Año: 1969 País: Italia Género: Drama/Histórico Puntaje: 08/10
Interpretes: Martin Potter, Hiram Keller, Lucía Bosé, Capucine, Alain Cuny, Max Born y Salvo Randone
En la Roma del siglo primero después de Cristo, dos estudiantes, Encolpio y Ascilto, discuten sobre su propiedad sobre el adolescente Gitón, Este escoge a Ascilto. Encolpio, decepcionado decide suicidarse, pero un repentino terremoto lo salva. A partir de ahí somos testigos de las sucesivas aventuras y amoríos de Encolpio. Se ha dicho repetidamente que Federico Fellini es un artista cuya filmografía atraviesa diversas “etapas” claramente diferenciadas entre sí. Si nos atenemos, sin ánimo de ser exhaustivos, a lo comúnmente aceptado, el primer período felliniano sería el “neorrealista”. Posteriormente vendría la etapa en la que Fellini va perfilando su personal universo creativo, mundialmente conocido a partir de “La Strada” Con un punto de inflexión que tendría lugar en “Ocho y Medio”, donde su cine comenzaría a mostrarse como explícitamente autoconsciente, Fellini proseguiría un camino que poco a poco iría desligándole del apego a la realidad social de sus primeros trabajos para cerrarse en un universo creativo. En esta película Fellini no trataba tanto de reconstruir ese mundo históricamente como de recrearlo libremente. De ahí que "Fellini Satiricón" se acostumbre a ver como un filme fantástico, el problema de la fidelidad histórica no es tal desde el momento en que, para Fellini, la única fidelidad que se impuso fue la de obedecer a su poderosa imaginación. El mismo título del filme, "Fellini Satiricón", lo deja claro: fue sugerido por Alberto Grimaldi para distinguirlo de otra adaptación de Petronio que se rodó al mismo tiempo que la de Fellini. El director lo aceptó entusiasmado y lo convirtió en el primero de sus títulos que incluiría su propio apellido: "Fellini Roma" y "El Casanova de Fellini" serían los siguientes.
“El Satiricón” es una novela cuya autoría se atribuye a Cayo Petronio Arbitro en el siglo primero después de cristo, y en ella se ironiza a la sociedad romana de la época de Nerón. Cuando Fellini se propone adaptar esta obra, cuya lectura le fascinaba siendo joven, era ya un director respetado y admirado mundialmente (había ganado, entre otros, premios en Cannes y en el Círculo de críticos de Nueva York, y había logrado varias nominaciones a los Oscar). Además, su prestigio entre la crítica se veía acompañado de buenas acogidas por parte de un público mundial que acudía fielmente a las salas a ver a “el nuevo Fellini”. De este modo, Fellini gozó de total libertad artística para entregar su propia versión de dicha obra, y en la que dio rienda suelta a un exuberante festival de excesos que no se había visto antes en su obra (incluso el director lo llegó a calificar a su propia obra como un filme de ciencia-ficción). Este es Fellini, a principios de los setenta, no lo olvidemos, apuntaba hacia la deformidad como característica de una serie de grupos humanos a los que no deja de observar con radical perplejidad, Fellini construye unas vistas que se revelan espejos (no siempre nítidos, a menudo deformantes) de una cierta mirada, nunca irrespetuosa, pero harto escéptica hacia la realidad del mundo, la cual, si bien tal vez de modo menos exhibicionista que en “Fellini Satiricón”, se manifestaba en su cine desde mucho antes, en las eternas fiestas sin sentido de “La Dolce Vita” o en los bullicios pasajeros de su “Roma” . O antes aún, en los adultos inmaduros de “Los Inútiles”.
El mundo de "Fellini Satiricón" es el mundo de Fellini: la romanidad, por llamarla así, es más un estado mental que la reconstrucción documentada de un periodo histórico. Son imágenes nacidas a partir de la fantasía de Fellini y con el apoyo insustituible del escenógrafo Danilo Donati y del director de fotografía Giuseppe Rotunno: imágenes libres que, originadas por la emoción de un texto y por la intuición excitante de un universo entrevisto, pretenden restituir esa emoción a un espectador fascinado. La relación que "Fellini Satiricón" establece con el espectador es una relación sensual, donde no importa tanto la comprensión como la hipnótica contemplación. El propio Fellini declaró que "La gente quiere siempre entender, comprender las películas, pero frecuentemente esto no es lo más importante. Mi "Satiricón" ha de ser sentido, pero no entendido". Para conmover, Fellini teje un tapiz discontinuo que, por un lado, puede ser visto como el equivalente estilístico de la obra de Petronio (un texto incompleto, fragmentario; desde ese punto de vista se trataría de una modélica adaptación) pero también como el equivalente formal, hecho cine, de los restos arqueológicos que tanto estimularon a Fellini: de hecho, tanto la lectura del texto como el contacto con algunos restos históricos, hicieron que Fellini experimentara una "fascinación del fragmento" que dio lugar a esta obra maestra.
