domingo, 5 de junio de 2011

Apocalipsis Ahora

Director: Francis Ford Coppola
Año: 1979 País: EE.UU. Género: Bélico/Drama Puntaje: 10/10
Interpretes: Martin Sheen, Marlon Brando, Dennis Hopper, Robert Duvall, Frederic Forrest, Albert Hall, Sam Bottoms, Laurence Fishburne y Harrison Ford



Esta cinta es una de las obras más difíciles, complejas, arriesgadas e importantes que se haya hecho en el cine de los 70’s, es también la más importante y determinante película en la carrera de Coppola, y no hablo de si es la mejor que a realizado porque hay chocamos con “El Padrino” (1972). Ambientada en la guerra de Vietnam narra la historia del Capitán Willard (Martin Sheen) que es un oficial de los servicios de inteligencia del ejército estadounidense al que se le ha encargado, en Camboya, la peligrosa misión de avanzar río arriba para eliminar al Kurtz (Marlon Brando), un coronel estadounidense renegado que se ha vuelto loco. En la profundidad de la selva, en un campamento sembrado de cabezas cortadas y cadáveres putrefactos, la enorme y enigmática figura de Kurtz manda como un buda despótico sobre los miembros de la tribu Montagnard, que le adoran como a un dios. Inspirado por la novela de Joseph Conrad, "El Corazón de las Tinieblas", Coppola y John Milius idearon un denso, tremendo y soberbio guión a la película, trasladando lo que en el libro era la atracción de un marinero hacia el hombre que debe asesinar, a la representación de una guerra infernal. A partir de aquí nos sumergimos en una insuperable atmósfera, recorrida por un aliento místico/filosófico que la hacen aún más ser una obra única. Muchos dicen que el artista es el sacerdote de la belleza, entendiendo por bello aquello que emerge de la necesidad emocional interior. Para lograr que la obra funcione no debe desconocer que todos sus actos, sufrimientos, ideas, preocupaciones, integran la frágil, y también poderosa, substancia de sus obras. Coppola, un director ostensiblemente genial, en este filme refleja el modo de hacer cine como una aventura pavorosa y pasional. Queda claro que su arte nace de una necesidad, de un vacío, de una busca desequilibrada por la reformación de un ritual iniciático.



Han pasado ya 32 años de su estreno y aún nos cuestionamos si se ha entendido. Si se ha comprendido siquiera su acumulativa obsesión por demostrar el destino del legado cultural de Occidente. Si su condición genial de testamento resumen de una civilización en ruinas era apenas la superficie de todo lo revelado, ¿se continuó analizando y repensando? ¿Se habrá querido ver como documento representativo sobre el fin de la utopía moderna? ¿Nos habremos dado cuenta de todos los problemas que la cinta nos planteó, tanto éticos como estéticos? ¿Habremos entendido que una de sus funciones era hacer que los acontecimientos de Vietnam que le dieron origen y diégesis, se tornasen irreconocibles? ¿Se habrá constatado que “Apocalipsis Ahora” trabajaba con la invocación, con la revelación del mito como oportunidad para pensar, pensarse y pensarnos? ¿Habremos estado a la altura necesaria, o a la profundidad suficiente, para poder asimilar, interpretar y reconducir todos sus estratos míticos y simbólicos hacia una hermenéutica del cine respecto de la condición humana? Las condiciones siguen allí. Entonces, ¿Qué habremos entendido de esta magistral cinta los que hoy seguimos admirándola? Algo parece haber quedado claro: “Apocalipsis Ahora” es además, la película religiosa y moral por excelencia. Es la última posibilidad de configuración de lo religioso occidental, desde lo cultural representativo. Coppola nos demuestra que el cine es el arte por antonomasia de nuestro tiempo, el catalizador del destino trágico del hombre. Mediante su discurso accedemos a pensar por analogías, a relacionar. Por medio de la repetición, de la correlación, “Apocalipsis Ahora” nos permite conocer ciertos estadios, al recordarlos por ciertos procedimientos míticos. El mensaje del filme es que estos procedimientos deben ser cada vez más manifiestos, cada vez más desmesurados para que puedan filtrarse en el magma imaginario de la modernidad.



