Año: 1996 País: EE.UU. Género: Drama/Thriller Puntaje: 7.5/10
Interpretes: Philip Baker Hall, John C. Reilly, Gwyneth Paltrow, Samuel L. Jackson, Philip Seymour Hoffman y F. William Parker
Sydney (Philip Baker Hall) un misterioso apostador sexagenario encuentra a un joven llamado John (John C. Reilly), sentado cerca de un restaurante y le ofrece un cigarrillo y un café, cuando Sydney se da cuenta de que John está tratando de conseguir dinero suficiente para el entierro de su madre, le ofrece llevarlo con él y hacer dinero en los casinos, escéptico al principio, John termina aceptando. Dos años más tarde, cuando todo parece andar bien, aparece Clementine (Gwyneth Paltrow), una camarera y ocasional prostituta dispuesta a hacer cualquier cosa por dinero. “Hard Eight” es el primer largometraje del director estadounidense Paul Thomas Anderson, quien nos deja un buen sabor de boca en su debut, además de darnos una pizca de cine elegante, algo muy raro para un principiante. La película no es un thriller al uso, ya que usa un ritmo extremadamente pausado al que parece que le cuesta arrancar hasta que le llega su momento. En “Hard Eight” ya se nota claramente la esencia de sus trabajos posteriores: planos largos con movimiento de cámara, elegancia sin alardes y sobriedad en la puesta en escena, excesivo mimo al guión y notables interpretaciones, que le han catapultado a ser uno de los directores más interesantes y prometedores del panorama actual. Con un presupuesto paupérrimo, una experiencia extraída de sus cortometrajes y un curso que le brindó el taller de realización del Sundance Institute y sin haber cumplido los veintiséis años, Anderson realizó un filme simple, interesante y bien estructurado, donde la sencillez y lentitud suponen credibilidad y la complejidad se encuentra en el interior de esos personajes solitarios.
El escritor y director de “Hard Eight” es una imagen madura y segura, tiene un conocimiento sólido de los fundamentos del cine, es por eso que Anderson no sigue ciegamente el camino que Hollywood le da, pero esto se vera en sus posteriores cintas como “Boogie Nights” (1997) y “Magnolia” (1999), pero “Hard Eight” ya es una prueba más que notable de que su carrera prometía, añadiendo dosis de drama y humor negro, la cinta es una historia de redención y venganza en un paraíso de seres marginados y al borde del abismo, y narrada con credibilidad y con apunte psicológico en cada uno de sus protagonistas, especialmente la fría relación paterno-filial que se establece entre Sydney y John que conducirá a un secreto cada vez más revelador con la llegada del chantajista Jimmy (Samuel L. Jackson). “Hard Eight” sigue un esquema muy propio del cine independiente norteamericano; con una brillante ambientación (el interior de los casinos o el oscuro exterior de las calles), muy constante en las películas policíacas. Pero Anderson no lo pone fácil; invita al espectador a ser atraído por una atmósfera y unos personajes absorbentes, lo que da al filme un aire de teatralidad sugerente, elaborado a partir de un argumento sencillo pero escrito con mucha ambición. “Hard Eight” no es ninguna obra maestra, ni tampoco lo pretende. Aún así, tenemos el privilegio de asistir a un excepcional retrato de personajes errantes, supervivientes de una vida que no querrían. La sutil narrativa de Anderson permite que nos volquemos de lleno en los infortunios de estos perdedores, que nos empapemos con la ternura, el amor o el paternalismo, aquí expuestos, pero también con el dolor, el desgarro o la pesadumbre que azotan a nuestros protagonistas. El cineasta sabe moverse, como pez en el agua, dentro del género con el que ha decidido debutar, controlando y utilizando con temple los recursos que tiene a manp. Consigue con maestría enmascarar el “leit motiv” del filme, brindándonos, casi para el postre, una escena que capta, como pocas, la esencia de esta fatalista historia.
