miércoles, 7 de abril de 2010

Ponyo: El Secreto de la Sirenita

Director: Hayao Miyazaki
Año: 2008 País: Japón Género: Animación Puntaje: 08/10
Productora: Studio Ghibli

Sosuke, un niño de cinco años, vive en lo más alto de un acantilado que da al mar. Una mañana, mientras juega en una playa rocosa que hay bajo su casa, se encuentra con una “pececita” de colores llamada Ponyo, con la cabeza atascada en un tarro de mermelada. Sosuke la rescata y la guarda en un cubo verde de plástico. Ponyo y Sosuke sienten una fascinación mutua. Sin embargo, el padre de Ponyo, Fujimoto, que en otro tiempo fue humano y ahora es un hechicero que vive en lo más profundo del océano, la obliga a regresar con él a las profundidades del mar. “¡Quiero ser humana!”, exclama Ponyo y, decidida a convertirse en una niña y regresar con Sosuke, escapa. "Ponyo: El Secreto de la Sirenita" es una aventura mágica sobre la fuerza de la amistad y el poder de la naturaleza que traslada a la gran pantalla la particular visión del director. Alejado de la tentación digital, Hayao Miyazaki continúa su singladura por la animación tradicional a la que sólo puntualmente añaden retoques informáticos. La fuerza de su cine está en un dibujo diáfano y sencillo que transmite dulzura o intensidad emocional, y también en unas historias que conjugan poesía e imaginación a la vez que recogen el drama de un pueblo que vive con el miedo a la destrucción del mundo, que está imbuido de trascendencia sintoísta. Con un brillante y luminoso colorido, "Ponyo: El Secreto de la Sirenita" es una emocionante historia de amor y de respeto a la libertad, con sentimientos puros e inocentes.

Resulta reconfortante, en estos momentos en que el cine de animación (en su vertiente más comercial) parece haberse convertido en una carrera desbocada entre los poderosos estudios estadounidenses por decir la última palabra en perfección técnica, que un francotirador como Hayao Miyazaki, ajeno a cualquier hipotético canto de sirena (y deben haberlos cerca de quien no en vano ha sido venerado por la crítica más sesuda y cinéfila), siga manufacturando un producto animado de la pureza formal y honestidad material que nos brinda esta su última entrega, "Ponyo: El Secreto de la Sirenita”. La última película del director japonés abunda en las constantes ya mostradas en sus anteriores títulos, tanto estilísticas como temáticas. Pero nos demuestra cómo, cuando no escasean ni la imaginación ni el talento, la reiteración no deviene en aburrimiento y las imágenes nos generan sentimientos de muy diverso género, sin aportar nunca una sensación de déjà vu. Ante todo, hay una sensación de verdad en lo mostrado, no importa que raye en la inverosimilitud de presentarnos a una pececita con rostro humano y hermanos que se transmutan en olas para llevarla hacia la tierra. Y es que junto a secuencias de ese tipo, poderosísimas, es capaz de hilvanar otras aparentemente más sencillas pero de enorme dificultad, en las que asistimos divertidos al asombro de Ponyo ante cada gesto cotidiano de Sosuke y su madre. Ya puestos, uno duda sobre cuál de los dos aspectos es más difícil: hacer verdad lo fabuloso (en su sentido estricto de fábula) o hacer perfectamente creíble y real la amistad (¿el amor?) entre dos chiquillos.

El generoso metraje de "Ponyo: El Secreto de la Sirenita" (también siguiendo la tendencia de anteriores filmes del autor) nos presenta un dibujo de trazo sencillo y muy depurado, en la mejor tradición del manga japonés (a la que Miyazaki tanto ha aportado, y bebido de ella, a lo largo de su carrera), y en el que priman aspectos como la luminosidad o la diversidad de formas (un auténtico derroche de figuras, seres y tipos surgen de forma casi interrumpida) sobre un verismo que, en ningún momento, figura entre los objetivos principales del director. Esas imágenes, de una impresionante belleza (la sencillez no es óbice para la hermosura), sirven de soporte para una historia que, desarrollada bajo cauces narrativos convencionales, se desenvuelve en la frontera sutil entre el mundo real y el de la fantasía. Una frontera constantemente ignorada por Miyazaki, poniendo en estrecho contacto al mundo humano (representado por el protagonista infantil, Sosuke, y su entorno) con el mundo fantástico (el que simboliza la niña-pez, Ponyo, y el suyo), en una dinámica de interrelación que ya diera magníficos frutos creativos en “El Viaje de Chihiro”. La historia es sencilla, se sigue con facilidad y, ciertamente, no se puede negar que encuentra mil y un precedentes de corte similar en la narrativa histórica infantil. Pero no por ello deja de tener su interés.

El director es capaz de sumergirnos, y nunca mejor dicho, en una entrañable narración en la que hay cabida para las quimeras, el entretenimiento, las emociones y las risas. Por supuesto, a todo ello hay que sumarle las habituales temáticas de este gran artista, caso de su devoción por la naturaleza o su respeto a las personas ancianas, algo que ya trató muy bien en “El Castillo Ambulante”. En esta “sirenita nipona” hay unos peces buenos y de colores que dan luz, otros terribles y oscuros que parecen olas amenazantes, y otros prehistóricos e imperturbables en su decrepitud existencial. También existen ancianas entrañables y alguna un poco cascarrabias, o un mago algo malvado, más bien decepcionado de los hombres. Pero todos cambian y evolucionan, y nunca son retratados de manera simple y maniquea. La diosa del mar ha permitido que los humanos se conviertan en aprendices de magos, y que estos escojan su destino si superan la prueba del amor. La dualidad de vidas y mundos y su permeabilidad hace que se rompan fronteras espacio-temporales merced a una deslumbrante imaginación, mientras que el temor a una gran catástrofe que acabe con lo conocido alienta a las personas a buscar una salida al destino fatal en las profundidades marinas, aún sin contaminar. Miyazaki sabe hablar de heridas sangrantes que el pueblo japonés mantiene abiertas (radioactividad o tragedias naturales), a la vez que trasciende a universos de sensibilidad poética y nos cuenta una preciosa historia de amor y amistad.

