miércoles, 28 de septiembre de 2011

La Conquista del Honor

Director: Clint Eastwood
Año: 2006 País: EE.UU. Género: Bélico/Drama Puntaje: 7.5/10
Interpretes: Ryan Phillippe, Jesse Bradford, Adam Beach, John Benjamin Hickey, John Slattery, Barry Pepper, Jamie Bell, Paul Walker, Robert Patrick, Neal McDonough y Melanie Lynskey



La historia nos lleva a la Segunda Guerra Mundial, exactamente a la batalla de Iwo Jima, el episodio más cruento de la guerra del Pacífico (que supuso la muerte de más de 20.000 japoneses y 7.000 estadounidenses), es en esta guerra que quedó inmortalizada una foto donde unos soldados colocaban una bandera norteamericana en la cima de la isla, la cinta nos recrea como esta imagen fue utilizada por el gobierno Norteamericano para alentar a los ciudadanos a invertir en la guerra y las vicisitudes que tuvieron que pasar tres soldados involucrados en la mitificación de esta imagen. Clint Eastwood ya está por encima del bien y del mal. Hablar a estas alturas sobre su innegable genialidad como director, sería darle vueltas y vueltas a lo más obvio. Cuando dentro de 100 años los cinéfilos completos y los críticos miren atrás en el tiempo, y vean lo que se hizo en esta época, el nombre de Eastwood será uno de los que más sobresalga, y será considerado al mismo nivel como otros genios de apellidos tan dispares como Ford, Wilder, Lang, Kurosawa, Welles y tantos otros que no cito por no convertir este post en una larga lista de nombres. Eastwood con “La Conquista del Honor” además de denunciar con contundente elegancia y serenidad, es decir, sin recurrir al grito ni al desgarro, al trazo grueso o a la demagogia partidista, nos hace ver la manipulación de la historia buscando beneficios y conduciendo con engaños al pueblo que gobierna; además de introducir con sutileza a lo largo de la narración de los hechos descritos elementos tales como el racismo (uno de los soldados protagonistas es un indio), la estulticia inmoral de los que toman decisiones que afectan a los demás sin pensar en ellos y a los que son capaces de engañar sin pestañear siquiera, la fuerza tergiversadora del marketing y la publicidad; además Eastwood concluye al final de su trabajo que en el fondo da exactamente igual quién izase la bandera, quién llegara primero a la colina, quién estuviera de verdad en la célebre foto (en la que, por cierto, no se distingue a nadie), pues todos, todos fueron verdaderos héroes.



Pocos directores hay en la actualidad que se arriesguen tanto como Clint Eastwood, siempre a contracorriente, y no realizando ni la más mínima concesión al espectador. Sus películas son el último suspiro de clasicismo que hay en Hollywood, un clasicismo que casi siempre choca con los actuales intereses de la industria del cine, tanto los de aquellos que se dedican a vivir de ello, como los de los simples espectadores, acostumbrados (a veces bien, a veces mal) a otro tipo de cosas de rápido consumo. Y señores míos, el cine de Eastwood no es de rápido consumo. “La Conquista del Honor” es un ejemplo más del buen hacer de este veterano director, al que todavía le quedan muchas cosas por decir. La historia, falsamente vendida como una historia de guerra, narra la contienda de Iwo Jima durante la Segunda Guerra Mundial, pero desde una perspectiva muy distinta a la que creemos. Más que narrar la contienda en sí, se centra en las consecuencias de dicha guerra. Consecuencias para todo un país, necesitado de grandes héroes, consecuencias para aquellas madres que perdieron a sus hijos, y sobre todo, consecuencias para un grupo de muchachos, compañeros en un pelotón, que no pidieron ser héroes, con Eastwood los personajes crecen y se llenan de humanidad, tiene Eastwood una actitud muy generosa hacia todo y hacia todos, de modo que en sus historias no existe la maldad absoluta ni la bondad seráfica, sino que todos sus personajes acaban resultando entrañables, aun después de haber pasado por el infierno al que los seres humanos nos condenamos ciegamente. Esta cinta es ni más ni menos que ante una historia épica construida sobre la base del heroísmo de los marines en Iwo Jima, pero a Eastwood, al igual probablemente que le hubiera ocurrido a John Ford, esa historia no le interesa ni mucho ni poco. Lo que interesa al cineasta de la historia es que ninguno de los soldados utilizados por el gobierno para obtener fondos y continuar la guerra izó de verdad la bandera, ninguno conquistó la colina plagada de japoneses y ayudó a levantar la gran bandera como símbolo inequívoco de victoria y conquista.



