domingo, 3 de abril de 2011

La Conversación

Director: Francis Ford Coppola
Año:
1974 País: EE.UU. Género: Thriller/Intriga Puntaje: 8.5/10
Interpretes: Gene Hackman, John Cazale, Allen Garfield, Cindy Williams, Frederic Forrest, Teri Garr, Robert Duvall y Harrison Ford

Harry Caul (Gene Hackman), es un especialista en técnicas de sonido que recibe el encargo de registrar la conversación que mantiene una pareja de jóvenes en una concurrida plaza de San Francisco. Sin embargo, cuando llega el momento de entregar la grabación, Harry se echa atrás y es advertido de la peligrosidad del material que tiene en sus manos. De regreso a su laboratorio, escucha con detenimiento las cintas magnetofónicas y detecta en ellas el indicio de un posible intento de homicidio contra la pareja a la que ha seguido. El hecho de que ya en el pasado tres personas resultasen asesinadas a causa de otro registro que hizo le induce a plantearse la responsabilidad ética de su trabajo. En 1974, cuando acababa de hacerse público el escándalo Watergate, Francis Ford Coppola realizó “La Conversación”. Utilizó un guión que había escrito varios años antes, y fue por ello que tuvo que oír la acusación de oportunista por el momento elegido para llevarlo a la pantalla. Quizá la taquilla resultó favorecida (aunque el éxito de público fue escaso), pero el tiempo, y una lectura atenta de la película, muestran que su planteamiento sobrepasa ampliamente las circunstancias en las que apareció. Un destacado número de factores hace que “La Conversación” sea una pieza clave en la carrera de su director, empezando por los estrictamente coyunturales, cabe destacar que esta cinta gano la Palma de Oro del prestigioso Festival de Cannes en 1974.

La mítica película “Blow Up” (1966) de Michelangelo Antonioni, ganador también de la Palma de Oro, influyó en la génesis del proyecto. En la película de Antonioni, el protagonista era un fotógrafo que descubría un crimen a través de unas instantáneas tomadas en un parque londinense. Coppola sustituyó todo ese mundo de cámaras y material fotográfico por uno nuevo donde los artefactos empleados para captar la realidad eran micrófonos y cintas magnetofónicas. En ambos casos, la técnica fue tratada como una prolongación de los sentidos, un instrumento que servía para percibir aquello que el ojo y el oído no habían sido capaces de ver ni de escuchar. Para realizar este ejercicio de aproximación a unos hechos, Coppola optó por otorgar a su película un ritmo pausado que permitiese al espectador adentrarse lentamente y del modo más contemplativo posible en la narración. Este tratamiento determinó completamente el enfoque que iba a tener el filme: el modo de mostrar los acontecimientos se volvió así detallado y minucioso. En “La Conversación”, captamos las cosas a la par que el protagonista, por medio de un punto de vista subjetivo, que nunca llegamos a conocer más de lo que él sabe. Una situación parecida podemos notar en la reciente cinta “La Vida de los Otros” (2006). Por otra parte, Harry es un individuo solitario y taciturno. Ha desarrollado por deformación profesional una desconfianza hacia las personas y un carácter introvertido que hacen de él un ser incomunicativo.

Este aspecto pone de nuevo en relación la cinta de Coppola con la obra de Antonioni (sin lugar a dudas, el más audaz cronista del drama de la incomunicabilidad humana). Harry Caul vive completamente solo en un apartamento al que teóricamente nadie tiene acceso y que está protegido con las mayores medidas de seguridad. Nunca da su número de teléfono a nadie y siempre llama a sus clientes desde una cabina. Su vida diaria está rodeada por un silencio abrumador y detesta que le hagan preguntas tanto como intercambiar confidencias. Personaje aséptico donde los haya, Caul es la viva imagen del observador apático, siempre más preocupado de cómo queda la grabación que de aquello que está grabando. La puesta en escena es tan precisa que somos capaces de aprehender todo cuanto percibe el protagonista con la pasividad que le caracteriza. Actitud que cambia diametralmente cuando la posibilidad de un crimen despierta los mecanismos de su conciencia de ese prolongado estado de letargo y procura evitar que alguien pueda resultar perjudicado por su culpa. Sorprendente es también el papel secundario y corto del entonces desconocido Harrison Ford, haciendo de gran ejecutivo empresarial cuya imagen a exhibir es una mezcla de belleza y de misterio. Debido al interés de Coppola por la narración rigurosa y a su preferencia por un tempo lento, “La Conversación” adquiere un tono hiperrealista que llega a estremecer al espectador, quien, por momentos, puede llegar a tener la impresión de estar contemplando fragmentos de una vida privada.

