miércoles, 29 de septiembre de 2010

Generación Cool (Dazed and Confused)

Director: Richard Linklater
Año: 1993 País: EE.UU. Género: Drama/Comedia Puntaje: 7.5/10
Interpretes: Jason London, Joey Lauren Adams, Milla Jovovich, Shawn Andrews, Rory Cochrane, Adam Goldberg, Anthony Rapp, Sasha Jenson, Michelle Burke, Ben Affleck y Matthew McCounaghey

Ambientada en el último día de clases de una secundaria norteamericana a mediados de los 70, esta cinta se centra en un grupo de chicos a punto de saltar a la vida adulta. El tema los aterroriza, fascina y aburre. Pero ninguno de ellos puede evitar una sutil sensación de vacío más allá de las bromas, las fiestas y los coqueteos con el sexo (faltaban años para la aparición del SIDA). Hay muchas películas sobre la pérdida de la inocencia, pero son pocas las que tratan de mostrar qué viene después. Aquí tienes una de las últimas. Pink, Mitch, Jodie son estos amigos que no dudarán en hacer todo lo posible para conseguir lo único que les interesa y parece dar sentido a sus vidas: divertirse. Para ello está dispuesto a todo, aunque luego quizá tengan que arrepentirse. Nunca estrenado comercialmente en Latinoamérica y editado directamente en DVD con el título de “Generación Cool”, es el segundo largometraje de Richard Linklater, figura clave del cine independiente americano, no fue un éxito de taquilla cuando se estrenó en 1993, pero sí una película de culto instantánea. Se trata de una radiografía juvenil de cierta frescura, con una interesante galería de personajes todavía muy actuales y que muestra a las claras cuán superficial puede llegar a ser una vida si carece de asideros sólidos.

Considera actualmente como una cinta de culto, algunos críticos opinan que “Generación Cool” es una versión actualizada y sin acreditar del “American Graffiti” de George Lucas estrenada en 1973, clásico al que no tiene nada que envidiar, la película del responsable de “Antes del Amanecer” no es de culto por insólita, rara o atractivamente imperfecta. El prestigio de “Generación Cool” ha crecido con el paso del tiempo porque se trata de un filme extraordinario, de uno de los retratos generacionales más cuerdos, sagaces y emotivos que ha dado el cine moderno. Interpretada por un carismático grupo de actores, entre ellos unos jovencísimos Ben Affleck, Milla Jovovich y Matthew McCounaghey. Pero, a pesar de su localismo, es facilísimo conectar con ella por lo universal de sus premisas, por la astucia de Linklater para no dejarse encorsetar por el tiempo y el espacio y, sencillamente, porque lo de hacerse mayor y pasar de no entender nada a entenderlo todo (y volver a no entender nada otra vez), sensación que tan bien captura en esta cinta. No por nada la cinta fue escogida por el propio Quentin Tarantino como una de sus favoritas entre el periodo (1992-2007).

Algunos podrían pensar que se trate de otra comedia americana más, pero esto no es así, “Generación Cool” no es “Porky's” (1982) ni “American Pie” (1999). Aquí hay unas leves pinceladas políticas, un par de reflexiones en plan ¿qué somos? y ¿a dónde vamos?, todo para sacar la terrible conclusión de que a) la adolescencia es una puta mierda ó b) la adolescencia es la mejor etapa de la vida. Cada uno elegirá a) o b) según le haya ido en los años posteriores, pero está claro que esto de jóvenes en el último curso del instituto, que se gradúan, el último verano, etc., es un tema muy poderoso en el cine americano, pero en esta visión de Linklater es mucha más profunda y crítica, El título en ingles “Dazed and Confused”, que podríamos traducir como “Aturdido y Confundido”, hace clara referencia al continuo estado de estupefacción en que se la pasan estos jóvenes. Sus mensajes de tardado hippismo, esperanza e ingenuidad quedan cubiertos con un manto de ternura gracias a la distancia irónica que el director de la cinta sabe imponer a la historia y los personajes. Es decir, todo lo que hacen y dicen estos jovenzuelos no hay que tomárselo demasiado en serio, porque ya sabemos lo que vino después, es la ventaja de la visión retrospectiva.

En un guión donde se antepone el diálogo a la acción, Linklater, lúcido retratista de las crisis de edad, pone a la juventud en silenciosa mutación recuerden “Slacker” y el ocio provechoso, describía con naturalidad y sin moralizar el presente de esos jóvenes: su forma de afrontar el futuro, el contraste entre su generación y la de sus padres y lo que suponía ser joven en los Estados Unidos de la época. “Generación Cool” funciona como la crónica velada de un país y un tiempo. Muestra, por ejemplo, cómo era la familia modélica, el sistema educativo, un tipo determinado de consumo de droga y el panorama musical, reforzado por una banda sonora que enlaza con picardía canciones de la época (temas de, entre otros, Bob Dylan, Kiss y The Runaways). No sé el por qué, pero estoy interesado en las películas de adolescentes ¿Será por las constantes drogas ingeridas en todo el metraje? ¿Por la forma de abordar el tema de las fiestas? ¿Por la surrealista fauna de mentes inquietas que aparecen a los largo de la película? ..... No lo sé, pero este tipo de cintas te llevan a un mundo muy complejo, pero atractivo en su visionado.

Como dije anteriormente la cinta es algo más que la típica película de adolescentes, mucho más creíble y real que la mayoría, con los personajes menos segregados y estereotipados que de costumbre aunque aparezcan inevitablemente los distintos roles, es decir, los jugadores del equipo de futbol, los freaks, el lorna de turno, las animadoras... Pero a diferencia de en otras películas aquí todos se mezclan y se comportan de forma mucho más natural, la etiqueta no hace el personaje, si no que simplemente es un trazo más dentro de la personalidad de cada uno de ellos, lo que dota a la película de una frescura y naturalidad francamente inusual. Otro gran acierto de la película es como consigue que todo el mundo pueda verse reflejado en alguno de los personajes y como muestra, que a pesar de las modas y tendencias, los roles permanecen con el paso de los años, que nada es tan distinto en el fondo y que sólo cambia la fachada, no deja de ser curioso como mientras te sorprendes de sus prendas y forma de vestir, en el fondo no puedas evitar asociar cada personaje, de una manera bastante acertada a alguien conocido o incluso a uno mismo. Vale la pena verla.

"Una mirada profunda a la juventud"

domingo, 26 de septiembre de 2010

El Último Vals

Director: Martin Scorsese
Año: 1978 País: EE.UU. Género: Documental/Musical Puntaje: 09/10
Interpretes: Robbie Robertson, Rick Danko, Garth Hudson, Richard Manuel, Levon Helm, Bob Dylan, Van Morrison, Neil Young, Joni Mitchell, Neil Diamond, Eric Clapton, Paul Butterfield, Dr. John, Lawrence Ferlinghetti, Emmylou Harris, Ronnie Hawkins, Ringo Starr y Ron Wood

En 1976, todavía enfrascado en la compleja postproducción de una de sus películas más ambiciosas “New York, New York”, Martin Scorsese recibe una propuesta que no puede rechazar: filmar el concierto de despedida de una de las bandas de rock más aclamadas de los años sesenta y setenta, los “The Band”, que desde 1964 había estado formada, en su composición definitiva, por los canadienses Rick Danko (bajo, contrabajo, violín, voces), Garth Hudson (teclados y saxofón), Richard Manuel (piano, batería y voces), Robbie Robertson (guitarra y voces) y el norteamericano Levon Helm (batería, mandolina, guitarra y voces). Después de muchos conciertos y muchos kilómetros de carretera, la banda se despedía para siempre el día de Acción de Gracias, concretamente el 25 de noviembre de 1976, en el “Winterland Arena” de San Francisco. Y Martin Scorsese estuvo allí con siete cámaras simultáneas para dejar constancia. Scorsese en ese momento ya era un director de prestigio, venía de haber dirigido 6 filmes (entre ellos “Taxi Driver”) que lo habían convertido en uno de los directores más interesantes y prometedores del momento.

Y como no podía ser menos, en un filme documental sobre algo que amaba y conocía, el talento de Scorsese vuelve a brillar, él no quería realizar un simple documental sobre una de las bandas más influyentes del panorama rock americano, como buen cineasta, pretendía algo más. Si lo que pretendía era testimoniar una época, un estilo de hacer música, transmitirnos su amor hacia esa forma de “vida” y hacernos partícipes de ello, creo que lo consigue. A través “El Último Vals” se nos transite diversión, se nos transmite amor por el rock y se nos muestra a nuestros “héroes” rockeros como seres sencillos y humanos, que disfrutan haciendo su música y que saben cuando ha llegado el momento de bajarse del coche. El rockero no es en este caso un ser superior al que hay que mostrar con planos picados para aumentar sus “dimensiones”, aquí el “artista” se nos muestra en primer plano, y el espectador es el que decide que le transmiten esos primeros planos. Interesa el artista, pero interesa la persona, interesa ver la sonrisa de Robbie Robertson, interesa ver los gestos de Bod Dylan cuando en el pasaje final del show se incorpora al escenario y sin grandes aspavientos sonríe a sus excompañeros y comienza a rockear.

