Año: 1972 País: Italia Género: Comedia Dramática Puntaje: 08/10
Roma milenaria, que ha sido testigo de eras y más eras, que ha visto pasar tantas generaciones de seres humanos y ha contemplado su grandeza y su ignominia, continúa en pie, resurgiendo constantemente de sus cenizas, alzándose sobre sí misma una tras otra. Con motivo de la construcción del metro en Roma, las máquinas descubren una vieja casa enterrada, en cuyas paredes permanecen unos frescos. Una de las pinturas representa a una vieja dama, perteneciente a la rancia aristocracia romana, que organizaba en su casa unos desfiles de moda muy originales, de esta manera el gran Fellini nos introduce a su película numero doce, la acción se divide en tres tiempos: recuerdos de infancia de Fellini (años 30), traslado y estancia en Roma (Segunda Guerra Mundial) y descripción de la ciudad actual (años 70). La cinta esta acompañada con la voz en off del propio director sirviéndonos de guía y haciendo más accesible y amable la película. Una especie de justificación ante el espectador avisando de la ausencia de una historia lineal que, por otra parte, le hubiese limitado en sus pretensiones. La última película que cierra la trilogía que homenajea a la capital Italiana. Este filme de 1972 llega tras “La Dolce Vita” (1962), introspección en la vida de posguerra a través de la alta sociedad y “Fellini Satiricón” (1969), el descenso al panteón la época imperial, donde reposan cadáveres que aún están calientes. Hay que ver “Fellini Roma” con la mente abierta, libre, dejándose llevar por el torrente de sensaciones, igual que se escucha una música libre o se disfruta de un cuadro no figurativo.
“Fellini Roma” no se sitúa en un momento concreto de la historia, sino que, completando las dos tablas anteriores de la pintura onírica (“La Dolce Vita” y “Fellini Satiricón”), juega a una suerte de cubismo sintético. Reuniendo así varias capas espaciales, temporales y de mentalidades en realidad, “Fellini Roma” podría considerarse como la más documental de las películas fellinianas. En sus ocho capítulos, el director da un salto hacia atrás en el tiempo: recrea su llegada a la “Ciudad Eterna” después de la guerra, los más bajos fondos y los negocios de la prostitución desde la visión romántica de un adolescente, el ambiente de los teatrillos de variedades de provincias bajo el gobierno fascista. Igualmente, como si de un conjunto de transparencias que se van superponiendo, mira hacia el presente. Los espectadores vemos al propio Fellini dirigiendo un enorme camión armado con varias cámaras y focos que documentan el tráfico infernal de las carreteras que rodean a la capital italiana bajo un terrible aguacero. Más tarde, el director y su equipo visitan varios parques de la ciudad, donde mantienen diversos encuentros con los jóvenes “hippies” que descansan allí, el escritor Gore Vidal explica ante que tipo de ciudad, y, por ende, ante qué tipo de película nos encontramos: “Roma es la ciudad de las ilusiones. Es la ciudad de la Iglesia, de la política y del cine. Aquí todos son vendedores de sueños. Ahora que se acerca el sueño final, tengo que vivir en esta ciudad que ha muerto tantas veces”.
