miércoles, 13 de julio de 2011

La Habitación del Pánico

Dirección: David Fincher
Año: 2002 País: EE.UU. Género: Thriller Puntaje: 08/10
Interpretes: Jodie Foster, Kristen Stewart, Forest Whitaker, Dwight Yoakam, Jared Leto, Patrick Bauchau y Ian Buchanan



La recién divorciada Meg Altman (Jodie Foster) y su hija Sarah (Kristen Stewart), se mudan a una casa de Nueva York, pero la primera noche en ella formaran parte de un juego mortal con tres intrusos que invaden brutalmente su hogar: Brunham (Forest Whitaker), Raoul (Dwight Yoakam) y Junior (Jared Leto). Para salvar sus vidas ellas se encierran en lo que llaman la habitación antipánico (una sala infranqueable de muros de acero provista de cámaras que controlan todo lo que pasa en la casa), pero la propia habitación será el centro de atención ya que lo que buscan los intrusos está en el interior de ésta. En los últimos años (décadas) el cine ha evolucionado de una manera abrumadora e interesante, los avances técnicos cada día son mayores pero estos no han servido para que los cineastas reinventaran el cine sino que la mayoría lo han utilizado para acomodarse bajo premisas estéticas facilonas. En definitiva las formas cinematográficas se están perdiendo y tan sólo unos cuantos cineastas, norteamericanos en su mayoría, saben conjugar la utilización de esas formas clásicas con esos nuevos avances tecnológicos. Chaplin, Renoir o Ford nos apasionan, pero debemos reconocer que gente como Soderbergh, Michael Mann o el propio David Fincher, están intentando con mayor o menor acierto dar un nuevo sentido a lo que llamamos cine igual que los otros tres en su época, y en este aspecto La habitación del pánico es un paso adelante de técnica moderna y narración clásica mezcladas en su justa medida y con resultados positivos. Una idea sencilla es la que sirve para que Fincher desarrolle una historia que apenas transcurre en dos espacios (habitación antipánico y resto de la casa) y que mezcla el tiempo real con el tiempo cinematográfico al estilo de solo ante el peligro, dilatando la narración en los momentos clave para dramatizar las acciones, como la primera entrada a la habitación de Meg o para parar en seco y tomarse la molestia de definir a los personajes de manera clara, concisa y brillante.



Tras convertirse en uno de los cineastas visionarios más importantes de la actualidad debido a una corta trayectoria cinematográfica en la que su personal estilo visual y narrativo han sido elementos definitorios de un universo intransferible y sorprendente, David Fincher volvió a la dirección con “La Habitación del Pánico”. Una cinta que, de entrada, pone de manifiesto la constatación de un talento fílmico y artístico en el que su destreza visual y su ejemplar artesanía han hecho de él un artista de la puesta en escena. Alejándose por completo de la purgativa y magistral “El Club de la Pelea” (1999), obra maestra ilustrativa del materialismo que condena esta época de consumo e intolerancia en la que vive el hombre moderno, Fincher se une al guionista David Koepp para narrar esta historia, cuya intención es alcanzar el desafío de lograr el mayor realismo posible, circunscribiendo la acción por completo a una sola localización, adecuando su ritmo a una perfecta utilización del espacio cinematográfico, como algo que no se revela neutro, sino como centro del drama. Algo que en “La Habitación del Pánico” se logra, en gran parte, gracias a la angustiante y decadente atmósfera patentizada como distintivo del director de “Los Siete Pecados Capitales” (1995). El predomino de las tonalidades lóbregas y tétricas, negativas y apagadas, vuelve a inquirir en beneficio de un guión que, pese a más de algún problema de languidez, cumple correctamente con el buscado suspense psicológico, de una manera simple y eficaz. Y es que aunque a veces se deje llevar por algún que otro tópico, Fincher hace que coincidan en dos espacios todo tipo de personalidades con sus matices y sus motivaciones, haciendo que un hecho o situación concreta no sea una sorpresa sacada de la manga como en la tramposa “El Juego” (1997), sino que son los personajes y sus reacciones lo que nos lleva a una nueva situación.



