martes, 18 de mayo de 2010

Alicia Ya No Vive Aquí

Director: Martin Scorsese
Año: 1974 País: EE.UU. Género: Drama/Road Movie Puntaje: 07/10
Interpretes: Ellen Burstyn, Kris Kristofferson, Diane Ladd, Harvey Keitel, Laura Dern, Martin Scorsese, Jodie Foster y Alfred Lutter

Alicia Hyatt, casada con un repartidor y madre de un rebelde hijo de once años, lleva una vida mediocre en Socorro (Nuevo México). Un día, conversando con su confidente y vecina, recibe la noticia de que su marido ha fallecido en un accidente de tráfico. A partir de ese instante se plantea cambiar totalmente de vida y, tras vender sus escasas pertenencias, se pone junto a su hijo camino de Monterrey (California), su tierra natal y el único lugar donde Alicia puede convertir el sueño de su vida en realidad: continuar con la carrera musical que llevaba antes de casarse. La vida en la carretera le hará plantearse lo que ha sido por ahora su vida y lo que le queda, y si debe dejar de lado sus deseos para poder seguir criando a su hijo. A los verdaderos maestros se los distingue porque son capaces de demostrar su talento fuera de su hábitat natural. Lejos del mundo del crimen, en el que se mueve como pez en el agua, Scorsese borda aquí un relato, tan creíble como intenso.

Así Scorsese acomete una típica historia americana de segundas oportunidades con una doble intención: esa voluntad de convocar el espíritu del cine de estudio (que es la que le anima en la actualidad) y la necesidad de aprovechando la ocasión para demostrar que podía trabajar de encargo y así garantizarse la continuidad (lo que también esta presente en sus trabajos actuales). Emplea todo lo que había aprendido y unas habilidades ya notables en, básicamente contar una historia con su aquel de drama, su pizca mística “on the road”, algo de romanticismo y toques de comedia. Y en la actuación de la actriz principal que logra dejar su impronta en una cámara nerviosa y envolvente, atenta al detalle y con momentos estupendos (como la combinación de rápidos travellings y movimientos circulares, acompasados por el montaje y la música durante la escena de la prueba de piano en el bar. Una planificación que subraya la importancia dramática del momento y que repetiría mejorada en la espléndida “El Color del Dinero” de 1986, otro filme de reverencia a “lo clásico” y prolongando espiritualmente y por momentos supera, aunque quede mal decirlo a la mítica “El Audaz” de Robert Rossen, en el uso de la música (dietética y extradiegética) como elemento dramático a volumen atronador o en la intervención ritual de un Harvey Keitel sorprendente como violento pretendiente que incendia la pantalla durante un muy “scorsesiano” arranque de furia a mitad del metraje.

Como dije en el anterior párrafo la esencia del filme es la protagonista que estaba a cargo de una sutil y matizada Ellen Burstyn, que tras unos comienzos deslumbrantes con sus papeles en “El Exorcista” (1973) y esta película (por la que obtuvo el oscar en 1975) se a refugiado más por el teatro, sin demasiada fortuna en el cine, hasta que en 2000 protagonizó “Réquiem por un Sueño” del estrambótico Darren Aranofky por la que volvió a ser seleccionada (película que, dicho sea de paso, detesto cordialmente). Pero on esta película gano el Oscar, es que realiza el papel de su vida, escrito para su exclusivo lucimiento, y de lo cual por tanto se resiente la película, ya que los demás personajes son sólo comparsas creados a su medida. En este sentido la película da la impresión de ser un encargo para aprovechar el tirón que la actriz había alcanzado con “El Exorcista”. El guión va evolucionando de la tragedia familiar, a la lucha por la supervivencia y la dignidad, para ir diluyéndose conforme avanza la película en drama sentimental, aunque paradójicamente la cinta gana interés por una mejor construcción de los personajes, aunque las situaciones en las que se mueven sean un tanto forzadas, tendiendo a buscar la felicidad de la protagonista por encima de la verosimilitud de la acción.