Como suele ocurrir en las creaciones de bajo presupuesto, tienen dos opciones: el éxito o el fracaso de la película, y creo que la cinta de Anderson va por la primera opción, porque Anderson sabe aprovechar muy bien a cada uno de los personajes principales, cada intérprete aportar algo de mérito para el producto terminado. Hall, se presenta como una figura de unidad y difusor de la sabiduría en general y da vida a Sydney con una facilidad discreta, en el rostro arrugado de este personaje, no solo se ve la consideración y la preocupación, sino la sensación de que él ha estado aquí antes, después de haber cumplido su condena, Sydney ahora puede sentarse y pensar en los demás, tomar el tiempo para observar a la gente, verlos jugar y tal vez mostrar su verdadero yo. El que está bajo su mirada paternal es John, hábilmente interpretado por Reilly, que maneja su lenguaje corporal magistralmente, en un principio Sydney cae en espiral de desconfianza hacia él, pero poco a poco pasa a la confianza. El vínculo entre Sydney y John da “Hard Eight” su forma y su corazón. A pesar de tener menos funciones, Paltrow y Jackson dan de lo mejor de sí en la pantalla, teniendo una inusual confianza en sus interpretaciones. Al igual que Hall y Reilly, ambos comprenden el método de Anderson, que pesca con caña las interpretaciones de sus actores, de tal manera que los personajes se comportan como se podría esperar. Básicamente “Hard Eight” se toma su tiempo sobre el desarrollo personal, negándose a forzar el ritmo con la mecánica de la trama, y el elenco reaccionan bien a este tratamiento. Con esta cinta, Anderson nos cuenta una historia de almas perdidas, desgraciados sin rumbo cuya máxima meta en la vida es la del devaneo por la misma, vagando de un lugar a otro cargados de remordimientos y de soledad. Sus personajes son tan tristes que no dudan en aliarse con cualquier desconocido para poder dar un poco de sentido a su existencia.
Como dijimos anteriormente uno de los aspectos más logrados de la película es precisamente la caracterización de ese Sydney, que es un personaje pulcro, directo, elegante y siempre con la respuesta adecuada partiendo desde sus labios, es todo un enigma de principio a fin. El admirable trabajo de Philip Baker Hall, que eleva su rol a la categoría de icono clásico, es un estilo de formas que se compenetran con armonía dentro de un formato con un cargado sabor a cine negro. Es sólo con algunos puntos de la historia que Anderson se tropieza, haciéndola reiterativa a veces, es evidente que en esos puntos flácidos es mejor dejarlo a la imaginación del público, y que este lo resuelva a su manera, el problema es que Anderson tiene que terminar de alguna manera la historia, después de haber capturado su atención en las primeras escenas, porque en la mayor parte de la película te preguntas ¿Cual es la importancia de Sydney en la historia?, es decir, donde hay un método donde explicar esta pregunta. Cuando viene la explicación, es un poco decepcionante. Sin embargo y curiosamente, esto no es hace caer el hilo conductor de la cinta. La importancia de la motivación de Sydney se desvanece a medida que nos adentramos en la historia, sustituido por una cierta simpatía hacia los otros personajes, un deseo de entender y ver cómo su vida funciona, sólo se convierte en menos importante. El apartado musical está comandado por el compositor Jon Brion y el cantante Michael Penn. El otro elemento sonoro que aporta al metraje se encuentra en el “chill-out”, prueba de ello esta la presencia del blues con el maravilloso tema “Sydney’s Doesn’t Speak”, que acompaña una de las mejores escenas de la película. Además podemos encontrar otros estilos, que dan lugar a unas partituras pausadas, armoniosas e intrigantes que encuentran su alternativa en una pieza que recuerda a las mejores melodías que se suelen (o solían) componer para películas del Oeste: la sencilla y preciosa “Leaving the City”.
Paul Thomas Anderson con esta cinta ya daba muestras de su asombroso talento en la puesta en escena, con un estilo pausado e hipnótico. Los diálogos y las situaciones son creíbles e intensos, los personajes hacen gala de una gran humanidad y veracidad. Consigue mantener la atención del espectador en todo momento creando un clima de tensión y angustia, más allá de la forma en que encaja la historia, en la parte técnica Anderson trabaja con su fotógrafo Robert Elswit, que demuestra un sutil estilo visual, que radica en la función de la cámara y su lugar en el gran esquema de cosas, con esta técnica Anderson sostiene el marco de una aparente eternidad, que mantiene un control sobre la tensión y la incertidumbre. En el otro extremo se encuentra el “Steadicam”, un dispositivo que Anderson aparentemente adora, hay una escena increíble en uno de los casinos, donde la cámara sigue Sydney mientras camina a su mesa de juego. Vemos las luces, los apostadores, de vez en cuando el enfoque pierde la vista de Sydney, entonces naturalmente la cámara es levantada lentamente, es una pieza exquisitamente elaborada y el brillo de la sala es ideal, Anderson sabe lo que quiere y sabe cómo conseguirlo. Esta es claramente la película del estudio de caracteres que previamente Anderson ha realizado con paciencia, el pulimiento del guion puede revelar la dignidad de su cine, la dependencia, la amistad y sobretodo las cualidades humanas. Sin duda sus pasos son medidos al milímetro. Pero hay que reconocer que “Hard Eight” no será para todos los gustos, pero no podemos negar que en el contexto del guión Anderson se acercan a la perfección. En definitiva es una gran película, cuyo hilo conductor es un personaje protagonista con un estilo que merecería reproducirse en otras cintas por la perfección de su dibujo, su lograda atmósfera y magnífica dirección completan el resto de este melancólico y oscuro relato de pobres diablos que buscan una luz al final del túnel. Recomendable paro los aficionados a este director.
"Templado y elegante filme negro contemporáneo"