Año: 1954 País: Italia Género: Drama Puntaje: 09/10
Interpretes: Giulietta Masina, Anthony Quinn, Richard Basehart, Aldo Silvani y Marcella Rovere
Cuando muere el padre de Gelsomina (Giulietta Masina), su propia madre la vende a un artista ambulante, Zampanó (Anthony Quinn). Pese al carácter violento y agresivo de éste, la muchacha se siente atraída por ese estilo de vida en la Strada (la calle, en italiano), sobre todo cuando su dueño la incluye como parte de su espectáculo. Pese a que varios de los pintorescos personajes que se encuentra por el camino le ofrecen que se una a ellos, Gelsomina demostrará su fidelidad a Zampanó hasta los límites de su voluntad. Fellini, además de ser reconocido como uno de los pilares del modernismo cinematográfico, en lo que a estética del caos se refiere en la segunda mitad de su filmografía (como Dalí en la pintura o Joyce en la literatura) y de uno de los principales realizadores que abrieron las puertas a vías de escape provenientes del neorrealismo italiano, en pleno auge cuando Fellini debutó en la dirección con “Luces de Variete” (1950), también debería ser recordado como un excelente creador de personajes e historias, al menos, hasta que el mundo del cine cambiara a raíz de “La Dolce Vita” (1960), y el cine de Fellini tendiera a una búsqueda de nuevas formas de expresión, que lo acabaron por cimentar como uno de los grandes autores cinematográficos del siglo XX, curiosamente, pues es algo prácticamente insólito, disfrutando plenamente del favor del público, incluso en filmes tan extrañamente complejos y despellejados por la crítica como “Satiricón” (1969), y con una distribución comercial equivalente a cualquier filme norteamericano de la época.
Es por ello que incluso en la etapa más cercana al neorrealismo de Federico Fellini, la que iría desde “Luces de Variete” a “La Dolce Vita”, para muchos la mejor del realizador, tienda a distanciarse siempre de las enseñanzas de Rossellini, con quien Fellini había colaborado en obras tan importantes para la historia del cine como “Roma, Ciudad Abierta” (1945) o “Paisà” (1946), y allí donde Rossellini ejemplificaba la tragedia, como en la abrumadora “Alemania, Año Cero” (1947), Fellini se dejaba llevar por una melancolía de carácter optimista, incluso en fábulas dramáticas como “La Strada” o “Las Noches de Cabiria” (1957). Por que Fellini, pese a centrar la temática en esta primera parte de su filmografía en un retrato de pequeños grupos de personajes marginales de la sociedad, lo que conseguía era un retrato global de toda Italia, del mismo modo que cuando hablaba de Rímini, estaba hablando prácticamente de todos los pueblos pequeños de mentalidad mediterránea. Por ello es curioso que en estos primeros retratos trágicos de personajes como “Los Inútiles” (1953) o La Strada existe más optimismo que en las sátiras provenientes de obras como “El Casanova de Fellini” (I1976) o “Ginger y Fred” (1985), donde la fatalidad y la tristeza impregnan la atmósfera de la cinta convirtiéndola en una plato de difícil degustación, pese a lo cómico-patético y dinámico de la narración. Con esta película ganó el Oscar a la mejor película extranjera y fue nominado al Oscar al mejor guión. Obtuvo el León de Plata de Venecia al mejor director y el Silver Ribbon (Nardo d'Argento) al mejor director y al mejor productor.
Proveniente de las enseñanzas del neorrealismo, en esta primera etapa de retrato social, Fellini, siempre trata de huir del dramatismo exacerbado de sus predecesores, para centrarse en historias simplemente humanas, dentro de una estética que sí puede emparentar con sus maestros, más radicales. En “La Strada”, elige a dos personajes marginales, Zampanó y Gelsomina, que el azar unirá sus destinos, para definitivamente separar sus caminos imposibles. Zampanó es un mísero “artista” circense que se gana la vida en la carretera, haciendo su patético número en las calles de la hambrienta Italia de posguerra, al morir su compañera adopta como ayudante a Gelsomina, una muchacha que hoy denominaríamos “discapacitado psíquico límite”, que, como es habitual, rebosa inocencia y bondad. Enfrente un Zampanó, sin muchas más luces, pero brutal y primitivo. El filme, con este escenario, se convierte verdaderamente en una historia de amor imposible, más que en la denuncia social, que como fondo, se desenvuelven los personajes, (en uno de los mejores trabajos en la carrera de ambos protagonistas). El amor dulce y abnegado de la enternecedora muchacha, choca una y otra vez con el amor orgulloso y egoísta de Zampanó, ciego y temeroso de sus propios sentimientos, aunque acabará finalmente tomando conciencia de su ya inevitable y amarga soledad.Me parece que la crítica es quien dijo que Fellini en sus primeras obras utilizaba el neorrealismo como un género más que como una estética o concepción filosófica del realismo cinematográfico, lo que entroncaría directamente con el comentario: “Fellini, por el contrario, puso en escena una obra en que la moral que para los neorrealistas era abstracta, universal y generalizadora, venía definida por relación a su contexto social”. Queda claro que Fellini, una vez su periodo de aprendizaje había finalizado, jugó con el neorrealismo como si de una herramienta cinematográfica más se tratara, lo mismo que haría otro genio como Pier Paolo Pasolini hasta su “Evangelio Según San Mateo” (1964), hasta que por pura evolución instintiva, no hay nunca en Fellini un cuestionamiento intelectual ni unas apetencias literarias marcadas (ni en “Satiricón” y ni en “El Casanova de Fellini” deben mucho a su obra escrita) lo fue abandonando hasta, lo que unos entienden como negación de su cine, otros como simple traición a la corriente cinematográfica por antonomasia del cine italiano. Paradigma del cine neorralista de Fellini, refleja pues el desolador y esperanzador al mismo tiempo periodo de postguerra italiano, donde la cámara del cineasta se adentra en las miserias de una sociedad depauperada, resignada, miserable y desposeída siquiera de un mínimo de dignidad humana que les sirviera de aliento en el decurso vital de una nación golpeada por el infortunio y el desengaño... Donde precisamente aquella miseria generalizada servía de nexo de unión de las conciencias colectivas suficiente para impulsar nuevos bríos en la tradicionalmente alegre península mediterránea.
