Año: 1995 País: Italia Género: Drama Puntaje: 08/10
Interpretes: Sergio Castellito, Tiziana Lodato, Franco Scaldati, Leopoldo Trieste y Nicola Di Pinto
En un pueblo de Sicilia, en los años cincuenta, el pícaro Joe Morelli (Sergio Castellito), cargado con su obsoleta cámara Ascania, promete que es capaz de hacer realidad los sueños de cualquier ciudadano que aspire a ser una estrella de cine. Así, Morelli llega a dicho lugar con el pretexto de descubrir nuevas caras para el cine. Los ingenuos lugareños le pagan la módica suma de 1.500 liras para convertir sus sueños en realidad. Todos forman una larga cola para abrir sus almas a la cámara de Joe, luchando por ese atisbo de esperanza que les situaría entre los agraciados, entre las estrellas de cine. “El Hombre de las Estrellas” o “Fabricante de Estrellas” (titulo que llevo en Latinoamérica) supone la constatación de Tornatore, como un gran director, luego de la extraordinaria “Una Pura Formalidad”, el director Italiano vuele a sus raíces “Sicilia”, para contarnos una gran historia.
Está claro que en “El Hombre de las Estrellas” renacen ciertos temas, cIimas y escenarios de “Cinema Paradiso”, el producto que se alzó con el Oscar al mejor film extranjero de 1990, pero también se nota que su director, el italiano Giuseppe Tornatore, empieza a superar la receta que lo consagró. El lugar vuelve a ser Sicilia, son tiempos de posguerra, más precisamente el año '53, cuando aparecían por la zona los primeros aparatos de TV y el protagonista, una vez más, es un profesional ligado de manera tangencial al cine. A diferencia de aquel proyectorista que servía como excusa para una avalancha de citas cinéfilas en “Cinema Paradiso”, el cazador de talentos que compone Sergio Castellitto (el incansable fornicador de “La Carne”, de Marco Ferreri) se dedica a recorrer provincias a bordo de una camioneta tapizada con afiches de actores célebres de la época. Allí carga una cámara de 35 mm, un micrófono y unos cuantos kilos en equipos de iluminación, con los que monta su pequeño estudio en cada plaza, tras anunciar con un megáfono que tomará pruebas de cámara a los que quieran ganar fama y dinero con el cine. A cambio, claro está, de pagar "para cubrir los costos de revelado".
El negocio de Morelli florece al compás de la fascinación de los campesinos, convencidos de que en cuestión de días llegará la prometida carta de la productora Universalia, con asiento en Roma, convocándolos para el estrellato. Las vanas ilusiones de posguerra, el auge del neorrealismo, que utilizaba actores no profesionales como los convocados por Joe, y el aura celestial que todavía revestía al cine estadounidense al mundo de ese cine, superior al terrenal y habitado por las divinidades glamorosas del “star system” forman parte de un contexto que consolida la tarea de Morelli ante los ojos del espectador. Los rostros de sus pobres clientes, a los que hace recitar un par de Iíneas de “Lo Que el Viento se Llevó”, nutren una galería de primeros planos deslumbrados (a veces coronados por el llanto, por la confesión quejosa o por el ataque de nervios, en arrebatos propiciados por la cámara) que acaban conformando una suerte de retrato colectivo de los postergados de Sicilia, la otra cara de la isla que no tiene tanta fama como los mafiosos.
Hay bolsones de obviedad, resabios, como ese plano general en el que todos los pueblerinos, absolutamente todos, se pasean por las calles repasando el bocadillo que Clark Gable le decía a Vivien Leigh, o esa escena en la que unos bandidos le perdonan el pellejo a Joe y hasta terminan pagándole para que los filme, como si la cámara, más que deslumbrar, idiotizara. El perfil de Joe Morelli, en cambio, goza de una ambigüedad que sostiene el rumbo con firmeza durante buena parte del relato: ¿tendrá rollo su cámara? ¿hasta dónde engaña al mundo este hombre, que parece conmoverse más que nadie ante las virtudes fotogénicas de los desdichados que se le cruzan (y que las tienen, como que llenan cómodamente la pantalla de Tornatore)? Morelli, en todo caso, pasa tanto rato engañando a los paisanos como al público, y aun autoengañándose. En el éxtasis del embaucador ante sus víctimas podrá rastrearse, luego, la semilla de su transformación. Porque a Joe le cuesta sustraerse al bien que, aunque no busca, ejerce fugazmente sobre los campesinos, quienes encuentran en las pruebas de cámara el alivio de una confesión. Alivio que él no podrá permitirse mientras persista con la trampa.
Siempre se agradece la incursión de una que otra película en el complejo mundo del metacine, ya sea desde el atribulado subconsciente del director (8 1/2 de Fellini), del guionista (el ladrón de orquídeas) o incluso del sonidista (“Historia de Lisboa”, de Won Wenders). En este caso, la ilusión cinematográfica (ya trabajada en “Cinema Paradiso”) se centra en una cruel historia de mentiras e ignorancia: un hombre recorre los pueblos más pobres de Sicilia ofreciendo a sus habitantes la posibilidad de convertirse en estrellas de Hollywood mediante un rudimentario casting. Más allá de la censura moral de lucrar a costa del candor de personas pobres, lo que rezuma este filme es la ilusión cinematográfica, ese contraste entre la fantasía del celuloide y la cruda realidad (algo similar, aunque en otra dimensión, a lo que sucede en "Bailando en la Oscuridad", de Lars Von Trier). Es un filme muy a la italiana, donde no falta el humor, el sexo, el drama, la historia de amor, la tragedia.
Pero lo destacable de la película, es la musa, que viene hacer la redención de avispado estafador, y lo favorable es que venga de la mano de una hermosa adolescente (Tiziana Lodato) acaso no haya sido la mejor idea, sobre todo si se considera que Tornatore la utiliza para igualar al público con cierto viejo verde que se excita contemplándola desnuda. Cierto es que la escena del manicomio pesa por melodramática, y que la última secuencia de montaje vuelve a descender a la obviedad, con los fallidos aspirantes a “stars” sobreimpresos con el rostro atribulado de Morelli (cuando las voces en off de ellos ya sobraban para comentar la angustia de él), pero “El Hombre de las Estrellas” tiene suficientes aciertos como para celebrar que Tornatore haya empezado a despegar de las chapucerías con que conquistó el aplauso de los cenáculos hollywoodenses.
“Un homenaje al séptimo arte”
una tierna pelicula, infravalorada y olvidada, gracias Mabel por hacernos acordar.
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