Todos los soldados que sí izaron la bandera cayeron en combate antes de que la imagen se hicieses famosa en el mundo entero. Los tres soldados protagonistas de la película sí izaron una bandera americana en el mismo lugar, pero fue una segunda bandera, una bandera que se elevó a los cielos ya en terreno conquistado y sin ningún peligro dando lugar a una segunda foto que serviría para refrendar la leyenda. La primera bandera fue sustituida por una segunda para que pudiera servir de elemento decorativo en el salón privado de algún alto cargo político o militar de Washington. Quiero recalcar que este filme no es un filme de guerra propiamente dicho, sino más bien un drama, un drama de gran altura. Cierto que tiene secuencias bélicas, bastantes, pero éstas no son las más importantes, a pesar de que están narradas con una energía visual por parte de su director, que ya les gustaría tener a otros jóvenes directores, que al lado de Eastwood no son más que novatos con una cámara en la mano. Dichas secuencias sorprenden por la concisión con la que están filmadas, y la enorme frialdad de sus hechos, unos hechos horribles en algunos casos. Resulta curioso ver este dinamismo en alguien como Eastwood. Una vez más, el experto director sorprende a las audiencias filmando con una energía propia de un joven veinteañero, mezclado con la experiencia de un veterano. Y aprovecho aquí para resaltar el hecho de que muchos se han apresurado a comparar esta película con “Rescatando al Soldado Ryan” (1998) de forma totalmente equivocada, no sólo en las intenciones, que son muy distintas, sino también en la forma. Vemos un desembarco, como en el filme de Spielberg, pero muy, muy distinto a aquél, y sin embargo igual de impresionante, como el resto de secuencias bélicas. Probablemente dicha comparación ha surgido por el hecho de que Spielberg es, junto a Eastwood, el productor de “La Conquista del Honor”, y a priori, puede haber algunas semejanzas. No obstante, sería totalmente erróneo comparar ambas películas.



El filme es un completo puñetazo a los intereses de un país por tener la necesidad imperiosa de crear héroes, aunque éstos no sean verdaderos, y venderlos como tal, no sin antes aprovecharse económicamente de ello lo máximo posible, y luego con el paso del tiempo, olvidarse totalmente de ellos. Es precisamente, en este segundo punto, donde la película alcanza sus momentos más álgidos, algunos de ellos, secuencias para el recuerdo. Ese paso del tiempo, con sus consecuencias, está muy bien mostrado por Eastwood, y es aquí donde no puede evitar rendir homenaje a su admirado John Ford, con alguna que otra escena que parece sacada de alguna película del director de “El Hombre que Mató a Liberty Valance” (1962). Por otro lado, en las secuencias bélicas, acierta por partida doble al no hacer concesiones de ningún tipo, y al mostrar un campo de batalla casi onírico, donde vemos al enemigo prácticamente de refilón. Dicha opción, totalmente arriesgada por parte de Eastwood, la considero de lo más acertada. De esta forma, las consecuencias de la guerra cobran mucha más importancia, consiguiendo así querer transmitir lo que se quiere contar. Y la narración paralela con los hechos de la actualidad también es de lo más conseguido, incluso el meter flashbacks dentro de flashbacks, ya que poco a poco vamos comprendiendo mejor lo que sienten los personajes principales, consiguiendo un efecto mucho más logrado que si la narración hubiese sido totalmente lineal. En mi opinión el mejor, el más hermoso, el que más acerca en su lírica contención expresiva, es el que se desarrolla en el tiempo presente, mostrando entre otras cosas las entrevistas que el hijo de uno de los tres soldados realiza a los pocos supervivientes que pueden contar de primera mano la historia. Es este hilo expresivo el que alcanza en su realización cotas altísimas de emoción y de pura contundencia y valor cinematográfico. Insuperable en este tramo discursivo la secuencia de la muerte en el hospital del padre tras hablar brevemente con el hijo escritor, o la que cierra la película, en la que se ve al grupo casi anónimo de soldados despojándose de sus uniformes y adentrándose con vital camaradería en las olas del mar que ha visto morir a muchos de los suyos, mientras la cámara se aleja lentamente ampliando el plano y mostrando entre las dunas de la inmensa playa un mástil con la bandera norteamericana ondeando al viento.



