domingo, 26 de septiembre de 2010

El Último Vals

Director: Martin Scorsese
Año: 1978 País: EE.UU. Género: Documental/Musical Puntaje: 09/10
Interpretes: Robbie Robertson, Rick Danko, Garth Hudson, Richard Manuel, Levon Helm, Bob Dylan, Van Morrison, Neil Young, Joni Mitchell, Neil Diamond, Eric Clapton, Paul Butterfield, Dr. John, Lawrence Ferlinghetti, Emmylou Harris, Ronnie Hawkins, Ringo Starr y Ron Wood

En 1976, todavía enfrascado en la compleja postproducción de una de sus películas más ambiciosas “New York, New York”, Martin Scorsese recibe una propuesta que no puede rechazar: filmar el concierto de despedida de una de las bandas de rock más aclamadas de los años sesenta y setenta, los “The Band”, que desde 1964 había estado formada, en su composición definitiva, por los canadienses Rick Danko (bajo, contrabajo, violín, voces), Garth Hudson (teclados y saxofón), Richard Manuel (piano, batería y voces), Robbie Robertson (guitarra y voces) y el norteamericano Levon Helm (batería, mandolina, guitarra y voces). Después de muchos conciertos y muchos kilómetros de carretera, la banda se despedía para siempre el día de Acción de Gracias, concretamente el 25 de noviembre de 1976, en el “Winterland Arena” de San Francisco. Y Martin Scorsese estuvo allí con siete cámaras simultáneas para dejar constancia. Scorsese en ese momento ya era un director de prestigio, venía de haber dirigido 6 filmes (entre ellos “Taxi Driver”) que lo habían convertido en uno de los directores más interesantes y prometedores del momento.

Y como no podía ser menos, en un filme documental sobre algo que amaba y conocía, el talento de Scorsese vuelve a brillar, él no quería realizar un simple documental sobre una de las bandas más influyentes del panorama rock americano, como buen cineasta, pretendía algo más. Si lo que pretendía era testimoniar una época, un estilo de hacer música, transmitirnos su amor hacia esa forma de “vida” y hacernos partícipes de ello, creo que lo consigue. A través “El Último Vals” se nos transite diversión, se nos transmite amor por el rock y se nos muestra a nuestros “héroes” rockeros como seres sencillos y humanos, que disfrutan haciendo su música y que saben cuando ha llegado el momento de bajarse del coche. El rockero no es en este caso un ser superior al que hay que mostrar con planos picados para aumentar sus “dimensiones”, aquí el “artista” se nos muestra en primer plano, y el espectador es el que decide que le transmiten esos primeros planos. Interesa el artista, pero interesa la persona, interesa ver la sonrisa de Robbie Robertson, interesa ver los gestos de Bod Dylan cuando en el pasaje final del show se incorpora al escenario y sin grandes aspavientos sonríe a sus excompañeros y comienza a rockear.

Porque para estos músicos, y para los muchos amigos que forman parte de esta despedida (nada menos que Ronnie Hawkins, Dr. John, The Staples, Neil Diamond, Joni Mitchell, Paul Butterfield, Muddy Waters, Eric Clapton, Emmylou Harris, Van Morrison, Neil Young, Bob Dylan, Ringo Starr y Ron Wood), la música es la única forma de vida posible, y la carretera el alimento que da energía a esa música. Por eso en aquel momento, en el que la carretera y los conciertos habían sido exprimidos de forma creativa hasta el fondo, la banda tenía que despedirse. Era una salida digna, para no agotarse y seguir haciendo música de manera mecánica, o peor aún, para no sucumbir a esa forma de vida como lo hicieron Janis Joplin o Jimi Hendrix. Como es habitual en él, Scorsese se identifica con estos artistas, pero no comparte del todo su punto de vista, se obliga a un auto-distanciamiento sin el cual la película no habría quedado tan poderosamente nostálgica, pues permite que los músicos de la banda sean los que expresen, quizá sin saberlo, su propia indefinición vital. Este maravilloso documental es una oda a la buena música, un canto al entendimiento entre la cultura blanca y la negra a través de la canción y un precioso homenaje a toda una generación de talentos que aún hoy esperan sucesor.

