miércoles, 12 de enero de 2011

Belleza Robada

Director: Bernardo Bertolucci
Año: 1996 País: Italia Género: Drama Puntaje: 08/10
Interpretes: Liv Tyler, Jeremy Irons, Sinead Cusack, Carlo Cecchi, Jean Marais, Donald McCann, Stefania Sandrelli, Rachel Weisz y Joseph Fiennes

Tras el suicidio de su madre, Lucy (Liv Tyler) una joven americana se marcha de veraneo a Toscana, Italia, a la casa de uno de los amigos de su progenitora. Allí despertará el amor, las primeras pasiones y descubrirá nuevos sentimientos al convivir junto a la peculiar familia que la hospeda. También se convertirá en el centro de atención de dicha familia, entablando una especial amistad con un escritor moribundo (Jeremy Irons), al tiempo la joven comenzará a pensar que quizá pueda conocer la identidad de su verdadero padre, un secreto celosamente guardado por su madre. Con “Belleza Robada”, Bernardo Bertolucci pareció decir, poco más o menos, que necesitaba un respiro creativo, el cuerpo le pedía sumergirse en una historia que tuviera que ver con sus raíces italianas, después una dispersa carrera internacional jalonada de superproducciones que le fue alejando poco a poco de sus orígenes y que le condujo tanto al París más sórdido como al quimérico Tíbet, la China imperial y el África de Bowles. En sí, se puede decir que “Belleza Robada” es una película apasionada, perturbadora y bastante erótica. Los temas son ciertamente los mismos de siempre que Bertolucci toca, el deseo de amar, las pasiones, la madurez, la pérdida de la inocencia, pero tratados de tal forma que, en el fondo, no nos importa ver una y otra vez. Dedicada a todos aquellos que todavía creen que el amor siempre es bello.

Esta cinta es una especie de traje a medida que por lo demás el realizador italiano confeccionó a la medida de la estupenda Liv Tyler. Sobre la espectacularidad, prima el detalle; sobre todo la interpretación de la sociedad, el desciframiento de los códigos secretos e innombrables de la familia. Bertolucci, que con “Belleza Robada” se diría que también investiga sobre sí mismo y su cine, resuelve la película sin más artificios que los estrictamente necesarios para hacer del conjunto un todo verosímil: unas cuantas pinceladas de poesía; una fotografía detallista en la que es más importante la naturaleza de la luz que aquello que esta ilumina; actores contenidos que, como Liv Tyler y el siempre impecable y creíble Jeremy Irons, hacen de sus miradas el centro de su munición interpretativa y unos envolventes diálogos que provocan a los espectadores en general sensaciones hipnóticas, también cabe destacar la presencia de una perturbadora y jovencísima Rachel Weisz (véase la escena donde ella esta en la piscina), todos esos factores hacen de esta, una cinta redonda. Aunque “Belleza Robada” resulta ser una idea poco original, el estilo y la narración de Bertolucci la convierte en una interesantísima forma de contemplar valores como la virginidad o el, llamémoslo... descubrimiento paterno. Siendo los pilares de cualquier telenovela, esconden más allá de lo que son, una excelente manera de transmitir una consistencia cinematográfica.

Y así, sin prisas... sin preocupaciones más o menos occidentales y en un ambiente claramente rural, la vida de Lucy se nos abre para que contemplemos los dos citados valores, los dos motivos de su viaje. Quizá el más importante de ellos, es de carácter familiar. Lucy se encuentra en una etapa de un camino que le llevará a conocer a su verdadero padre, un camino escrito en verso por su madre, que acabó suicidándose. Como si de una película de suspense se tratara, lupa en mano, se entrevistará con todos los que residen en la morada siguiendo nuevas pistas. Pero el que seguro se nos antojará más interesante es el de la virginidad. Quizá la causa sea el tan personal estilo del que hace uso Bertolucci cuando se enfrenta a lo que podríamos denominar valores femeninos. Que Lucy es virgen es un dato que Bertolucci no nos oculta... de hecho, casi se nota un cierto deseo por contárnoslo y por que lo veamos en todos los diálogos que mantiene con el resto de sus amistades. Uno podría decirse ¿pero qué hay entre el personaje del escritor enfermo y la propia Lucy? Ambos, enfermo terminal y guapa muchacha juegan con las palabras a averiguar los sentimientos del otro. Lucy es consciente de la “extraña” atracción de Jeremy Irons por ella, pero sabe que es normal, porque ha compartido con él secretos que nunca pensó compartir. Jeremy, en su papel de viejo experto y sin nada que perder, llega a sentirse responsable de ella, y le fascina la idea de su virginidad... que sabe que perderá en breve. Son sus ojos los que nos lo dicen cuando habla con ella.