La premisa argumental recuerda directamente a “Perros de Paja” (1971) de Sam Peckinpah, donde el clímax era algo así como que Dustin Hoffman debía impedir que unos locos del pueblo entraran en su casa para violar a su mujer. Si en la película de Peckinpah el estallido de violencia era la base de ese clímax, el filme de Fincher tira más hacia la trama de suspense hitchcokiano. Para este su quinto trabajo, Fincher ha vuelto a dejar la actitud ascética del discurso moral, esta vez bastante más evidente que en sus anteriores cintas, para apostar por su excepcional punto de vista cinematográfico, un mundo de compleja planificación formal en el que ofrece una nueva lección de opulencia visual donde la visceralidad se sosiega y acelera en función del suspense y del terror. Un perfeccionismo visual reconocido en Fincher que brilla, esta vez, en los pequeños detalles con los que dota de empuje a un guión que si bien adolece de un complejo de trasgresión que no consigue, sí se ajusta a los requisitos de un director difícil como lo es él. La búsqueda metafórica del carácter trágico de la vida sigue siendo la inmutable constante a definir. En este caso, representada en una mujer al cuidado de su hija enfrentada a una amenaza exterior que pondrá a prueba su fortaleza y tenacidad. Una excelente ejemplificación de la sordidez cotidiana que, llena de intenciones naturalistas para hurgar en los miedos y la fragilidad humana, envuelve la obra de David Koepp equivalente a su gran “El Efecto Dominó” (1996) y la del propio Fincher con “El Juego”. La acción es el objetivo, la tónica sobre la que se sustentan los pilares de la edificación modélica de Fincher, acentuando de nuevo la oscuridad en un escenario sórdido, acuoso y oscurantista que representa, en realidad, la intención narrativa de profundizar en el lado más oscuro y desconocido de todos sus personajes en el que ese “Castle Keep” (1969) tecnológico, esa habitación del pánico, implica el aislamiento emocional y la consecuente decadencia familiar, símbolo manifiesto de la era preservadora que se nos viene encima.


El cineasta retorna así a sus digresiones narrativas (perceptible en ese largo plano secuencia digitalizado), en el “photogrammetry”, pero esta vez definiendo su objetivo visual en función de la acción argumental y no de la espectacularidad. “La Habitación del Pánico” se asemeja a una partida de ajedrez, donde se muestra un tablero (la casa) y unas piezas personalizadas en unos personajes situados en dos extremos (el bien y el mal). Una partida en la que, una vez que la acción les enfrenta, cada uno de ellos juega su estrategia para ganar esta agobiante partida a vida o muerte. Pero en contraposición de aquéllos que tachan a Fincher como “vendedor de humo”, el director muestra todas sus cartas, sin reservas, sin guardar esta vez un “efecto” final que confunda. La gran virtud de “La Habitación del Pánico” es su grafía traslúcida. Una vez que son presentados los personajes y los ángulos de la mansión, el diagrama se revela simple y sin trabas. Tanto el “modus operandi” de la madre y la resistencia de la hija, como el contraste de personalidades entre los ladrones que origina un enfrentamiento en la disposición metódica de cada uno de ellos, es expuesto con una limpieza alineada y solvente para que los roles lleguen hasta el extremo sus intenciones, reaccionando todos como se espera de ellos (incluido final). Mucho se ha hablado de la renuncia de Nicole Kidman comenzado el rodaje de esta película, pero lo cierto es que Jodie Foster realiza un ejercicio de interpretación física y dramática intachable, lleno de matices interpretativos, que la sitúan de nuevo en el pináculo de su carrera. Efecto al que no son ajenos Kristen Stewart, Forest Whitaker y sobre todo, un irreconocible Jared Leto, secundarios que demuestran que Fincher es también un buen director de actores. Llena de buenos momentos de una tensión sugerentes, endurecidos por el dominio y el mecanismo utilizado por Fincher desde sus ejemplares créditos, “La Habitación del Pánico” justifica que, empero de la historia, nos encontramos ante un director llamado a ser uno de los indiscutibles genios del cine moderno.



