domingo, 21 de agosto de 2011

Vidas al Límite

Director: Martin Scorsese
Año: 1999 País: EE.UU. Género: Drama Puntaje: 08/10
Interpretes: Nicolas Cage, Patricia Arquette, John Goodman, Ving Rhames, Tom Sizemore, Marc Anthony y Mary Beth Hurt



Frank Pierce (Nicolas Cage) trabaja como paramédico de ambulancias en Nueva York. Rodeado de heridos y moribundos, Frank se mueve en un mundo urbano nocturno, y está trastornado por los años que ha pasado intentado salvar la vida a los marginados de la sociedad. Los fantasmas de las personas que no ha podido salvar empiezan a atormentarle. No puede dormir por las noches e incluso intenta que le echen del trabajo. Al borde de la crisis vital, Frank conoce a Mary (Patricia Arquette), la hija de un hombre al que ha tenido que asistir, de esta manera ella será su única salvación. Aún no encuentro una razón de peso que justifique el horrendo cambio de título que ha sufrido la película en su traducción latina del original: “Bringing Out The Dead” (Sacando Fuera a los Muertos), mucho más acorde con el tema de la película y con todo los detalles que se nos muestran a través de su proyección. Tras esta aclaración, hay que dejar claro que la película que nos ocupa supuso un punto de inflexión en la carrera de Scorsese. Tras haber realizado su propio viaje espiritual hacia la cultura del budismo en "Kundun" (1997) y su magno documental televisivo “Mi Viaje a Italia” (1999), del mismo año y que en la edición de Cannes de 1999 algunos afortunados tuvieron la oportunidad de ver el estreno de esta cinta, justo antes que Scorsese se embarcarse en el que sería según sus palabras el proyecto de su vida y que tras más de dos años de espera pudimos disfrutar en nuestras pantallas, decidió embarcarse en un proyecto a priori más modesto que le permitiera exorcizar todos sus demonios personales y sus inquietudes como cineasta del mismo modo que lo hace el protagonista de su película.



Para ello, Scorsese, volvió a contar con la colaboración de Paul Schrader para que escribiera el guión. El tándem Scorsese-Schrader ya había creado algunas de las películas que se convertirían además de obras maestras y patrones cinematográficos, en iconos culturales de la sociedad americana en particular como "Taxi Driver" (1976) y “Toro Salvaje” (1980) caracterizándose por la psicología de un personaje que se erige en un ser atormentado que recorre su particular descenso a los infiernos, y que debe aceptar su situación para intentar formar parte de una sociedad en la que no solamente se siente fuera de lugar, sino que realmente lo está llegando incluso a preguntarse su verdadero destino y rebelándose contra éste, como el torturado personaje de Cristo de “La Última Tentación de Cristo” (1988). Iba a ser inevitable, y esto bien lo sabían Scorsese y Schrader, que “Vidas al Límite” que además se basa en la novela “Bringing Out The Dead” de Joe Connelly, fuera comparada con la proverbial “Taxi Driver”. Pero la nueva película, aunque en efecto guarda algunos paralelismos con aquella obra maestra, iba a ser más un complemento que un remake o una nueva versión actualizada. En realidad, iba a convertirse en un apasionante díptico, tan esquizofrénico como luctuoso, acerca de las calles de una ciudad en cuyas esquinas asoma siempre la locura, la desesperación y la muerte. Pero a diferencia de Travis Bickle, que reaccionaba con ira y violencia, Frank Pierce va a oponer a todo eso una gran compasión y dignidad, por mucho que eso suponga un enorme sacrificio emocional de su parte. Aunque esto parezca un trabajo menor en la filmografía de Scorsese, no lo es en absoluto. En realidad pocas veces se ha mostrado tan piadoso y fraternal. La película gira en torno a una gran paradoja, y es que mientras el protagonista vive obsesionado en salvar vidas y es continuamente atormentado por el recuerdo de Rose, una paciente a la que no pudo salvar la vida, y que representa la personificación de todas las víctimas que murieron sin que él pudiera evitarlo; él irá destruyéndose poco a poco perdiendo la esperanza de una posible luz que le ayude a encontrar algo en lo que creer.