Porque para estos músicos, y para los muchos amigos que forman parte de esta despedida (nada menos que Ronnie Hawkins, Dr. John, The Staples, Neil Diamond, Joni Mitchell, Paul Butterfield, Muddy Waters, Eric Clapton, Emmylou Harris, Van Morrison, Neil Young, Bob Dylan, Ringo Starr y Ron Wood), la música es la única forma de vida posible, y la carretera el alimento que da energía a esa música. Por eso en aquel momento, en el que la carretera y los conciertos habían sido exprimidos de forma creativa hasta el fondo, la banda tenía que despedirse. Era una salida digna, para no agotarse y seguir haciendo música de manera mecánica, o peor aún, para no sucumbir a esa forma de vida como lo hicieron Janis Joplin o Jimi Hendrix. Como es habitual en él, Scorsese se identifica con estos artistas, pero no comparte del todo su punto de vista, se obliga a un auto-distanciamiento sin el cual la película no habría quedado tan poderosamente nostálgica, pues permite que los músicos de la banda sean los que expresen, quizá sin saberlo, su propia indefinición vital. Este maravilloso documental es una oda a la buena música, un canto al entendimiento entre la cultura blanca y la negra a través de la canción y un precioso homenaje a toda una generación de talentos que aún hoy esperan sucesor.

Narrativa y estilísticamente, el documento se divide en tres niveles perfectamente diferenciados. Las entrevistas, la actuación en directo (en la que los asistentes apenas se ven), y los números en estudio. De forma muy astuta y muy elaborada, Scorsese alcanza una representación vivísima de la forma en que cada uno de los integrantes de la banda, y muchos de sus invitados musicales, viven y experimentan esa vida, de lo que fue para ellos formar la banda y conocer a otros artistas por los que sentían afinidad y admiración, y también de lo que es empezar de nuevo sin la banda. En el concierto, cuya dirección artística corre a cargo de Boris Leven, quien ya habia diseñado los decorados de “New York, New York”, se levantan unos cicloramas procedentes de La Traviata. Pero en lo visual, al menos en lo concerniente a la luz, parece francamente mejorable, pero estos problemas de imagen dotan al concierto de una mayor inmediatez, de un mayor realismo. Con sus siete cámaras, Scorsese rechaza cualquier búsqueda de perfección formal, y alcanza momentos irrepetibles de documento musical, sin aburrir jamás, encontrando siempre el plano adecuado para cada riff, para cada gesto y cada nota de inflexión. Cine hecho música.

Martin Scorsese vive la música tanto como puede vivir el cine. De hecho es famosa la anécdota que contaba Robbie Robertson sobre el hecho de que él, un guitarrista obsesionado con oír música a todas horas, tuvo que pedirle “por favor” a Scorsese, después de varios días de juergas en casas de amigos, que bajara un poco el volumen. Dicen que Scorsese posee una casa con numerosas pantallas y monitores, y hay días que pone varias películas al mismo tiempo. Pero también dicen que su vasta cultura musical se manifiesta a todas horas, y que es imposible viajar con él en coche o estar en su residencia sin oir música a todo volumen, de sus grupos favoritos. Sólo un tipo con semejante pasión musical podía filmar algo tan hermoso y melancólico, tan inolvidable, como “El Último Vals”. Una cosa está clara. Cuando Scorsese conoce a un artista, sea actor, director, guionista, montador o músico, por el que sienta afinidad y con el que establezca complicidad, sabe mantener esa amistad por muchos años e incluso forja una alianza profesional duradera. Si ya le había pasado con Robert De Niro o Paul Schrader, ahora le pasaría con Robbie Robertson, verdadero líder de “The Band”, quien escribiría algunas importantes canciones de futuras películas del director.

Se trata de un filme nostálgico pero también de reconocimiento a unas personas que o bien mucho nos engañaron, o bien amaban lo que hacían, y eso a los que realmente nos gusta el rock es lo que más nos interesa. Una generación que creía en la contracultura o cuando menos en otra cultura, una cultura popular, de una época, el rock and roll. Como nos recuerda Robbie Robertson, muchos habían quedado por el camino, y quizás después de 16 años de giras, de música, de carretera y de excesos, lo mejor era dejarlo ahí. Obra incontestablemente mayor de su director, de obligado visionado tanto para los amantes del cine de Scorsese, como para los melómanos y los mitómanos de toda condición. Cine libre, hermoso, vivificador. Cine hecho vida y música. Con este documental, Scorsese cierra década, al menos en cuanto a largometrajes, una década azarosa y llena de complicaciones vitales y personales, que se acrecentará antes de 1980, pues llega una etapa terrible para él, en lo tocante a lo creativo y a la salud. Pero de eso hablaremos en otro capítulo, porque esta época tremenda tiene mucho que ver con su siguiente largo, “Toro Salvaje”, el cual no habría sido posible, creo, si el cineasta italoamericano no hubiera sufrido la peor época de toda su vida.

“Cine hecho vida y música”

miércoles, 22 de septiembre de 2010

Tokyo Godfathers

Director: Satoshi Kon
Año: 2003 País: Japón Género: Animación/ Drama Puntaje: 09/10
Productora: Mad House Ltd.

Tras debutar con un thriller nervioso y violento “Perfect Blue”, Satoshi Kon dijo que necesitaba un respiro, una historia menos asfixiante, y el resultado fue su película más romántica “Millennium Actress”, después de esta llegaría “Tokyo Godfathers”, la cinta más atípica de su corta filmografía. La cinta narra la historia de Gin, Hana y Miyuki, los tres miembros de una peculiar “familia”. Gin (un personaje muy similar al Genya de “Millenniumn Actress”), es un borracho de unos cincuenta años que asegura haber perdido todo por una mala apuesta; Hana es un homosexual travestido, de la misma edad, huérfano y sin hogar; por su parte, Miyuki es una chica joven que escapó de casa y no desea saber nada de sus padres. La víspera de Navidad, mientras buscan algo útil entre un montón de basura, encuentran a una niña recién nacida. Gin y Miyuki mantienen que deberían llevarla a la policía, tanto por la gravedad del asunto como porque es posible que los padres se arrepientan y quieran recuperarla, pero Hana no está de acuerdo; su opinión es que se trata de un regalo de Dios, así que deben quedársela. Sin perder un segundo, bautiza a la recién nacida como Kiyoko (“niña pura”).

Como explica en una escena, arrodillada en la nieve de la ciudad que los ha abandonado, Hana creció sin padres y no quiere que a Kiyoko le ocurra lo mismo, quiere darle todo el amor que se merece, protegerla y que se sienta querida. Pero finalmente sus otros acompañantes consiguen convencerla con un plan alternativo: buscar a la madre de la niña, conocer sus circunstancias y quizá devolvérsela. Para empezar, tienen una llave que se encontraba en el mismo cesto del bebé (en “Millennium Actress” también se usaba una llave para iniciar el relato de descubrimientos de la protagonista), con la que abren una taquilla. Allí encuentran, entre otras cosas, una foto de los padres de Kiyoko y unas tarjetas de un club nocturno. Comienza así la odisea de estos tres particulares héroes, que deben resolver el misterio de la familia de la niña, mientras soportan y tratan de superar sus propios dramas personales.Aunque en “Tokyo Godfathers” no hay esa intrincada confusión entre verdad y ficción que caracterizan los otros trabajos de Satoshi Kon, sí que hay un conflicto entre dos realidades, un deseo por parte de los protagonistas de aferrarse a una agradable existencia que los aleja de otra que quieren olvidar. Que el camino elegido sea la calle, sin tener nada, vivir entre los escombros de la sociedad, da una idea de lo mal que se sienten, de la culpa que llevan dentro.

El descubrimiento del bebé (que a diferencia de ellos sí ha sido realmente abandonado, o eso parece en un principio), les obliga a realizar un viaje que les llevará a repasar sus propias historias, sus propias vergüenzas y verdades, a enfrentarse a ese doloroso pasado del que han intentado escapar. Pero al que deberán volver, pues su mayor deseo es recuperar el amor que abandonaron, y del que no se sienten (aún) dignos. La resolución de los diferentes enigmas (como en el resto de la obra de Kon) hace avanzar a “Tokyo Godfathers”, un relato de decepciones, de tristeza, de alegría, de amor, de esperanza, un cuento navideño clásico con todos sus ingredientes; la redención, los buenos sentimientos, el paisaje nevado, el canto a la familia y la amistad verdadera, y una ración de magia, habitual en este tipo de historias y perfectamente integrada por los guionistas, con un gran sentido del humor. Se muestran muy inspirados incluyendo bromas y situaciones hilarantes a lo largo de todo el filme, sin duda el más divertido de los que dirigió Kon, siendo también uno de los más bellos (el trabajo de los animadores es extraordinario).

