Premio del Jurado en Cannes, evento cada vez más mediático, etc. Jarmusch se vuelve masivo, “accesible” y convencional, hay elementos que parecen indicar designio para esa condición actual. Particularmente, no tengo prejuicios ni malestares en relación a eso, pues su cine sigue siendo el portavoz de la contemplación y el palmario de quien no todos consideran, ya sean estos pobres o ricos, blancos o negros y/o asesinos o sumisos. Ellos son la materia prima del “Indie”, los que todos miran de reojo.

Sin duda alguna, uno de los mayores aciertos de Jarmusch, fue la inclusión en su proyecto de Bill Murray puesto que, en esta ocasión, el personaje que interpreta le viene como anillo al dedo, como dije anteriormente da vida a una persona desmotivada y sin interés por sacarle mayor partido a su vida, al que el actor logra darle unos tintes cómicos de lo más adecuados cuando la situación lo requiere. De este modo, el renombrado director de culto americano, nos introduce en la historia de un hombre en el preciso momento en que su vida da un giro de 180 grados. La trama, sin embargo, no es el principal aliciente de este filme, sino simplemente un vehículo para otorgar un pequeño retrato sobre ciertos engranajes de la sociedad, además de desembocar en la inesperada busca del propio protagonista por encontrarse de nuevo a si mismo, cosa reflejada en su modo de actuar y en sus conversaciones, repletas de diálogos interesantes que no hacen más que aportar nuevos matices sobre el protagonista, cosa que vemos resaltada de modo notable mediante planos, secuencias y flashbacks de lo más notables. Podríamos decir pues, que la verdadera esencia del filme reside en su dirección, ya que el realizador, además de mostrarnos esos personajes inusuales y esas situaciones imaginativas o simpáticas tan presentes en su obra, sabe como imprimir en esta peculiar historia todos los elementos necesarios para que el espectador disfrute de una buena cinta donde el principal aliciente es el reencuentro con la motivación por seguir adelante e intentar aprender de los errores pasados, pero siempre mirando hacía el presente. Tras ver "Flores Rotas" uno se queda como descolocado, no terminas de creerte que has presenciado una de las películas más lucidas que se han creado últimamente.

El director plantea la búsqueda del hombre que se encuentra a las puertas del ocaso, que a pesar que haya alcanzado el éxito profesional y económico, no ha sido capaz de retener a nadie a su lado y que se siente acechado por una vejez solitaria. Jarmusch compone una obra llena de armonía, que no parsimonia; de tranquilidad, que no aburrimiento; sincera, que no pretenciosa; emotiva, que no edulcorada; dramática que no lacrimógena, y sobre todo, sarcástica. Además Jarmusch maneja los tiempos fílmicos y narrativos como nadie. "Flores Rotas" es un constante sobresaliente en el duro trabajo de conquistar al espectador, de presentarles a unos personajes atrayentes con los que identificarse, o que al menos causen emociones. Personajes que ya no son simples páginas de guión, sino que por obra y gracia de un poderoso guión y el convincente trabajo de sus actores se convierten en personas, personas que desde ese mismo instante pasan a formar parte de nuestra vida. Me es difícil determinar si he podido exprimirla en su plenitud, siento una similar sensación que años atrás, a diferencia de haber encontrado mayores virtudes que en aquella oportunidad. Y es el cine de Jarmusch es el mostrador de su mirada del mundo, libre y desapasionada, como la de todo artista que se precie de serlo debe plasmar en sus producciones. Tal vez dentro de dos años o dos días ubique nuevos elementos que me fueron negados en esos entonces, porque el cine del estadounidense se presta para nuevos descubrimientos tras cada visionado. Jarmusch se abre como una flor rota para ser descubierto, su obra nos lo permite.

“Agridulce, Jarmusch para todos los públicos”

miércoles, 15 de diciembre de 2010

El Guerrero Solitario

Director: Clint Eastwood
Año: 1986 País: EE.UU. Género: Bélico Puntaje: 08/10
Interpretes: Clint Eastwood, Marsha Mason, Everett McGill, Bo Svenson, Mario Van Peebles, Moses Gunn y Tom Villard

Clint Eastwood es el sargento Tom Highway, conocido como “Gunny”, un perdedor en el plano personal, aficionado al alcohol, que sacrificó a su mujer (Marsha Mason), a su familia, a sus amigos y su reputación, por llegar a lo más alto en la carrera militar. Veterano de guerra en Vietnam y Corea, vuelve a los Estados Unidos para llevar a cabo su última misión: instruir a un grupo de novatos para convertirlos en auténticos marines. Jóvenes, sin motivación, desenfadados y prototipos de una sociedad moderna, los reclutas reflejan el anacronismo de Highway, cuyos principios son útiles tan sólo en caso de guerra. Esta es la sinopsis de la película que Eastwood decidió filmar tras un año lleno de felicitaciones por su trabajo. En Europa empezaban a proclamarle como uno de los mejores directores americanos y poco a poco su imagen de autor iba creciendo, por lo que a muchos les sorprendió un proyecto como el presente, una especie de comedia dramática bélica (toma mezcla de géneros) que a priori parecía un ensalzamiento del ejército norteamericano. Eso era lo que pretendía el propio Ejército, que apoyó a Eastwood en todo cuanto quiso, dejándole rodar en determinados lugares y prestando armamento esperando que el actor/director hiciese un filme al estilo de “Top Gun” (1986), el gran éxito de aquel año, y que provocara que muchos jóvenes se alistasen en aviación. Pero no el resultado no fue así, “El Guerrero Solitario” es otra cosa bien distinta, afortunadamente.