En cuanto al trabajo actoral ocurre algo ciertamente curioso. No hay grandes interpretaciones, aunque todos cumplen con creces su labor, y eso no es poco. Pero es algo a lo que no estamos acostumbrados en el cine de Eastwood. Tal vez haya sido una decisión tomada muy conscientemente. El director no ha querido tener grandes actores, porque no quería distraernos de la historia, por así decirlo. Su trabajo es todo un homenaje a un montón de héroes anónimos a los que no se debería olvidar, y los actores elegidos dan el tipo totalmente. Tampoco trata a uno más que a otros, o por lo menos no lo suficiente. Todos tienen su importancia, como en las historias paralelas que tanto le gusta contar a Eastwood en sus filmes. Sin embargo, esto para mí es un arma de doble filo, ya que de esta forma, no hay ningún personaje con el que poder identificarse completamente, o tomarlo como el verdadero protagonista del filme. Se podría decir que los protagonistas son todos. En ese aspecto, el distanciamiento que toma su director es absoluto, no sólo en la historia sobre el campo de batalla, sino también con sus personajes, a los que quizá quisiéramos tener un poco más cerca. El guión puede que no tenga la perfección de otras cintas anteriores en la filmografía de Eastwood, y al respecto cabe citar de nuevo la secuencia con un padre y su hijo, comprensible, pero un poco metida a calzador. No obstante, dicho guión cobra todo su sentido en la maravillosa secuencia final. Una vez más, con una sola secuencia, realiza toda una declaración de principios. Y es que el trabajo de Eastwood está por encima del guión, su puesta en escena suple las mínimas carencias que éste tiene. En la cinta se constata que la leyenda, el mito, muchas veces se construyen sobre una falsedad, pero una vez puestos en marcha por los diferentes intereses que pueden entrar en juego, y una vez difundidos por los medios de comunicación de masas, siempre proclives a jalear lo sensacional, lo que va a desencadenar la lágrima o el entusiasmo en el seno de la sociedad, ya nada puede hacerse, y como dice el periodista fordiano, “cuando un hecho se transforma en leyenda, ya sólo se escribe sobre la leyenda”.



Para Eastwood todos fueron verdaderos héroes. No lo fueron porque luchasen con ahínco por su país y las ideas que éste representa o sostiene, no lo fueron porque amasen hasta dar la vida por ella la bandera que levantaron al cielo azul de una isla japonesa en el Pacífico. No, fueron héroes la inmensa mayoría de ellos porque estaban dispuestos a dar la vida por sus compañeros, por sus camaradas y amigos, por el grupo con el que estaban comprometidos física y moralmente, hacia el que sentían la responsabilidad ética de la camaradería (uno de los temas hawksianos por excelencia). En principio, a Clint Eastwood no le ha salido la película redonda que todo el mundo esperaba, quizá porque su estructura manierista y un tanto alambicada, el no hacer nada por identificar con precisión prístina (¡qué decisión a largo plazo tan inteligente!) a los héroes y a cada uno de sus compañeros en las secuencias de guerra, lleve al espectador a una cierta confusión, a tener algunas dificultades a la hora de acercarse y comprender el discurso general de la obra. Algo semejante le ocurrió a John Ford con la estructura compleja y desequilibrada de su obra maestra “Más Corazón que Odio” (1956). Pero estoy plenamente convencido que el tiempo jugará a favor de esta película de Eastwood, un tiempo que dará el certificado de excelencia a este historia sobrecogedora, contada con un alarde de barroca maestría por el último de los directores clásicos del cine americano. Uno termina de ver el filme y lo que se siente son unas ganas tremendas de ver la maravillosa “Cartas desde Iwo Jima” (2006). No cabe duda de que ambas películas podrán juzgarse como un todo, al mismo tiempo que funcionarán por separado. “La Conquista del Honor” es otra joya en la carrera de un genio. Su fracaso en taquilla fue grande y realmente no me extraña. Eastwood, una vez más, no tiene en consideración al público y cuenta lo que quiere, pero sus filmes son inmortales y seguirán abofeteando las caras de futuras generaciones, cuando éstas se sienten a contemplar su obra.



"Una película de impresionante poderío y abrasadora provocación”

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