Año: 1992 País: Inglaterra Género: Intriga/Erótico Puntaje: 08/10
Interpretes: Peter Coyote, Emmanuelle Seigner, Hugh Grant, Kristin Scott Thomas y Victor Banerjee
Roman Polanski sufre un doble rasero, no sólo en su vida privada, también en su vida creativa. Parece establecido que el cineasta ha firmado un grupito de obras mayores que casi nadie cuestiona, y un puñado de obras menores, entre las que se encontraría “Lunas de Hiel”. Pero yo hoy quiero romper una lanza en favor de situar a esta película entre las más inspiradas y personales de toda su apasionante carrera de Polanski. La trama se centra en Nigel y Fiona (Hugh Grant y Kristin Scott-Thomas) disfrutan de su séptimo aniversario de boda con un crucero por el mar. A bordo ambos se encuentran con Mimi (Emmanuelle Seigner) que parece encontrarse indispuesta, y la llevan a su camarote, donde conocerán a su marido, Oscar (Peter Coyote) que está impedido en una silla de ruedas. A partir de ese día Nigel se obsesiona con Mimi. Oscar se da cuenta y propone a Nigel que intente seducirla. Para ello le relata sus experiencias sexuales con Mimi antes de sufrir el accidente que le dejo paralítico.
Después de dirigir la magistral “Tess”, Roman Polanski tuvo un considerable bajón en su carrera, siendo quizás la etapa menos inspirada de su filmografía. “Piratas” y “Frenético” son un buen ejemplo de ello. Ambos filmes dispares y de diferentes intenciones aunque, ambas ligadas por un nexo en común: el de la desidia y la falta de inspiración. Es por ello que, con “Lunas de Hiel”, el realizador volvió a retomar el buen rumbo. En parte la película, se acerca más al espíritu de “Repulsión” o al de “El Inquilino” que al resto de sus productos. Al igual que en estos, relata la degradación física y psíquica de sus protagonistas. Hurga en los rincones más oscuros de cada uno de ellos. Y lo hace de manera fría, casi distante, sin acercarse demasiado a sus personajes. Diseccionando sus caracteres a través de un fino y afilado bisturí, deja que sangren con sus profundos cortes de cirujano voyeur y, al mismo tiempo, anula toda posibilidad de rescatarlos de su eminente caída al pozo más oscuro. Polanski no siente ningún tipo de pudor por abandonar a su propia suerte a unos personajes empeñados en no dejar cicatrizar sus heridas.
Pocas veces en el cine hemos sido testigos de una historia de amor tan perfecta, tan preciosa, tan apasionada. El escritor y la bailarina se conocen y su pasión es absoluta y cimera, sin aristas ni trabas. Pero todo irá cambiando paulatinamente, hasta el punto de que nunca hemos presenciado semejante degradación emocional y física, y llegaremos a asistir a un verdadero ritual de sacrificio sentimental, cuyos roles de víctima y verdugo irán alternándose dando rienda suelta al sadismo de ambos contendientes. ¿Es posible encontrar el amor de una vida para después desdeñarlo por convertirse en rutina? ¿Es el sexo la válvula de escape eterna que satisfaga un vacío interior? ¿Dónde están los límites de la pasión? ¿También la crueldad y la indiferencia consentidas son pasión? ¿Y el desprecio, y la compasión? Polanski no da respuestas, sólo formula preguntas. Ama a sus imperfectas y salvajes criaturas, pero no por ello les da demasiadas oportunidades. Descarnada descripción de los avernos infinitos a los que desemboca una relación apasionada y tumultuosa, escalofriante relato de “pasiones devoradoras” que embarcan a sus dueños a un viaje más allá de toda posibilidad de redención, o brutal disección de los mecanismos de autodestrucción o sadismo que implica todo amor envenenado de odio y celos. Cualquiera de estas frases, y algunas más, podrían aplicarse a la realización número trece de Polanski.