No nos confundamos, “El Guerrero Solitario” es una fallida película del genial director y mítico actor Clint Eastwood. ¿Pero es acaso esa película tantas veces tachada de ser la peor de su ya bastante extensa carrera como director? Mi respuesta es simplemente que no. ¿Y por qué no?; porque se ha tomado equivocadamente como una película "seria" sobre el mundo de los soldados, y muchas veces se ha intentado encontrar en ella temas "antimilitaristas", cuando en el fondo no es mas que una comedia muy negra (yo diría que excesivamente negra) que condensa de una forma muy particular todos los filmes bélicos que se hacían a miles allá por los años 60 (“Doce del Patíbulo” o “Los Cañones de Navarone”) ¿Por qué comedia?. Mejor que explicarlo, vayamos a la primera escena de la película en dónde un violento, altanero y musculoso Tom Highway se dedica a contar, en una cárcel y a un montón de curiosos, las aventuras que le habían estado sucediendo hasta que llegó allí. Un lenguaje (y situaciones) exagerado asola nuestros oídos. Un lenguaje excesivo y totalmente buscado para que el espectador reaccione de alguna manera. Y es tan y tan exagerado que no puede sino provocar una carcajada sonora acompañada de un uffff!!! ante las delirantes historias que escuchamos. Luego, y ya en la academia, en dónde Eastwood adiestra a sus soldados, tienen lugar las más (y vuelvo a repetir la palabra) EXAGERADAS secuencias. Imposibles de tomar en serio.

En esa parte de la obra tiene lugar un pequeño homenaje a las películas bélicas de los 60 (y antes mencionadas). Lo soldados son obligados a correr, a soportar las más duras pruebas físicas y de ninguna manera pueden sublevarse contra sus superiores, y en varias ocasiones lo hacen. Igualito que en aquellos míticos filmes que fueron los sanos (algunos no tanto, pero en general si) precedentes de los “superbodrios” con los que Hollywood nos castiga últimamente (no visionar nunca “Pearl Harbor”) ¿Y que decir de la batalla final que tiene lugar en la película? Pues que desconcierta un poco mi teoría sobre lo de definirla como una comedia negra. Pero es ahí precisamente en dónde está el fallo. En esa parte final, que seguramente fue impuesta por la producción. ¿Como no vamos a hacer una película bélica sin batalla? Por aquellos lares ya empezaba a construirse el espíritu egoísta y capitalista de Hollywood, que ahora se ha acabado por asentar directamente en los cines de todo el mundo (muy a mi pesar). Volviendo a la parte final del filme, sólo decir que si por alguna causa la obra es fallida es precisamente por ese "epílogo". Un epílogo que desentona absolutamente con todo lo que estábamos viendo hasta entonces, y que por otra parte (vuelvo a hacer hincapié porque es importante) me hace perder categoría sobre mi afirmación de que la película es una gran parodia de ese mundo bélico, que el propio Eastwood vivió desde tiempos de que era actor secundario, pero que sigo manteniendo de igual forma.

Los altos mandatarios del Ejército querían que en la película se reflejase al nuevo ejército el cual no tenía nada que ver con el retratado en el filme, en el que Eastwood daba más bien una visión del antiguo en un homenaje a los veteranos, aquellos que habían participado en guerras como la de Corea. No era la primera vez que Eastwood daba vida a un veterano de dicha guerra, y aquí le servía para realizar una vez más un dibujo sobre uno de sus típicos personajes individualistas, de esos que no se adaptan a los nuevos tiempos y que pertenecen a una época ya muerta. El sargento de artillería Tom Highway no se aparta demasiado en su esencia de Harry Callahan, Josey Wales o más recientemente Walt Kowalski, el resumen de todos sus personajes. Eastwood ya era alcalde del pueblo en el que vive, Carmel (California), cuando realizó “El Guerrero Solitario”. Republicano de ideas, muchos pensaban que Eastwood se desharía en elogios hacia el Ejército de su país, pero que un cineasta tenga unas determinadas ideas políticas no significa ni por asomo que tengan que aplicarlas a sus películas. De hecho el director de “Los Imperdonables” es precisamente uno de esos casos en los que su ideología personal nada tiene que ver, no siempre, evidentemente, con la ideología de sus películas, demostrando que no todo es blanco o negro, que los extremos no son buenos. El personaje principal es un buen lucimiento de Clint Eastwood, que encarna como sólo el sabe, a un tipo duro, un héroe cargado de medallas pero de vida personal fracasada, habiendo llegado al divorcio con su mujer y refugiándose de sus problemas en el alcohol. Algo que sólo podrá superar en su admirado ejército, formando estrictamente a sus nuevos discípulos.

