Año: 1992 País: Japón Género: Animación Puntaje: 09/10
Productora: Studio Ghibli
“Porco Rosso” es el nombre de combate de un singular piloto de hidroaviones italiano que actúa en los años treinta, en plena apogeo del fascismo. Tiempo antes, durante un combate aéreo en la I Guerra Mundial, Porco Rosso adquirió misteriosamente la apariencia de un cerdo. Esto le hizo abandonar el ejército italiano, refugiarse en una isla perdida y ganarse la vida como mercenario contra los piratas aéreos que asolan el Mediterráneo. Es un ser solitario y escéptico, que también lucha decididamente contra el totalitarismo fascista. Las cosas se complican cuando aparece en escena Davis Curtis, un vanidoso y temerario piloto norteamericano que está dispuesto a demostrar que es mejor que Porco Rosso. Éste contará con la ayuda de Gina, una bella aristócrata conocedora de su pasado, y de Fio, una atrevida adolescente, nieta del mejor fabricante de hidroaviones de Italia.
Quizá sea “Porco Rosso” (1992), la película más lírica y emotiva de toda la filmografía de Miyazaki y, con pocas dudas, la más elíptica y trascendental. También la más madura a pesar de que toda su fachada se pervierta, como casi siempre, de colores pastel y tonos remarcados, aquí nuevamente integrados en unos bellos paisajes que, dibujados a mano, intensifica el carácter bucólico y evocador que el subtexto de esta historia sugiere. Lo que no hemos dicho de “Porco Rosso” es que hace honor a su apodo mejor que nadie, pues este aviador se ha convertido en cerdo por razones no del todo claras; el doblaje español insiste en que se trata de una maldición (o “hechizo”) sin embargo encontramos en su argumento insinuaciones de que es el propio Marco, el aviador que se oculta tras la máscara del cerdo, quien ha renunciado a su condición de hombre (o de guerrero) acuciado por los fantasmas del pasado; en cualquier caso, ha dejado de emparentarse con una especie, la humana, capaz de entregar su vida a la Guerra y otras pendencias sin sentido.
Instruido por el desencanto, entonces, el aviador se ha convertido en un cerdo para desembarazarse de todas las servidumbres que lleva aparejada su naturaleza anterior, como bien explican la multitud de frases lúcidas que espeta durante toda la película y que van a terminar de definir su personalidad y carácter nihilista: “Siempre mueren los buenos” “Prefiero ser un cerdo que un fascista”. “Eso son cosas de los hombres”. “Los cerdos no tienen país ni ley”. “El verbo creer puesto en boca de una niña tiene otro sentido”. Cuando Curtis lo vence en su primer duelo, Porco Rosso acude a Milán para reparar su avión. Endeudado hasta los tuétanos por aquella avería, perseguido por el ejército al que ya no quiere adscribirse y por los piratas a los que tantas veces venció, y obligado a retar a aquel que lo derribara antes, se encuentra, en el habitáculo de su hidroavión reformado, a una aprendiz que lo adora, la adolescente decidida característica del cine de Miyazaki, transformada aquí en una ingeniera de diecisiete años, locuaz y divertida, capaz de detener un linchamiento con las palabras y, quién sabe, si de revertir los efectos de aquella maldición existencial con un beso redentor y cómplice.
La nostalgia es otra de los motores existenciales de los que se nutre esta película con sus aviones ligeros, espíritu aventurero y carácter bohemio; nostalgia que se desliza por un argumento donde el pasado de los personajes aun tiene mucho que decir. Al menos eso reflejan sus miradas y gestos, los silencios que les acompañan al amanecer mientras esperan que se acerque por el horizonte un avión rojo que les salve. Por alusiones, tenemos que detenernos en Gina, un personaje fascinante, cuya complejidad de carácter anticipa la marcada personalidad de Lady Eboshi, una mujer viuda condenada al cumplimiento de una promesa de amor cuya ejecución se antoja dificultosa, en tanto también implica a “Porco Rosso” que hace tiempo entregó su vida a la soledad. Los recurrentes guiños históricos y culturales que lanza la película, siempre a expensas de la distorsión fabuladora de este maestro del cine, son de los más sugerentes, y aportan una mayor dosis de romanticismo al asunto, en una película que no deja de ser una comedia de acción que soslaya el aparato dramático de otras cintas de los estudios Ghibli o del propio Miyazaki. Por analogías sería “El Castillo de Cagliostro” aquella con la que “Porco Rosso” tiene más puntos en común, aunque en esta última los personajes no son tan rígidos o arquetípicos como en aquella.
Y es que detrás de su apariencia evocadora, de las citas cinéfilas a Casablanca, a El Hombre Tranquilo (o al They Live de John Carpenter), al western crepuscular, o al cine aventurero de Howard Hugues, se encuentra una película adulta y reflexiva, quizá la más personal de cuantas haya dirigido Hayao Miyazaki, una cinta emotiva, intensamente hermosa, que evoca paisajes comunes del Cine de todos los tiempos y también del Cine de un autor familiarmente ligado al mundo de la aviación y a su espíritu. En torno a este espíritu, articula esta historia de desencanto y de amores platónicos, de recuerdos impostados y de esperanzas que se advienen en el horizonte, con la coartada formal de una comedia de personajes animados y piratas aéreos. La película ofrece: una historia muy bien contada, llena de subtramas interesantes; brillantes diálogos que conjugan, al estilo clásico, la aventura, el humor y el drama, aderezado con numerosos elementos del cine negro; un cuidadoso trabajo de ambientación; una partitura preciosa, y, sobre todo, unos dibujos espléndidos, llenos de detalles de altísima calidad y muy bien articulados, a pesar de la abundancia de animación reducida, característica del cine japonés.
Me encantan las trepidantes escenas de acción, y es difícil no partirse en dos de risa en multitud de secuencias. También es increíble como tantos lugares acaban dotados de personalidad y carácter: la isla refugio de Porco, el jardín privado de Gina, el mismo hotel Adriano, e incluso los talleres de Milán donde le fabrican a Porco su nuevo avión. Viendo la película, resulta coherente su atractivo mensaje central sobre el trabajo bien hecho. Narrativa, visual y conceptualmente, Hayao Miyazaki ha conseguido una puesta en escena primorosa que, además, se enriquece con sugestivas reflexiones secundarias sobre la amistad, la familia, el valor e, incluso, la trascendencia del ser humano. “Porco Rosso” es un magnífico ejemplo de cómo hacer cine de animación de alta calidad al margen de la fórmula Disney y que logre interesar también al público adulto, sin renunciar al tono caricaturesco del género ni echar mano del despliegue de sexo y violencia de las mangas japonesas.
"Bellísima fantasía histórica"
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