domingo, 6 de noviembre de 2011

Cartas desde Iwo Jima

Director: Clint Eastwood
Año: 2006 País: EE.UU./Japón Género: Bélico/Drama Puntaje: 9.5/10
Interpretes: Ken Watanabe, Kazunari Ninomiya, Tsuyoshi Ihara, Ryo Kase, Shido Nakamura, Hiroshi Watanabe, Yuki Matsuzaki y Takumi Bando



En los inicios de 1945, los ejércitos norteamericano y japonés se vieron las caras en Iwo Jima. Décadas después, varios cientos de cartas son desenterradas del suelo de esa inhóspita isla, las cartas ponen cara y voz a los hombres que allí lucharon, era una época en que los soldados japoneses eran enviados a Iwo Jima sabiendo que, con toda probabilidad, ya no regresarían. Al mando de la defensa se encontraba el extraordinario general Tadamichi Kuribayashi (Ken Watanabe), cuyos viajes a Norteamérica le han revelado la naturaleza inútil de la guerra, pero también le han proporcionado un conocimiento estratégico sobre cómo hacer frente a la imponente armada norteamericana que se aproximaba por el Pacífico. Sin más defensa que la pura voluntad y las rocas volcánicas de la propia isla, la táctica sin precedentes del general Kuribayashi transformó lo que se preveía como una derrota rápida y sangrienta, en casi 40 días de combate heroico e ingenioso. A Clint Eastwood no le bastaba con brindarnos la magnífica “La Conquista del Honor” (2006) para retratar la contienda de Iwo Jima, en plena postproducción de aquélla se le ocurrió la idea de contar la misma historia desde el punto de vista japonés, logrando con ello tener un más amplio campo de visión sobre los horrores de la guerra en general, y no ofrecernos únicamente el lado americano, algo a lo que estamos ya demasiado acostumbrados. Y que conste que el primer filme es totalmente antiamericano, ya que Eastwood, una vez más, retrata lo que le parece repulsivo de una contienda y sus consecuencias, aunque para ello tenga que criticar a su propio país. “Cartas desde Iwo Jima” es la otra cara de la moneda, y la que ha salido ganando a “La Conquista del Honor”, dada la escasa repercusión que ha tenido, además la apuesta es arriesgada en todos los aspectos, ya que el filme de Eastwood es una obra atípica mire por donde se mire, totalmente a contracorriente, sin la más mínima concesión al público, acostumbrado a otro tipo de cine, salvo en Japón, claro, donde la película se ha saldado como un estruendoso éxito comercial.


En los últimos dos decenios, Clint Eastwood ha transformado la tarea de cineasta en un oficio de compromiso moral, en el que siempre desde una mirada conservadora, ha analizado las grietas del sistema estadounidense, de la forma en que ha escrito su historia a conveniencia. Al igual que en “Los Imperdonables” (1992), en donde la heroicidad era un mito, es decir, algo creado a posteriori, en el díptico dedicado a la batalla de Iwo Jima, Clint Eastwood opera de igual forma, con la idea de denotar que en una guerra hay dos bandos con razones diferentes, pero éstas no son la clave, el sentido se encuentra en que en ambos bandos hay seres humanos que, muchas veces por azares de la vida, se han visto en un conflicto que poco les podía importar. Hay que señalar que en esta aventura de desmitificar una historia escrita por los vencedores, Clint Eastwood la aborda con valentía tomando un episodio de la Segunda Guerra Mundial (de una guerra victoriosa para Estados Unidos) y no, por ejemplo, de la guerra de Vietnam, acto que hubiera sido mucho más simple. A su edad y sabedor de que cada película que filma ha de tener un valor en sí misma, Clint Eastwood rueda “La Conquista del Honor” para desmitificar la gloria de una batalla ganada y “Cartas desde Iwo Jima” para humanizar una batalla cruenta, para hacer notar, en tiempos en que la violencia parece ciega, no es solo acabar con un pasado sino con potencial futuro de la persona fallecida. Además “Cartas desde Iwo Jima” es intimista, llena de diálogos casi eternos, en escenas casi minimalistas protagonizadas simplemente por dos soldados. El filme es enormemente contemplativo, haciendo hincapié en dichas conversaciones, que son las que nos hacen ir conociendo mucho más a los personajes. Y por supuesto están las famosas cartas, que los soldados van escribiendo cuando tienen tiempo, y que casi siempre van destinadas o a sus parejas o a sus familias más cercanas. Única y exclusivamente es el espectador el testigo de lo que ponen esas cartas, un acierto por parte de Eastwood y su guionista, la japonesa Iris Yamashita, que logra un guión mucho más completo que el de “La Conquista del Honor” en lo que a las relaciones de los soldados se refiere, funcionando mucho mejor en algunos aspectos, como por ejemplo, los flashbacks.