Una de las cosas que más molestó al Ejército (enseguida declararon no tener nada que ver con la película y retiraron su apoyo) fue su lenguaje mal hablado, algo que también crispó a algunos de los espectadores de la época, comprobado in situ en el momento de su estreno, y es que eran otros tiempos, pero pocos veían que se trataba de una exageración bien planeada de cara a que el filme poseyese un marcado tono de comedia que en algunos momentos alcanza un grado de negrura insólito. “El Guerrero Solitario” se divide en dos partes bien diferenciadas: el entrenamiento y la parte bélica ¿alguien se está acordando de Kubrick?, estando la primera de ellas también subdividida. Primero vemos como Highway pone en cintura a una pandilla de vagos e inútiles jóvenes que no hacen absolutamente nada en el campo, otra de las razones por las que en el Ejército se sintieron especialmente molestos, el entrenamiento será en principio un verdadero suplicio y toda esa parte está llena de gags, aunque la seriedad subyace debajo de toda la comicidad que baña dicha parte. Cuando todas las cartas han sido presentadas, Eastwood da uno de esos giros a los que nos tiene acostumbrado pero que siempre sorprenden. El director nos desvela el lado humano de Tom Highway, uno de los personajes mejor retratados por el actor, con detalles tan divertidos como las revistas femeninas que lee para entender mejor a las mujeres, o tan dramáticos como el recuerdo de lo que pasó en Heartbreak Ridge (al paredón el que cogió el título original y lo convirtió en lo que es en nuestro país) y que es la clave para entender la personalidad de Highway. Dicen que el pasado no importa, pero lo cierto es que lo que se hace, lo que se hizo, convierte a uno en lo que es, en lo que será. Hay que bucear en el pasado de los demás para entenderles.

A pesar de no ser una de las más fuertes películas del director de “Bird” y “Golpes del Destino”, entre otras muchas, “El Guerrero Solitario” podemos incluirla entre sus mejores realizaciones, por sus diálogos, su forma de entretener y por lo ameno de verla. No se equivoquen, no estamos ante una de las películas más puras de Clint Eastwood, cargadas en la última década de mensaje y sostenidas sobre lo sentimental. Estamos ante un filme, entretenido, divertido, con un fuerte y grosero guión, sólo comparable al inicio de “Nacido para Matar” (1987). Con todo lo mala que fue la década de los 80, artísticamente hablando, y lo mal que envejecen muchos de las películas de aquellos años hay que reconocer que “El Guerrero Solitario” aguanta muy bien el paso del tiempo, aunque personalmente el último tercio del filme, el de la parte bélica, es el que encuentro más flojo. No sé si está hecho adrede, parece que sí, pero la torpeza del asalto a la isla de Granada, la rapidez con la que entran y vencen al enemigo, y que dicha victoria haga quedar a Highway como un soldado excelente poniendo en evidencia a su superior, papel que interpreta un caricaturesco Everet McGill, me resulta demasiado sosa. No obstante, hay apuntes en ese tramo muy interesantes y bien mostrados, por ejemplo cuando se producen las primeras muertes. Los soldados entienden que han pasado de lo que parecía un divertido juego a la realidad. Incluso la música de Lennie Niehaus cambia volviéndose más oscura. Sin duda una cinta de obligada visualización.

“Soberbia y malhechora”

domingo, 12 de diciembre de 2010

Refugio para el Amor

Director: Bernardo Bertolucci
Año: 1989 País: Italia/Inglaterra Género: Drama Puntaje: 08/10
Interpretes: Debra Winger, John Malkovich, Campbell Scott, Jill Bennett, Timothy Spall, Eric Vu-An, Amina Annabi, Sotigui Kouyate y Philippe Morier-Genoud

Corre el año de 1947. Port (John Malkovich) y Kit (Debra Winger) Moresby llegan en barco al norte de África. Tras diez años de matrimonio, para esta sofisticada pareja norteamericana resulta difícil la convivencia. Port, un músico que lleva un año sin trabajar, busca en el desierto una fuente de inspiración y nueva savia para un matrimonio que se muere, mientras Kit, cansada de viajar, espera que un milagro le devuelva a su marido. La pareja tiene un compañero de viaje, George Tunner (Campbell Scott), un joven rico y mundano, que vive fascinado por los Moresby especialmente por Kit. Port, que se define insistentemente como un viajero y no como un turista corriente, no está muy seguro de su destino, pero está decidido a dejar atrás el mundo moderno, por lo que finalmente ambos se adentran en el Sahara esperando encontrarse también a sí mismos. Basada en la famosa novela de Paul Bowles “The Sheltering Sky”, Estrenada en 1989 y titulada para Latinoamérica como “Refugio para el Amor”, la película fue catalogada como hermosa e intensa, con algunos momentos irregulares e inferior a la novela, además despertó el interés del público por la obra de Bowles y por los pormenores de una vida de película. A partir de entonces se reeditaron sus textos en medio mundo, y los problemas económicos dejaron de acuciarle. Siguió recibiendo visitas hasta casi el final de sus días, aunque cada vez más silencioso y ajeno a sus admiradores, como si se estuviera diluyendo en el desierto que le acogió en los primeros años cincuenta.

