domingo, 1 de agosto de 2010

El Último Tango en París

Director: Bernardo Bertolucci
Año: 1972 País: Italia/Francia Género: Drama/Erótico Puntaje: 09/10
Interpretes: Marlon Brando, Maria Schneider, Jean-Pierre Léaud, Massimo Girotti, Maria Michi, Catherine Allegret y Giovanna Galletti

Nacida en estado de desequilibrio; rodada sobre el exceso, filmada por un director para la desconfianza (que más sabe de crítica cinematográfica que de poesía en imágenes): por algún motivo incomprensible Bertolucci pudo regalarnos la obra definitiva sobre la belleza imperfecta. Un último baile descompasado que, como bien se ha dicho, narra el naufragio urbano de dos perdedores en la ciudad que nunca más volverá a ser la del amor. Paris, dos desconocidos, un piso vacío, un breve encuentro sexual sin palabras. Un colchón, un sillón, una lámpara sin tulipa, tan desnuda como el alma de estos dos náufragos que se encuentran para hacer el amor en un apartamento. Aquí y ahora. No hay palabras, no hay historias de un pasado frustrado, no hay futuros perfectos imposibles. No hay biografías. Dos soledades. El sexo se convierte en la verdadera forma de comunicación, la más básica, pero la más real. Jeanne tiene 19 años, Paul 45. La cámara gira alrededor de ellos. Como en un cuadro de Edward Hopper, aislados del mundo, este apartamento casi vacío es el único lugar donde su historia es posible.

Jeanne es una joven moderna que aún sueña con príncipes y castillos donde protegerse del miedo y del frío. Su novio Tom hace cine de vanguardia, “cinéma verité” con pretensiones políticas, un niño grande capaz de proclamar a gritos su amor perfecto y pop en una estación de metro, un voyeur indiscutible que quiere rodar absolutamente todo en 16 mm, hasta su propia boda, nada alejado de la idea burguesa de los Lumiére de reproducir y dejar grabadas para la posteridad sus posesiones, sus familias, sus trabajadores. Es el discreto encanto de la burguesía. Jeanne se refiere a Olimpia, su criada, como la personificación de la virtud doméstica: fiel, económica y racista. Por el contrario, el mundo de Paul tiene una luz triste. Un pasado en América. Otro en París. Su mujer muerta. Un hotelucho sórdido y claustrofóbico en herencia. Viejas fotografías en color sepia. Putas acabadas, saxofonistas borrachos y otros perdedores. Incluso hasta el amante de la esposa parece un clon de sí mismo. Sexo compulsivo y desaforado, un nuevo lenguaje entre dos para dos. Jeanne busca sentir, experimentar. Quiere saber. Paul persigue calmar su angustia existencial. Quiere olvidar. Sexo, cada vez más excitante, cada vez más violento: a la ternura de ella, él responde con sadismo.

Ella aún sueña con un matrimonio feliz. Las parejas jóvenes que sonríen desde las vallas publicitarias anuncian que es posible. La vida de él ha sido una mentira. Un matrimonio fracasado, una herida abierta. El pasado, que se resiste a cerrarse. Jeanne construye un héroe romántico ideal (¡¡es Marlon Brando!!) atraída por su magnetismo sexual, irracional, casi animal. Paul destruye ese héroe irreal, mientras se reconstruye a sí mismo (Es el testamento de Brando. La leyenda dice que nunca se leyó el guión completo y que algunos de sus monólogos fueron totalmente improvisados). Gruñidos por palabras. Ella confiesa que lo ama. El pone en práctica la última prueba. La mantequilla. La puta familia. Los cerdos y las ratas. La humillación definitiva. Traspasados todos los límites, tabúes y abismos que parecían insalvables, Paul cree haber encontrado a alguien que le ama tal y como realmente es. Y aparecen las palabras. El pasado de él se convierte en historia. Ella piensa en el futuro. Se dan de bruces con una realidad en la que no serán capaces más que de bailar un tango desacompasado. Flores a la esposa muerta. La pistola del padre. La próstata y las hemorroides. Enseña a Tom el apartamento. Paul, por fin, quiere el amor y todo lo demás. Jeanne tiene dudas, pero el vestido hace a la novia. Ha tomado una decisión.

Paul es un atormentado, un ser destrozado ( su esposa se ha suicidado, y no quiere construir un mundo nuevo) y un alma en pena continua, que no necesita redimirse, pero que lampa por encontrar a alguien con quien dejarse morir, a quien confiar su letanía más íntima. Y entonces es cuando aparece el sexo y es en su gramática de sudor y de silencios en donde Paul y Jeanne consiguen una comunicación plena. Eros y Tanatos, la vida y la muerte bordadas en el sexo, como decía Serrat en la copla de su Curro el Palmo, la eterna historia del bien y del mal, de la luz y de su reverso, no necesariamente tenebroso: esto es lo que se esconde debajo de la ropa de los amantes, en el suelo del apartamento parisino, con luz del sol invadiendo la pantalla. Asombra que los años no hayan restado un ápice de contundencia a este film: se ha sobrepuesto a su mensaje, aunque tiene todas las papaletas para perderse porque es, muy fundamentalmente, un filme preciso de una época precisa y se entiende que los espectadores que lo vieron en su estreno alojaran un asombro mayor, una reverencia más profunda, un amor más visceral por la experiencia que supone su visionado.