Suele ser muy difícil tratar ciertos temas en el cine con el propósito de que el producto llame a la gente, se venda con facilidad. Y más si el tema en cuestión es el de la exclusión social. Satoshi Kon lo consigue con bastantes "ganchos" por así decirlo. Para empezar nos encontramos con una película de animación, concretamente anime, que ya de por sí suele atraer a un amplio sector de espectadores. Pero además nos encontramos con una técnica de animación muy cuidada, con buena definición de movimientos y con una fotografía muy acertada para cada momento, bien sea para impresionar, bien sea para meterte de lleno en la escena que se esté contemplando en un determinado momento. Por otro lado, se nos presenta una historia en la que la vida de cada personaje protagonista es un verdadero drama. Sin embargo, la historia se trata con ternura y unos toques de humor apropiados, pero que no deja de ser un buen bálsamo sobre todo para quien no supiera qué película iba a ver o creyera que se encontraría con cualquier otra cosa. Lo que es la historia en sí trata el tema con relativa superficialidad (es decir, no ahonda en causas ni contextualiza tanto como yo le pediría), pero resultando ser una buena aproximación y una muy buena ventana hacia las relaciones más nobles (y algunas no tanto) entre las personas, y más concretamente entre los excluidos por la sociedad de la minoría.

Cada uno de los personajes está fabulosamente perfilado, una de las muchas señas de identidad del director nipón, siendo fácil simpatizar con cada uno de ellos, pero la galería de secundarios es bastante buena, si bien casi todo se centra en estos tres personajes y su bebé. Durante los 90 minutos que dura la película, descubrimos el pasado de cada uno de ellos, volvemos a vivir sus dramas, nos emocionamos cuando ellos también lo hacen; Kon convierte esta historia en algo cercano, dramático pero sin caer en el sentimentalismo, y para ello le aporta un toque cómico, de humor casi negro, realmente sobresaliente. La música de Keiichi Suzuki y los Moonriders acompaña estupendamente el desarrollo de la acción, que a veces se dispara de forma vertiginosa, como en el maravilloso tramo final, demostrando una vez más que el cineasta japonés era un genio manejando el ritmo de sus narraciones. No es una película perfecta, pero emociona, hace reír y te reconcilia con la raza humana, y eso no es nada común. Es cierto que esta película no trata de paralelismos entre dos mundos, consciente y subconsciente, sino que es un cuento de Navidad de trama sencilla. Pero por otro lado, la forma de retratar las miserias humanas, de adentrarse en la psicología de los personajes e incluso de caracterizarlos por medio del dibujo me ha recordado en todo momento a sus otras obras.

Dicho esto, y hablando ya de "Tokyo Godfathers" en concreto, lo primero que hay que destacar es que no es una película para niños, ya que contiene escenas duras y trágicas, cualquiera que conozca mínimamente a Satoshi Kon debe de haberse dado cuenta de que su cine suele ser surrealista a más no poder. Yo, habiendo visto ya toda su filmografía, he visto en esta película un cambio muy notable. ¿A mal? En absoluto, ni a mal ni a bien. Es un cambio, ya que se trata de un cuento de navidad, un poco adulto, entretenidísimo y entrañable. Se trata de una historia llena de sentimiento, ilusión y esperanza. Esta cinta es Otra joyita más de uno de los mayores talentos de la animación japonesa. Hablamos de una fábula adulta sobre la necesidad de amar y la importancia de la familia. La trama atenta contra cualquier atisbo de verosimilitud aludiendo a un juego de encuentros y desencuentros tan improbables como determinantes para conseguir un posterior, desenlace, eso sí, en una escena que rebosa magia en cada plano, “Tokyo Godfathers” se confirma como una bonita foto familiar lumpen y extravagante, muy capaz de unir el universo de la infancia con el de la indigencia y los "desperdicios" sociales sin caer (casi) nunca en sentimentalismos baratos. Imperdible.

"Enternecedora de principio a fin"

domingo, 19 de septiembre de 2010

Memento

Director: Christopher Nolan
Año: 2000 País: EE.UU. Género: Thriller Puntaje: 09/10
Interpretes: Guy Pearce, Carrie-Anne Moss, Joe Pantoliano, Mark Boone Junior, Stephen Tobolowsky y Harriet Sansom Harris

Leonard “Lenny” (Guy Pearce) es un investigador de seguros que sufre una extraña deficiencia de la memoria que le hace olvidar lo ocurrido hace escasos momentos a la vez que recuerda perfectamente toda su vida anterior a la violación y asesinato de su mujer, acto a cuya venganza dedica toda su existencia. Sin embargo, su peculiar amnesia provoca que su investigación se desarrolle ardua y extrañamente complicada, intentando reconstruir a cada paso su propia evolución, fotos y tatuajes en su cuerpo son la guía que le mantienen en el camino. "Memento" se convirtió en una obra de culto. Motivos no le faltan; su ingenioso y curiosísimo desarrollo, su envolvente puesta en escena y la propia e intrigante trama hacen de este filme un brillante ejercicio de disección de memoria, tanto del protagonista, como del espectador. Una inteligente película que engancha y sorprende, que juega con el tiempo sin descuidar su atmósfera. Varios puntos inconexos como una llamada telefónica, un asesinato y un hombre que sufre una pérdida de la memoria reciente, forman este cóctel en el que nada es lo que parece.

Si alguien viniera y me demostrara que lo que hicieron los hermanos Nolan en el guión de "Memento" ya se había hecho antes, le restaría por lo menos un punto a esta humilde crítica. Pero creo que no. No tengo referencias de que nunca antes en la Historia del cine, una película se haya contado hacia atrás. Siempre ha habido flashbacks, como recursos puntuales, pero creo que nunca una película entera sistemáticamente narrada en orden inverso, o mejor dicho, con dos líneas temporales diferentes que acaban por unirse en un punto. Con un argumento así, cualquiera se puede imaginar el desarrollo de la película: conocerá a alguna chica que le ayude, dará con el tipo y lo matara. Pero no. La primera secuencia es la muerte del hombre. Y fragmento a fragmento, como trozos de memoria que vamos encajando en un puzzle, vamos retrocediendo en el tiempo, buscando la explicación a una muerte violenta. No sólo eso: es difícil comprender una escena hasta que no ves la siguiente (que es, cronológicamente, la anterior). La cinta nos atrapa en su diabólico juego de engaños y ambiciones cruzadas. Tanto es así que la película a veces es demasiado exigente con la atención y la inteligencia del espectador y llega a apabullarle y aturdirle. Sin embargo, la construcción de los hechos es matemáticamente perfecta.

Tiene de todo. Para empezar una brillante secuencia inicial hacia atrás que nos enseña cómo va a ser la película, en los primeros minutos de la cinta te encuentras perdido, pero cuando te acostumbras notas que las escenas que están en blanco y negro son las únicas que van hacia delante y en algún momento de la película se cruzará con lo que estás viendo. La narración es totalmente original. Bueno. El guión es muy sólido y realmente llegas a sentirte en la piel del protagonista, ya que cuando empieza una escena no sabes ni de donde bienes ni hacia donde vas, como le ocurre a todo el mundo. Y seguidamente, 10 minutos después te enteras, y aunque, durante el final de la película sabes que te va a ocurrir eso (lo de saber que el principio que habías visto antes es el final de lo que vas a ver ahora) te sorprende igualmente. Uno se imagina vivir como Lenny y no puede. Es algo casi imposible. No es solo que no recuerdes lo que has hecho sino que no sabes qué te está motivando el que hagas lo que estas haciendo. Muchos desearíamos olvidar malos recuerdos, pero en su caso es muy distinto. A veces tenemos que acordarnos de los malos recuerdos para enfrentarnos a lo malo que se nos avecina.

Por otra parte muchas opiniones defienden que si se contara de forma lineal no valdría mucho la historia, pero ¿valdría “El Sexto Sentido” al revés? Tampoco, como toda película con sorpresa, ya que el final sorpresa lo sabríamos al principio y perdería interés (es un ejemplo simple pero práctico). En esta película pasa lo mismo, nos cuentan una historia en la que la sorpresa está en las causas, no en los efectos. La “tarea” del protagonista surge de la manipulación, pero nosotros no lo sabemos. Si cuentan eso al principio no habría final (principio) sorpresa. A ella se suman una serie de temas sobre los que los personajes van reflexionando: el funcionamiento de la memoria, la fragilidad de los recuerdos, las posibilidades de la autosugestión, la importancia de los hechos y incluso la sustancia propia del hecho narrativo (cuando Catherine está leyendo su libro favorito por enésima vez, Leonard comenta "Creía que el placer de leer un libro radicaba en no saber el final"). A todo esto hay que sumarle hay fotografía hermosa y un inteligentísimo montaje en el que hay espacio para pequeños fotogramas de esos que no descubrirás la primera vez que veas la película, pero que aportan pistas o detalles en posteriores visionados. Christopher Nolan ha demostrado con esta cinta ser un director y guionista versátil e inteligente que desde sus comienzos se ha ganado el respeto de millones de espectadores con su gran puesta en escena, siendo capaz incluso de revivir a un “Batman” enterrado por Joel Schumacher.

