miércoles, 6 de octubre de 2010

Un Mundo Perfecto

Director: Clint Eastwood
Año: 1993 País: EE.UU Género: Drama Puntaje: 09/10
Interpretes: Kevin Costner, Clint Eastwood, Laura Dern, T.J. Lowther, Keith Szarabajka, Leo Burmester y Paul Hewitt

En 1963, el convicto Butch Haynes (Kevin Costner) escapa de una prisión de Texas con un cómplice. En su huida toman a Phillip (T.J. Lowther) un niño de ocho años como rehén. Butch y el pequeño, extraños, cada uno por sus razones, en la sociedad en la que se encuentran, desarrollan una curiosa relación de padre e hijo, mientras un equipo liderado por el jefe de policía Red Garnett (Clint Eastwood) y la criminóloga Sally Gerber (Laura Dern) siguen sus pasos. Con los cuatro oscars ganados por “Los Imperdonables” (1992), Clint Eastwood estaba en situación de hacer prácticamente lo que le diese la gana. El destino hizo que se cruzase en su camino este guión de John Lee Hancock, que en un principio iba ser destinado a Steven Spielberg, pero el caso es que fue Clint el que se quedó con la película. Antes he dicho que Eastwood podía hacer prácticamente lo que le diese la gana. Una de las cosas que no pudo hacer como quería fue elegir el actor principal. Aunque Eastwood quería a Denzel Washington, tuvo que conformarse (nunca mejor dicho) con Kevin Costner, que según la Warner, y esto era cierto, vendía más que el anterior, independientemente de la capacidad interpretativa de cada uno. Creo que la elección fue la correcta.

Formalmente, la película es magnífica. Eastwood ha logrado esa sugerente densidad visual y dramática que caracteriza sus últimos trabajos como director. Además, introduce ciertos pasajes introspectivos de gran calidad sin que se resienta la fluidez narrativa. Esta sólida puesta en escena se enriquece con una bella fotografía, una buena banda sonora y unas interpretaciones excelentes, sobre todo de Kevin Costner y el niño T.J. Lowther. De todos modos, el guión de John Lee Hancock, aunque resuelve muy bien la relación entre Butch y el niño, y entre el sheriff y la criminóloga, cae en el tópico al retratar a los agentes del FBI, cuyas personalidades de cartón piedra desentonan con los matizados perfiles de los demás personajes, pero esta situación hace que nos fijemos más en la relación entre el delincuente y niño. Lo más aplaudible de la película es el tratamiento que Hancock y Eastwood han dado a la historia. Parten de una visión positiva y nada maniquea del ser humano, en la que predominan las luces sobre las sombras. También resulta aceptable su crítica a la eficacia del sistema judicial y carcelario norteamericano. Pero en ese reino de colores grises en el que Eastwood gusta moverse, acaba triunfando un ambiguo escepticismo. Pocas frases pronunciadas en una pantalla de cine me resultan tan conmovedoras como la dirigida por el fugitivo Butch a su joven acompañante en un momento crucial de la cinta le dice: "Si tenía que ocurrir, me alegro de que hayas sido tú". Es realmente conmovedora.

Así, al enjuiciar a Butch se diluye su culpabilidad personal en las circunstancias sociales. Aunque donde más pesa esa falta de definición moral es en la descripción del proceso de maduración del niño. Desde luego, muchas de las críticas que hace Butch a ciertas conductas demasiado rígidas en la educación de los hijos son certeras. Pero se convierten finalmente en superficial apología de un etéreo naturalismo, bastante amoral. No podía ser de otra manera siendo el criminal el maestro del niño, a pesar de que Butch muestre buenas intenciones. Este enfoque resulta especialmente retratable porque el niño acaba participando activamente en la espiral delictiva que provoca la huida. Ahora que los efectos de la violencia del cine y la televisión en los niños comienzan a mostrarse con especial dramatismo, ese planteamiento de la película hay que tenerlo muy en cuenta al valorarla. Eastwood parece escudarse en que la situación descrita no se daría en el mundo ideal, en esa mitificada Alaska a la que quiere llegar Butch en su huida. Pero ya se sabe que en los mundos ideales no hay ningún problema real. En el mundo que dibuja Eastwood con trazo firme, todos sus personajes permanecen atrapados en una realidad aparentemente modélica en la que siempre parece relucir el sol, en la que pueden beber refresco de gaseosa y usar unas gafas modelo Wayfarer. Y de paso plasma el mundo que seria ideal para el pequeño Phillip. Así al transcurso del metraje somos testigos de la relación de amor que nace entre Butch y el pequeño niño disfrazado de “Gasparín”.