Narrativa y estilísticamente, el documento se divide en tres niveles perfectamente diferenciados. Las entrevistas, la actuación en directo (en la que los asistentes apenas se ven), y los números en estudio. De forma muy astuta y muy elaborada, Scorsese alcanza una representación vivísima de la forma en que cada uno de los integrantes de la banda, y muchos de sus invitados musicales, viven y experimentan esa vida, de lo que fue para ellos formar la banda y conocer a otros artistas por los que sentían afinidad y admiración, y también de lo que es empezar de nuevo sin la banda. En el concierto, cuya dirección artística corre a cargo de Boris Leven, quien ya habia diseñado los decorados de “New York, New York”, se levantan unos cicloramas procedentes de La Traviata. Pero en lo visual, al menos en lo concerniente a la luz, parece francamente mejorable, pero estos problemas de imagen dotan al concierto de una mayor inmediatez, de un mayor realismo. Con sus siete cámaras, Scorsese rechaza cualquier búsqueda de perfección formal, y alcanza momentos irrepetibles de documento musical, sin aburrir jamás, encontrando siempre el plano adecuado para cada riff, para cada gesto y cada nota de inflexión. Cine hecho música.

Martin Scorsese vive la música tanto como puede vivir el cine. De hecho es famosa la anécdota que contaba Robbie Robertson sobre el hecho de que él, un guitarrista obsesionado con oír música a todas horas, tuvo que pedirle “por favor” a Scorsese, después de varios días de juergas en casas de amigos, que bajara un poco el volumen. Dicen que Scorsese posee una casa con numerosas pantallas y monitores, y hay días que pone varias películas al mismo tiempo. Pero también dicen que su vasta cultura musical se manifiesta a todas horas, y que es imposible viajar con él en coche o estar en su residencia sin oir música a todo volumen, de sus grupos favoritos. Sólo un tipo con semejante pasión musical podía filmar algo tan hermoso y melancólico, tan inolvidable, como “El Último Vals”. Una cosa está clara. Cuando Scorsese conoce a un artista, sea actor, director, guionista, montador o músico, por el que sienta afinidad y con el que establezca complicidad, sabe mantener esa amistad por muchos años e incluso forja una alianza profesional duradera. Si ya le había pasado con Robert De Niro o Paul Schrader, ahora le pasaría con Robbie Robertson, verdadero líder de “The Band”, quien escribiría algunas importantes canciones de futuras películas del director.

Se trata de un filme nostálgico pero también de reconocimiento a unas personas que o bien mucho nos engañaron, o bien amaban lo que hacían, y eso a los que realmente nos gusta el rock es lo que más nos interesa. Una generación que creía en la contracultura o cuando menos en otra cultura, una cultura popular, de una época, el rock and roll. Como nos recuerda Robbie Robertson, muchos habían quedado por el camino, y quizás después de 16 años de giras, de música, de carretera y de excesos, lo mejor era dejarlo ahí. Obra incontestablemente mayor de su director, de obligado visionado tanto para los amantes del cine de Scorsese, como para los melómanos y los mitómanos de toda condición. Cine libre, hermoso, vivificador. Cine hecho vida y música. Con este documental, Scorsese cierra década, al menos en cuanto a largometrajes, una década azarosa y llena de complicaciones vitales y personales, que se acrecentará antes de 1980, pues llega una etapa terrible para él, en lo tocante a lo creativo y a la salud. Pero de eso hablaremos en otro capítulo, porque esta época tremenda tiene mucho que ver con su siguiente largo, “Toro Salvaje”, el cual no habría sido posible, creo, si el cineasta italoamericano no hubiera sufrido la peor época de toda su vida.

“Cine hecho vida y música”

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