"Memento" demuestra que una buena película tiene que derivar esencialmente del talento para la creación de una historia y personajes interesantes y de una exposición cinematográfica que conexione su forma con el fondo, evitando la explotación excesiva y onanista de los efectos especiales, utilizados como fin y no como medio. Me queda por decir que las actuaciones son buenas, Guy Pearce hace el papel de su vida, Carrie-Anne Moss esta formidable y los otros personajes están excelentemente marcados, ya sea por sus pensamientos, por su pasado o por su forma de ser. Pobre Lenny, todo el mundo se aprovecha de él y se marca un objetivo imposible, ya que nadie mató a su mujer (según esa escena), además olvidaría todo lo que haya hecho. Pero..... ¿Eso de igual con tal de ser felices con nosotros mismos? ¿Da igual que sea verdad o mentira mientras nos lo creamos? Cada uno tiene su respuesta. Esta película me hizo pensar. También cabe destacar unas escenas geniales, como cuando se encuentra corriendo y no sabe porqué y cuando se ve en el baño con una botella y no se encuentra borracho. La primera vez con “Memento” es una aventura, y hay que afrontarla con valentía y dejarse llevar. Hoy puedo decir que para mí se trata de una pequeña joya del cine moderno de uno de los directores más interesantes del panorama actual.

Es la segunda película de Christopher Nolan después de la notable "Following", y la verdad es que hace un trabajo muy interesante, aunque la sensación que da es que empieza a ser devorado por la industria y por su propio éxito, ya que después rodó "Insomnio", una película que se deja ver pero muy inferior a esta y en "Batman Inicia" no termina de despegar a pesar del especial atractivo de la cinta. "Memento" es una buena película que supuso en su día algo muy parecido a "Seven", y que sin lugar a dudas se celebra ese tipo de cinta, que actualmente ya es catalogada como un filme de culto. En resumidas cuentas es una obra perfecta y rompedora, con la estructura argumental más original que he podido ver hasta la fecha. Pese a estar completamente desordenada no deja ningún cabo suelto, y consigue mantener el interés hasta el final. Es recomendable verla varias veces para terminar de componer el complejo puzzle y saborearla como se merece. Resulta increíble que pasado 10 años esta obra de culto grabada en tan solo 25 días, siga resultando innovadora, fascinante, original, brillante, efectiva y por si todo esto fuese poco entretenida sin decaer el interés en ningún momento.

“Una grandioso thriller, con un guión diabólico”

miércoles, 15 de septiembre de 2010

Barry Lyndon

Director: Stanley Kubrick
Año: 1975 País: Inglaterra Género: Drama/Histórico Puntaje: 09/10
Interpretes: Ryan O'Neal, Marisa Berenson, Patrick Magee, Hardy Kruger, Steven Berkoff, Gay Hamilton, Mary Kean, Diana Loerner, Murray Melvin y Frank Middlemass

Siglo XVIII. Redmon Barry (Ryan O’Neal) es un irlandés enamorado de su prima Nora (Gay Hamilton), la cual, le abandona por el poderoso capitán Quinn (Leonard Rossiter) a raíz de los celos del primero. Barry se bate con Quinn y éste queda muerto, por lo cual, tiene que huir dejando a su madre y sus raíces. En su camino de huída, Redmon Barry pasará por formar parte del ejército inglés, por enamorarse con una holandesa, por formar parte de ejército prusiano y por ser ayudante de un buen austríaco y tramposo jugador de cartas. Todo esto antes de casarse con la condesa de Lyndon (Marisa Berenson), cuyo hijo llega a odiar profundamente a Barry (que pasará a llamarse Barry Lyndon), lo cual creará, junto con su codicia, inimaginables y serios problemas en la vida de Barry y de su familia. Después de su eterno proyecto inconcluso (la vida de Napoleón), Kubrick se decide por una película del mismo estilo y época. Ese fue el germen e inspirado en obras pictóricas del mismo período devino en la gran Barry Lyndon. Realizada en Inglaterra, Irlanda y Alemania, fue el mayor fracaso económico de cualquiera de sus películas, debido a las críticas negativas que suscitó en su momento. Incomprendida en su momento como casi todas las del realizador, que luego de diez años, se convierten automáticamente en clásicos.

Basado en una novela de William Thackeray, Kubrick trasladó en su guión una de sus más aceradas miradas desesperanzadas sobre el ser humano, de entre las que caracterizaron el conjunto de su obra. La película se divide en dos partes. La primera de ellas presenta la escalada de su ascenso social, caracterizado por la capacidad de ironía y al mismo tiempo una belleza visual más acentuada en su predominio de exteriores. Por su parte, y tras un breve interludio, se desarrollará la segunda parte, que parte desde el ascenso social alcanzado por Barry Lyndon (ya ha modificado su nombre original de Redmond Barry al casarse con la acaudalada Lady Lyndon). En esta segunda mitad se nos mostrarán igualmente los primeros indicios de decadencia en su fortuna no solo material, sino incluso social. Barry se ha convertido en un arribista sin escrúpulos; engaña a su mujer sin el menor recato, está totalmente enfrentado a su hijastro, y malgasta constantemente los fondos de la fortuna familiar. Una situación que será precisamente ese hijastro el que empiece a combatirla, desafiando a duelo a Lyndon. Pero antes incluso de todo ello, se producirá en el seno de la familia una novedad lo suficientemente importante como para permitir una esperanza en nuestro protagonista; el nacimiento de su hijo, a quien Barry demostrará verdadera adoración, y cuya muerte en un accidente de caballo, sumirá a este en una total desesperación.

Será en esos momentos cuando Lord Bullington (su hijastro), retorne a la mansión de los Lyndon, y desafiará a Barry a duelo, que se desarrollará en una secuencia que puede calificarse sin temor a equivocarnos, entre las más memorables de su cine. Dentro de la asombrosa belleza formal que presenta “Barry Lyndon”, creo que solo se le pueden objetar elementos que en algunos momentos chirrían dentro de un conjunto tan medido y pensado. Me estoy refiriendo a la debilidad de algunos de los zooms que en ocasiones hacen acto de presencia, o la planificación nerviosa y equivocada que se plasma cuando a Lady Lyndon le sobreviene un ataque mental. Algo de ello sucede también en la secuencia en la que Lord Bullington se pelea con Barry Lyndon, planificada de forma totalmente vulgar. Pero, en definitiva, una de las grandes virtudes de este magnífico film estriba en haber logrado plasmar un retrato que parte de la inocencia y la búsqueda del amor, y en cuyo rechazo comprende que tiene que integrarse como sea en las clases sociales superiores. Una lucha de clases que, entre los que se encuentran en los peldaños superiores, no hacen más que cerrar las puertas a aquellos que desean introducirse en ellas. En este caso, Redmond Barry, que es noble en su personalidad y atractivo. Serían precisamente esas cualidades las que le lleven a alcanzar sus objetivos, siempre como si fuera un “prestado” en el conjunto de unas clases aristocráticas totalmente reacias a integrar en su seno jóvenes advenedizos de clases humildes.

Kubrick no quiere que lo interesante sea el arribista de espíritu limitado sino el universo que cruzará en su indecorosa ascensión y lastimosa caída: los países europeos, sus correspondientes sociedades, sus cortes y guerras, sus códigos y tabúes, sus palacios, posadas, vestimentas y carruajes, todo lo que como una amplia totalidad el cineasta recrea con delicadeza y refinamiento de insólita profundidad. Como en los interiores iluminados sólo por velas, por ejemplo, Kubrick está ganando nuevos territorios para el cine, y ahí es donde quiere mantener la atención emocionada del espectador, no sólo en la trayectoria lineal de Barry: en la unidad cinematográfica con que se integran música, fotografía y narración, tan completamente como en pocas obras, o acaso ninguna. Parece difícil perfeccionar la forma en que toma Kubrick la pintura como una herramienta, y le insufla vida, dotando de espacio y movimiento a las personas, arquitectura, mobiliario y ropajes de ese cosmos…Por eso la elección de O’Neil es acertada (vale para no-héroe), y la de Marisa Berenson también, como condesa mancillada por el advenedizo. Pocos directores pueden presumir de tener una filmografía tan aplaudida por cinéfilos como Stanley Kubrick. Este genio, vanguardista en demasiadas cosas, me ha regalado muchas horas de felicidad. Maniático y perfeccionista, es una combinación que bien puede definirle y que seguro otorgaba más de un dolor de cabeza a todo aquel con quien colaboraba. Pero gracias a esta minuciosidad con que trabajaba, hemos podido admirar películas como esta.