"Puto Dios", dice Paul debajo de un puente mientras un tren pasa. Paul no quiere saber nada del pasado de su amante casual. No hay nombres. No hay historia. Hay epidermis. Hay un revolcón que ha dado suficientes quebraderos de cabeza a los reprimidos y a la censura imperante como para tener este filme como cabecera del pecado, con la imagen voluptuosa de Jeanne en la bañera, enjabonado por el hierático Paul, quemada por una tarde invernal tristísima y hermosa. No escandaliza como entonces, gracias a ese Dios de debajo del puente que Paul insultaba, pero deja un poso de angustia, de escozor en el alma, que es donde más escuecen todas las cosas. Palabras mayores de filósofos de mesa camilla como nihilismo o existencialismo para una sencilla remembranza de una película de erotismo dramático o de drama erótico, pero el sexo es el vehículo para que estos personajes toquen el cielo o toquen fondo y acaban en la gloria o en el infierno. Importa poco. París, no obstante, teniendo muchas películas, tiene a ésta como una bandera firme de su aureola de romanticismo decadente.

París pone el dolor, Brando la desesperación (y una inmensa interpretación) y Schneider el cuerpo; para grabar con pornográfica alevosía unos íntimos actos de amor (no los polvos, sino los diálogos), y una salvaje violación, con penetración, en los secretos vomitados y escondidos de dos personas que creen saber ocultarlo todo y se les ha olvidado vestirse. Ella buscando un padre que le contara cuentos, él escupiéndole las verdades de este mundo; ella esperando que la sacaran a bailar, él forzándola sobre la pista; ella deseando un beso de buenas noches, él cubriéndole la vagina con mantequilla; y pese a todo ella amándole y él correspondiéndola. Algunos se han empeñado en ver en “El Último Tango en París” un estudio sobre la sexualidad, o un cursillo intensivo de lo más perverso del kamasutra, pero esta película es mucho más: es un alegato contra la visión romántica e idealizada del amor, es un profundo análisis de las relaciones de pareja y una crítica a la familia: “esa santa institución, ideada para inculcar la virtud entre salvajes, …donde la libertad es asesinada por el egoísmo”, y por último, es también una reflexión sobre el hecho cinematográfico. La cultura cinematográfica del pasado (Brando es el cine clásico), frente a las propuestas radicales del cine de los 60: el “cinéma verité”, el “free cinema”. No es casual que Tom esté interpretado por Jean-Pierre Léaud, alter-ego de Truffaut en sus películas y actor fetiche de la Nouvelle Vague (Curiosamente repite la misma función simbólica que el personaje que interpretaría en “Soñadores” treinta años después). Tiene la obsesión de atrapar la realidad dentro de un encuadre: lo que queda fuera de campo no existe, no es verdad. Esto es una sencilla crítica de cine, un apunte sobre el pasado, si no has visto la película, que esperas.

"Intenso drama de desencantos y hermosuras”

3 comentarios:

  1. Solo Brando importa en esta película,todo nace y muere con el y de el, Maria Schneider ya ha sido olvidada (era una actriz mediocre) porque es solo un instrumento que toca el concertista, Leaud está perdido, solo es un relleno, incluso la trama es una excusa, no hay film solo Brando derruido, un hombre que es un paisaje moral desolador en su lucidez abisal, el extranjero definitivo. No es una interpretación, no hay personaje solo Brando arrastrandose hasta el más puro final a los acordes de Gato Barbieri en un Paris gris y opaco.La película es el adorno porque ver a una persona mostrandose en todo su miserable esplendor es demasiado para tragarlo sin algo dulce. Cuidado con esta película si la miras demasiado te devolverá la mirada.

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  2. Al margen de consideraciones puramente cinematográficas y técnicas (aunque también es impecable en ese aspecto), quien no se estremezca con esta absoluta obra maestra del cine posiblemente tenga una patata podrida en ese lugar donde suele estar ubicado el corazón. Diseccionar con tanta precisión y a pecho descubierto un alma humana ya es más que meritorio, pero si el alma humana en cuestión pertenece a un tal Brando sobran las palabras...La tan traída, llevada y manoseada mantequilla, como todo el mundo sabe, siempre se queda flotando en la superficie.

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  3. Joder! Siento si de mi boca sólo salen cosas feas después de ver esta película, pero manda narices que BODRIAZO. Ya de primeras ha empezado con uno de los principios más estúpidos en el mundo del cine, con un polvo forzadísimo que muy pocas personas lo calificarían de verídico en la vida real. Solo me he podido reír. Tiene detalles técnicos geniales, y algunos planos MAGISTRALES, pero el resto es para quemarlo. Inclusive la muy glorificada actuación de Marlon me ha parecido discreta tirando a mediocre... También he leído por hay que califican esta película de obra maestra jajaja entonces cuando vean el Padrino o Érase una vez en América esas personas se humedecerán. Ha sido una gran decepción, me esperaba muchísimo más de lo que he recibido... intentaré borrarla de mi cabeza pero me ha dejado secuelas. Escribes bien Mabel, pero que malos gustos tienes.

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