Además, Clint Eastwood huye de los referentes temporales más cercanos como “Rescatando al Soldado Ryan” (1998) o “La Delgada Línea Roja” (1998), para construir su díptico mediante la asunción de unos códigos genéricos definidos, en este sentido “Cartas desde Iwo Jima” opera como la otra cara de “Arenas Sangrientas” (1949) y se aleja del horror impostado de “Rescatando al Soldado Ryan” (no hay más que señalar que Eastwood comienza “La Conquista del Honor” de forma parecida a la película de Spielberg, pero nunca realizaría una trampa como la que ejerce Spielberg cuando engaña al espectador con el punto de vista de “Rescatando al Soldado Ryan”, haciendo balancear el tono de la película entre la memoria, el recuerdo de unos hechos vividos, que configurarían la primera persona, la mirada subjetiva, y la historia mostrada, equivalente a la tercera persona), y huye de la búsqueda del paraíso terrenal, que no existe para Eastwood, en islas vírgenes en el que se adentra Terrence Malick en la estupenda “La Delgada Línea Roja”. Dos razones hicieron de la isla de Iwo Jima un eje clave de la contienda bélica. La primera razón, estratégica, era la necesidad de Estados Unidos de poseer un lugar cercano a Japón en donde su aviación pudiera aterrizar y repostar. Iwo Jima tenía dos aeródromos y una instalación de radar, cuya destrucción facilitaría el bombardeo de Japón. La segunda razón, de carácter ideológico, era el hecho de que apoderarse de Iwo Jima era conquistar una parte de Japón, con el consiguiente efecto desmoralizador hacia sus enemigos nipones. Hacer una película de guerra para demostrar su absoluta falta de sentido acarrea dos problemas esenciales, cinematográficamente hablando. El primero tiene que ver con la carencia de originalidad y sorpresa: ya hay mucho trabajo realizado sobre este asunto. El segundo, más indirecto, tiene que ver con un estado actual del mundo, porque evidentemente no bastan los numerosos llamados y campañas en contra de las guerras para que éstas dejen de existir como una alternativa posible de resolución de un conflicto entre países, civilizaciones o seres humanos. El hombre evidentemente no aprende y una película, una sola mirada, no es herramienta suficiente. Probablemente esto haya influido en Clint Eastwood a la hora de decidirse a realizar dos largometrajes y dos miradas sobre una misma batalla, es allí donde tiene ya algunos puntos ganados.



Sólo en cierto momento, Eastwood cede el testigo a sus personajes, en cuanto a la lectura de una carta se refiere. Sin desvelar nada, es uno de los momentos más bellos del filme, tan inesperado como lógico, y en el que una vez más queda clara la admiración de Eastwood hacia el western. Y ahora que hablo de western, aprovecho para decir que sorprendentemente, “Cartas desde Iwo Jima” parece un western en toda regla. Esos personajes solitarios, alejados de su hogar, mordiendo el polvo en algunos casos, remiten constantemente hacia las claves del género y su romanticismo. Así pues, podríamos decir lo mismo de su actor principal, un inmenso Ken Watanabe, que proporciona simple y llanamente una de las mejores interpretaciones del año, que injustamente no ha sido valorada por los críticos. Watanabe se convierte en el alter ego de Eastwood, de la misma manera que los actores que protagonizan las películas de Woody Allen cuando éste sólo las dirige. Su personaje está lleno de humanidad y misterio, y logra algo que no lograba “La Conquista del Honor”, que el espectador empatice enseguida con el protagonista. Y por supuesto, en los momentos finales, Eastwood lo reviste con ese tenebrismo tan personal de sus obras, marca casi obligada de la casa. Esa es otra de las diferencias de este filme con su versión americana. El hecho de que estos personajes nos llenen más, y conectemos más con ellos, hacen que mostremos más interés por ellos y sus respectivas historias. Incluso podemos decir que algunos sobresalen por encima del resto, como por ejemplo le ocurre al personaje llamado Saigo, al que da vida un joven Kazunari Ninomiya, y que está sencillamente espléndido, sirviendo de nexo de unión entre los demás personajes, incluido el de Watanabe. Ninomiya protagoniza uno de los momentos más emotivos del filme, cerca del final, y uno de los pocos en los que suena la maravillosa música de Kyle Eastwood y Michael Stevens, que se acerca a lo compuesto por Clint Eastwood para algunas de sus películas, pero perfeccionándolo, y haciendo una banda sonora fácilmente recordable y llena de emoción. Eso sí, suena vigorosamente en contadas ocasiones, ya que la película procura en todo momento no caer en el sentimentalismo, aunque lo que nos está contando es terrible y emotivo. Pero es una emoción contenida, que te corta la respiración, y como sólo los grandes maestros saben mostrar.



