Año: 1988 País: Japón Género: Animación Puntaje: 10/10
Productora: Studio Ghibli
Un relato hipnótico con un pie en la realidad y el otro en la más desbordante imaginación, para la gran parte de la crítica y para nosotros es la mejor película de animación de la historia del cine. Relata la historia de una familia japonesa que se traslada al campo, en los años 50. Las dos hijas, Satsuki y Mei, tropiezan con un espíritu del bosque: Totoro, con el que entablan amistad. El padre es un profesor universitario que aviva la imaginación de sus hijas con fábulas e historias mágicas sobre duendes, fantasmas y espíritus protectores de los hogares, mientras la madre se encuentra enferma en el hospital. Un día, Satsuki recibe un telegrama. En esta película aparece el personaje más enigmático y simbólico de todos los seres fantásticos de la filmografía de Hayao Miyazaki; una criatura nacida completamente de la mente de su creador, nos referimos a Totoro.
“Mi Vecino Totoro” es la película de animación más personal del realizador japonés Hayao Miyazaki. La más apreciada por los niños y, para muchos adultos que admiran su filmografía, su obra más emblemática. “Dibuja” a la perfección, y en su estado más puro, la mirada infantil; esa etapa en que confluyen realidad y fantasía, en la asimilación de la experiencia, cuando el niño se encara con la complejidad del mundo. Entonces, imagina seres sobrenaturales (como el Gatobus) cuyas proezas y poderes lo seducen y lo sugestionan. Todo niño transita por este camino, inseguro, hacia la desconocida madurez de la mano, a veces, de ese otro “amigo invisible”. Así aprende a expresar sus miedos, sus alegrías, sus inquietudes, y sus más profundos deseos. Ahí reina el voluminoso Totoro, con su aspecto misterioso de oso grandulon, mezcla de mapache, bigotes gatunos y porte de búho sabio pero ajeno al mundanal “ruido” de lo humano. En cierto modo, un niño grande y mudo no habla que mira al mundo a través de los niños, personas de corazón puro, los únicos que pueden llegar a verlo.
Realizada en 1988, “Mi Vecino Totoro” tiene el mérito de no haber perdido vigencia; marcó un antes y un después en el cine de animación. Señaló además las claves temáticas de las películas posteriores de su director la familia y el apego a las tradiciones, el reconocimiento de la experiencia de los mayores, el respeto a la naturaleza, la memoria de los mitos subyacente en toda realidad, el valor de un mundo femenino rico y trascendente, etc. además de una forma particular de hacerlas; película humilde pero que cuida el detalle con esmero. Miyazaki propone un argumento simple pero inmenso en su pretensión, con personajes sencillos aunque claramente dibujados, donde las escenas son partes que componen un todo y no a la inversa. Sacrifica lo verbal para encumbrar la gestualidad de los personajes “un clásico del anime” y la vitalidad que rezuman los paisajes de sus fondos. La naturaleza, siempre presente, reacciona con su propia voz para evocar las sensaciones del momento; sensualidad propia de la obra de Miyazaki, palpable, casi física, como el viento o la lluvia de este “anime".
El personaje Totoro es, sobretodo, magia narrativa y sensorial; un balbuceo de la realidad en boca de Mei, la hermana pequeña. En su visión infantil nos descubre un mundo que todos hemos experimentado de una u otra manera en los primeros pasos de nuestra vida: La infancia. Comparada con los anteriores trabajos de Miyazaki, se destacan los contrastes de ambientación y temática. Apuesta arriesgada, la de una película al mismo tiempo infantil, detallista y contemplativa, sin la trama de “acción” de las anteriores y sin la riqueza exuberante, argumental y de realización, de su posterior filmografía. Una película donde se oyen los silencios (las escenas están llenas de ellos), anatema de toda producción cinematográfica y difíciles de manejar para la mayoría de realizadores, y que en manos de Miyazaki son realces imponderables de la historia; un cuento cinematográfico no exento de agilidad narrativa al servicio de la intensidad y el tono de gozo que rebosa en todo el filme: la instantánea de la felicidad propia de la infancia y la inocencia que la explica.
Adentrándonos en la película sorprende la concepción de los personajes infantiles. Mei y Satsuki son dos hermanas tan de verdad que traspasan la barrera de la animación. Juegan, gritan, se inquietan, fantasean hasta el cansancio, tienen miedo, en definitiva, descubren el mundo que les rodea sin falsedad ni distorsión; y Totoro representa el medio para afrontar la realidad, adaptarse y crecer. Los adultos, tanto su padre como la anciana vecina, no contrarían el misterio de Totoro, más bien lo contrario. Sustentan la idea argumental. Hay creencia en ellos. No pudieron estar mejor perfilados: La abuela, con el bagaje de su experiencia, atesorando el conocimiento imprescindible de la tradición oral; el padre, profesor de antropología y, por ello, comprensivo con el valor del mito en el acervo cultural. Siempre presentes, siempre en familia. Y como no olvidar al personaje del Gatobus, simplemente una delicia de la genialidad del director japonés.
Una banda sonora simple, delicada y entrañable. Sumamente trabajada en torno a motivos orientales, y alegre sin abandonar ese toque de suave melancolía que también traslucen fondos y paisajes. Destacan los temas de los créditos, al principio y el final de Totoro , con variaciones que se ejecutan a lo largo de la película, además de acompañamientos complementarios de hermosa elaboración. La simplicidad de su factura y el tono jubiloso del filme. Nos recuerda que la artesanía, en manos de un auténtico maestro, es una valiosa obra de arte. En suma, una película de animación imprescindible, ausente de moralinas y de cursilerías, que se sumerge con valentía en lo cotidiano de la vida y la maravilla de la niñez. Una historia uniforme, sólida y llena de significado que nos recuerda que nunca hubo un final feliz sino, más bien, un principio de esperanza y felicidad tal y como fue…la infancia.
“Un cuento maravilloso”
No hay comentarios:
Publicar un comentario