Inicialmente la dirección de fotografía iba a correr a cargo de otro conocido y genial Darius Khondji, pero resultó despedido a poco de iniciarse el rodaje, pues al parecer los ejecutivos de los estudios (esa plaga intelectual de nuestros días) alegaron que le llevaba demasiado tiempo preparar las tomas. Tomó el relevo Conrad Wynn Hall (hijo del legendario Conrad L. Hall), quien se limitó a asegurarse de que el resto de la fotografía principal no afectaba con lo ya filmado (y debe ser su mejor trabajo, porque después de esto no ha hecho nada destacado). La imagen de la película no se resiente lo más mínimo, y posee la fuerza visual, muy por encima de la media, así como el ingenio con los encuadres, que podemos suponerle a Fincher. El juego se agota mucho más tarde que en “El Juego”, pero se agota. Sin embargo, la revelación de Raoul como el verdadero villano de la función (un auténtico psicópata, en realidad), consigue electrificar de nuevo el relato. Lo malo es que esta decisión, que es una trampa de guión en toda regla, al mismo tiempo que inicia un segmento más oscuro y violento que el anterior, hace más visibles las debilidades anteriores. Quizás el relato hubiera necesitado un Raoul desde el principio y la tensión que aporta. La pregunta es: ¿habrían sabido mantener dos horas de película con Raoul presionando a Burnham desde un principio? Da la impresión de que estaban jugando al gato y al ratón con el espectador y no entre ellos, y de que tenían las cartas marcadas. Al menos la historia previa de Meg Altman podría haber revestido de mayor interés o haber dotado a ese personaje de algo más que del proverbial talento de Foster. O el giro que supone la brutal muerte de Junior podría haber supuesto un giro emocional más importante para el espectador. En lugar de eso, asistimos a un espectáculo de suspense de primer orden, pero gélido, que sabe dónde dar al espectador para cumplir la asignatura. Cabe destacar también la magistral banda sonora a cargo del gran ambientador Howard Shore.



La película sabe como diseccionar los miedos que plantea, esa indefensión que no puede curar el dinero ni la tecnología, era quizás única, tratándose de un director capaz de hacer regresar los temores de los siete pecados capitales a la vida de la gran urbe y haciéndonos estremecer. Pero de ese estremecimiento violento que muestra la cinta, es sólo una tangencial muestra del talento de director. Por ejemplo la magnífica secuencia de la llegada de los policías, o la del vecino con el que quieren comunicarse. Un relato de esta ambición exigía menos cálculo y más ir abriéndose de forma paulatina hasta abarcar algo más que una reflexión convencional. El talento de Fincher para el suspense ya había quedado más que probado anteriormente, así como su habilidad para la atmósfera. Pero su mundo de tinieblas particular podía haber contado con dos películas muy importantes que habrían sido su retrato de la sociedad contemporánea, con “El Juego” y “La Habitación del Pánico”. Y aunque la segunda es sensiblemente superior a la primera, todavía le faltaba su gran película en ese sentido. Cinco años después volvería a intentarlo con la que quizá es su película menos comprendida. Y es que no debe ser nada fácil ser David Fincher, e intentar firmar películas personales. Pero más allá de las ideas concretas, Fincher nos lleva de la mano a ese terreno opresivo, oscuro y claustrofóbico que tanto le gusta de un modo brillante, con recursos cinematográficos que pueden no gustar pero que juegan a favor de la historia (al tratarse de un espacio, la no fragmentación de algunas secuencias hace que el espectador conozca desde el primer momento el lugar donde va a desarrollarse la trama) y que en definitiva no tienen ni trampa ni cartón y que son la muestra evidente de la voluntad y el atrevimiento de un cineasta moderno por aportar algo en el campo de las formas cinematográficas. Una buena película de un buen director.



“Una cinta claustrofóbicamente genial”

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