En “Refugio para el Amor”, de nuevo Bertolucci lanza esa mirada analítica a una cultura y sus costumbres a modo de Terrence Malick y su obra, construyendo de nuevo un elefantesco artefacto de antropología cultural y social como lo fueron las otras dos componentes de su trilogía (hasta el momento) sobre el mundo: “El Último Emperador” (1987) y “El Pequeño Buda” (1993). Pero esta es sin lugar a dudas la más romántica y humana de las tres, y tal vez de su prolífica carrera. Como dije anteriormente partiendo de una espléndida novela de Paul Bowles, que le permite usar con un juego de realidades y narradores omniscientes de manera realmente excepcional, el director italiano crea una apasionada historia de amor así como una odisea iniciática a lo largo de los más recónditos parajes del Sahara. Desde el primer fotograma se aprecia la labor de Bertolucci como un auténtico artesano, tanto desde el punto de vista estético como fílmico, al orquestar unos movimientos de cámara realmente únicos. Por otra parte, sería delito pasar por esta película sin alabar su fotografía, que introduce a ese personaje llamado desierto en la acción de forma que la atmósfera que crea realmente da sentido a su título, “Refugio para el Amor”, puesto por una maravillosa metáfora del personaje de John Malkovich. Cada imagen que vemos en la pantalla podría constituir por si misma una obra maestra.

Pero dejando a un lado las inevitables e indudables virtudes técnicas, “Refugio para el Amor” alcanza la complejidad a la que llega por la propia complejidad de los personajes escritos por pluma de Bowles, que dan una dimensión a la historia esencial. Los más trabajados, la pareja protagonista, en la película encarnados por un magnífico John Malkovich, muy lejos de su histrionismo habitual, que crea un ser equívoco y de múltiples caras, cuyo devenir se palpa en su pasional interpretación, elevándola a una de las mejores de su carrera. Pero la brújula de la película es sin lugar a dudas el personaje de Kit, que aquí aparece representado con una maestría única por esa espléndida actriz que fue y es Debra Winger, por desgracia perdida como tantas otras de su generación, pero que crea un interminable abanico de posibilidades para su maravilloso personaje, que empiezan por sus inolvidables ojos. Las dagas que lanza con cada frase, su complejo carácter y su mutación de viajera corriente a un nuevo ser es algo que no se ve todos los días. Su viaje se convierte en algo más que en una pérdida, en una alternativa, llegando momentos en los que ella y su vida perdería todo sentido si ya no se encontrase entre dunas.

Bertolucci tiene una mirada diferente hacia la obra de Bowles, es por ello que la crítica no respaldo mucho a esta filme del consagrado director Italiano, la cinta es muy paisajística y inconmensurable ilustrativa del Marruecos profundo. Sus personajes están atrapados por las efusiones irresistibles de una naturaleza tan atractiva en substancia, como hostil en el medio. John Malkovich representa la intuición carnal, su pareja parece relegada a desconocidas vivencias anteriores, él vivirá los furtivos y arriesgados encuentros sexuales que le ofrece la prostitución de aquel mundo árabe de primeros años del siglo XX. En una escena hay un inesperado ataque nocturno contra Malkovich tras un encuentro sexual con su esposa. En ella se ve los genitales de Malkovich en primer plano, testimonio del deseo absoluto. Y una esposa que juega con su propio equilibro sexual. Insisto en que llegar a entender a Bowles es un auténtico reto. Es mejor, como hace Bertolucci, cerrar un tanto los ojos a sus fantasmas, y recrearse en ese universo grandioso: un flamante “bing-bang” de culturas: la americana (intelectual y fría), y la árabe (primitiva, humilde y más auténtica) El deslumbrante “road-movie” de los protagonistas es un audaz ejercicio. Desde el “Lawrence de Arabia” (1962) de David Lean, jamás la paisajística anaranjada del desierto había sido fotografiada con tanta magnificencia.

Un punto a favor de la cinta es que tras la muerte de su marido (una de las mejores escenas del filme) a Kit se le cierra la ventana de la noche, se autoinmolará, humillándose sexualmente, como un testimonio tardío de ese amor al que incomprensiblemente renunció. Todo es ambiguo. Pero los tú a tú entre los personajes son grandiosos y líricos. Las mentiras y los deseos que recorren el filme te atrapan sin remedio. Conmocionados por las estúpidas actitudes, no vemos ningún paraíso en el que todo pueda ser felicidad. A mí esta cinta de Bertolucci me sigue pareciendo un filme inclasificablemente magnífico. Maestro y duro, brillante y glorioso. ¡Será tan eterno como esa ciudad de la remota África en la que Malkovich, arropado por los tradicionales atuendos, acentuadores del horror que se avecina, nota con una convicción contagiosa los primeros síntomas de la enfermedad que lo llevará a la más tremebunda de las muertes. Noches agónicas azotadas por la arena, los gritos de Malkovich, las frustraciones de la Winger, su busca desesperada del remedio, se dosifican tan sabiamente, que acabamos por dar las gracias, pese al horror del momento, a Bertolucci por el calor que rezuman sus grandísimos intérpretes. Y, ya ves tú, yo me vuelvo algo masoquista, pues quiero saborearla sin prisas, y quisiera que no acabara.