El realizador cuida con atención el estilo visual y sonoro del filme, en busca de la perfección de las formas. Crea imágenes inspiradas en telas de la época, de Watteau, Gainsborough, Hogarth, Reynolds, Charlin, Stubbs y otros. Trabaja con rigor el vestuario y la reconstrucción de batallas. Se sirve de escenarios reales que corresponden a los lugares y al tiempo de la acción. Selecciona composiciones de música barroca, clásica y tradicional irlandesa, para la creación de una banda sonora sugerente y de gran belleza. Ordena la orquestación de las mismas para obtener efectos de grandeza y solemnidad. En aras del realismo hace uso de iluminaciones nocturnas con luz de velas, como las de la época. El experimento es innovador: se emplea por primera vez en cine. La narración está salpicada de lances de humor agridulce. Se sirve de un narrador, que introduce y explica la acción. La música, adaptada y dirigida por Leonard Rosenman, ofrece composiciones de Bach, Vivaldi, Schubert, Paisiello ("El barbero de Sevilla") y Mozart. El tema de amor está tomado de una melodía tradicional irlandesa y el tema central, de una sarabanda de Haendel, que evoca la fatalidad y el destino. La fotografía, de John Alcott ("La Naranja Mecánica"), se sirve de la cámara subjetiva, "zooms" de alejamiento que amplían el campo de visión, encuadres de detalle y un cromatismo vibrante. Se apoya en una buena coreografía y en la singularidad de las localizaciones.

“Barry Lyndon” fue un fracaso de público y crítica, porque no se parecía a otras películas históricas. En lugar de frases grandiosas se encontraba en ella recogimiento, intimismo; ni siquiera las escenas de guerra dan "espectáculo". La crítica habló de "Tres horas de cuadros", de que en vez de recrear el pasado "lo embalsamaba"... La gran paradoja de este tratamiento estático, pausado, como debía ser la vida de entonces, es que consigue presentarnos un siglo XVIII vivo, próximo, algo que nunca ha vuelto a ocurrir en películas ambientadas en esa época, y donde encontramos que la gente de entonces era como nosotros, su sociedad era muy similar a la nuestra pese a no haber ocurrido aún la Revolución Francesa. Una sociedad racional, perfectamente ordenada, donde los personajes, atrapados por las convenciones, se mueven como ordenadas piezas del ajedrez. La cinta fue nominada a 7 Oscar, de las cuales gano 4 (Dirección Artística, Fotografía, Vestuario y Banda Sonora). A pesar del fracaso Kubrick consiguió lo que se propuso: Que a los 45 años de edad se convirtiera en un genio del séptimo arte.

"Admirable y emotiva, hermosa y triste"

domingo, 12 de septiembre de 2010

Ocho y Medio

Director: Federico Fellini
Año: 1963 País: Italia Género: Drama Puntaje: 10/10
Interpretes: Marcello Mastroianni, Claudia Cardinale, Anouk Aimée, Sandra Milo, Rossella Falk, Barbara Steele, Mario Pisu, Guido Alberti, Madeleine LeBeau, Caterina Boratto, Annibale Ninchi y Giuditta Rissone

Guido Anselmi (un maravilloso Marcello Mastroanni) es un director de cine, tratando de planear su próxima película después de un éxito rotundo. Mientras piensa, comienza a recordar sucesos importantes en su vida, y todas las mujeres a las que ha amado y dejado. Aunque su título original iba a ser "La Bella Confusión" Fellini lo dejó simplemente en "Ocho y Medio" simplemente porque esta película según el propio cineasta por que era su película número 8 y medio en su filmografía, contando con que su anterior obra, "Bocaccio 70" era solo una colaboración. “Ocho y Medio” es probablemente la película más famosa del fallecido director italiano Federico Fellini, que dedicó su prolífica carrera de más de cincuenta años a encontrar el equilibrio entre el neorrealismo italiano, la corriente estética que dominó el panorama cinematográfico del país transalpino tras la II Guerra Mundial, y la búsqueda de un estilo más personal que le permitiera definirse como individuo. En “Ocho y medio”, Fellini se rodea de nuevo con su equipo de confianza con Marcello Mastroianni a la cabeza. El intérprete italiano protagonizó algunas de las más memorables cintas neorrealistas de la posguerra, convirtiéndose en uno de los estandartes de su época.

Este es su filme más personal y uno de los que tiene mayor carga autobiográfica. Es la historia de un filme que se construye y se desconstruye; un filme que se rehace de manera continua ante la mirada del espectador desconcertado. Se va siguiendo el trazo de los deseos, los sueños, las obsesiones y los recuerdos que alberga la mente del cineasta, en este caso Fellini encarnado por Marcello Mastroanni, su alter ego. Es el cineasta que se rehúsa a dejar escapar ninguno de los elementos que sea capaz de dar coherencia a su obra. Es el realizador que está conciente al cien por ciento de sus manías y de sus limitaciones. Y el cómo, cada obra para alcanzar a ser grande necesita estar presidida por un esfuerzo personal de autocrítica. Además Fellini con gran maestría, incorpora al universo creativo del cineasta, a una figura que suele ser su antagonista, el crítico, quien lo acosará de modo continuo e incansable. “Ocho y Medio” es una cinta laberíntica, que no es fácil de comprender, pero que al mismo tiempo, posee un magnetismo que la torna fascinante: se nos habla de la imposibilidad de crear el filme perfecto, aunque el creador pretenda ser el centro de su obra, o en su defecto la obra de arte que se ocupa de auto criticarse y se erige como especie de producto de la magia o la alquimia.

La confesión de impotencia se deja sentir a lo largo del metraje de este filme, a pesar del desbordamiento del cineasta en sus diversas personalidades, a modo de que fuera una especie de inescrutable caja de Pandora. “Ocho y Medio” es asimismo un canto a la libertad, Fellini, sin cortapisas se deja llevar por el fluir de su imaginación inagotable, y permite que afloren algunos recuerdos de su infancia y adolescencia, así como sus obsesiones más recurrentes, no le importa para el, sacrificar la estructura, el ritmo, la progresión dramática o incluso la psicología que conforman a sus diversos personajes. Fellini se abre de capa y espada, se desnuda ante el espectador, es su subconsciente el que se encuentra plasmado en la cascada de imágenes que va presentando, basta con recordar la secuencia inicial, el embotellamiento de tránsito, al que sigue el enclaustramiento, la asfixia, el abandono del cuerpo material. Con “Ocho y Medio”, Federico Fellini legó al cine, una obra maestra, una película acerca de la osadía de filmar, al tiempo que el profundo placer que ello implica. Asimismo es la historia de una obsesión por las imágenes que se entretejen, y que a partir de ello, pueden crear más de un nuevo mundo.

El filme inicia la segunda etapa de la filmografía de Fellini, caracterizada por su complejidad y barroquismo. Guido mezcla en su mente imágenes del pasado, del presente y de un futuro brumoso. Le rodean el guionista, el productor, el equipo de producción, las mujeres a las que ha amado, amigos, conocidos, huéspedes del hotel donde esta alojado, usuarios del balneario, etc. Se sumerge en sus recuerdos, sueños y alucinaciones, y pasa revista a sus inseguridades, emociones, deseos y ambiciones. Mezcla realidad y fantasía, delirios y recuerdos, experiencias y sueños. El protagonista, paralizado por la angustia que siente antes de iniciar la nueva obra, reflexiona sobre lo que es el cine; el proceso de creación artística; el papel de la imaginación y la fantasía en la vida del creador; la angustia como motivo de análisis artístico; el sentido de la vida y la muerte; el hecho religioso, etc. Para acceder al mundo mágico dispone de la palabra clave: "asa nisi masa", que contiene "anima" (alma). Guido es la trasposición. De acuerdo con sus constantes personales, el realizador establece una tipología de las mujeres que pueblan el relato. Carla (Milo) es la amante maternal, Luisa (Aimée) la esposa independiente y frustrada, Claudia (Cardinale) la mujer ideal, Saraghina (Gale) la mujer grotesca. Un número elevado de religiosos y religiosas, con hábitos de los primeros años de los sesenta, ocupan las escenas. Incluye referencias cultas (Proust, Joyce, Pirandello) y cinéfilas (Bergman). Salpica la cinta de toques de humor.

Resulta evidente la evolución de Federico Fellini desde un cine de connotaciones sociales, heredero del más crudo neorrealismo, hacia propuestas más intimistas. Sin abandonar su crítica social, ya en su anterior “La Dolce Vita”, se podía intuir al propio director incluido en la vida licenciosa de sus protagonistas. Pero el cine de Fellini se acabará debatiendo entre el crudo realismo, y un lirismo interior que con un lenguaje opuesto al anterior, se acercará al cine de autor, personal y complejo, tan en boga en la década de los sesenta, quizás como natural contrapunto al prosaico realismo crítico de posguerra. Como primer ensayo en este sentido Fellini rueda “Ocho y Medio”, una reflexión sobre la creación artística, vista desde la propia mirada del director. Así pues, mientras en otras obras podemos buscar en sus personajes referentes universales, bien históricos, sociales, sentimentales, “Ocho y Medio” es cine (cine dentro del cine), y solo desde el punto de vista particular del autor. Ya en las primeras escenas, en boca del personaje del productor, nos da la clave de lo que será el resto del filme: una película sin guión, sin continuidad, sin personajes, ambigua y sobretodo personal.