Quizá esa relación sea lo más interesante de la película, ya que resulta la base para comprender la forma en que Bertolucci quiere que veamos la virginidad: Ante todo, femenina y absolutamente limpia: un bonito juego de seducción envidiable, magníficamente retratado. De hecho, el flanco masculino es despreciado con sus diálogos es tachado de sucio, perverso e indigno de la pureza de Lucy. No obstante, no me resultaría difícil llegar a la conclusión de no ser yo la persona adecuada, aceptando mi naturaleza femenina, para retratar o comprender esos tan femeninos matices que Bertolucci impone en cada escena y especialmente en los continuos silencios, protagonistas siempre. Quizá sea yo el objetivo de Bertolucci, que me enseña y corrige mis pensamientos. O quizá Bertolucci de una nueva interpretación cinematográfica y emocional a un concepto tan íntimo. Quizá sea un largo ensayo sobre el tema o una redefinición según el estilo bertolucciano de la virginidad. No es un secreto que el director se encargó de elegir una actriz para el papel principal que hiciera dudar de su verdadera edad. Cuáles fueron las intenciones de Bertolucci respecto de esa elección, pueden ser interpretables alejándonos de la obra y viendo cómo Lucy no hace de sí misma, sino que representa la viva femineidad personificada y dialogante. En el fondo de “Belleza Robada” se adivinan los restos de otro Bertolucci, el que allá por los finales de los 60 y principios de los 70 hablaba de su tiempo e indagaba alrededor de sus obsesiones personales.

La prueba de que este efecto ha sido buscado expresamente resulta ser las comunes interpretaciones del resto de los personajes femeninos que interactúan con ella. Incluso aquellos rasgos que les definen y les opone al resto, al no resultar original, les limita a un mismo nivel. La exigencia de Bertolucci al dirigir de esta manera, ha dado alas al personaje de Lucy, que se ve libre de desentonar cuanto quiera. Quizá una pizca de inverosimilitud en su interpretación, sea la llave para sobresalir y gustar al mismo tiempo. Sin embargo, le he visto al filme, no sé si era la intención del director o bien las ganas personales de verle alguna gracia a la película, un retrato de la típica familia de artistas, muy explotada cinematográficamente hablando. No obstante, el describir a ese grupo aparentemente auto-excluido de la sociedad me refuerza con mayor severidad que, por mucho que los artistas se las den de excéntricos y marginales, no son más que humanos de base y por lo tanto endebles y estúpidos y cometen, más allá de los versos cargados de existencialismo poético y las charlas sobre política y de cómo mejorar el mundo, las mismas imbecilidades que los humanos que se levantan a las siete para ir a trabajar durante ocho horas. Por lo tanto, ¿cómo es posible que algunos de los poetas más brillantes o alguno de los escritores más clarividentes hayan sido tan básicos y primarios? Pienso en, por ejemplo, Charles Bukowski.

En definitiva, como visión general, el espectador recibe un tortazo de femineidad, un tratamiento de choque para revisitar la esencia de unos sentimientos prohibidos e ilegalmente conseguidos. Y para no dejar mal sabor de boca, Bertolucci nos regala la perseguida escena, tan mágica, que tanto deseamos; mágica por toda la carga que se proyecta sobre ella a través de minutos y minutos de seducción al espectador. Y quizá aún más importante: por la demostrada habilidad para plasmar un estilo personal de un nombre como el de Bertolucci. Un juego de niños para un cineasta de su experiencia y hágame el favor es espectador de no hacerme escribir los de siempre, donde el sexo y el deseo se ven siempre de forma... deformada y excitante. También me parece interesante la representación de esa institución llamada, la familia, tan llena de recovecos, silencios, sombras, mentiras y misterios. O sea, que en cierto modo, Bertolucci se reencuentra consigo mismo y nosotros, los espectadores, lo hacemos con él: siempre es agradable recuperar al viejo amigo que nos ha obsequiado tantas y tantas horas de buen cine. Con esta cinta descubrí a una Liv Tyler en todo su esplendor, un Jeremy Irons interpretando un personaje tan lamentable como entrañable, una banda sonora llena de éxitos del “triphop” o viejos clásicos (el momento del baile entre Liv Tyler y su supuesto padre en sospecha al ritmo de Nina Simone es precioso), una ambientación digna y cálida, y una historia lenta, suspendida en el misterio y algunos momentos desorientados, pero que desembocan en una conclusión tan sencilla como hermosa. Puro cine noventero para observar atentamente, sentir y entender.

Delicada, sensible y cruda

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