Dicen que a Paul Bowles no le gustó el resultado del filme. Él mismo aparece en la película, de lo que deduzco que asistió a gran parte del rodaje. Y sin embargo no le gustó. Hay que tener en cuenta que el libro era en gran parte autobiográfico y puede ser bastante procedente que no te guste cómo interpretan tu vida otras personas. Independientemente de la opinión de Bowles, no se puede negar que esta película, a pesar de profundos errores (por lo menos uno), es una magnífica muestra de vacío y exploración personal mezclada con una fotografía que llega a ser espectacular en ciertos momentos, y una banda sonora que casa tanto con las escenas, con las imágenes y con las interpretaciones que hace que la experiencia sea, en algunos momentos, incomparable. Para mi entender, el filme muestra un amalgama de nuestros propios paraísos perdidos, en este caso en medio de ninguna parte, o sea, desierto y más desierto, calor agobiante o frío espeluznante, alegría desmedida y dolor profundo. Cambiar o morir. O abandonarte a tu suerte. La exposición, narrada con todo lujo de detalles como nos tiene acostumbrados Bertolucci, pudiera parecer aburrida, en definitiva es una forma fantástica de olvidarte de tu propio yo, mientras dura el filme, y reencontrarte contigo mismo después de verla.

“Una maravillosa visión de la muerte del amor”

miércoles, 8 de diciembre de 2010

Despertando a la Vida (Waking Life)

Director: Richard Linklater
Año: 2001 País: EE.UU. Género: Animación/Drama Puntaje: 09/10
Interpretes: Ethan Hawke, Julie Delpy, Wiley Wiggins, Trevor Jack Brooks, Timothy Speed Levitch, Glover Gill, Laura Hicks, David Sosa y Alex Jones

La cinta muestra las variadas conversaciones que tiene un anónimo protagonista con distintas personas que parecen entrar y salir de su vida sin motivo aparente. Pero paulatinamente se atisba un propósito detrás de los crípticos y profundos intercambios. La primera gran frase de “Despertando a la Vida” es "Dream is Destiny" (el sueño es el destino) y marca la gran idea sobre la que gira la película: entrometerse con el mundo de los sueños, tan inquietante y honesto como oscuro y apasionante, abrirse a él pese a no poder controlarlo, permitirse disfrutar al máximo del instante eterno que dura. Desde Descartes a Jorge Luis Borges, el hombre siempre se ha planteado la posibilidad de que la vida sea un largo sueño producido por la infinita capacidad creativa que posee el cerebro humano. También en el cine es frecuente la incursión por el mundo de los sueños y las exploraciones a extrañas dimensiones en las que puede sumergirse un individuo. En la cinta el director realiza un experimental y fascinante largometraje animado que desarrolla íntegramente una historia que sólo acontece en la soñadora cabeza de su personaje principal, además es un alegato a la libertad, a atrevernos a hacer y ser lo que queremos sin pensar en que todo tiene que ser de esta manera y no de otra. Un empujón que nos invita a vivir soñando, como en un sueño lúcido en el que podemos decidir qué decimos y qué hacemos en cada momento, como realmente es la vida.

En la actualidad muy rara vez nos llega una cinta cuyo contenido haga pensar, y no porque su trama sea complicada, sino por la calidad de las ideas que expone. "Despertando a la Vida" lo logra deshaciéndose del peso y exigencias de la narrativa tradicional, y con un mero esbozo de historia lleva al espectador a recorrer un desfile de propuestas, teorías y meras arengas sobre la vida, la percepción, el orden social y la naturaleza de los sueños. Tal vez suena confuso, pero esta cinta no fue hecha para sintetizarse limpiamente en un párrafo, ni para llevar a la novia, ni para pasar el rato. Fue hecha para retar al espectador y para lograr que se cuestione a sí mismo sobre los temas que se tratan en ella. La técnica de animación utilizada en esta cinta es peculiar. Puede decirse que Linklater hizo dos películas en una, ya que primero filmó las escenas con actores de carne y hueso, usando una cámara digital, y luego, junto al director de arte Bob Sabiston, decidió utilizar un software ideado por éste para colorear cada uno de los fotogramas. Se seleccionaron a 31 artistas para realizar esa tarea, y cada uno de ellos contó con total libertad para imprimir a cada pintura su estilo particular. El resultado es una imperdible y cautivante estética visual. Intuyendo que es posible la metamorfosis de la razón en ilógica; sabiendo que es probable la transformación de la vida sensible en una continúa plasmación onírica; asimilando todo eso, cualquier persona se puede enfrentar a la cinta con grandes expectativas de enamorarse del universo de Richard Linklater. Cualquiera de nosotros está capacitado para enredarse, sin escapatoria posible, en esta propuesta conceptual y artística, tan innovadora como estimulante, tan experimental en su morfología, como sorprendente en su genealogía. Los sueños están pintados en una historia excelente, donde la virtud no está tanto en la verosimilitud dramática, sino, más bien, en la fuerte introspección de todos los personajes.