La música, de Nino Rota, aporta una excelente partitura de 12 cortes, que combina temas festivos y líricos. El corte más conocido es "La Passarella di Addio", cuyo fondo viene dado por la marcha circense. La fotografía, de Gianni di Venanzo, en B/N, resalta las imágenes con emotivos claroscuros y una magistral combinación, crea imágenes que remiten al mundo de lo fantástico. Lo que más sorprende de Fellini y su cine es que puede tratar las cosas más trascendentes con un aire bello, poético y divertido al mismo tiempo. Eso es impresionante. Los sueños, los deseos, el atrancamiento creativo se nos muestra a través de imágenes oníricas del mejor Fellini, con ese aire tan mediterráneo, tan grotesco y a la vez entrañable de los personajes. La interpretación de Mastroiani es quizá la mejor de toda su carrera. Y como digo, lo más impresionante es que pese a su aparente levedad, pese a parecer un conjunto de situaciones surrealistas esta película habla de la presión del matrimonio, del sexo y la infidelidad, del genio creativo y sus estancamientos y del mismo cine. Una obra maestra. Un consejo: que nadie la tome como cine de autor o película de museo: esta película es tan bella, tan divertida, tan original y tan poética que la puede ver cualquiera.

“La máxima expresión del cine dentro del cine”

miércoles, 8 de septiembre de 2010

Dead Man

Director: Jim Jarmusch
Año: 1995 País: EE.UU. Género: Western Puntaje: 08/10
Interpretes: Johnny Depp, Gary Farmer, Lance Henriksen, Michael Wincott, Crispin Glover, Robert Mitchum, Steve Buscemi, Alfred Molina, Gabriel Byrne, John Hurt y Billy Bob Thornton

William Blake (Johnny Depp) es un sumiso contador oriundo de Cleveland que se dirige al pueblo de Machine en busca de trabajo, ese lugar está gobernado por el libertinaje de individuos ejecutivos de la fuerza bruta, tierra de nadie donde las balas mandan. Allí tras asesinar al hijo del hombre más poderoso de dicha zona (Robert Mitchum) en una reacción defensiva terminaría siendo perseguido por todo aquel que quisiera cobrar la recompensa por su cabeza. En su huída entablaría una extraña relación amistosa con un indígena llamado Nadie (Gary Farmer), personaje enigmático y espiritual, quien confunde al contador con un poeta ya fallecido, además de sanear el cuerpo y enrumbar el alma del mismo, para darle un nuevo sentido como poeta de la sangre, como asesino. El western se hace presente en el cine de Jarmusch en su sexta entrega, en la cual regresa al B/N para atañerle atmósfera moribunda, lúgubre y fatalista. “Dead Man” muestra malaventura inevitable exenta de vivacidad (cromática) por los elementos elegidos para la narración: hombres desaliñados y hoscos, ambientes áridos, entes misteriosos surreales. Es una película existencialista, prodiga de lirismo y parodia, que no juzga pero sí usufructúa los componentes del western convencional como la ambiguedad de las personalidades de buenos y malos, la confusión de sus objetivos, la errancia de sus cuerpos.

Quizá no haya película del oeste que muestre un entorno tan decadente como se ve en “Dead Man”. Se trata de un oeste más salvaje de lo que se suele afirmar. Es la última frontera entre la civilización y la llamada barbarie. La civilización la representan las culturas amerindias, las cuáles se limitan a una existencia armoniosa con la naturaleza. Lo barbárico está en el hombre blanco, que se dice portar la bandera de la civilización, pero verdaderamente son analfabetos que en vez de aprender a leer prefieren aprender a disparar. Desde su largo viaje en tren así lo va viendo William Blake. “Dead Man” arranca de forma poderosa. La llegada de William Blake (Johnny Deep) a Machine y el consiguiente recorrido por su embarrada calle principal es francamente un prodigio visual. Jarmusch consigue mediante su hábil manejo de cámara que el espectador sienta en sus propias carnes el canguelo experimentado por ese lechuguino de ciudad penetrando en un territorio desconocido, hostil, amenazante. Sensación que se acentúa, a mi juicio, gracias a su elaborada puesta en escena y a la extraordinaria habilidad de crear atmósferas, en cierta medida, kafkianas. Pero si en algo se caracteriza el cine de Jarmusch en general, y esta película en particular, es en el extravagante perfil de sus personajes.

“Dead Man” retrata la transformación del individuo obligado por la situación límite. Somos lo que nuestro entorno nos hace, lo que las circunstancias nos imponen a ejecutar; por eso, podemos pasar de ser un desempleado esperanzado a una leyenda temeraria si las eventualidades así nos lo exigen. Jarmusch con esta producción difiere de sus anteriores trabajos en gran medida; no en su estilo narrativo siempre lineal, sino en el tratamiento fotográfico con planos más abiertos dotados de mayor movilidad, en la utilización más constante de los efectos sonoros-musicales, y principalmente en la esquematización base de la propuesta, como la exploración del western clásico para contextualizar los acontecimientos. El autor sigue recurriendo a la sátira para la desfiguración de convenciones, la exageración de situaciones y la apelación de lo onírico no abstracto, pero en esta ocasión con clave casi irreconocible urde una entrega distinta pero igual de apreciable. En sus filmes anteriores (Bajo el Peso de la Ley y Noche en la Tierra) cuenta con relatos episódicos, repartos numerosos y manejo mesurado del color que ya parecían marcas indisolubles de su obra, lo que provoca una impresión confusa por la tergiversación de las características de su obra, “renovación” que suele disgustar.

Quizás sea uno de los pocos western auténticamente humano y realista. A Jarmusch le gustan los experimentos filosóficos en torno al alma humana y sus misterios. Paradójicamente, la película se inspira en lo que debió haber sido esa época de miseria y barbarie que fue el Oeste americano, pero también es surrealista e irreal en muchos sentidos. Es muy raro que el cine presente al desnudo de situaciones que tienen que ver con las “desviaciones” humanas; por el contrario, el cine las idealiza, las suprime y las esconde. Es de lógica que en un mundo donde solo cohabitan y conviven solo hombres no surja entre ellos la necesidad del sexo; y de manera más concreta, del sexo homosexual. Jarmusch así lo deja ver en una escena de la película, cuando el protagonista es víctima de una banda de asaltantes de camino donde uno de sus miembros está vestido de mujer. Esto choca con la imagen del vaquero rudo y paradigmático que estamos acostumbrados a ver. Por lo demás la película se va haciendo cada vez más experimental pero esto no hace que la película decaiga, más bien lo hace más interesante al transcurrir del tiempo. Nunca he pensado de “Dead Man” fuera una película extravagante ni alternativa dentro del western. La mayor parte de lo que nos cuenta ya parece ser un compendio de películas de los setenta como “El Hombre de una Tierra Salvaje” por citar alguna.

En algunas partes de “Dead Man” pierde fuelle y se tambalea a medida que la persecución de nuestro “wanted” particular avanza. En este tramo el ritmo narrativo apenas mantiene estables las constantes vitales y el tedio empieza a adueñarse paulatinamente de cualquier espectador que no acredite ser un devoto seguidor de Jarmusch y su incomprendida poética. De hecho, yo sólo rescataría en esta fase central la guitarra de Neil Young, los agudos comentarios de Nadie, el indio, y ciertos flashes de humor absurdo (“¿tiene tabaco?”), pero poco más. Así pues, lo dicho: este tramo se hace tan largo, pero afortunadamente, todo llega a su final. Y el final de “Dead Man” es bellísimo, metáfora pura. Quizás porque, aunque el destino de nuestro “Dead Man” estaba más que cantado, la forma escogida por Jarmusch para plasmarlo es de un lirismo sobrecogedor. Jarmusch regresó al B/N para entregar su producción más oscura en lo argumental. Es la única con desenlace trágico de toda su lista de realizaciones, tragedia que motiva a la reflexión sobre en qué nos convertimos cuando la situación nos exhorta a la compulsión hasta cierto grado desmedida. Tenebrosidad y realismo sobre el punto de vista del indie acerca de los improvisadores y desarraigados… los muertos en vida. Una mezcla entre un western espiritual y una road movie tántrica... un fascinante viaje a través de los sentidos y hacia los abismos de una conciencia aletargada y condenada al dulce encanto y a la noche eterna.

