lunes, 30 de noviembre de 2009

El Inquilino

Director: Roman Polanski
Año: 1976 País: Francia Género: Terror Puntaje: 09/10
Interpretes: Roman Polanski, Isabelle Adjani, Shelley Winters, Melvyn Douglas y Bernard Fresson

Con esta película Polanski se afianza como uno de los mejores directores del género de terror psicológico (por no decir el mejor) de la historia del cine. Trelkovsky (Roman Polanski) es un tímido y tranquilo polaco que alquila un apartamento en París cuya anterior inquilina había intentado suicidarse arrojándose por la ventana. Desde el primer momento mantiene roces con sus caseros y algunos de sus vecinos, pero la cosa empeorará hasta creerse objeto de una conspiración por parte de los mismos mientras que extraños acontecimientos tiene lugar en su apartamento, hasta hacerle cuestionarse su propia salud mental ¿De verdad sus vecinos se han aliado contra él, o Trelkovsky se está volviendo loco?

En su tercer film de la llamada "Trilogía de apartamentos", Polanski (que interpreta el rol principal) construye un híbrido entre “Repulsión” y “El Bebé de Rosemary”. Su estreno no tuvo mucha repercusión y se sumó a las tantas películas que, a pesar del fracaso en su debut, hoy en día no escapan a la condición de obra de culto y esencial para todo espectador que sabe contemplar buen cine. “El Inquilino” es una película que nos sumerge de inmediato en la transformación psíquica del personaje, y en donde el humor parece asentarse como si fuera una estela observable claramente sobre la superficie de un océano de situaciones bastante negras. Por momentos Polanski nos invita a establecer códigos absurdos pero con una lógica cuasi-metafísica de extremada consistencia.

“El Inquilino” es un film para ver más de una vez, puesto que de esta manera se accede a un tipo de lectura más abierta, oculto en toda obra maestra, con proezas que saltan a la luz y que no pudieron ser contempladas con la primera mirada. Los detalles se camuflan en la psicología del personaje y ya no sabemos si lo que observamos es una deformación de la realidad o son precisos puntos de conocimiento para comprender el concepto y los tópicos que la película irá abordando. Hay algo que esta muy claro: el ambiente claustrofóbico; la excentricidad e inpulcritud de varios personajes. Aquellas reflexiones de Trelkovsky acerca de la prioridad o no de un brazo a continuar llamándose “yo” en el caso de que fuera cortado, llegan al extremo cuando vemos el personaje todo separado de si mismo.

En cuanto el personaje de Trelkovsky, al cual interpreta magistralmente el mismo Polanski, es un joven francés de ascendencia polaca que busca piso de alquiler en Paris. Su carácter es introvertido, amable, huidizo, y en su búsqueda por encontrar la vivienda, se topa con un piso que ha quedado libre recientemente. La inquilina que lo habitaba está en el hospital, en coma, porque justo la noche anterior había intentado suicidarse. En su interés por el desarrollo de estos acontecimientos, acude a verla al hospital, donde presencia su muerte. A partir de aquí, la impregnación psicológica que produce todo el ambiente en nuestro protagonista, hace que su mente entre en un círculo autodestructivo que le llevará poco a poco a la locura.

Pero la magia de “El Inquilino” no reside sólo en su buen guión, ni siquiera en la espléndida interpretación de todos y cada uno de los actores, comenzando por el propio Polanski como protagonista y pasando por cada uno de los personajes que intervienen: Isabelle Adjani demuestra una naturalidad y credibilidad asombrosa, y Melvyn Douglas o Shelley Winters (en el papel de casero y portera, respectivamente) resultan pérfidos y macabros hasta el extremo, todos ellos magistralmente dirigidos y perfectamente dibujados. Lo que hace del film una obra maestra, quizá el mejor de Polanski, es esa narrativa crítica y mordaz de una sociedad parisina profundamente conservadora, provista de una moral que intenta socavar cualquier intento de invasión en sus valores, bien sea por su excesivo atrevimiento, bien por su precaria ingenuidad, como es el caso del protagonista.

Todo la película es un recorrido por un negrísimo y fino sentido del humor que deja algunas escenas inolvidables como las del patio de vecinos distribuido en balcones a modo de palcos teatrales, la del diente que encuentra escondido en la pared, la insistente terquedad del camarero en venderle una cajetilla de Marlboro, las quejas de los vecinos a modo de complot contra él, o la magnífica escena del discurso sobre la mente humana de la mano del propio director. Una infinidad de detalles que convierten al film en una de las pesadillas más gratas y placenteras de la historia del cine.

“La propuesta más febril de Polanski. Diseccióna los avatares de la paranoia libre de motivos. Simple, pura y electrizante”

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