En "Fellini Satiricón", debe su éxito fundamentalmente a los excéntricos espacios que la componen algunos de ellos son: las termas, el teatro de Vernacchio, la Suburra, la Insula Felicles, la pinacoteca, el paisaje que rodea a la villa de Trimalción, la sala del banquete del mismo, la posterior sala mortuoria, el páramo "lunar" que reúne a Eumolpo y Encolpio, el barco de Lica, la villa de los suicidas, la gruta del hermafrodita, el árido desierto por el que conducen al semidiós raptado, el jardín de las delicias, el laberinto del Minotauro y la gruta de Enotea. La libertad figurativa y colorativa es total, recorriendo arquitecturas, vestuario, gestos y objetos. Dicha libertad figurativa y colorativa (que, con tanta inteligencia, recogió Nino Rota en su experimental partitura) permite un ejercicio de invención absoluto donde todo es soñado y posteriormente recreado, yendo más allá de lo logrado hasta entonces por Fellini en su continua búsqueda del "total artificial". A excepción de algunos paisajes exteriores, todo en "Fellini Satiricón" es creación y artificio. Aspectos que nunca dejaron de significar, en el quehacer felliniano, ímpetu formal y sinceridad expresiva. El esplendor visual de esta cinta sólo se verá superado, en la obra del autor, por la magistral "El Casanova de Fellini", probablemente la culminación de la exuberante imaginación de su autor y suerte de prolongación de los supuestos que animaron al filme anterior: algo así como el equivalente, respecto al Siglo XVII, de lo que "Fellini Satiricón" había supuesto respecto al mundo antiguo de la romanidad.
En esta cinta vemos como la incipiente decadencia romana se transforma en una cristalina metáfora de la sociedad contemporánea, no exenta de los tonos apocalípticos de quien constató las miserias de la ciudad de los hombres. En el caso de la película de Fellini, su deseo enfermizo por ajustarse al original no sólo certifica el inaudito arrojo de la propuesta, sino también permite que el filme se adapte inmejorablemente a la atomización perceptiva inherente a la contemporaneidad. Y es que Fellini se limitó a filmar los fragmentos de la novela “Satiricón” que se conservan, los cuales constituyen aproximadamente una décima parte del total, respetando escrupulosamente los huecos existentes en el libro (huecos que son, no lo olvidemos, fruto del azar), y de ese modo consigue también no traicionar sus particulares recuerdos de pasadas lecturas de la obra. Fellini no se preocupa por guardar relaciones espaciales, temporales o de causa-efecto entre las distintas secuencias, evitando así los patrones narrativos convencionales, y sumergiendo al espectador en la indeterminación de la narración propia de la modernidad cinematográfica. "Fellini Satiricón" es una película de luces mortecinas, de sombras que se proyectan fantasmagóricamente sobre muros casi intemporales. Pero también de vida y de violencia, de pasión por beberse a grandes tragos la existencia antes de que todo acabe con la muerte. Un mundo desconocido, extraño, sombrío y atractivo, donde los personajes han perdido todo rasgo de la serenidad clásica, rasgo común en las producciones de este género, para mostrar pálidos semblantes, maquillados exageradamente, sin emoción, hieráticos.
Las imágenes de prodigiosa belleza de "Fellini Satiricón", su misteriosa poética, dejan boquiabierto al espectador que se deja arrastrar por la potencia de una película única en la historia del cine. Esta operación, consistente en injertar una forma personal de ver el cine dentro de un proyecto de abundante empaque económico, era posible tiempo atrás, como demuestra la obra de Fellini y la de otros autores como David Lean (que solía aunar con gran sensibilidad espectáculo e intimismo en sus superproducciones) o, ya en plenos años setenta, Francis Ford Coppola y sus dos primeras partes de “El Padrino”, o también Stanley Kubrick, otro autor entronizado que llegó a gozar de generosos presupuestos a plena disposición de su talento. Sin embargo, el tiempo transcurrido hasta nuestros días parece limitar cada día más la esperanza de ver buen cine de gran producción, como demuestran los trillados (las inversiones multinacionales obligan a asegurar el beneficio: no cabe el riesgo) caminos narrativos de películas contemporáneas como “El Retorno del Rey” o de “Matrix Revolutions”, por poner algunos ejemplos bien conocidos por todos. A Fellini pueden discutírsele muchas cosas, pero desde luego su dedicación al cine no parecía tener tanto de ambición económica como de expresión de unas ideas propias a través del lenguaje del medio. Y, con “Fellini Satiricón”, demostró que el concepto (hoy impensable) de “superproducción experimental” podía materializarse en una contundente obra cinematográfica.
“Fellini en todo su esplendor imaginario”
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