Se viaja mucho en “Apocalipsis Ahora”, físicamente y por la memoria. De ese viaje deriva una salida, un paso hacia otro lado. Quizás sea la locura, pero hay una salida, por más demencial y monstruosa que sea. Mucho más pesimista fue la siguiente película de Coppola, “Golpe al Corazón” (1982), donde no había salida de lo cotidiano, ni siquiera de los decorados. Kurtz es excesivamente genial y excesivamente espantoso. Como EE.UU., un gigante con los pies en el (literalmente) barro. Construyó un palacio en la selva, un “Xanadu”, algo más grande que la vida cuyo destino era paradójico. Kurtz es anacrónico, tiene ideales inconcebibles (para la mayoría) y la época no acepta tanta grandeza trágica. La soledad de Kurtz, es como la del protagonista de “El Ciudadano Kane” (1941), la soledad del héroe que no puede vivirse como tal, a pesar de su impulso de grandeza, porque la realidad hace que esos sueños se conviertan en pesadillas. Tratan de convertir ese mundo en metáfora, de preservar aquello que pueda perpetuarse: Rosebud, Willard, los fundamentos de lo trágico, el cine. En contraste con todo lo que emana de Kurtz están l os actos de las conejitas, los soldados de Kilgore (Robert Duvall), los que se oponen a Kurtz, el ejército, todos son deshechos, residuos culturales que actúan a partir de los remanentes de algún ceremonial, como si fuesen oficiantes de un culto sin religión. La magnífica escena del ataque al poblado, con la Cabalgata de las Valquirias, es sintomática de lo que Coppola piensa del mundo. Kilgore y sus despistados soldados no saben ni se preguntan qué están haciendo, es más, no saben qué significa esa música que ponen en los altoparlantes, ni saben de sus fundamentos. En realidad la música debería ser para Kurtz, pues en la mitología nortegermánica son personificaciones que vuelven de la muerte en rápidos corceles corriendo a través de las nubes y simbolizan la honrosa muerte del guerrero. Es decir, entronizan la condición heroica ante el albor de una nueva era.



"¡El horror, el horror!" se dice en una escena clave. Mentando lo innombrable, el verdadero horror es no poder salir, perpetuar el ciclo de la insustancialidad. La primera imagen del ventilador de techo visto por Willard (de fondo musical “The End” de The Doors), es la imagen de la exasperación de lo circular, de la repetición. Por eso no basta un horror, se repite la frase dos veces: "el horror, el horror". Es el horror de la repetición, de la negación de la salida de esa recurrencia. El horror de caer en lo insignificante, en lo intrascendente. Pero también la repetición da paso al ritual. Una vez iniciado, el discípulo manifiesta su nuevo estado mediante el ritual. "El horror" puede ser también provocado por una revelación súbita, por acceder de manera directa y sin escalas a lo abisal, a la apabullante sabiduría de lo insondable. “Apocalipsis Ahora” es un ritual de iniciación dentro de otro, como una caja china iniciática. El externo, quizás el menos obvio, es para nosotros, es nuestra razón de contemplación. Cada nueva visión del filme nos propone poner nuestra credibilidad intuitiva en una puesta en presente que nos permite purgar las pasiones en un lugar simbólico. Kurtz debe luchar contra residuos, ideales pervertidos, inclusive, y por extensión, Coppola nos muestra que también debe luchar contra el fatal entendimiento de “Apocalipsis Ahora”. Hay una intencionalidad de Coppola, porque quiere que en su cinta su mundo se note más, con el riesgo de caer en la mera interpretación estetizante. Para ello recurre a la suma de todas las manifestaciones culturales de Occidente, desde las Valquirias hasta las conejitas, desde lo operístico hasta el género bélico. Hasta pareciera que la técnica usurpase el lugar de la puesta. Todo ello es un recurso para trascender el género, para trascenderse a sí mismo. El resultado es de una renovación total, como el puente de Dou-Long que debe ser recreado una y otra vez. Esta metáfora indica que el arte no puede ser soporte eterno sino sistemático, de conscientes conquistas parciales que deben revalidarse continuamente.


La estética de “Apocalipsis Ahora”, connota la peligrosidad de manifestar su vocación terminal de aprehensión. Es como un don que nos es dado mediante el arte y el cine, y al mismo tiempo la cara oscura de ese don nos es advertida. Lo cultural también corre el riesgo de olvidarse, nos dice Coppola, entonces por el absurdo, con efectos especiales y explosiones, la cinta nos revela que la memoria de lo aprendido y su puesta en presente es responsabilidad continua del arte. Sobre todo del arte contemporáneo. Luego de trescientos años de modernidad, “Apocalipsis Ahora” viene a despertarnos del mito perverso, invertido, de hacernos creer que vivimos en el mejor de los mundos posibles. El arte se mezcla inextricablemente con la vida. A lo mejor, sugiere Coppola, si su obra estuviera mínimamente entendida, se podría gobernar al mundo con una mezcla de Kurtz y Corleone, o por lo menos existiría esa tentación. Visto el “Don” más humano de la ética trascendida según esta estética, existiría esa posibilidad y ese riesgo. El conocimiento de algo en el sentido intelectual estético, en lo intuitivo, en la memoria filosófica de todo arte servil, no puede llevarnos a dictar reglas, leyes para administrar lo cotidiano. Es la amenaza de lo mecánico, de lo utópico, de incorporarlo como valor. Cesarían las lucubraciones, comenzaría otro grado de locura, no nos haríamos más preguntas, la obra no tendría trascendencia porque estaríamos inmersos en ella. Aquí es donde también actuaría el arte para promover la dialéctica de la memoria y del olvido. Para poder seguir viviendo. La cinta nos desorienta, pareciera tentarnos en ese aspecto de vivir estéticamente, pero nos da las suficientes pistas para encontrar sus secretos o al menos hacernos conscientes de la existencia de esos secretos y volver a consumirnos en tal dialéctica.


