miércoles, 11 de mayo de 2011

El Juego

Director: David Fincher
Año: 1997 País: EE.UU. Género: Thriller/Intriga Puntaje: 08/10
Interpretes: Michael Douglas, Sean Penn, Deborah Kara Unger, James Rebhorn, Peter Donat, Carroll Baker, Armin Mueller-Stahl y Spike Jonze



Nicholas Van Orton (Michael Douglas) es un perspicaz e influyente hombre de negocios acostumbrado a controlar absolutamente todas las facetas de su existencia. Sin embargo, su perfecta vida sufre un dramático cambio cuando su hermano Conrad (Sean Penn) le hace un original regalo de cumpleaños que pronto tendrá consecuencias devastadoras. Se trata del acceso a una misteriosa y nueva forma de entretenimiento en la que todo puede perderse, y con una sola regla, esa es la premisa de “El Juego” la tercera película de David Fincher. Se la ha considerado una obra menor en comparación con dos de sus grandes éxitos de crítica: “Los Siete Pecados Capitales” (1995) y “El Club de la Pelea” (1999), pero por encima de todo, se la ha acusado de tramposa. Sin embargo, ¿no es acaso toda la película un gran juego, una gran trampa de la que no solo participa su protagonista sino todos nosotros como espectadores?... “Una pastilla te hace más alto, otra pastilla te hace más pequeño y las que te da tu madre no te hacen ningún efecto. Ve y pregúntale a Alicia cuando medía diez pies. Y si vas a buscar conejos y sabes que vas a caer, diles que un gusano fumador te ha llamado. Pregúntale a Alicia cuando era pequeña”. ..Esta es parte de la letra de la canción “White Rabbit” (Conejo blanco), del mítico grupo psicodélico de los sesenta, Jefferson Airplane. En ella se nos habla de un viaje alucinógeno, caótico, que hace alusión al de la Alicia de Lewis Carroll y que es claramente una metáfora del mundo del las drogas y más concretamente al LSD y sus efectos. Una canción que aparece en más de una ocasión en “El Juego” y que es de suponer que David Fincher escogió siendo plenamente consciente de su significado.



Así, la película se nos aparecerá como un viaje irreal, confuso, lleno de trampas, igual que el de “Alicia en el País de las Maravillas”. Fincher ha dicho que esta gran trampa que es su película tiene muchos puntos en común con “El Golpe” (1973), película de timadores, llena de giros y engaños, pero a mí me recuerda más a "Casa de Juegos" (1987), pese a que él diga, y tal vez esté en lo cierto, que ésta es una película en las que se le toma el pelo al espectador, mientras que en “El Juego” se le hace caer en la trampa. Tal vez a muchos les irrite eso de que les tomen el pelo en el cine, pero cuando se hace tan bien como en estos filmes y me refiero de manera inteligente, uno no puede evitar esbozar una sonrisa y ser partícipe de la gran broma que le han gastado. Si otro gran “jugador” del cine, como Joseph L. Mankiewicz, nos engañaba de manera maravillosa llevándonos por donde él quisiera en obras maestras como “La Huella” (1972) o “Mujeres en Venecia” (1967), David Fincher nos maneja a su antojo, haciendo que vayamos de la mano de su protagonista a través de esta gran charada que es su película. Nos encontramos, por lo tanto, en un mundo en el que no hay reglas, o al menos que no está regido por las normas convencionales y en el que nada es cierto y todas nuestras certezas se derrumban para crear otras nuevas que vuelven una y otra vez a desmoronarse como un castillo de naipes. Al final parece que todo cobra sentido, pero siempre nos queda la duda sobre lo que es real y lo que no lo es. Nicholas, hombre rico de negocios, de vida fría y ordenada, piensa que lo tiene todo controlado pero su existencia está llena de asepsia; en su hogar, en su oficina, en sus relaciones con los demás.



Michael Douglas crea un personaje muy parecido al de “Wall Street” (1987) pero con una pizca más de humanidad. Se ha dicho que es una mezcla de un Mister Scrooge de los noventa y de un héroe sacado de una película de Hitchcock, como el Cary Grant de “Con la Muerte en los Talones” (1959), y tal vez sea cierto, pero yo quiero verle como una Alicia en el País de las Maravillas envuelta en un mundo loco sin reglas ni orden de ningún tipo. Es además curioso que este personaje se llame como el protagonista de la novela “El Mago” de John Fowles. Nichola Urfe, al igual que Nicholas Van Orton, participa en un juego urdido por una presencia superior, un hombre que juega a ser Dios, en el que los personajes cambian y ficción y realidad se mezclan continuamente. Ambos son llevados de un lado a otro como marionetas, ambos investigan, buscan, participan de un juego que se mezcla con sus vidas y nosotros, como espectadores y lectores, nos encontramos tan perdidos como ellos. El Juego está más allá de su entendimiento. Es increíble la cantidad de puntos en común que tienen estas dos historias. Así es como el señor Van Orton, como si de una Alicia moderna se tratara, es tentado por su hermano Conrad, que representa todo lo que él no tiene: una vida desordenada, nada convencional, pero plena, feliz, al fin y al cabo. Al principio, Nicholas se muestra escéptico con el regalo de su hermano. ¿Qué es ese Juego? ¿Qué significa esa tarjeta con las siglas CRS?, en el fondo, Nicholas debe intuir que su vida no está completa y decide experimentar esas nuevas sensaciones que el Juego le pueda reportar yendo a las oficinas de CRS (Consumer Recreation Services).