Se vuelve evidente que tal estilo visual no está sólo de adorno, sino que complementa los hechos y revelaciones que se hacen. Cuando terminas de ver la película no puedes detener la reflexión a la que te arrastra, consideras las cavilaciones de Nietzsche, Kant y Hume, como algo básico, como algo a lo que te puedes enfrentar sin mayores dificultades, porque, cuando termina la proyección tienes ganas de pensar y de debatir, de observar investigando. Esto es una proeza del tamaño de la luna de Richard Linklater, este hombre consigue siempre, en sus películas honestas, que el espectador viva las historias que cuenta. Cuando vi “Antes del Amanecer” (1995) ambicioné enamorarme de una chica en pocas horas, a primera vista, en un tren perdido. Cuando vi “Despertando a la Vida”, cada persona no sólo se convirtió en un mundo, algo que ya sabía, sino que se convirtió en una posibilidad utilitarista de aprender algo, de darte otro punto de vista. La película está formada por muchas facetas, y a la vez es tremendamente simple. La mayor parte de la historia la forman diversos monólogos aparentemente inconexos que parecen dar un repaso a los grandes temas de la filosofía: libre albedrío, la evolución del ser humano, la consciencia colectiva, el existencialismo, el mundo de los sueños, la muerte, La Vida Con Mayúsculas. La mayoría resultan tremendamente atractivos y enriquecedores Otras piezas de la película son microhistorias concluyentes, genialmente interpretadas, que capturan un momento dramático que tiene peso por sí mismo. Y por último, otro bloque de la película intenta autojustificarse, analizando los límites autoimpuestos de la narración clásica: "tiene que haber un argumento", "tiene que seguir una estructura narrativa de planteamiento, nudo y desenlace".

Hasta ahora, los adelantos tecnológicos que permiten la elaboración de filmes puramente animados se habían utilizado para concebir productos que apuntaban esencialmente al mercado infantil, pero que se caracterizaban por deslizar, detrás de una historia atrapante y cautivante para los más chicos, el tratamiento de temas de mayor profundidad, dirigidos para los más grandes. “Hormiguitaz” (1998) o “Toy Story” (1995) son algunos de los muchos ejemplos que pueden mencionarse. Distinto es el caso en “Despertando a la Vida”. En esta cinta, la apuesta de Linklater no responde a los patrones recurrentes de la industria cinematográfica: su película animada está dirigida a los adultos. Sin monstruos, insectos ni juguetes de por medio. Esta cinta filosófica ofrece un apasionante recorrido por las preguntas primordiales que suele plantearse el hombre con respecto a su existencia. Linklater no se preocupa por dar a conocer detalles acerca del joven protagonista principal, a quien el actor Wiley Wiggins le pone la voz, de quien no se sabe ni su nombre. Sin embargo, el director estadounidense realiza una perfecta composición introspectiva del personaje: no sabremos cómo se llama, pero conocemos y muchas veces nos identificamos con sus más profundos interrogantes, su ansiedad de autoconocimiento, su pasión por la vida, su curiosidad, su capacidad para escuchar al otro. O a sí mismo. Porque todo lo que vemos es la secuencia una tras otra de un sueño que parece no tener fin.

Puede achacársele al filme un quizás exagerado tinte pedagógico, demasiado tendiente a responder las preguntas que plantea el muchacho a cada uno de los fascinantes personajes con los que se cruza (aunque no siempre se sueña a sí mismo: es imperdible una conversación que mantienen sobre la cama los dibujos de Ethan Hawke y Julie Delpy, realizados por ellos mismos en un guiño del realizador para aquellos que vieron a ambos actores enamorados en “Antes del Amanecer”). Pero esa verticalidad es absolutamente perdonable, porque puede ser utilizada por algunos espectadores para una primera aproximación (o reencuentro) con algunos de los pensamientos esenciales de hombres de la talla de Jean Paul Sarte, Sigmund Freud o Michel Foucault, entre otros. Si bien existe un hilado temático general, cada diálogo de la trama se presenta como independiente del otro. Eso le quita algo de ritmo narrativo a la historia, pero posibilita que cada secuencia tenga una riqueza y un peso específico propio. Y no impide que cada una de ellas esté dotada de una atmósfera espesa y cautivante. Pese a esto, es necesario aclarar que el lenguaje verbal utilizado es bastante complejo, por lo que es aconsejable no detenerse palabra por palabra sino tratar de captar la esencia de lo que se ve. Igualmente, la sensación final es que se trata de una de esas películas que pueden disfrutarse tanto o incluso más la segunda vez que se la mira (cosa que todavía no pudo hacer este cronista, valga la aclaración).

Entrar al mundo de los sueños y explorar en ella, esta es la propuesta/desafío que plantea el filme, seguramente otro de la lista de Linklater que pasará a integrar la privilegiada esfera que ocupan los llamados "de culto". Porque quizás no haya tanta diferencia entre aquello que soñamos y eso otro que denominamos realidad. Quizás sólo se trate de hacerse cargo de lo que cada uno es y quiere ser, dejando en libertad de expresión a las enormes cantidades de creatividad e imaginación que se alojan temblorosas en cada una de las soñadoras cabezas humanas que habitan el planeta. Obra maestra del cine (y de la literatura, añadiría incluso), que nos da las claves para comenzar a mirar a nuestro alrededor con otros ojos, apreciando cada cosa que es posible día tras día, cada pequeño milagro, para que tomemos partido y comencemos a vivir despiertos, no dejándonos llevar, no siendo simples cuerpos vivos pasivos. Decidiendo nuestros caminos a cada segundo. Aunque no se esté necesariamente de acuerdo con algunas de las opiniones que se expresan en la cinta, es innegable que quien lo sepa apreciar encontrará en "Despertando a la Vida" una experiencia única en el cine, mitad narrativa, mitad académica, y no faltará quien vea su filosofía personal y sus percepciones sobre el mundo cambiadas para siempre. ¿De qué otra película se podría decir lo mismo? Vehementemente recomendada.

