domingo, 12 de junio de 2011

El Club de la Pelea

Director: David Fincher
Año: 1999 País: EE.UU. Género: Thriller/Drama Puntaje: 10/10
Interpretes: Brad Pitt, Edward Norton, Helena Bonham Carter, Meat Loaf, Jared Leto, Van Quattro, Markus Redmond, Michael Girardin, Rachel Singer y Eion Bailey



Edward Norton interpreta a hombre al que llamaremos “Jack” en esta crítica, ya que en la cinta no se menciona el nombre, es un personaje insomne, hastiado de su gris y rutinaria vida. En un viaje en avión conoce a Tyler Durden (Brad Pitt), un carismático vendedor de jabón que sostiene una filosofía muy particular: el perfeccionismo es cosa de gentes débiles; en cambio, la autodestrucción es lo único que hace que realmente la vida merezca la pena. Jack y Tyler deciden formar un club secreto de lucha que tendrá un éxito arrollador. De cuando en cuando surge, de manera imparable y bastante absurda, el tema de la violencia y la ideología en el cine. Existen ciertas películas que sirven de diana irresistible a todos aquellos que enarbolan, sin que nadie se lo haya otorgado. Creo firmemente que el cine (como todas las demás artes, claro está), no puede ser moral ni inmoral. Simplemente está mal hecho o bien hecho (y todo lo que esto comporta, que es muy amplio). Eso es todo. No por ello un director puede hacer todas las barrabasadas que se le ocurran. Pienso en el caso de narrar la vida de personas que han existido, o temas más complejos como un análisis cultural. Pero en “El Club de la Pelea” no hay personajes basados en personas reales, ni situaciones basadas en hechos reales. Por lo que es posible sospechar que el hecho de que tantos (no todos) se la tomaran como un feroz ataque de mal gusto, es porque se sentían identificados con lo que veían en pantalla. Y no les gustaba.



“El Club de la Pelea” es un proyecto completamente inusual proveniente de los rutinarios estudios de Hollywood. Está basada en la novela de 1996 de Chuck Palahniuk, la que en su momento generó cierto interés en los estudios. Los productores pensaron en Peter Jackson, Brian Synger e incluso Danny Boyle para adaptarla, pero por desinterés o por complicadas agendas de trabajo ninguno de ellos pudo acercarse al proyecto. La cuarta opción fue David Fincher, quien ya era un nombre destacado después del suceso de “Los Siete Pecados Capitales” (1995). Pero aún con Fincher y con el elenco de estrellas: Norton, Pitt y Bonham Carter, “El Club de la Pelea” sería un proyecto resistido por las grandes productoras. A regañadientes la FOX aceptó, aún cuando el estudio y Fincher tenían las heridas abiertas sobre la caótica producción de “Alien 3” (1992). Tras varias reuniones de reconciliación las cosas se enfriaron... por lo menos hasta que empezaron a llegar los primeros cortes del rodaje. Una interminable sucesión de disputas de uno y otro bando se sucedieron, fundamentalmente por el salvajismo, en lo físico y en lo intelectual que estaba mostrando el filme. Por suerte David Fincher logró salirse con la suya y “El Club de la Pelea” se estrenaría en cines con cambios mínimos. No obtuvo una gran respuesta del público y en general la crítica no supo muy bien cómo catalogarla. Pero desde entonces se ha convertido en un sólido suceso de culto. Lo que más llama la atención sobre “El Club de la Pelea” es el hecho de que un estudio hollywoodense haya aceptado respaldar un proyecto claramente anarquista e inestabilizador.



Desde el inicio es impactante, con unos títulos de crédito que avisan de que a esta película hemos venido a ponernos las pilas. Unos psicotrónicos créditos (claramente CGI) que viajan por el cerebro del protagonista de las próximas dos horas y diecinueve minutos. Un cerebro trastornado para un protagonista sin nombre, que en realidad también es el cerebro de su desdoblada personalidad, el inconmensurable nihilista Tyler Durden. Ambos, después de conocerse (porque siempre llega el momento de conocerte a ti mismo) serán la razón del club de la pelea, que deviene fuga y desahogo del ahogo de la rutina y de un mundo desquiciado, y proyección de los fantasmas del ego, al mismo tiempo. En el fondo la historia no deja de ser la épica del nacimiento de un grupo terrorista, bañada con citas nihilistas. Es una trama sorprendente por el hecho de que uno no tiene ni idea de cómo va a seguir evolucionando la historia; y está integrada por una serie de personajes totalmente carismáticos que no dejan de ser profetas de la destrucción, existe una fascinación del mal entre el público y los villanos, especialmente cuando éstos últimos generan una teoría completamente coherente (en sus propios términos) de por qué hacen lo que hacen. Si bien “El Club de la Pelea” no tiene villanos formales, uno podría despojar de sus personalidades a los caracteres, dejando sólo sus acciones y se daría cuenta que son actos de villanía. Cuando uno elabora una explicación comprensible sobre qué los impulsa actuar así, no se ven tan oscuros. Hoy, este largometraje (o puñetazo en el estómago, o locura desvergonzada, o lo que diablos sea), podría ser uno de los más famosos, para bien o para mal, de los años 90. De hecho, cierra su década de manera harto representativa.