Volviendo al guión ultraderechista John Milius, no del todo bien entendido por algunos aficionados al cine, que se quedan en la parte del horror de la guerra, cuando lo decisivo es entender que lo necesario para ganar una guerra es la ausencia de prejuicios y moral, tal y como pregona Kurtz. Es por lo tanto un mensaje donde se critica a la opinión pública americana y medios de comunicación de no saber estar con su ejército a la hora de ganar la guerra de Vietnam. El anticolonialismo no está tan marcado como en la novela sin lugar a dudas, incluso en la parte de los colonos franceses se les justifica y se comprende ya que llevan allí mucho tiempo y en realidad en su hogar y medio de vida en un sitio donde antes no había nada. No es por tanto en ningún caso una película antimilitarista y mucho menos pacifistas como he tenido la ocasión de leer. Poco a poco, de forma incesante, la película va adquiriendo volumen. Se confirma esa pulsión malsana apuntada en el arranque, apretándola hasta el estallido final. El descenso en picado al corazón del horror. Lográndolo Coppola sin apenas mostrarlo. No lo necesita para transmitirlo de forma absoluta. El horror en sí no le interesa. Sangre y vísceras aparecen bastante menos de lo acostumbrado en una película bélica, pues Coppola sabe que la violencia es efímera. Lo que perdura son las cicatrices que deja tras de sí. Para explorarlas, se nos ofrece siempre el punto de vista de Willard, por ello compartimos la evolución alucinada del personaje, y nos metemos hasta el tuétano en la atmósfera de la película. Y es que buena parte de esta universalidad ya estaba en "El corazón de las Tinieblas". Aquí demuestra una vez más Coppola lo privilegiado de sus neuronas al adaptar la novela, despedazándola, despreciando la trama para quedarse con lo primordial: su esencia. Al pulirla y darle forma es cuando aparece “Apocalipsis Ahora”. No es el resultado de la narrativa. Es Wagner a todo volumen ambientando un ataque de helicópteros. Es el olor a napalm por la mañana. Es la locura de un fuego cruzado alumbrado por bengalas. Es la sobrecogedora evocación de un Brando desatado, por medio de la palabra, del horror de brazos seccionados. Es eso y más.



Los elementos que componen “Apocalipsis Ahora” actúan para decir que todo es más complejo que lo que se piensa, pero al mismo tiempo la puesta es más didáctica, más sensible con el espectador. Mediante esos recursos (que abundan en la cinta) es que se puede lograr la síntesis y la continuación de una totalidad. Interpretación que quedó clara a partir de la versión “Redux” del filme. Esto no debe confundirnos en la interpretación de gestos mínimos como inferiores. Más bien lo que se propone es una transitoriedad, una traslación hacia la superficie de la pantalla de una variedad tonal y de distintos niveles de registros, donde esas parcelas actúen en conjunto, favoreciendo esa intención de integridad. O para entendernos más linealmente, sería la diferencia entre sorprender y recordar. Coppola sabe que el ruido de las explosiones no debe ocultar el eco de su propia voz. Además el rodaje de esta película en las Islas Filipinas se convirtió en un verdadero infierno. De hecho cuando Coppola la presentó en Cannes comentó: «Ésta no es una película sobre la Guerra de Vietnam, esto es Vietnam». Se cuenta como anécdota, que el propio Martin Sheen estuvo a punto de morir de un ataque al corazón durante el rodaje de la misma, así como el hecho de que algunas de las imágenes de helicópteros bombardeando con napalm fueron en realidad los helicópteros prestados por el Ejército filipino para el rodaje, que hubieron de volver rápidamente. Además para el papel del capitán Willard originalmente fue contratado Harvey Keitel quién grabó algunas escenas, pero fue despedido por Coppola ya que este consideraba que Keitel no estaba a la altura del papel. Luego de lo cual Coppola contrató a Martín Sheen todo eso contribuyó a la demora y al retraso en la filmación que se extendería alrededor de dos años. Acabamos de ver “Apocalipsis Ahora” ya no hay más secretos. Todo es real y todo es público. Los fantasmas andan sueltos, los puentes se caen y se levantan, los símbolos son tan bellos como terribles. Una verdadera obra maestra, “Apocalipsis Ahora” es cine en vena.



"Una destructiva, desbordante y grandiosa obra maestra"

1 comentario:

  1. Excelente analisis, este film refleja los propios demonios interiores de Coppola y que con gran maestria supo exorsisar en su pelicula , Coppola al igual que Scorsese en su Toro Salvaje tuvo que pasar por una crisis para engendrar una obra maestra , de la pelicula en lo que se refiere a la fotografia, Storaro es un capo , los colores amarillos y naranjas que se aprecian en el interior del templo de Kurtz le tranasmiten un aire onirico , y en las escenas de los helicopteros sin duda esas imagenes quedaran registradas en culaquier antologia fotografica del cine.

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