“Soñar, de la mano de los dibujos filosóficos”

domingo, 5 de diciembre de 2010

El Rey de la Comedia

Director: Martin Scorsese
Año: 1982 País: EE.UU. Género: Comedia Negra Puntaje: 8.5/10
Interpretes: Jerry Lewis, Robert De Niro, Sandra Bernhard, Diahnne Abbott, Lou Brown, Ed Herlihy y Shelley Hack

Amarga comedia que narra la historia de Rupert Pupkin (Robert De Niro), un fracasado cómico obsesionado con convertirse en el mejor en su campo. Un día Pupkin conoce a su ídolo, el talentoso y respetado comediante Jerry Langford (Jerry Lewis), y le suplica la oportunidad de aparecer en su show, pero éste se la niega. Sin embargo no cesará en su empeño, acechando a Jerry hasta que consiga lo que quiere. Finalmente y con la ayuda de su amiga Masha (Sandra Bernhard) secuestrarán a Langford para poder conseguir su propósito. A pesar de que “Toro Salvaje” (1980) no se llevó el Oscar a la mejor película en 1981, Robert De Niro se alzó con su primer, y hasta ahora único, Oscar al mejor actor principal, y el gran trabajo de montaje de Thelma Schoonmaker se vio recompensado con el segundo Oscar para la película. Era un momento de gran prestigio y renombre internacional para Scorsese, pues se tenía la sensación de que había regresado con otra obra maestra en la que lo había dado todo, como así fue, pero que el público no comprendió mucho. Entraba de manera inmejorable en la nueva década, una década que iba a resultar problemática y ardua para sus compañeros de generación y para él mismo. Mucho se ha dicho del declive del cine en las últimas décadas. Personalmente, creo que los años setenta fueron una década magnífica, en contraste con los pobres años ochenta, que ahora algunos intentan reivindicar. Lo cierto es que los fracasos de Coppola o Cimino dejaron muy poco margen de maniobra para el cine de autor, y los estudios se reconvirtieron en cajas registradoras, muchas veces en manos de corporaciones extranjeras.

Los proyectos se infantilizaron y el cine artesanal se volvió más mecánico y pobre de ideas que nunca. Con esta coyuntura tuvieron que lidiar, con mayor o menor acierto, los “Wonder Boys de los 70s” (Generación conformada por cineastas de la talla de Coppola, Spielberg, Scorsese, De Palma, Cimino...). El ambiente distaba mucho de la época de la prodigiosa “Calles Peligrosas” (1973) o de la violenta pero majestuosa “Taxi Driver” (1976), en el sentido en que cualquier película que no llegase a alcanzar los cien millones de dólares en taquilla empezaba a ser considerada por las grandes productoras como un fracaso sin paliativos. Por todo ello, y aún contando nuevamente con una estrella internacional como Robert De Niro en el papel principal, llevar a cabo un proyecto tan decididamente anticomercial y temáticamente complejo como “El Rey de la Comedia’ tiene un enorme mérito, más aún cuando Scorsese no había conocido ningún grandioso éxito popular. Aun hoy día se trata de uno de sus trabajos menos conocidos y menos considerados por la cinefilia y la crítica, lo que siempre me ha parecido una terrible injusticia, porque creo sinceramente que “El Rey de la Comedia” es un logro magnífico, que probablemente se encuentre entre sus filmes más arriesgados e interesantes. Una negrísima comedia, cáustica, impredecible y sin contemplaciones. Un notable filme de obligado visionado para todos los amantes del cine más radical, y por descontado para los millones de scorsesianos que existimos en el mundo.

Lo cierto es que el guión de Paul D. Zimmerman había caído en manos de Scorsese bastantes años antes, y lo rechazó. Después, el ínclito Michael Cimino tuvo intención de dirigirlo, pero finalmente se desentendió también del proyecto. Completado “Toro Salvaje”, De Niro volvió a insistirle con el guión, y aunque Scorsese se estaba pensando dedicarse durante un tiempo a una serie de documentales sobre la vida de los santos, trasladándose para ello a Italia, se lo pensó mejor y aceptó el guión. De hecho, acababa de salir de una grave neumonía que le había postrado varias semanas en cama, pero apenas tuvo tiempo para restablecerse comenzó a trabajar, porque el rodaje comenzó cuatro semanas antes de lo previsto, ya que se anunciaba una huelga de realizadores en Hollywood y temían que eso lo paralizara todo. Después de varias opciones, llegaron a la conclusión de que el actor y showman ideal para interpretar a Jerry Langford era Jerry Lewis, quien había vuelto a la actuación después de doce años, además contaba con cincuenta y cinco años, además tenia que encarnar lo opuesto a lo que él mismo representaba. Esta cinta es un reverso oscuro y satírico. Y es posible, porque pocas veces nos han contado una historia de imbéciles, y de bochornosas frustraciones, tan moralmente resbaladizas y visualmente ingeniosas como esta. Un prodigioso Robert De Niro, en una de sus más brillantes y olvidadas interpretaciones, da vida a Rupert Pupkin, en su carácter obsesivo y en sus egoístas impulsos radica gran parte del ideario que ha convertido a los personajes scorsesianos en algo tan identificable. Pupkin es un ser patético cuya miserable vida le lleva a imaginar un mundo que no es real, y en virtud del cual hará lo impensable para que sus sueños se conviertan en realidad.