A partir de de la trama del filme (ósea de los conflictos amorosos), Polanski entra en una controlada y explícita espiral de flash-backs relativos a la convivencia de esos dos amantes. Por su parte, el estupefacto Nigel se convierte en la figura del espectador, atento desde la platea a los juegos sexuales y amorosos de Oscar y Mimi y, ante todo, a la degradación de ambos en su particular dependencia. El masoquismo empieza a aparecer en las vidas de estos. Su afable unión acabará transformándose en un infierno conyugal, lo cual no supone ninguna sorpresa, pues el filme lo deja bien claro desde que, por primera vez, presenta a esos dos seres. Oscar que es un escritor norteamericano afincado en París y Mimi, una exuberante camarera de un restaurante de la ciudad. Sin lugar a dudas, se trata de una de las mejores interpretaciones de Coyote, mientras que Seigner, a pesar de su poca valía como actriz, acaba dando el pego como la mujer excitante; ese tipo de mujeres que, desde siempre, ha retratado a la perfección Polanski, Hugh Grant, gracias a su sosería innata, logra convertir al inseguro y timorato Nigel en un personaje totalmente creíble, mientras que la siempre eficaz Kristin Scott Thomas resuelve a la perfección el rol de mujer insatisfecha y no atendida por su compañero.
Y por encima de ellos está la novela de Pascal Bruckner y ante todo, el fantástico guión adaptado por el gran Gérard Brach, un habitual de Polanski desde que éste dirigiera “Repulsión”. La historia es negra; muy negra. Dura y cruda, sin concesiones. Pero, aparte, sabe administrar pequeñas gotas de humor negro que hacen más llevadera su proyección. Tanta mala leche y cinismo vuelca en su singular sentido del humor que, por momentos, la hiriente relación establecida entre Oscar y Mimi parece una transposición, en personajes de carne y hueso, de los cartoons protagonizados por El Coyote y El Correcaminos. Ciertamente sublime. Y es que no hay mejor manera de plasmar los pasajes más arrebatados que haciéndolo mediante un poco de chispa. Aunque ésta sea sardónica, abrasiva y vitriólica. Incluso, y sin que sirva de precedente, la banda sonora de Vangelis resulta espléndida y bonita. Casi, casi, un milagro tratándose de quien se trata. Pero la verdad es que, en esta ocasión, su partitura musical acompaña perfectamente las neuras y desidias de los cuatro personajes protagonistas, embarcados todos ellos en un crucero con muy pocas esperanzas. Un naufragio moral asegurado al cien por cien.
La película más personal de Roman Polanski. Alejada de preceptivas convencionales como Frenético y en las antípodas de aquél cine de corte más conceptual. “Lunas de Hiel” situó a su director en su óptica más intimista para narrar no ya el declive emocional y sexual de una pareja, algo ya expuesto a mitad de la película, sino el periplo de dos personas que experimentan polos tan opuestos como extremos, llevados por esa trayectoria que va desde la pasión al tedio, desde la ensoñación al rencor y al desprecio más absoluto. Dos personajes opuestos que finalmente, tras un largo periplo de destrucción, en el que los roles cambian trágica y cómicamente, llegan a comprender que se destruyen a sí mismos cuanto más maltratan a su par. Que finalmente se odian, y a la vez se necesitan mutuamente. O quizás, se necesitan porque se odian. Y en ese punto precisamente reside ese nexo de dependencia mutua. “Lunas de Hiel” es en cualquier caso, con todas las virtudes del cineasta, una divertida imagen despiadada del carácter depredatorio de las relaciones humanas; me atrevería a decir que también con todos sus defectos la mejor obra de Polanski, la más subversiva, auténtica por desencasilladora, y también la más original.
“otra genial obra del universo oscuro y tétrico de Polanski"
Esta pela si que sacudio, porque no hacen un especial de Lars Von Trier, seria genial, felicitaciones por el blog.
ResponderEliminarMabel realmente eres una ezperta en cine, quisiera invitarte para una entrevista para mi videoblog, el tema que tocaremos es "El Cine Europeo Actual", te dejo mi correo. vidasparalelas09@hotmail.com.
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