Nicholas comienza su aventura siguiendo al conejo blanco, en este caso, a la turbadora camarera Christine (Deborah Kara Unger). Con ella se adentra en la cueva y cae, cae como Alicia…su mundo ordenado dejará de existir. Esa asepsia, esa pulcritud que tenía su vida adquirirá tintes de pesadilla. Las notas del piano compuestas por Howard Shore, nos adentrarán en ese universo oscuro e inquietante. Esa música estará permanentemente presente desde el momento en que el Juego comience, metiéndonos sin darnos cuenta en ese “País de las Maravillas” donde, parafraseando a Jefferson Airplane, “la lógica y la proporción se desordenan completamente.” Ese mundo lógico y ordenado que se había fabricado nuestro protagonista comienza a desintegrarse y es que, seguramente, era tan artificial como la casa de Christine, llena de armarios vacíos, falsas fotos y grifos sin agua. Esa realidad simulada que le rodea a partir de entrar en el Juego, es lo más real, lo más palpable que ha tenido desde su infancia (fantásticas las imágenes recreando su niñez en Super 8). Todas sus represiones, sus tabús, se le ponen delante, como en un espejo. Y así, en la secuencia en que lleva a Christine a su despacho, descubrimos, gracias a la elegante puesta en escena, a un Nicholas un tanto descolocado. Tras una noche de persecuciones, con caída a contenedor de basura incluida, en la que no le hemos visto perder la compostura, o, más bien, dejar de ser él mismo, de pronto, cuando ella se quita la camiseta para darse una ducha, enseñando su sujetador rojo, le vemos dudar, turbado. Hay algo que ha hecho ¡crack! y se ha desencajado.



Intuimos que en Nicholas hubo un pasado más lleno, más humano, del que se ha despojado completamente. De algún modo se ha creado su mundo particular, aislado de todo y todos. Y paradójicamente, cuando se interne en un universo irreal gracias al “Juego”, entrará más en contacto con la realidad y se sentirá más vivo que en toda su vida. Michael Douglas está estupendo, con el auricular del teléfono en la mano, intentando llamar a un taxi, desviando la mirada y tragando saliva, como quitándole importancia a el hecho de que esa desconocida le atraiga. Y cuando llega a la habitación del hotel y encuentra los rastros de una orgía, con droga, alcohol y porno, en vez de seguir el juego ante algo que realmente no ha ocurrido, se comporta como si fuera culpable, como si ciertamente hubiese vivido una “noche loca” de la que ya no recuerda nada: tira la droga por el inodoro, recoge las fotos, intenta borrar, desesperado, todas las huellas de su paso por ahí… hay algo que no funciona. ¿No era éste un seguro hombre de negocios? Ahí vemos que todo era una fachada. Esa persona no existe. Lentamente, el verdadero Nicholas está saliendo a la superficie. Todo aquello que tenía controlado se le escapa de las manos: sus más íntimos deseos primero, luego su santuario, su mansión fría, vacía y silenciosa, que se le aparece llena de pintadas fosforito como en una discoteca, con música estruendosa por todas partes (¡¡¡la canción White Rabbitt de Jefferson Airplane!!!). Y finalmente su trabajo, su dinero, sus finanzas, todo aquello que él cree personificar. A partir de ahí ya no hay reglas pues se han roto las barreras: las identidades cambian, los clichés se rompen, las realidades se mezclan.



Despojándose de todo lo que pensaba que conformaba su identidad, Nicholas termina siendo él mismo. De este modo, le vemos renacer en un remoto cementerio mexicano, cuando se despierta exhalando una bocanada de aire y rompe de un golpe seco la caja de madera en la que se encuentra metido. Vestido con un traje blanco, le vemos caminar en planos generales por descampados y calles deprimidas de una ciudad de México. De manera casi imperceptible, observamos cómo se quita la corbata y la tira al suelo en un gesto que completa la transformación del nuevo señor Van Orton. Un hombre totalmente diferente: “En este momento soy extremadamente frágil…” dirá mientras apunta con una pistola al la ladrón que intenta asaltarle en su coche. Nicholas es al final consciente de su transformación, de la charada en la que se ha visto inmerso, de que jugando ha vivido. Sin embargo, siempre le quedará la duda, y a nosotros, también, por supuesto, ya que vamos de su mano durante toda la película, de que esa gran trampa no haya concluido, de que, tal vez, nunca lo haga. La secuencia final es sutil en este intento de dejarnos con la incertidumbre. El encuentro entre Nicholas y Christine tras la fiesta, en esas calles vacías y oscuras, de neones verdes y rojos, es una señal evidente de ello: “Nunca te pregunté tu nombre, ¿verdad?” “No” , contesta, “Es… Claire”… dice vacilante. ¿Se lo inventa? ¿Es sincera? Eso tendrá que descubrirlo Nicholas si acepta la invitación de la chica para ir con él al aeropuerto a tomar un café. De pie, junto al taxi en el que ella le espera con la puerta abierta, él duda qué hacer. Las notas de “White rabbit” comienzan a escucharse a lo lejos. ¿Seguirá Nicholas de nuevo al conejo blanco?



"Una joya del entretenimiento"

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