Pocas veces la cámara de Scorsese, por no decir nunca, se ha mostrado tan tempestuosa y nerviosa, llegando a fragmentar cada secuencia como un neurótico nocturno, gracias a un percutante y feroz montaje de Thelma Schoonmaker, y a una fotografía espléndida de Robert Richardson, que repite con el director después de “Casino” (1995). Este trío de genios se lanza a una identificación profunda con la miseria anímica y el desgarrador drama interior de su personaje protagonista, un ser patético y al borde del colapso físico y total absoluto, que necesita salvar a un paciente más antes de retirarse de su profesión de paramédico, que debe ser una de las más estresantes del mundo, y más aún en Nueva York. A tal efecto, coloca sobre sus hombros, como buen mártir Scorsesiano, todo el dolor y la desgracia de la ciudad, y puede verse en los ojos sonámbulos de Cage ese peso y ese dolor de manera admirable, sin fisuras y sin concesiones, y así no es de extrañar su estrepitoso fracaso en taquilla. Pero el éxito es llegar a hacer una película como esta, es en este terreno es donde Scorsese se muestra como pez en el agua ya que se siente totalmente libre y cómodo para exponer toda la temática y obsesiones que han acompañado toda su obra desde la década de los 70. Así pues, durante la película, no dejan de asomar los personajes torturados, la simbología religiosa, la imagen de la familia viniendo a ser no ya un “remake” de “Taxi Driver”, sino una variación de la misma cambiando un taxi por una ambulancia y adquiriendo un tono y una filosofía mucho más fatalista, supongo que dada por los años de la experiencia de Scorsese y Schrader que hacen esta película mucho más cruda y más dura que la anteriormente citada. No dejan concesiones a la salvación posible y solamente nos transmite una sensación última de vacío absoluto donde la esperanza se evapora como las vidas que Frank no consigue salvar. Toda esperanza se pierde en cada una de las víctimas que mueren en una ciudad fantasmal, tétrica, casi gótica.



El personaje que interpreta Nicolas Cage es un personaje torturado, obsesionado, un perdedor nato en la mejor tradición de los personajes “Scorsesianos” como el Travis Bickle o el Rupert Pumpkin de “El Rey de la Comedia" (1983) que se halla en un pozo sin fondo degradándose paulatinamente del mismo modo que lo hacen las víctimas a las que intenta salvar. En eso no se diferencia mucho de cualquier alma que al igual que él vaga por la ciudad sin pena ni gloria. No dudará en beber o drogarse para intentar evadirse de la realidad que le oprime y ahoga y de la que al mismo tiempo se siente vinculado y de la que no puede desprenderse al ser él mismo uno más de ellos, a este personaje encarnado por un soberbio Cage le seguiremos en varias jornadas alucinantes acompañado de tres personajes distintos, a cual más surrealista: el Larry de John Goodman, el Marcus de Ving Rhames y el Tom de Tom Sizemore, los cuales contribuirán todavía más, sobre todo los dos últimos, a su paranoia, su desesperanza y el desapego a su propia estabilidad mental. En ese contexto, no sabremos muchas veces si reír o llorar ante el rosario de desgracias, de despojos humanos, drogas, tinieblas urbanas, chorros de sangre, tarados peligrosos y un largo etcétera, que es un frenético crisol sin apenas resquicio para la paz y la sonrisa, y que concluirá con un plano casi espiritual. Es asombroso, al menos para quien esto firma, que a pesar de la colección casi interminable de truculencias y salvajadas (que no se limitan a las calles, o a personajes como el que interpreta un irreconocible Marc Anthony, pues también algunos miembros del hospital están como para encerrarles en un sanatorio mental) que no cesan de desfilar por la pantalla durante todo el metraje, Scorsese jamás pierde la compostura o la elegancia, y que a pesar de que no es una película, en principio, de la envergadura de “Casino” o “La Edad de la Inocencia” (1993), el cineasta se lo toma muy en serio y se deja la piel. No tiene miedo de buscar una libertad narrativa absoluta, en un derroche de energía que se diría, casi, una irreverencia adolescente, visual y sonora. Una vez más le importa bien poco la ortodoxia, y el prestigio, y lo que se podría esperar de él, y se dedica en cuerpo y alma, por mucho que desequilibre su película, a un festín impresionista con el único objetivo de mostrarnos el alma torturada de su carácter principal.