La película, que en Japón recaudó la friolera de 165 millones de dólares, es una adaptación muy libre del famoso cuento de “La sirenita”, destacando principalmente por su magnífica combinación de fantasía y realidad. Así, el espectador tan pronto se deleita con imágenes que poseen una imaginación desbordante como observa divertido algunas situaciones de la vida cotidiana del pequeño Sosuke y de Lisa (al respecto, cabe destacar las hilarantes escenas en las que ésta conduce de forma temeraria por estrechas y sinuosas carreteras o las no menos jocosas en las que se enfurruña porque su esposo, que trabaja en la mar, no va a pisar tierra firme, algo que le había prometido que haría). Además, el retrato que Miyazaki lleva a cabo de la infancia es sublime, mostrándonos lo importante que es para el protagonista de la historia su madre o describiendo la habitual curiosidad de los niños a través de los ojos de Ponyo (hay momentos en los que es imposible contener la carcajada, sobre todo cuando este personaje manifiesta lo mucho que le gusta el jamón o se dedica a corretear por la casa). En todo caso, y más allá de esos valores, que ya harían de esta una propuesta digna de ser tomada en consideración y degustada de forma placentera, aún hay que resaltar cómo esa conjunción armoniosa de formas y fondos da soporte a un auténtico alegato contra la degeneración contaminante de la actividad humana sobre el entorno natural (el discurso ecológico que siempre ha impregnado la filmografía de este autor), y a favor de la aceptación de la diferencia como base del entendimiento universal y la superación de las dificultades. Un alegato cuya credibilidad cobra altura gracias, precisamente, a lo poco pretencioso y alquitarado de su formulación: aquí no hay misteriosos mensajes subyacentes, ni códigos ocultos en claves mistéricas. El mensaje está ahí, prístino, evidente, y a igual alcance del hijo y el padre. ¿Buenísimo ingenuo? ¿Optimismo antropológico, como parece ser que está de moda llamarle ahora? Puede que sí, para qué negarlo. Pero, en los tiempos que corren, no crean que no reconforte (al menos, a algunos).

Una de las virtudes de "Ponyo: El Secreto de la Sirenita" es que los niños disfrutarán con la sencillez de las reacciones de sus jóvenes protagonistas, con su bondad y pureza de sentimientos, mientras que los mayores gozarán con su factura visual y sonora mientras dejan que ese aire fresco de la infancia penetre en sus almas. En todos los personajes se resalta su fondo bueno a pesar de las apariencias, en todos se aprecia amabilidad y espíritu de servicio y convivencia, y ninguno está irremediablemente perdido porque estamos ante una fábula moral. En la cinta hay lugar para la emoción y la poesía, e incluso para la risa, mientras que la tragedia siempre está suavizada por el sentido naif, el buen humor y el optimismo. Un nuevo prodigio de animación del Studio Ghibli para recordar que cabe un mundo mejor… si se vive en armonía con la Naturaleza, si se respeta la vida en cualquiera de sus etapas, si se aprende a convivir en libertad. Porque, en otro caso, Ponyo se convertirá en espuma de mar, la vida se habrá petrificado en formas del Devónico, y el mundo seguirá expuesto a nuevos tsunamis. Todo lo ya apuntado termina dando, como resultante global, un filme redondo, una pequeña joya que, desde el presupuesto de la sencillez, se eleva mucho más allá de lo que su apariencia señala. O sea, una más del maestro Miyazaki y su estudio Ghibli. Más de lo mismo, más de lo excelente. Probablemente, no resiste la comparación con los grandes blockbusters del género en términos de renderización o pixelado. Pero es que este hombre juega, evidentemente, en otra liga. Vengan y disfruten con sus cintas, no se van a arrepentir.

"Un canto apasionado hecho a lápiz"

2 comentarios:

  1. Dueño y señor absoluto de un universo propio, donde los monstruos pueden ser tiernos y agradables, y en el que siempre la magia desborda y te atrapa, Miyazaki retoma sus viejas armas y nos vuelve a regalar un sueño repleto de colores preciosos, y personajes del todo entrañables. La cara amable del ser humano vuelve a mostrarse, en fotogramas que derrochan belleza y arte, y la ternura y la simpatia se desbordan impactando precisamente en las zonas más esponjosas del corazón.

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  2. Curiosa la decisión de adaptar ese clásico de la factoría Disney, sobretodo teniendo en cuenta que jamás ha logrado desembarazarse de las desafortunadas comparaciones que le llegaron a poner al mismo nivel que el mítico animador americano. Porque una cosa hay que tener clara. Y es que en absoluto se le puede considerar como el “Walt Disney nipón”, pues a mi entender él está por encima de su homónimo. Está mucho más avanzado en cuanto a lo que ideología se refiere (dan prueba de ello por ejemplo los constantes y logrados mensajes ecologistas y feministas que se extraen de la mayoría de sus películas), su trazo es mucho más agradecido con los pequeños grandes detalles y domina un sinfín de registros: desde la violencia sin tapujos de ‘La princesa Mononoke’ hasta la más tierna inocencia en la inmejorable ‘Mi vecino Totoro’.

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