Entre estas entrevistas, el propio director dice algunas palabras ante la cámara cuando un grupo de universitarios que aún conservan el ímpetu del por el cultivo de la vanguardia. En estas conversaciones filmadas, Fellini se cuestiona a sí mismo y construye sus intenciones en una línea de diálogo en la que discute con los estudiantes cuál debe de ser la imagen de Roma que su película debe reflejar en su afán por mostrar y no demostrar. El filme suma los géneros de comedia y drama. Desarrolla tres niveles narrativos: la ciudad como mito, forjada en la mente infantil de Fellini como mezcla de fábula y leyenda; la ciudad física, de los monumentos, las gentes y las fiestas; y la ciudad oculta, combinación de elementos grotescos, patéticos y opresivos. El cruce de tres tiempos y tres niveles narrativos da lugar a una malla compleja, densa y vibrante, sobre la que se asienta un universo barroco, colorista, exuberante y abigarrado, característico de la segunda etapa creativa del realizador. Hace uso de un lenguaje recargado y caleidoscópico, que mezcla documental y ficción, realidad y evocación, recuerdos y sueños, pasado y presente. La trama es ligera, la ilación entre escenas a penas existe y no hay una historia de desarrollo lineal. La obra se comporta como un mosaico de recuerdos, delirios y vivencias, en el que la fábula supera a la realidad y los sueños desbordan a la experiencia. El resultado es un filme sumamente personal, impregnado de la visión sensual y amarga del autor. A ésta se añaden numerosas acotaciones humorísticas y sarcásticas, que se completan con toques nostálgicos y críticos.
Fellini, uno de los más excelsos, controvertidos y experimentales directores de cine del siglo XX, caza a la perfección esa resistencia heroica de la ciudad, su halo de eternidad conjugado con la cotidianeidad. Porque Fellini sabía trasladar al celuloide, con esa genialidad que sólo se concede a unos cuantos, el transcurso cíclico del tiempo, esbozando con líneas maestras épocas concretas y comportamientos y estilos de vida que identifican fuertemente al pueblo italiano y, por extensión, a lo que somos todos en esencia. Fellini siempre consigue que nos reconozcamos en algún gesto, en alguna costumbre, en algún modo de pensar, en alguna manera de concebir la vida. Fellini era un filántropo que amaba cada fotograma que filmaba, cada pedacito de palpitante vida que quedaba grabado en cada centímetro de película. En definitiva, él era capaz de capturar la vida entera en un instante. Deseando rendir su particular homenaje a su querida Roma, su Roma íntima a la vez que la Roma universal, Fellini filmó un testimonio a medio camino entre el documental y la autobiografía No hay más protagonista que la propia ciudad y todo lo que contiene. Todo se concentra en esa Roma que ríe y llora y que respira y que se mueve sin cesar. Que se lamenta por lo irrecuperable, por los vestigios pisoteados de épocas que nos precedieron, por la ingratitud del tiempo y de la negligencia. Que se estremece ante los múltiples dolores humanos, incapaz de permanecer indiferente. Que alborota con los juegos de los niños. Que se enciende de pasiones desatadas.
Que se avergüenza de lo inconfesable y vergonzante. Que se enorgullece de sí misma. Que late a ritmo de taquicardia. Que se deja llevar por la esperanza de saber que seguirá amaneciendo. Roma, la Ciudad Eterna, un explosivo regalo para el alma y los sentidos concentrado en dos horas rodadas por un maestro que sabía radiografiar la carnalidad de los espíritus. Fellini no deja al espectador del todo desamparado ante la subjetividad del fondo y la singularidad de las formas del filme. Los conocimientos relacionados con Roma adquiridos en la infancia en Rímini, los explica como fabulaciones históricas (César, Nerón). Los recuerdos de juventud hacen referencia al sexo, comida, aglomeraciones de personas y diversiones (teatro de variedades). Los intereses de la madurez se focalizan en el paso del tiempo (parábola de los túneles), los nuevos jóvenes (hippies), congestiones de tráfico rodado y el poder de la Iglesia Católica. Son escenas memorables el desfile de modelos religiosos, el caos de la entrada a Roma, el teatro de variedades y la visita a los burdeles. La música, de Nino Rota, aporta composiciones ambientales, también ñade varias canciones populares. La fotografía, de Giuseppe Rotunno, crea imágenes de gran barroquismo, se apoya en una escenografía y vestuario excelentes y se deleita mostrando la ciudad monumental (paseo nocturno de los motoristas). Milenaria, divertida, curiosa, moderna, satírica, inclasificable, así este filme del maestro Fellini.
"Fellini es Roma, Roma es Fellini"
Fantástica crítica de la película.
ResponderEliminar