Para mí “Dead Man” es una de las mejores películas de Jim Jarmusch. Contó con un reparto de lujo y nueve millones de dólares de presupuesto. La taquilla solo recupero una novena parte del presupuesto, pero así pasa con un trabajo que es tan anti-comercial como la misma personalidad de su realizador. La película se adentra en un raro letargo, ayudado por la música de Neal Young (Banda sonora realmente sobreacogedora) con un blanco y negro propio de una cinta de hace más de medio siglo. “Dead Man” reivindica la imagen del indio y tira por tierra la del hombre blanco. Siendo este un ser sin conciencia ni visión de futuro. La conquista del oeste no fue de la manera grandiosa, de las que se nos quiso vender en otros tiempos a punta de Tecnicolor y Cinemascope. Pero lo mejor de la película no es la construcción de un oeste diatópico, sino en el desarrollo de diálogos e imágenes místicas. Jim Jarmusch, es uno de los mejores directores de nuestro reciente tiempo, esta película hace sentir la música, sobran los diálogos, cada imagen, cada punteo de esa inolvidable melodía hace que me estremezca, es una grandísima obra de culto que cambiará la forma de ver el cine de todo aquel que la vea.

“Un western diferente, poderosamente hipnotizante"

domingo, 5 de septiembre de 2010

Los Imperdonables

Director: Clint Eastwood
Año: 1992 País: EE.UU. Género: Western/Drama Puntaje: 10/10
Interpretes: Clint Eastwood, Gene Hackman, Morgan Freeman, Richard Harris, Jaimz Woolvett, Saul Rubinek, Frances Fisher, Anthony James y Anna Thomson

Gran western crepuscular del genial Clint Eastwood que relata la historia de William Munny, un pistolero retirado, viudo y padre de familia, que pasa por dificultades. Hace años que abandonó la violencia, pero ahora su única salida para sacar adelante a su familia es hacer un último trabajo como caza recompensas, acompañado por un viejo socio (Morgan Freeman) y un joven e inexperto novato (Jaimz Woolvett). Su misión sera matar a dos hombres que cortaron la cara a una prostituta. Sin duda estamos ante uno de los grandes clásicos del cine moderno, que con toda seguridad se recordarán dentro de muchas décadas. Una de las grandes películas que el magnífico Clint Eastwood ha dirigido y protagonizado. Una magnífica película que nos habla de la redención, de la violencia y de la humanidad de las personas. Ganadora de cuatro Oscars, incluyendo Mejor Película, Mejor Director y Mejor Actor secundario. Una película que hace que el género del Western llegue a su punto álgido, en una película en la que no hay buenos ni malos, sólo malos menos malos y malos malísimos, los asesinos son los malos pero los que supuestamente ejercen la justicia también lo son, e incluso más. Quién mejor para hablar de estos temas, además de una manera tan perfecta, como Clint Eastwood. Además dedicándoselo a su mentor Sergio Leone, en esos preciosos títulos de crédito. Si está infinitamente bien dirigida ni hablemos de las interpretaciones, soberbias, absolutamente impresionantes.

Un cielo anaranjado, recortado por la silueta de un rancho y un árbol. Hacia la derecha, una tumba y un hombre rezando. Es el ocaso del día. Es el ocaso de una vida. Pero también es otro ocaso. Clint Eastwood conoció la fama de la mano de Sergio Leone, ese italiano que intentó renovar un género que ya estaba perdiendo brillo, imprimiéndole una mirada mediterránea, más intensa y apasionada que la frialdad que congela las grises pupilas norteamericanas. El western también ha conocido diferentes rutas. Porter le dio vía libre para expresarse en la pantalla, permitiéndole convertirse en una esperanza épica, en manos de Ford o de Sturges. De ese envoltorio simplista, en el que los cowboys eran los "buenos" y los indios los "malos", lo sacudió Leone para descubrir seres conflictuados y revisar los claros valores de bondad y maldad. Así, Clint Eastwood podía aparecer como un ser desarraigado, cazador de recompensas y ser, a la vez, el héroe de la historia. Este paso permitió a los norteamericanos realizar su propia revisión histórica y plantear la sanguinaria colonización llevada a cabo de la mano de los hasta entonces héroes del avance hacia el oeste , el general Custer, entre otros, desde otro punto de vista, quizás inclinando la balanza inversamente, donde los indios son los "buenos" y los jinetes de la Caballería los "malos".

Pero volvamos a Eastwood. Se dice que “Los Imperdonables” es el último western de un actor que ha interpretado treinta y seis películas y ha dirigido dieciséis. Que es su visión madura de una gesta comenzada a ser filmada con el siglo. Noventa años después del primer western, Eastwood nos entrega su última visión de un mundo y un acontecer que ha vivido a través de variados guiones y distintas posiciones respecto a una historia que no deja de ser injusta. Hoy en día ya nadie hace westerns, o por lo menos, ya nadie hace westerns interesantes. “Los Imperdonables” quedó tan bien hecha y fue tal su éxito, que el propio Eastwood afirmó que si algún día fuera hacer un último western, este le parecería una buena elección. Y es que en la actualidad, y voy a ser breve, que no me quiero perder por las ramas, tras el punto final al género que significó el descalabro de la mal entendida “La Puerta del Cielo” de Michael Cimino, ya nadie ha sabido dotar de suficiente entereza al western para que este reavivara de un modo firme y serio evidentemente Clint Eastwood es el único que ha sabido llevar una continuidad del género, pese al poco número de westerns. Técnicamente es muy sobria y muy bien hecha; La fotografía es perfecta y además muy preciosista, hay un gran cuidado por los detalles en cuanto a los paisajes, habiendo algunos realmente preciosos, que podemos incluso contrarrestar con la crudeza de su historia, son los únicos momentos de paz que los personajes tienen, cuando cabalgan, cuando duermen, y en todos ellos aparecen bonitos paisajes y puestas de Sol. Por lo demás es bastante oscura, como es lógico dada la historia que se nos cuenta, además tenemos también el contraste de los campos en los que viven Will y sus hijos.

Siendo Eastwood un hijo pródigo de dos realizadores cómo Sergio Leone y Donald Siegel, a uno no le deja de sorprender. “Los Imperdonables”, mantienen un lujoso equilibrio entre narración y entramado dramático, lo suficientemente dinámico cómo para mantener siempre en vilo al espectador, haciendo que sirva de partícipe del filme y nunca cómo juez del mismo. Los protagonistas de sus westerns son hombres abocados a la violencia, fantasmas resurgidos de la tierra para vengarse de los que le humillaron, forajidos con un áurea mística nacida del dolor y el horror por contemplar a tu familia violada y asesinada, ángeles de un cielo sin leyes que socorren a los necesitados, en definitiva, muertos vivientes de rostro enjuto, que arrastran tras de sí un carromato de cadáveres fruto de sus múltiples encuentros con pobres desdichados que se creyeron más rápidos y más listos. La música, no es de Clint Eastwood esta vez, salvo un tema, que aunque no aparezca como suyo sí lo es, como en todas sus películas, la música es clave para acompañar a las imágenes, aunque no destaque demasiado, ya que es más bien intimista, empleando los menos recursos posibles y aún así consiguiendo unos resultados buenísimos para la cinta.

Una de las sensaciones que más calan al espectador que visualiza “Los Imperdonables” es el de la total falta de épica de la historia narrada. Si Sam Peckimpah había mostrado el crepúsculo del western en un grupo de hombres perdidos y aislados cuyo único motor de supervivencia es la violencia que arrastraban consigo y John Ford había jugado la última y más duras de las bazas al desmitificar la leyenda del etéreo cowboy, Eastwood, no exento de tristeza, rueda su último western desde el estigma más hondo. Su Will Munny es un asesino de mujeres y niños, un borracho que pegaba y maldecía a los animales, cuya última aventura, por si no fuera bastante, acaba por destrozarlo definitivamente, siendo el motor de la misma, unos cortes realizados por un par de jóvenes a una prostituta que se había reído al ver el minúsculo pene de uno de ellos. El despropósito de muertes y flagelaciones que conlleva dicha acción, está encadenada a los estúpidos actos de los protagonistas: un sheriff que se niega a castigar a los culpables, las prostitutas que creen que se debe pagar con la muerte tal ofensa, un joven bravucón que sólo piensa en la recompensa, y un par, casi de ancianos expistoleros, incapaces de subirse al caballo o de disparar ya a otra persona, aceptando un trabajo carente de toda épica, un vil asesinato a dos jóvenes, que al margen del acto brutal que abre el filme, se presentan cómo gente de a pie, trabajadora e, incluso, arrepentida.

Quizás el único personaje positivo de “Los Imperdonables” sea el Ned Logan interpretado por Morgan Freeman, un hombre que se lanza a la aventura cómo algo excitante, una manera de recordar viejos tiempos, por oscuros que sean estos. Las exageraciones de Will Munny explicándole lo que le habían hecho los jóvenes con la prostituta, reflejan la sed de Munny por lanzarse a una caza cómo un buscador de recompensa más, sin importarle la veracidad de los hechos. Logan se deja tentar y para cuando desea retirarse, ya es demasiado tarde. Por su parte, Munny, por duro que le parezca, en el momento en que pide ayuda a su amigo, está labrándose una resurrección de su antiguo yo, convertido en la actualidad en un viejo que no puede ni separar unos cerdos enfermos. En el momento en que le comunican el asesinato de Logan, Munny, abstemio hasta la fecha, coge una botella de whisky y empieza a beber, ya ha llegado al éxtasis de la resurrección: No va a quedar alma en pena viva en Big Whisky. Eastwood traza su filme con una planificación majestuosa, juega con la leyenda y la realidad bajo los personajes cínicos y mentirosos de Bob El Inglés y Little Bill, retrata la muerte del significado del cowboy al abocarlo a una aventura tan estúpida cómo suicida, y todo, con un devenir de planos sin movimiento y un uso del montaje deslumbrante. Eastwood no es que ruede como Ford, es que en “Los Imperdonables”, prácticamente se convierte en John Ford.