Sabía que Eastwood era capaz tanto de helarnos el corazón, como de arrancarnos una sonrisa y cómo no, de darnos la acción medida impregnada de clasicismo que tanta falta hace en el cine actual. Pero esto de lo que hablamos son palabras mayores. Dejemos las cosas claras: es un dramón. Pero que nadie piense que cae en la barata lágrima facilona, porque esto es cine inteligente, amigos. Clint narra... y cuando narra, el cine toma nota para incluirlo en su historia. Aquí nos encontramos con un niño que no tiene una figura paterna algo clave para mí en el desarrollo de la película, y cómo, a veces, un vínculo paterno-filial es imprescindible para un niño. Otra crítica latente es a los dogmas establecidos, aquí nos topamos con la religión. Y, más concretamente, con el ansia dictatorial de una madre. No escapa a los ojos del maestro la violencia infantil y la vergüenza que ello produce, como queda muy bien reflejado posteriormente. Pero la eclosión final es lo mejor. Ese paisaje, esos detalles de cámara que el maestro Clint maneja a la perfección... unida a una emocionante interpretación de Costner y su nuevo amigo hacen un final antológico. Inconmensurable el plano en el que Eastwood pone esa cara de frustración. Quedan pocos cineastas que sepan tratar al cine como un verdadero Arte. Eastwood es uno de ellos. Porque ése toque clásico que, a veces, es lo mejor para una película (importancia a los personajes elevado a infinito: sin florituras), hoy en día solamente nos lo da él.

A la altura de sus tres últimas y aclamadas obras maestras, “Río Místico”, “Golpes del Destino” y “Gran Torino”, “Un Mundo Perfecto” es injustamente olvidada muchas veces al repasar la trayectoria de Eastwood, pero nos asombra cada vez que la vemos, recordándonos que este hombre lleva ya muchos años dedicado a comprometer los valores de la sociedad americana de su tiempo. Como ciudadano que ama a su pueblo, se siente obligado a denunciar lo que no le gusta. El mejor cineasta vivo nos ofrece otra vez toneladas de cine, y un Kevin Costner sobrado, como nunca se le había visto, nos regala el mejor papel de su carrera, aunque ya sé que es muy fácil decirlo ahora. Clint ridiculiza brillantemente el politiqueo barato existente en los estados de la América profunda, tan apartados de la mirada global y el centralismo, tan esclavos de intereses y compromisos. La secuencia de la barbacoa en mitad del bosque es tremendamente lúcida, uno no sabe si reír o llorar…Lo que sucede con la pareja protagonista es emocionante e irónico. El destino que espera a Butch es el desagüe al que ha ido a parar su errática vida. Hace tiempo que asumió su derrota, aunque no esperaba un compañero de trayecto.

Pero una realidad que ninguno de ellos ha elegido, limitándose a sobrevivir con toda la entereza de que son capaces. Son seres atrapados en un mundo soñado por otros, ¿existe mayor pesadilla? El director nos lo muestra en imágenes con una perfección abrumadora, no sobra un fotograma ni un diálogo. Probablemente “Un Mundo Perfecto” sea una de las películas más humanas de Eastwood, ya que aunque a primera vista pueda parecer una road movie cualquiera, a la acción trepidante y a las persecuciones se anteponen la conversación y los sentimientos. Pese a algún toque ligeramente cómico, el filme es un dramón de los de tomo y lomo, y si en manos de cualquier otro (y no necesariamente Spielberg) un guión así podría haber provocado la vergüenza ajena del espectador, en manos de Eastwood acaba siendo emocionante en su justa medida. Aunque el paso por taquilla fue bastante discreto, no fue motivo para que Eastwood no se decantara de nuevo por el camino del melodrama en su siguiente película, “Los Puentes de Madison”, demostrando así su honestidad como realizador, eligiendo lo que realmente le apetecía hacer y no lo que determinados sectores de la industria o el público pudieran llegarle a dictar. Esta cinta es un relato original, complejo e intenso, que lo mismo te saca una sonrisa que te hiela el corazón, amén de estar filmada con la elegancia y maestría. Sin duda, una de las mejores películas americanas de los años noventa.

"Una cinta realmente conmovedora"

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