Los diálogos que componen la película son particulares y meramente fellinianas, tan inventadas como su propio cine, el filme se define como una nota suspendida que proporciona tan sólo una melancolía indefinida...”, "La Strada” como tantas obras fellinianas, nace de una imagen, un color, una melodía, y crece poco a poco hasta llegar a la embriaguez de orden estético y narrativo, en este caso más cotidiano que fantasioso” Por mi parte, siempre me ha gustado pensar que “La Strada” no es más que la consecuente puesta en escena de la melodía que Nino Rota compuso para el filme, si esto pudiera darse en la realidad, claro, lo que es bastante improbable, por más que Fellini en ocasiones, haya sido tan buen funambulista como director de orquesta, y que exista la teoría de que sus películas, eran en verdad, obras de ciencia-ficción. En todo caso, dicho comentario debería servir para remarcar la importancia de la partitura de Rota, tan habitual de Fellini como sus guionistas Tullio Pinelli (primero) y Bernardino Zapponi (segundo) o el magnífico director de fotografía Giuseppe Rotunno, cuya melodía principal, aquella que Gelsomina tararea y toca con la trompeta repetidamente, ejerce de “leit-motiv” de una cinta cuya melancolía permanece intacta, pese a que hace ya casi cincuenta años de su realización y todos sus artífices han muerto ya, como dije ya acompañado con una estupenda banda sonora a cargo de Nino Rota, su colaborador habitual en estas lides hasta 1979, fecha de su muerte, con la colaboración póstuma de “Ensayo de orquesta”... aquella maravillosa sintonía que la desgraciada Gelsomina (espléndida Giulietta Masina) tocara con su trompeta, el único instrumento junto con el tambor que aprendiera a tocar durante su periplo por la vetusta Italia de la mano de su protector, el forzudo Zampanó.
La historia de amor y odio entre la mermada Gelsomina (la bella), todo un derroche de expresividad mímica por parte de la maravillosa Giulietta Masina, y el forzudo y patético Zampanó (la bestia), en la que es, seguramente, la mejor interpretación de Anthony Quinn, es tan sencilla, que hasta fue duramente atacada por un sector de la crítica tildándola de melodramática y folletinesca, todo un ejemplo de ceguera a la que por desgracia, en ocasiones todos los que trabajamos en ello caemos alguna vez. Evidentemente, han pasado ya muchos años desde “La Strada” y ahora más que una historia sencilla, la obra despierta como un prodigio de sensibilidad con un máximo de economía narrativa. Una clase magistral sobre la incomunicación, la perversión, el egoísmo, el desamparo... y la bondad, la inocencia y el inabarcable corazón que posee Gelsomina, en la que el autor de Los inútiles demuestra que para hacer buen cine sólo hace falta talento, lo demás, es casi prescindible. El cine de Fellini ha dejado incontables imágenes para el recuerdo, muchas además, con el mar de fondo escrutando a los personajes, enfrentándolos con ellos mismos, pero por encima del intento de suicidio de “El Casanova de Fellini”, del enfrentamiento de Marcello con el pez-monstruo en “La Dolce Vita” o la súbita expresión de júbilo final en Fellini, “Ocho y Medio” (1963), para mi memoria personal me guardo la imagen de Zampanó, roto anímicamente, arrasado por la conciencia que ha tomado de sí mismo sin olvidar que “La Strada” es una road-movie en toda regla desde el mismo título: La carretera, desolado en su dolor y su amargura, rompe a gritar y a llorar frente a un mar que le mira, y que no dice nada más que viento, ese sonido que tanto le gustaba a Federico. Una lección espléndida sobre la incomunicación, el egoísmo, y finalmente el desamparo, frente a la bondad, la inocencia y el infinito corazón que posee la ¿disminuida? Gelsomina.
No hay comentarios:
Publicar un comentario