Y Frank Pierce encontrará en la presencia apaciguadora y sedante de Mary Burke (la maravillosa, no siempre reconocida como tal, Patricia Arquette) la única salida, en forma de impredecible redención, a tres jornadas de locura. La actriz es perfecta, con su sonrisa y su dulzura para representar el descanso, sobre todo espiritual, que necesita a gritos el pobre Frank. Por una vez en el cine de Scorsese, la mujer representa menos la causa de los desvelos de sus personajes masculinos y más una razón apaciguadora para seguir viviendo. La sutil luz que Richardson coloca detrás de ella en las escenas en que aparece, más la del plano final, confirma la soterrada divinidad o bondad de este personaje, y queda perfecta para un relato tan abstracto, en el que todos los colores y los diseños de Dante Ferretti están planteados desde un punto de vista psicológico, y nada está dejado al azar. Durante los tres días que dura la historia, acompañamos a Frank por las calles de la ciudad mientras somos testigos de la paulatina degradación y vacío moral que va experimentando Frank mientras se va quemando de manera irremediable siendo además, consciente de ello. Esta degradación se irá haciendo más patente y más aguda de una forma creciente hasta el final de la película. Scorsese y Schrader la muestran cada uno a su estilo. En el guión viene dada por la sucesión de compañeros que patrullan junto a Frank durante las tres noches, mientras que en la puesta en escena, que durante toda la película es casi fantasmagórica para señalar el mundo de zombies donde se encuentra, se va acentuando en su vertiente desfasada, surrealista y psicodélica utilizando planos y movimientos de cámara llevados al límite. Scorsese nos incluye en un viaje alucinante del mismo modo que un drogadicto se coloca con cualquier sustancia alucinógena. En esta parte final es totalmente psicodélica, predominan los planos descompuestos, imágenes aceleradas, movimientos de cámara con el encuadre torcido, con multitud de lucecitas, diafragmas abiertos hasta el más no poder.



A pesar de todo ello, Scorsese no quiere perder la esperanza y busca una posible salvación para las pobres almas de los torturados que deambulan sin sentido. Por eso, en una imagen que rememora a las “pietás” artísticas (En palabras del propio Scorsese) nos despediremos dejando a Frank y Mary abrazados. Quizás acaben juntos, quizás no. No importa. Lo que si importa es que dos almas perdedoras como ellos se han encontrado y quizás, tan solo quizás logren encontrar su camino. Sin pretender ser una película perfecta, (allí radica gran parte de las equivocadas críticas que recibió, por suerte no todas ya que hubo gente que sí la supo valorar) supone un reencuentro curioso entre los dos cineastas que derrumbaron el cine urbano en los 70 y el religioso en los 80, demostrando Scorsese una vez más, que a pesar de ser un punto de inflexión, no deja de ser esta una obra tremendamente personal ya que toca todos los temas e inquietudes que han obsesionado a su director, como he comentado antes. Y es ahí donde radica su encanto. Quizás no esté tan conseguida como “Taxi Driver”, ni sea tan dura como “Toro Salvaje”, pero no por eso deja de ser una joya. Hubiese sido curioso si para rematar la faena, Scorsese hubiera elegido a De Niro para el papel principal cerrando así el círculo con Schrader y dándole una oportunidad para soltar su famoso: “You're talkin to me” frente al retrovisor de la ambulancia. Película incontestablemente de su realizador, construida completamente a espaldas de la taquilla y de lo que se podría esperar de él, y por ello posee mucho más mérito. En su construcción se dan la mano lo trágico con lo cínico, lo fraternal con lo infernal, sin la menor fisura, y en su frenesí y en su salvajismo radican, sin embargo, un profundo interés por el sufrimiento humano, y un gran conocimiento de que el dolor es multiforme y casi infinito. El perfecto aperitivo scorsesiano de lo que vendría después.



“Cinta con mucho frenesí y realidad extrema”

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