No obstante, la óptica tan subjetiva que adopta el filme provoca que de ese exceso de realismo se acabe pasando al extremo opuesto, a la deformación personal del objeto contemplado. Es entonces cuando el entorno se vuelve realmente hostil para el protagonista porque su mente, gravemente afectada por la paranoia, le sugiere la idea de que el antiguo observador se ha convertido ahora en el sujeto observado. Pero, ¿es así realmente? La respuesta queda en manos de aquel espectador que tenga ganas de dejarse sorprender por esta parábola sobre la incomunicabilidad humana, rodada con un pulso narrativo impecable y envuelta en una sobrecogedora atmósfera de suspense. Hackman está grandioso en su complejo papel, al que sabe dotar de un espíritu fuertemente introspectivo y de un mortificante hermetismo. En “La Conversación” hay diversos niveles que, interactuando entre sí de un modo que casi podríamos calificar de dialéctico, van siendo sobrepasados por otros de orden superior que a su vez generan una nueva interacción, para acabar desembocando en el planteamiento final de la obra. En cierto modo la película ha escenificado el tránsito de la animalidad a la humanidad, tránsito que viene marcado por la asunción de la conciencia moral. Somos responsables de lo que hacemos; nuestros actos no son gratuitos, sus consecuencias son el resultado del ejercicio de nuestra libertad, y a ella no podemos renunciar. Esconder el rostro tras la cortina (como ya lo hizo Caul en una ocasión anterior para no asumir las tres muertes que su trabajo provocó) ya no va a servir para recuperar la tranquilidad perdida.

En la década de 1970 Francis Ford Coppola ascendió al Olimpo cinematográfico radiografiando la soledad y las diferentes concepciones de poder. Michael Corleone en “El Padrino” (1972) y “El Padrino: Parte II” (1974) y el capitán Willard y el coronel Kurtz en “Apocalipsis Ahora” (1979), que al igual que Harry Caul son hombres condenados a sobrevivir recluidos en burbujas herméticas. El aislamiento es, para ellos, el único modo de conservar su poder. A su vez, este hermetismo alimenta en ellos una paranoia autodestructiva que devora cualquier nexo entre el personaje y su entorno. Su soledad es, pues, absoluta e irreversible. De este modo, “La Conversación” nos muestra al personaje principal como un ser impotente ante el asesinato; su mente esta entre lo real y lo no real. La cinta también toma fuente de “Lobo Estepario” relato de Herman Hesse donde saca la introspección a la melancolía, incomunicación, soledad e infelicidad de su personaje central. La escena en la que un enajenado Caul destroza todo su apartamento tratando, en vano, de hallar el micro con el que está siendo espiado, es, simplemente, desgarradora. De nuevo una suave panorámica nos muestra el espacio claustrofóbico en el que el personaje se desenvuelve. Brillantemente Coppola nos muestra, a la vez que el deterioro físico del apartamento, la enajenación de un personaje desesperado, complemente fuera de si, al que han robado su bien más preciado: su intimidad, aquello que él arrebata a sus víctimas. ¿Dónde estaba el micro? Nos preguntamos todos. También Coppola tiene respuesta para ello: en la única cosa que Harry Caul jamás destrozaría o abandonaría: su saxofón. Este objeto inanimado convierte a Caul, al menos durante unos instantes, en un ser humano emocional.

“La Conversación” no es una cinta moralista. Su desenlace es trágico, un poco en el sentido griego del término. Pensar que el individuo es capaz de alterar, con su comportamiento, el decurso de los hechos es, más que otra cosa, un síntoma de arrogancia. La puesta en escena que utiliza Coppola ya nos lo anuncia desde mediado el metraje. La insignificancia del protagonista ante el edificio imponente al que se dirige para entregar las cintas, pone las cosas en su sitio. Caul no es el responsable de lo que ha ocurrido, sino una pieza más de un mecanismo que se ha servido de él para conseguir sus fines. El individuo, lejos de ser el centro de decisión, queda relegado a la insignificancia, y lo más dramático para él es que no puede volver al origen, pues, como decíamos, el recorrido hecho no tiene vuelta atrás. El resultado (Caul tocando el saxo en su casa) sólo altera el punto de partida en la destrucción de la casa, o, lo que es lo mismo, en la destrucción de sí mismo como persona. Su búsqueda desesperada es una búsqueda en la nada que nada tiene que ofrecer, pues no hay un lugar concreto donde radiquen los males y que pueda permitir la recuperación de la dignidad perdida. Asumir la propia miseria, una asunción que ni siquiera puede ser complaciente para individuos que, como Caul, han sido humanos, es lo único que resta. Inquietante actualidad la de esta película, hermosa profundidad la que se puede descubrir en ella, sin nada que ver con el oportunismo coyuntural que en su momento se le quiso achacar. Hoy en día la película continua ofreciendo sus réditos, mientras que el caso Watergate, de destaparse ahora, ni siquiera sería caso. Imperdible.



“Excelente y magistral retrato de la soledad”

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