Asumiendo todas las libertades (expresivas, formales y textuales) alcanzadas o conquistadas en ese decenio barroco del cine norteamericano, que representa, en mucha mayor medida que los 80, un puente hacia el futuro del cine de ese país, por muchos altibajos que sufriera. Fincher, convencido de ser capaz de firmar cine de autor radical, asume sin ningún complejo las demenciales líneas de una de las novelas más sorprendentes de su tiempo, y va todo lo lejos que puede. Lo interesante de esta desquiciada película es que en ningún momento deja de lado la crítica social. Es decir, mientras el estilo visual de Fincher (que aquí alcanza su cima, ayudado esta vez por el operador Jeff Cronenweth, quien estiliza aún más el gusto de Fincher por el claroscuro urbano y el empleo de planos digitales…impagable lo del pingüino…) encuentra por fin un tema que no lo haga retórico, el ataque directo, sin subterfugios, a las normas sociales, es de una nitidez apasionante. No sólo respecto al capitalismo, que recibe un buen repaso en cuanto a sus normas de consumo, y en cuanto a nosotros, peleles, que jugamos a ese juego que nos hace esclavos, sino también en cuanto a las relaciones sexuales, la vida laboral, las enfermedades, los grupos de terapia, el autoconocimiento. “El Club de la Pelea” no deja títere con cabeza. Tyler Durden representa, por supuesto, los deseos reprimidos, el interior desacomplejado, del narrador. Harto de su vida nómada, sin motivo, sin meta, de su mente surge un alter-ego libérrimo y ególatra, desenfrenado, valiente, atractivo, rompedor. Tyler empuja a su dueño más allá de sus límites, de modo que cuando el narrador regresa a una cierta normalidad, es consciente de todo lo que ha hecho él mismo (no Tyler) y ni siquiera puede creerlo. El narrador no es más que un tipo normal, que sufre las consecuencias de sus necesidades más oscuras: dar rienda suelta a su otro yo. Es entonces cuando se enfrentará a sí mismo para enmendar su error. Aún nos quedará, menos mal, el disfrute de un apocalipsis financiero.


El otro tema pasa por estos individuos que han despertado con la lucha, que en vez de mantenerse en sus vidas, han decidido ir más allá y salir a combatir a los causantes de sus desgracias. Allí la película toma un rumbo claramente anarquista, lo cual la convierte en una experiencia única. Imaginar hoy en día a un filme donde el héroe es un terrorista que bombardea centros comerciales y corporaciones de tarjetas de créditos resultaría imposible “El Club de la Pelea” no podría haber sido producida en el mundo posterior al 11 de Setiembre. Es un filme completamente autodestructivo, que ataca a las marcas y corporaciones que usualmente respalda a la industria del cine. Quizás el punto aquí pase por esa misión de revancha hacia aquellos a los que se les imputa haber matado los ideales americanos. No existen ideologías; existe el mercado; pero el mercado ha tergiversado las cosas que en vez de transformarse en accesorios, se han convertido en objetivos de nuestra propia vida; y toda su esencia ha sido alterada. La escena clave es el ataque de Jack y Tyler a los autos estacionados; y con el que particularmente se ensañan es con un “Volkswagen New Beetle” un auto que había nacido con propósitos prácticos para la clase media (y que incluso fue uno de los símbolos del “flower power” de los hippies en los 60), y que se ha sofisticado para transformarse en un producto para los pudientes. Pero al momento de atacar marcas y productos, el filme corre el riesgo de lanzarse de manera suicida para cumplir sus propósitos. En vistas de su plataforma pro-terrorista, “El Club de la Pelea” podría haberse transformado en un producto execrable si no fuera por la inteligencia de la construcción de sus teorías y por el sentido de humor negro que empapa el guión. Fincher y los libretistas transitan por una cuerda delgadísima tendida sobre un enorme precipicio, a la cual logran sortear con éxito.



Resulta inevitable la comparación con otra película que analiza las causas y consecuencias de la violencia, y que también gozó de polémica, hablamos de “La Naranja Mecánica” (1971). Pero si bien Kubrick acogía la novela de Anthony Burguess con su habitual displicencia por el texto original, para desplegar sus obsesiones técnicas, con el objeto de proponer un gélido espectáculo enamorado de sí mismo y que en ningún momento ofrece un punto de vista, Fincher es todo lo contrario con la novela de Chuck Palahniuk. “El Club de la Pelea” nunca se toma en serio a sí misma del modo en que lo hacía aquélla insustancial película; y la brutal, infernal, violencia de ésta es una experiencia catártica. Los actos anarquistas planeados duelen tanto como el rostro destrozado de Jared Leto, o la secuencia de sexo (nunca hubo otra igual en cine) entre Tyler y Marla (desconcertante Helena Bonham Carter). Si en “Los Siete Pecados Capitales” no había compasión con el estado anímico del espectador, aquí no la hay con su mirada, pues el horror no tiene fin. Y es un horror psicológico, anímico. Y los oasis de humor negro son peores, porque se ríe uno de sí mismo. La única esperanza es derruirlo todo, quemarlo todo, es una tontería pensar que Fincher esperaba un éxito económico con esta película. El éxito era asestar un puñetazo seco al vientre de Hollywood. La avalancha de reacciones de todo tipo a raíz de esta película es qué duda cabe, un aliciente más. Lo duro hubiera sido un consenso. Entonces sí que estaríamos perdidos. “El Club de la Pelea” es un filme brillante en su oscuridad. Es una teoría fascinante acerca del funcionamiento del mundo en que vivimos. Quizás su tesis sea salvaje; pero está tan genialmente ejecutada que resulta imposible no aplaudirla.



“Violento e impactante filme que lo dejara asombrado”

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