miércoles, 25 de mayo de 2011

El Cisne Negro

Director: Darren Aronofsky
Año: 2010 País: EE.UU. Género: Drama Psicológico Puntaje: 10/10
Interpretes: Natalie Portman, Mila Kunis, Vincent Cassel, Winona Ryder, Barbara Hershey, Christopher Gartin y Sebastian Stan



Nina Sayers (Natalie Portman), es una brillante bailarina que forma parte de una compañía de ballet de Nueva York, vive completamente absorbida por la danza, la presión de su controladora madre (Barbara Hershey), la rivalidad con su compañera Lily (Mila Kunis) y las exigencias del director de la compañía (Vincent Cassel). Esas presiones se irán incrementando a medida que se acerca el día del estreno de “El Lago de los cisnes”, esto provocara en Nina un agotamiento nervioso y una confusión mental que la incapacitan para distinguir entre realidad y ficción. Darren Aronofsky realiza una cinta muy cerrada, opresiva, que se desarrolla en tres o cuatro escenarios y apenas presenta personajes. La trama, al mismo tiempo, es igual de limitada, pues cuenta con un único hilo argumental y es muy sencilla, casi básica. Pero, partiendo de estos escasos elementos, argumentales o físicos, el director lleva la historia mucho más allá, elevándola en niveles de profundidad, es decir, verticalmente en lugar de horizontalmente. Utilizando todos los recursos del terror tradicional, como los sustos de sonido, las apariciones o visiones repentinas, las confusiones… Aronofsky crea numerosas situaciones de miedo que, unidas a la interpretación y marco dramáticos del resto del filme, pueden parecer fuera de tono. La película está en el límite y con un golpecito hacia un lado, podría desequilibrarse y resultar grotesca o ridícula. Sin embargo, la elegancia de la fotografía, ambientación y vestuario de “El Cisne Negro” consigue que todo sea tomado con la seriedad que requiere para que no se salga de esa angustia y esa desesperación que llevan, en ocasiones, al estremecimiento.



Nos encontramos ante un filme de terror psicológico, uno de los géneros que recibo con mayor agrado, pero en el que resulta más difícil hallar productos capaces de retratar con credibilidad la mente enferma, sus causas y consecuencias. El abultado equipo de guionistas ha realizado un excelente trabajo al haber sido capaz, no solo de retratar la locura y contagiar la desesperación, sino también de explotar al máximo las posibilidades, pero sin llegar a pasarse, a pesar de que, como digo, se encontraban cerca de la línea divisoria. Lo curioso es que, si se buscasen referentes para este filme, podrían hallarse en géneros muy dispares de la historia del cine. Podríamos mencionar “Eva al Desnudo” (1950), tanto como se podría suscitar “Carrie” (1976), especialmente por la relación de la protagonista con su madre, una excelente Barbara Hershey, que produce más terror que los espejismos de Nina. Pero las verdaderas referencias se encontrarían en un cine de terror psicológico más europeo, como “Repulsión” (1965) de Roman Polanski y otras cintas de semejante acercamiento a la locura. Si esta educación restrictiva que la ha convertido a la protagonista casi en una frígida inhumana, sin capacidad para vivir, fuese el único sustento argumental de “El Cisne Negro”, nos encontraríamos con una cinta más sobre un tema ya muy visto. No obstante, en este caso es solo un complemento a todo lo demás y, para ser únicamente un aspecto secundario, está estudiado con equivalente acierto. Se lleva más allá esta exploración al hablar de interpretaciones que aquí se aplican a la danza, pero que valdrían igualmente para el cine, el teatro y la televisión. “El Cisne Negro” nos habla de lo que debe sacrificar un intérprete para encarnar un papel. Dejar salir el lado negativo porque el guion lo exige puede ser una forma de abrir una caja de Pandora que era mejor que permaneciese bajo siete llaves.



El guión es realmente inteligente juega en dos actos, primero nos presenta un arco de blancura en un comportamiento dulce casi dócil del cisne protagónico pasando paulatinamente a convertirse en cisne negro, esta transformación esta magistralmente realizada por Aronofsky, que es uno de los mejores exponentes de la condición humana, es un empírico psiquiatra del alma que funciona en todos sus trabajos en un constante acercamiento a nuestros miedos. Sabiendo que la cinta toma “El Lago de los Cisnes” como referente ¿La obra de Tchaikovsky tendrá la misma historia que plantea Aronofsky?, pues si, en ella encontramos una personalidad pulcra y luminosa en busca del amor; y otra, pasional y desatada que se lo arrebata. Mecánicamente tenemos a una de ellas encarnada en Natalie Portman y a la otra en Mila Kunis, ambas, como todas las bailarinas de la película, en busca de la interpretación perfecta. ¿La perfección es posible? Aronosfky, sin embargo, pone su toque y la película se convierte en una lucha entre las pasiones más bajas del ser humano peleando en contra de la opresión de la razón y lo consiente. El “Ello” enfrentado al “Super Yo” para acomodar todo en los términos del mismo Sigmund Freud. La película asombra, sobre todo, la cámara empeñada en seguir los pasos de ballet de la misma manera que seguía los vuelos y las maromas de la lucha libre en la anterior cinta de Aronofsky “El Luchador” (2008). Sorprende también que de la misma manera que seguíamos a Randy Robinson en los pasillos que lo llevaban al ring, su única pasión, en “El Cisne Negro” estemos también permanentemente atados a la espalda de la bailarina, aunque ahora, sabiendo que oprime su pasión, los pasillos se convierten en un laberinto en el que ella busca el elemento faltante para la perfección. La contradicción del ser humano.



