Año: 1983 País: Italia Género: Tragicomedia Puntaje: 08/10
Interpretes: Freddie Jones, Barbara Jefford, Victor Poletti, Norma West, Peter Collier, Fiorenzo Serra, Janet Suzman y Sarah Jane Varley
El hilo conductor de “Y La Nave Va” es un personaje llamado Orlando (Freddie Jones) que aparece ante las cámaras y ante el espectador, como una especie de narrador, él será nuestro guía por un extraño viaje por mar. A bordo del transatlántico “Gloria N.”, estamos en Julio de 1914 y en la embarcación viajan amigos y admiradores de Edmea Tetua (Janet Suzman) una célebre cantante de ópera, con el fin de cumplir su postrero deseo: arrojar sus cenizas al mar frente a la apócrifa isla de Erimo. Partiendo desde sus compañeros belcantistas al archiduque austrohúngaro, el director italiano conforma un elenco de personajes variopinto, muy felliniano en definitiva. Las palabras de Orlando servirán para ir presentando a los personajes que pueblan tan pintoresca embarcación, involucrando al espectador en la convivencia de a bordo, en el día a día de los personajes. El narrador no permanece ajeno a la historia, más bien al contrario puesto en sus presencias ante la cámara filtra múltiples detalles y se inmiscuye en situaciones privadas de los invitados a este funeral. La travesía del cortejo funerario no discurre por mares tranquilos. El marco en el que se produce el viaje es de alta tensión, previo al atentado de Sarajevo que supuso el detonante de la primera confrontación mundial. Ciertos entresijos de la lucha de poder se dejan ver en las estancias del barco y el fantasma de la guerra irrumpirá con la llegada al barco de unos refugiados serbios primero, y con la aparición (nunca mejor dicho) de un amenazante buque de guerra después.
“Y La Nave Va” supone en la filmografía de Federico Fellini una especie de metáfora de su propio cine y la dibuja tal como él sabe, haciendo coexistir la realidad con lo fantástico. Es fácil observar que lo que Fellini nos quiere mostrar es el fin de una época. De cómo el esparcimiento de las cenizas de una diva operística se convierte en una metáfora clara de la descomposición de un mundo al que Fellini mira con nostalgia. La ópera sería, en este sentido, la referencia o el marco conceptual. El arte total. De este modo, Fellini realiza el dibujo de un tiempo en el que la ópera podía ser sinónimo de exaltación artística y humana. Las composiciones de Verdi y Rossini son utilizadas de una forma magistral por el director italiano en esta cinta y son vividas por los personajes. Fellini nos detiene en el tiempo para mirar con nostalgia el pasado del cine y la ópera. Partiendo del evocador cine mudo con el que comienza. “Y La Nave Va” teje un número de ilusionismo, lleno de magia y con formato de gran espectáculo. Pero Fellini no miente, y acaba revelándonos, como el ilusionista que ya no puede sacar conejos de su chistera, el artificio de su último truco. Un homenaje a la ilusión, al arte de mentir, a un mundo propio que se acaba. Probablemente nadie como Fellini ha sabido tan cálida y sutilmente representar la poesía de lo vehemente, el lirismo que subyace en el mito de la locura. Pocos como él han logrado describir el lado esperpéntico de las cosas, el que nos tienta al ridículo y hace ver el mundo como poseído por una actitud irreverente y burlona.
Este concepto operístico que empapa la cinta también se ve en la coralidad de los personajes y la confección de los decorados (estos pueden verse como si se tratase de un artificio escénicp de una representación operística). Vistos desde un plano individual, los personajes están mostrados a través de la niebla de lo incierto, de la máscara carnavalesca, suspendidos entre lo grotesco y una extraña recreación de la realidad. Los personajes no evolucionan, están descritos desde lo poético, más definidos por su imagen que por su psicologismo. Es en su visión conjunta, en el elenco de personajes entendidos como coro operístico donde alcanzan toda su intensidad y definición. Los personajes deambulan por el barco viviendo situaciones a medio camino entre lo divertido y lo patético, colocados en un universo único y cerrado, presos de algún modo en una nave que viaja a un lugar mítico e irrecuperable. Por eso Fellini apuesta por un tratamiento visual artificioso y no trata de ocultarlo en ningún momento, sino que lo agudiza y remarca, siendo éste uno de los puentes fuertes de la cinta. En la retina del espectador quedan para siempre imágenes poderosas como la del concierto en la cocina, los ojos grises de la princesa ciega, la cubierta del barco iluminada por la luz azul de la luna y el rojo ardiente del sol, el esparcimiento de las cenizas de Edmea... La iluminación y el tratamiento del color que ofrece Giussepe Rotunno es fundamental en este aspecto.