“Cartas desde Iwo Jima” se revela como una apuesta personal de Clint Eastwood. Su audacia formal, rodada en tonos tan apagados que a veces parece que asistimos a una película en blanco y negro, en donde abunda la oscuridad, el hecho de que esté hablada en japonés, es una muestra de la posibilidad que ofrecía esta película al público estadounidense de mostrar la necesidad de enfrentarse con una realidad que no han querido analizar o desmitificar, y con un presente en el que su país, de forma arbitraria, invade países y encarcela e incomunica a centenares de prisioneros sin juicio alguno. Para el público japonés “Cartas desde Iwo Jima” es un acto de redención, pero Eastwood no escatima la crítica a una moral obsoleta, la que produce que muchos mueran en nombre del emperador y su divinidad y la obsolescencia de un sistema de valores jerárquico en donde no todas las vidas valen lo mismo. El momento en que un grupo de soldados japonenses decide, en una escena espeluznante, suicidarse haciendo explotar granadas junto a su cuerpo lo atestigua. Con tonos sombríos, y una creciente claustrofobia, asistimos a una batalla en donde el enemigo, ahora el bando aliado, no está representado, pero a la vez es algo más que un ente desconocido. Debido a la presencia japonesa, encerrados en un alambicado juego de túneles para no ser vistos y protegerse, estos túneles se manifiestan como la imposibilidad de mirar hacia afuera, debido a los continuos bombardeos que sufren, de saber en donde se encuentra el enemigo, y de que éste pueda aparecer por sorpresa. Eastwood se marca otro tanto en su carrera como realizador, componiendo la que probablemente sea la película más arriesgada de toda su filmografía. Primero por filmarla enteramente en japonés, segundo, por alejarse de toda forma convencional vista hasta ahora, y tercero por optar por un tratamiento seco y duro, que hará que muchos espectadores no logren entrar en la historia. Personalmente para mí es un completo acierto. Eastwood, una vez más, haciendo lo que le viene en gana, sin tener en cuenta al público. Y como siempre, con esa tranquilidad que le caracteriza, esta vez mucho más que en otras ocasiones, tomándose su tiempo para contar las cosas, y haciendo un análisis de lo que supone una Guerra, casi inédito. Las batallas, que hay bastantes a lo largo de la película, están mostradas con un realismo casi espeluznante, muy alejado de su obra anterior, y siendo prácticamente innovadoras. En ellas, salvo en contadas ocasiones, jamás vemos al bando contrario, ya que sólo intenta mostrar las consecuencias personales en el bando del que somos testigos de los hechos.



Todo el filme es lo mismo que hacía en “La conquista del Honor”, pero mucho más cruel, más directo, más terrible. Eastwood enlaza esas secuencias con las largas conversaciones entre los soldados, y los recuerdos de cada uno, sin que decaiga el interés ni un sólo instante. Para ello se vuelve más clásico que nunca, y esta vez no tendremos que compararlo con su admirado John Ford, pero sí podríamos quitar paralelismos con el cine de Yasujiro Ozu, uno de los grandes del cine japonés, y al que Eastwood se acerca irremediablemente en esta película. Es impresionante comprobar como un director tan americano como Eastwood, se vuelve totalmente oriental, y con sumo respeto y admiración, nos brinda un filme totalmente asiático en el concepto, pero con esos toques personales tan característicos de su cine. Sobre ese eje temático, “Cartas desde Iwo Jima” se desarrolla en una narración lineal, salvo unos breves flashbacks que recaen sobre el pasado de algunos de los protagonistas, que discurre con el clasicismo del denominado como el “último de los clásicos”, con una perturbadora claustrofobia que recuerda a las cintas bélicas de Anthony Mann, una seca violencia que entronca con Sam Fuller, la mirada intensa y equidistante de John Ford, la fuerza en la puesta en escena de las batallas provenientes de Akira Kurosawa, para acabar con la serenidad de Yasujiro Ozu. No hay en ella espacio para las florituras visuales, la cámara siempre está donde debe de estar para informar al espectador y no para engañarle o desorientarle, el montaje es preciso y minucioso, sin permitir florituras, los planos tienen esa duración determinada que nos permite ver y comprender el horror de lo que sucede ante nuestros ojos, y no como, muchas veces sucede, para que imaginemos pero no veamos, y así no reflexionemos sobre la crudeza de los hechos. Todo ello, para construir una película honesta, ejemplar, modélica, un ejemplo de entereza ética que impide cualquier maniqueísmo, cualquier escapatoria. “Cartas desde Iwo Jima” muestra como se puede convertir una película que no es más que la sucesión de acontecimientos de una larga y cruenta batalla, en una reflexión sobre lo absurdo de la mitificación de la palabra “patria” y “héroe”, y sobre la brutalidad de la guerra, de cualquier guerra. Una nueva gran obra en la carrera de un cineasta, capaz de renovarse a cada nuevo trabajo que hace.



"Apoteosis de emociones"

1 comentario:

  1. solo años de dedicacion, a este lograron semejante calidad narrativa, en mi opinion la mejor de eastwood, gigante, demasiado diria yo

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