Efectivamente. La cámara se repite casi mecánicamente de una película a la otra, pero desde la utilización de los colores hasta la duración de los planos (que aquí se extienden mucho más), pasamos de la historia de un hombre que sobrevive o mal vive asido a lo único que le ha dado algo de dirección, la lucha libre, al repaso de las pasiones de una bailarina, reprimidas en busca de algo que nunca le ha pertenecido al ser humano, la perfección. Es por ello que, desde el enfrentamiento obvio entre el cisne blanco y el cisne negro, llegue una metáfora igualmente conocida pero mucho más efectiva para el final que busca el señor Aronofsky. Todo el tiempo, a cada momento, el cisne blanco que es Natalie Portman ve con desesperación cómo la sangre, su sangre, quiere abrirse paso en su cuerpo: heridas, raspones, cicatrices y eventualmente cosas más graves, manifiestan poco a poco el deseo reprimido. La sangre es roja, la pasión es sangre, la sangre es sexo que también es rojo y desde el primer contacto que tenemos con ese cisne blanco, sabemos que no todo está bien en esa cabeza cuando de esas palabras se trata. La escenografía y el vestuario, como toda buena propuesta fundada en el expresionismo, refuerzan esta sensación: los pasillos de color neutro en “El Luchador” aquí se vuelven grises, apagados, no tienen luz. Los trajes que allá relucían de colores acá llegan casi al blanco y negro, opacando incluso el brillo añadido de los adornos. La casa del luchador, estrecha y modesta se convierte en un laberinto sin salida con un cancerbero desquiciado al que la hija única en edad de ya no vivir ahí (aparece Freud de nuevo) padece con temor inexplicable. Las ropas se destiñen y se rasgan minuto a minuto.


Y encima está el color rojo. El director del ballet pide pasión y el rojo aparece poco a poco hasta que grita por desatarse en una lluvia que bien podríamos llamar sangrienta: empezamos con el lápiz labial, en él el rojo se encierra para soltar las dosis necesarias; pasamos a las venas y las arterias que emiten un pulso que no puede ser apagado y que a fuerza de ser ignorado explota en marcas y estigmas que nos colocan en el territorio del cine de terror. El rojo que Nina oprime y reprime es ese deseo ignorado; no hay improvisación, no hay disfrute, no hay violencia, no hay deseo... pero en el fondo sabemos que no es cierto, que está ahí y que saldrá, cueste lo que cueste. Sabemos que la perfección es completamente ajena al ser humano y sabemos que muchos seres humanos la buscan con desesperación. Sabemos que el ser humano completo debe conocer sus impulsos “negativos” y los “positivos” (eso de los maniqueísmos debería estar ya superado). Entendemos que unos complementan a otros, pero el cambio de tono hacia el final de El cisne negro desconcierta, especialmente cuando durante su desarrollo habíamos jugado con violencia, sexo, esquizofrenia, desorientación, con el color rojo en todas sus gamas. El machaque mental de Aronofsky es agresivo pero sutil más que nunca, en “El Cisne Negro” es el maestro del mobiliario psicológico. Ordena y desordena, ilumina y oscurece, todo para crear algo más que un ambiente, algo más que una sensación. Porque si a ese escenario sube a Natalie Portman, pasará mucho tiempo hasta que después de ver la película dejes de ver su rostro, puro arte interpretativo. Cisne Negro es una historia en la que los opuestos se atraen, la oscuridad echa el pulso a la luz, la lágrima torna a sangre, el romanticismo se descompone y el terror se viste de gala.



Reflexionar sobre este maravilloso arte, que es el ballet, siempre nos imaginamos una escena en la cual se pueden apreciar a puras mujeres, bellas todas, delgadas, que bailan al compás de la música clásica, ejecutando a su vez movimientos absolutamente perfectos y carentes de soltura. Esto definitivamente no sucede en esta película, acá vemos la realidad y el sufrimiento de una bailarina, es por eso que “El Cisne negro” es una cinta de que tiene una protagonista absoluta. Contamos con un único punto de vista, el de Nina o Natalie Portman, quien sostiene el filme, espléndida en todas las facetas de su personaje y sorprendente en su transformación. El esfuerzo de la actriz por encarnar el papel más rico y complicado al que se ha enfrentado se ve más que recompensado. Los premios que ya ha obtenido, sin duda son merecidos. Los demás personajes sirven cada uno un propósito diferente dentro de la involución que va sufriendo la reina cisne. En este sentido, el más interesante lo encarna Mila Kunis, quien sorprende con una brillantísima interpretación, que funciona en ocasiones de contrapunto y en otras de “alter ego” de la principal. Vincent Cassel está perfecto en un enigmático personaje que acarrea la función de catalizador para desencadenar todo el fuego que Nina llevaba dentro: él es la motivación para que ella sufra su metamorfosis. Winona Ryder supone ese futuro al que la protagonista odiaría acercarse… y así el resto de los personajes que, perfectamente, podrían vivir en la mente confusa de Nina. “El Cisne Negro” no es una cinta de terror al uso, ni diría que es de este género, es más un drama con todas de la ley, pero el cual esta envuelto en una fabula fantástica con algún elemento esporádico de terror, que va creciendo a medida que la historia entra en una sordidez y psicosis total. Es sin lugar a dudas la película más conseguida de su director. Tanto en su aspecto visual, de una gran belleza, exquisita y portentosa.



"Trágica pero bella a la vez, obra maestra"

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