En la búsqueda de la confirmación de una verdad alternativa por parte de Pupkin, Scorsese indaga además en algunos de los fantasmas de la América actual y en muchos de los defectos de la cultura de masas, sobre todo la televisiva. Y lo hace con singular lucidez. En la actualidad tenemos ejemplos de sobra: personajes grotescos que se hacen famosos de la noche a la mañana y cuya mayor virtud consiste en ser despreciables, vulgares, sin el menor talento artístico y ávidos de esa tenebrosa felicidad que debe otorgar la idolatría basada en la ignorancia, en el aburrimiento, en la estulticia. En el momento de su estreno, no fueron pocas las voces críticas, sobre todo en Norteamérica, que expresaron su desagrado o su incomprensión del espejo que proponía “El Rey de la Comedia”. Ahora dudo mucho que esos críticos no sean capaces de constatar la feroz y despiadada metáfora de un mundo en el que triunfan los idiotas, en el que las tragedias íntimas son tomadas a broma, en el que hacer público las miserias cotidianas es motivo de celebración. Scorsese no muestra compasión, ni por unos showman capaces de vender su alma al diablo, ni por un público ávido de sensaciones fuertes, ni por una sociedad que primero te alaba para luego masacrarte. “El Rey de la Comedia” es una cinta cómica y a la vez muy inquietante. Ver a De Niro improvisando una entrevista imaginaria con Liza Minelli divierte pero estremece. También la escena en que delira imaginando su boda en directo por TV mientras el cura le pide perdón en nombre de todo el mundo por no haber reconocido su talento. Sí, definitivamente éste está incluso más perturbado que el Travis Bickle de “Taxi Driver”.

Suele considerarse la puesta en escena de este trabajo como una de las más ortodoxas y convencionales de su director, en aras de una mayor penetración psicológica de los diversos idiotas rematados que construyen la historia. Pero no puedo estar de acuerdo con esta idea. Aunque en apariencia la planificación, el marcaje de los actores y el uso de la cámara pueden ser calificados de clásicos, se esconde en cada plano, en cada gesto de los personajes, en cada línea de diálogo, muchas y muy potentes cargas de profundidad que erosionan el tejido supuestamente clásico de la narración. No lo vemos, pero sentimos que esta historia no podía haberse contado antes así. Hasta un convencional plano contraplano está dotado de algún detalle extraño, tenso o decididamente gamberro. Es impresionante la cantidad de ideas ingeniosas que podemos rastrear con un poco de atención. Es cierto que la cámara es más invisible que en otros títulos de su autor, pero secuencias como las de las fantasías de un irónico Pupkin están resueltas con una ambigüedad en el montaje y en la mera representación visual, que no dejan lugar a dudas de la sutileza y la brillantez de la propuesta. Merece la pena ver como Rupert Pumpkin, con sus desmesurados métodos consigue alcanzar la fama en el mundo de la comedia. Pero, ¿el fin justifica los medios? Hace 25 años el tipo que mató a John Lennon pensó que sí merecía la pena matar a su ídolo para conseguir la notoriedad que buscaba. Rupert Pumpkin consiguió la fama como cómico, el asesino de Lennon tuvo hasta película “Chapter 27” (2007). Está claro, si crees que el fin justifica los medios eres un desequilibrado más, o en la mayoría de los casos simplemente un hipócrita.

El guión transgresor logra que juzguemos equivocadamente al personaje, que finalmente nos pongamos de lado de los mecanismos de defensa de una productora a la que le llueven propuestas de aspirantes a cómicos y le veamos como un loco que está a punto de hacer el ridículo, acabar en la cárcel o algo peor. En las secuencias finales se desvela el talento de Rupert Pupkin, con lo cual nuestro asombro es mayúsculo. De este modo se logra que formemos parte del sistema que es criticado y tomemos conciencia de como nosotros, los espectadores, también ponemos barreras. El fin justifica los medios, aunque el medio sea cometer delitos (secuestro, chantaje, amenazas, coacciones). Todo vale para alcanzar el minuto de gloria. Mensaje muy de actualidad ya que todos los días vemos a la gente hacer barbaridades para ir de programa en programa y tener su minuto de gloria. La fama es efímera, muy pasajera. La gente se mueve por modas que pueden durar días, semanas o meses. Lewis es el "no va más" de la comedia hasta que la gente empieza a adorar a un lunático, que por supuesto, se convierte en el Rey de la comedia cuando sale de la cárcel. Otra crítica es a la sociedad americana en su conjunto, que en vez de horrorizarse con un loco que comete varios delitos para salir por la tele, lo veneran y aclaman como si fuera un héroe. Una verdadera rareza en la filmografía scorsesiana, que quizá merecería una correcta y apropiada revisión por parte de los cinéfilos. Estoy seguro de que la merece. No suele recordarse a este papel como uno de los mejores de De Niro, pero sin duda lo es. Junto a Jerry Lewis, que está sensacional y muy sobrio, crea un dúo que seduce y atrapa al espectador, a poco que este comprenda que no se encuentra en los terrenos de una comedia al uso. Negrísima y muy psicológica.

“Comedia negrísima con el sello de Scorsese”