En la cinta Felllini se adueña de lo deforme, de lo estrambótico, de lo irrepresentable, de lo excepcional, como si su universo de imágenes naciera de otra realidad, o quizá la misma, pero observada con ojos de fervor delirante. Fellini, por tanto, es el dueño absoluto de la fascinación, y a ella vuelve a rendir sagrado culto con esta cinta, que es considerada su última gran obra, en fin la cinta se le puede ver como una especie de jocoso ejercicio "melodramático", que bien pudiera aliarse con las más suntuosas representaciones operísticas pero que conjuga con los personajes, Fellini, valiéndose de su gran maestría para el relato surrealista, otorga al filme la estructura de una gran representación artística. No sólo se generan conciertos y demostraciones musicales espontáneas a bordo de la nave, sino que cada hecho relevante parece tener el aspecto de una función y eso sepuede ver en varias escenas. En la nave conviven dos mundos. Uno de ellos es el de las divas y sopranos, el de los directores de orquesta y los aristócratas; el otro es el de las calderas, el de los trabajadores de la embarcación, el del rinoceronte y la suciedad. La unión de ambos mundos, propiciada por la llegada al navío de los refugiados serbios, provocará el caos final y de manera colateral el hundimiento del “Gloria N.”. Fellini confronta estos dos mundos, marcando la diferencia de estamentos y clases sociales, como ya lo hiciera en “Ensayo de Orquesta” (1979) provocando una colisión que comporta un final apocalíptico pero dejando una puerta abierta a la regeneración social. Una vez consumada la catástrofe, será el rinoceronte quien posea la llave de la salvación del narrador.
En “Y La Nave Va” Fellini abre su pasión a lo puramente fantástico, y reconstruye el mundo, su mundo, dejando que la luz de su historia atraviese el prisma de lo imaginativo para descomponerse en un mosaico multicolor y grotesco, en el que acciones y personajes adquieren las más diversas formas y las más insólitas intenciones. En este fastuoso transatlántico que surca plácidamente el Adriático, camino de la isla de Erimo, deja Fellini que acontezca una representación casi onírica, cuyo desenlace final tendrá lugar bajo esas aguas sobre las que, ficticiamente, se navega. Durante la misma todo adquiere un aire entre contradictorio y paródico. Así, a la pomposa ostentación, refinadamente burguesa, de los numerosos admiradores que acompañan los restos mortales de su "amada”, se opone el espectáculo soterrado y oscuro que ofrecen los empleados del barco, fogoneros y encargados de las máquinas. Todos ellos participan del mismo viaje, y, pese a que cada uno alimenta un objetivo distinto, juntos, irremediablemente juntos, hallarán un destino común. Durante toda la travesía, y, más aún, desde que la película pone en marcha su magia esperpéntica, nada se esfuerza por demostrar que todo aquel vertiginoso entramado no es más que un itinerario ficticio, creado en un espacio inexistente y a lo largo de un tiempo irreal.
La película podría calificarse como una ópera bufa cinematográfica. El filme arranca en blanco y negro como si se tratase de una película muda; la velocidad de las imágenes pasa a ser normal; aparece el sonido; después, el color; y finalmente, la nave inicia su viaje, al mismo tiempo que la trama comienza a desarrollarse. Al final de la película, se evidencia la ficción. Aparece el plató, los trucos empleados, los decorados, el equipo técnico. La moraleja es clara. Fellini apuesta por un regreso a los orígenes para asegurar la supervivencia del cine. “Y La Nave Va” es una parodia de la ópera y Fellini parece decirnos que el cine es una imitación del natural mucho más eficaz que el natural mismo. Fastuosa y brillante, esta cinta resulta ser, en definitiva, un nuevo y fascinante juego de manos de un fascínate director como Fellini. En ella nos subimos al barco sorprendente que irrumpe en las imágenes de “Amarcord” (1973), y surcamos las aguas, iluminadamente ficticias, que Casanova remonta en su amada Venecia. En ella contemplamos el vibrante espíritu secuencial que anima momentos como la competición de voces que tiene lugar próxima a la sala de máquinas, el sorpresivo descubrimiento de la existencia de un rinoceronte a bordo, o cuando finalmente el transatlántico queda poco a poco a merced del fondo de las aguas. En “Y La Nave Va” asistimos, en suma, a un prodigioso viaje que bien pudiera conducir al corazón mismo de lo imaginario.
"La última gran obra de Fellini"
Me urge ver esta pelicula.
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