“Nostálgica y majestuosa; una obra maestra”

miércoles, 1 de septiembre de 2010

Novecento

Director: Bernardo Bertolucci
Año: 1976 País: Italia Género: Drama/Histórico Puntaje: 10/10
Interpretes: Gérard Depardieu, Robert De Niro, Dominique Sanda, Stefania Sandrelli, Donald Sutherland, Burt Lancaster, Sterling Hayden, Francesca Bertini, Laura Betti, Werner Bruhns y Stefania Casini

En el año 1900, en una finca en el norte de Italia, nacen el mismo día Alfredo Berlinghieri (Robert De Niro) el hijo de un terrateniente y Olmo Dalcò (Gérard Depardieu) el hijo de un bracero. La película les sigue a ellos y a sus familias durante ochenta años en la amistad y la alienación, sobre todo en lo relacionado con su actitud frente al fascismo, con el que burgués colabora pasivamente mientras el trabajador se convierte en partisano. Famoso drama que hace un complejo recorrido histórico, político y social de la Italia del siglo XX, muy alabado por la crítica y con un impresionante reparto. Filme extenso pero fundamental. Partiendo del cuadro "el cuarto estado", que narra el nacimiento de un nuevo proletariado y campesinado, intelectual y comprometido, que inicia a tomar conciencia de clase, el señor Bernardo Bertolucci nos da su personal visión de uno de los episodios fundamentales de la historia de Italia y por consiguiente de Europa (por no decir a nivel global).

La cinta es una majestuosa crónica socio-histórico-política que aborda en sus más de cinco horas de duración la historia de Italia desde 1900 al fin de la Segunda Guerra Mundial y si se aprecia bien la metáfora final de la película, abarca todo el siglo. Ahí es nada el proyecto de Bertolucci: una superproducción en la que no hay concesiones de ningún tipo, ni al clasicismo, ni a lo políticamente correcto, ni al pudor sexual; "Novecento" emerge así como un incómodo y magnífico fresco histórico, de impecable fuerza, dónde sin tapujos se levanta la bandera revolucionaria, proletaria, comunista, utópica, dónde se homenajea cálidamente y con todo lujo a los seres anónimos, a los campesinos pobres y explotados, pero muy orgullosos de sí mismos. Sin embargo, hay una lectura tan racional como triste en "Novecento": el patrón “el poder” no entiende de amistades, de favores, de humanismo, de nada ni de nadie, solo de sí mismo y de su capital, se reluce y nunca muere, ni aunque le pase un tren por encima o lo asesinen vilmente utilizando sus mismas armas. Así, en la década en que Coppola hizo sus legendarios "Padrinos", Bertolucci narra otra saga, otra trilogía en una sola obra gigantesca, grande, dónde hay otra Mafia con distintos códigos, de distintos modos, de distinta madre pero de la misma estirpe ética. Pero todo sigue igual, y los sueños, sueños son.

Verano-Otoño-Invierno-Primavera. Las cuatro estaciones sirven para situar la historia. No hay nada mejor que presentar una historia de campesinos mediante las cuatro estaciones del año, pues un campesino planifica su cosecha dependiendo de las estaciones. No es pura casualidad que Bertolucci haya querido grabar la película así. Viene el verano, nacen los protagonistas, juegan en el campo, cazan ranas y hacen alguna que otra gamberrada…pasa un tren rojo y nos encontramos en otoño. Los protagonistas ya son unos jóvenes. Empiezan a vivir experiencias sexuales, conocen a sus esposas y tienen algún que otro malentendido. Entonces llega el frío, el invierno: madurar, envejecer, los días no suman, restan; ya no hay el colorido del principio de la película. Pero lo peor, la catástrofe más grande que acaba con la amistad de Alfredo y Olmo es el fascismo. Un fascismo cruel, representado por el monstruoso Atila (Donald Sutherland) y su retorcida esposa. Aún así, después de tanto sufrimiento, siempre acaba el invierno dando paso a la primavera. Hay que recordar que este filme fue realizado en el contexto de la situación política de Italia de los años 70, ensangrentada por asesinatos políticos perpetrados por facciones extremas. Bertolucci quiere lanzar un mensaje pacificador, sin renunciar a su punto de vista marxista, destacando que la pertenencia a cualquier partido y a cualquier clase social pasa un segundo plano ante el valor más fuerte de la amistad.

En este filme Bertolucci demuestra cualidades que le descubren como uno de los maestros del Cine. Una Fotografía excepcional, usando filtros de color que le permiten recrear la luz del cuadro ya mencionado anteriormente, música de Morricone, escenografía y decoración muy cuidadas, que permiten leer visualmente el trascurso del tiempo. Una gran capacidad narrativa de los hechos históricos, tanto politico-sociales como aspectos del nacimiento de las vanguardias culturales; como ejemplo de ello vemos el desarrollo del futurismo en todas sus manifestaciones, poesía, música, pintura, muebles, etc. Si a todo ello unimos el hecho de que se rodaran muchas escenas con campesinos de verdad de las regiones de Italia, usando sus modos típicos, bailes y canciones, podemos decir que la película tiene también un marcado interés etnográfico y folklórico. “Novecento” es una película muy al estilo de “Érase Una Vez en América” de Sergio Leone, solo que en lugar de retratar la evolución de un grupo de mafiosos como hiciera esta, retrata la evolución de los campesinos italianos de principios de siglo. Muchas escenas han sido rodadas teniendo como modelo obras pictóricas de pintores clásicos: así una fiesta popular semeja los cuadros de Jan Brueghel; la escena en que un campesino se corta la oreja y posteriormente comparte polenta con su familia trae a la memoria algunas obras de Van Gogh; las escenas con Olmo de niño desnudo hacen referencia a las composiciones de Caravaggio.

El reparto está encabezado por un Gérard Depardieu inmenso en la segunda parte cuando se declara socialista, y por un Robert De Niro que destaca más cuando se pasa al otro bando y se revela ante su familia. Ambos actores tienen una escena tremenda en la que completamente desnudos y acostados en la cama los separa una mujer y esta les masturba. Simplemente, un ejercicio erótico tremendo como en muchas partes de la película. El reparto se completa con actores tan conocidos como Donald Sutherland que da miedo junto a su amante Regina (Laura Betti). Ambos intérpretes tienen en mi opinión los papeles más atractivos para el espectador con escenas que te hacen estremecerte. Un envejecido y reflexivo Burt Lancaster interpreta al patrón en su época de decadencia. Es increíble ver a este gran actor cuando está en el establo mientras una jovencita ordeña una vaca y él tocándose sus partes. Erotismo puro, pero sin morbosidad alguna. Todo el filme es un fresco épico y grandioso, que interpreta la historia de Italia de la primera mitad del siglo XX en clave de lucha de clases. Pero por encima de esta cosmovisión se sobrepone una aproximación humana a los participantes de esta historia, expresada sobre todo en la amistad entre Alfredo, el hijo del patrón, y Olmo, hijo de trabajadores y militante socialista. El fascismo es presentado en sus manifestaciones más bestiales y de una forma tal vez excesivamente caricaturesca en las figuras de Atila y Regina.

Tremenda cinta sobre el comportamiento humano en una sociedad injusta desde que el hombre es hombre, sobre la utopía y la realidad, sobre la amistad y el odio. Bertolucci pinta un cuadro y consigue agarrarnos fuerte y lanzarnos dentro, consigue transportar al espectador al “Novecento”, y la película será siempre un pase para viajar en el tiempo, se conservará imperecedera, pasen los años que sean, y mientras el cine y su técnica evolucione hasta límites insospechados, la obra magnánima del director italiano no envejecerá jamás. Será sin duda inmortal. Es muy factible tachar de pretencioso a un director que hace una película con esta duración, digamos que es de fácil críticar, pero desde mi punto de vista, es una gran elección, un riesgo que demuestra personalidad y convicción. Por otra parte, toda interpretación de la realidad social no deja de ser eso, una interpretación, por lo que es obvio que todos tengamos nuestra particular forma de interpretar la realidad, así como la historia reciente. Estemos más o menos desacuerdo con Bertolucci, con su ideología política y forma de entender el mundo, lo que no se puede negar es su precisión para reflejar una época, medio siglo de la historia Italiana contada a través de dos personajes antagónicos, unidos por una amistad verdadera y llena de contradicciones.

"Monumental fresco histórico"