Se agradece por tanto la modestia y el hábil retrato de una época y la sensibilidad para captar, incluso visualmente, el carácter complejo de la protagonista, las buenas interpretaciones y el equilibrio tonal, pero no deja de ser un drama bastante corriente y manido que si resulta más interesante que la media es por los destellos que deja su realización. No solo estéticamente sino de una manera más sutil en cierta autoconsciencia que tiene su mejor baza en un final feliz que, al parecer, se discutió hasta el último segundo. No hay que olvidar que estamos tratando la ficción estadounidense de los 70 y que entonces el final triste y la desolación vital eran la norma, pero Scorsese no quería eso, tampoco quería algo grosero; el resultado es de una sutiliza y un tacto ejemplar: Alicia y el rudo granjero al que personifica un perfecto Kris Kristofferson como epítome de la masculinidad callada americana se reconciliará en una última escena que conecta con doble público, nosotros y la gente de la cafetería, por un instante la ficción se da cuenta de su propia naturaleza como reinvención de unos códigos que necesitan de ese final para funcionar correctamente y la salva de aplausos que cierra la escena certifica su carácter de “escenificación de una convención”, de guiño cómplice al espectador avisado.

Esto conectaría además con el momento más memorable y aclaratorio de las intenciones de Scorsese con respecto al material (una visión personal y unas intenciones que le hicieron sudar tinta en diversos enfrentamientos con el guionista Robert Getchell): el prólogo irreal y unos títulos de crédito que homenajean entre sartén y letras suntuosas al clasicismo (en)soñado del Hollywood dorado. Homenaje declarado al decorador y director William Cameron Menzies y al cromatismo de 2El Mago de Oz” (Victor Fleming, 1939) este prólogo es una pequeña maravilla rodada en estudio mediante una suntuosa puesta en escena y una onírica iluminación que reproduce, no miméticamente sino pasado por el tamiz de la memoria y la nostalgia un cine ya desaparecido justificando por si mismo el visionado del filme e incorporando ricas lecturas por la manera en la que contrasta con el naturalismo (estilizado por momentos pero naturalismo al fin) del resto de la obra introduciendo el choque ideológico entre la ingenuidad de los sueños de celuloide y la garantizada frustración que supondrá cualquier intento de llevarlos a la práctica.

Una película agradable pero muy menor, que no va mucho más allá de ser un vehículo para el despliegue interpretativo de la estrella de turno, en este caso una encantadora Ellen Burstyn que se luce a gusto. El uso de la música como elemento dramático a volumen atronarte es muy buena o en la intervención de Harvey Keitel es sorprendente. En definitiva, una película que sin dejar de ser interesante esta en la media de las producciones del director, y lejos de las grandes obras de finales de los 70 y comienzos de los 80. Sobre un tema muy similar, con una protagonista de igual nombre en un claro homenaje a esta película, el genial Woody Allen hizo “Alice” (í1987), que sin estar entre las mejores de su autor es una película mucho más certera en el tratamiento de las emociones y necesidades que mueven a los seres humanos.

"Injustamente olvidada, personal obra de Scorsese"

2 comentarios:

  1. Esta película no la vi porque me llamara la atención, sino por aparecer el nombre Martin Scorsese, y hice muy bien en verla, creía que sería una típica película romántica, pero ¿cómo pensar eso de Scorsese? De todas formas, puede que el final sea un poco típico, pero el resto merece muchísimo la pena, con ese estilo inconfundible de Scorsese y con las interpretaciones de los actores, en especial de Ellen Burnstyn (le valió el Oscar).

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  2. ¿Dónde está el sueño americano en la América profunda? ¿Y su parte del pastel? Alice no veía el momento de encontrarse con él. No lo vio en toda su vida. Ni cuando soñaba con ser una gran cantante en la cálida Monterrey. Sueño frustrado. Ni cuando se casó con su marido y quedó subordinada a él en la árida Socorro. Tampoco cuando quedo viuda y tuvo que subastar la casa para poner rumbo a ningún lugar con su hijo. No lo encontró tampoco mientras le bajaba la bragueta a Harvey Keitel en cualquier descampado de Phoenix. Ni en ese ruinoso motel en el que su hijo pasaba interminables horas en soledad suplicándole a su madre una vida mejor. En Tucson la vida tampoco le regaló nada. Bueno, quizás algo sí con el cowboy de Kris Kristofferson y un empleo como camarera. Una segunda oportunidad dirían algunos. Puede que ahí estuviera su parte del pastel. O puede que sólo fuera algo pasajero, una ilusión que se esfumaría con el tiempo (póster de Kennedy decorando la casa de Kristofferson, mal indicativo… me suena a sueño perdido). Un tumbo más en su salteada vida. Pobre Alice.

    Andrés Estalvi

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